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Antón Castro

UN CUENTO DE PEPÍN BELLO

 

Pepín Bello soñaba helados

de burro para el verano

 

Ss Edicions rescata su relato infantil ‘Un cuento putrefacto’, próximo a ‘Un perro andaluz’, ilustrado por Manuel Flores

 

José Bello Lasierra (Huesca, 1904-Madrid, 2008) ha pasado a la historia como Pepín Bello, el compañero y coleccionista de amigos memorables como García Lorca, Luis Buñuel y Salvador Dalí. Con el primero mantuvo una relación muy estrecha: llegó a firmar algunos de sus libros, como si fuera el propio poeta, y era capaz de recitar, con idéntico fraseo, el ‘Llanto por Ignacio Sánchez Mejías’, el torero y escritor que murió en el ruedo en agosto de 1934. Con Buñuel y Dalí colaboró activamente en las imágenes que ambos usaron en la película ‘Un perro andaluz’, estrenada en París en 1929, imágenes, sueños y delirios vinculados con su infancia en Huesca, cuando salía hacia el castillo de Montearagón y se encontraba con los despojos de animales en los muladares.

Esos despojos darían lugar a dos términos como ‘carnuzo’ y ‘putefracto’, que se oponían a la poética transgresora y surrealista que estuvo muy de moda en el seno de la Residencia de Estudiantes y que llevó a decir a Salvador Dalí que Juan Ramón Jiménez era “el jefe de los putrefactos españoles”.

Si durante algún tiempo se pensó que Pepín Bello era un autor ágrafo, de “maravillosa improductividad”, en los últimos años han aparecido diversos textos suyos. Ahora se rescata ‘Un cuento putrefacto’ (Sd Edicions), con ilustraciones de Manuel Flores, un relato infantil, de humor grotesco y surrealista, que confirma la participación de Bello en ‘Un perro andaluz’. Ese cuento cruel, según recuerda Agustín Sánchez Vidal, se presentó en septiembre de 1989 en las Jornadas Surrealistas del Museo de Teruel, con la presencia de Pepín. “El cuento se leyó entonces. La convocatoria de las Jornadas se hizo bajo el título de ‘El carnuzo, el perro y el loco amor’. El perro aludía al andaluz, claro. Y el carnuzo y el loco amor eran un homenaje -con su punto de humor- al ‘amour fou’ de los famosos amantes turolenses. El contexto no podía ser más propicio para que surgiera el cuento de Pepín. Fue muy celebrado”, dice Sánchez Vidal.

El texto tiene mucho que ver con ‘Un perro andaluz’, sobre todo con su primer guión, ‘¡Vaya marista!’. Añade el autor de ‘Buñuel, Lorca, Dalí: el enigma sin fin’, que rescataba el epistolario de Pepín Bello: “En la película tal como quedó hay no uno sino dos maristas atados a los pianos de los que tira el protagonista, cada uno con su burro podrido encima. Y lo único publicado por Pepín era un caligrama (‘El ateneísta’), donde se definía al ateneísta como ‘una mezcla de marista y erisio (del catalán ‘eriço’) que me ha fascinado”. ‘Un cuento putrefacto’, ilustrado en colores planos de tono rojo y negro especialmente, fue dedicado a uno de sus sobrinos nietos, Jorge, y “representa un compendio magnífico de la ‘sustancia’ –buitres, animales podridos y carroñas transportadas maliciosamente al deseo infantil y a la buena educación familiar- y del ‘tono’ –una asombrosa levedad literaria- de Pepín Bello”, tal como dice Juan José Lahuerta en el epílogo.

La historia es sencilla: un día un buitre sale con sus hijos de paseo, y el más pequeño, de un año, le pide un helado de burro, cuya existencia parece imposible incluso en las ficciones de este Pepín Bello delirante. Eso sí, esa obsesión por el burro tenía algo de broma pesada, de bastante mala baba, contra Juan Ramón Jiménez y su burro ‘Platero’ de los personajes que aparecen, representados esquemáticamente, en el cuento: Pepín, Lorca, Dalí y Bello, a quien Alberti llamó “el gran proxeneta” que “le había escrito una carta al Papa pidiéndole la excomunión”.

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