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Antón Castro

JOAQUÍN BERGES: NUEVA NOVELA

 

Joaquín Berges (Zaragoza, 1962) publicó primero la segunda novela que había escrito: ‘El club de los estrellados’ (Tusquets, 2008), una narración que tenía algo de mezcla de película de Pedro Almodóvar y de novela de David Lodge, con quien se cartea desde hace una década.

Pero en realidad, Berges había escrito antes otra novela,
‘Vive como puedas’, que tenía algo de vuelta de tuerca o de versión modernizada de aquella película de Frank Capra: ‘Vive como quieras’. Y esa novela acaba de aparecer en vísperas de la Feria del Libro en la editorial Tusquets: se trata del relato de un hombre patético y contemporáneo que sucumbe a casi todos los obstáculos que le tiende la vida.

“Me llamo Luis, tengo cuarenta y tres años, odio los espejos y trabajo en una fundación dedicada al desarrollo de las energías alternativas. Tengo cuatro hijos. Dos de mi primera mujer, uno de mi segunda y una hijastra que venía con ella (¿Cómo en un pack de oferta de supermercado?). Estudié ingeniería industrial…”, dice el protagonista en su diario. De inmediato nos da más información: su primo Óscar le ha levantado el puesto a que aspiraba en su empresa y antes “lo había pillado en la cama con mi primera mujer”. Luis cuenta que su vida es un pequeño infierno que empieza en Sandra, su segunda mujer, una rígida ecologista, “una mujer esbelta pero no elegante. Todo en ella es tan natural que no deja espacio para la elegancia. No se maquilla, tampoco se peina, usa una ropa holgada que no se corresponde a su talla”; Luis insiste en sus descripciones, dice que no es fea y que sabe dar unos “indescriptibles masajes en los pies”, que nunca tienen una finalidad sexual.

Luis, en estas primeras confesiones, agrega que “Carmen, mi primera esposa, es a su lado un torbellino de cabellos negros, dientes manchados de nicotina y ojos pardos, un cúmulo de energía difusa que se maquilla y viste con la explícita pretensión de gustar y el inequívoco deseo de provocar”. Con él no debió lograrlo del todo porque, aunque lo “provocaba con sugerentes conjuntos de ropa interior”, nunca logró que fuese “un amante de primera”, y pronto se convertiría en “un fornicador distraído, flácido y precoz”. A este panorama inicial hay que sumar otros detalles: su viuda madre, que lo llama todos los días para comunicarle “los valores de su presión diastólica y sistólica. Y sus pulsaciones”.

Con estos datos ya se ve que nos asomamos a una novela de humor, de sarcasmo y de sátira, y de costumbrismo familiar actualizado, en la que se alternan las reflexiones del protagonista con diálogos chispeantes, con un aroma irónico de teatralidad y gran abundancia de detalles. A Berges, que es un gran observador, le encantan el humor y la comedia, y las desmesuras la vida cotidiana: a su hijo pequeño lo maltratan en el colegio, como le había sucedido a él, y al intentar arreglar el conflicto se encuentra con una profesora comprensiva y prometedora, tiene un amigo de vida secreta que también le crea algún que otro conflicto y sus hijos mayores se mueven en el pantanoso terreno de las drogas de diseño. Y por si fuera poco, él no puede olvidar a Carmen. Berges acaba construyendo una novela que hace pensar en David Trueba y en ‘Abierto toda la noche’, en climas de George Cukor y Billy Wilder, y en los sainetes de Arniches y de Jardiel. Se mezcla el desafuero con la acidez: este es un mundo un tanto siniestro, parece decir Berges.

Un libro divertido, pero cruel

El libro divierte, hace reír, es cruel en muchos momentos -de su mejor amigo se dice: “Óscar tiene la edad mental de un adolescente”-, no deja títere con cabeza y lo mejor de todo es que Luis Ruiz Puy no piensa en ningún momento que sea mejor que los demás. Dice que “la vida es para vivirla, no para escribirla”, y que va a arrojar el diario a la chimenea. Eso sí, antes ha recuperado “la capacidad de llorar” porque “las lágrimas pueden ser las palabras de una lengua universal que no requiere traducción”. Luis Ruiz Puy y Joaquín Berges son, en el fondo, muy en el fondo, unos sentimentales y unos neorrománticos.

 

*La foto es de Laia Navarra.


 

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