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Antón Castro

ISMAEL GRASA: 'PISCINA', UN POEMA

ISMAEL GRASA: 'PISCINA', UN POEMA

Siempre me han gustado mucho esos libros denominados menores. Libros que parecen escritos a favor de la delgadez, de lo  inmediato, casi a vuelapluma, con una ambición diferente, acaso como un exorcismo muy íntimo o con una inusitada libertad. Frente a ‘Bella del Señor’ de Albert Cohen prefiero su ‘Libro de la madre’, frente a novelas tan ambiciosas de Enrique Vila-Matas como ‘El mal de Montano’ o ‘El doctor Pasavento’, prefiero ‘Hijos sin hijos’, ‘París no se acaba nunca’ o ‘Desde la ciudad nerviosa’. O su ‘Dietario voluble’, que siempre me invita a escribir y a leer. Ismael Grasa siempre ha escrito libros más bien delgados, de una extraña intensidad, de un sesgo minimalista. Siempre me ha gustado mucho de él, además de sus relatos y ‘La tercera Guerra Mundial’, el libro ‘Nueva California’ (Xordica, 2003), donde encuentro este poema que retrata muy bien algo que hago casi todos los días: bañarme en la piscina. Por la mañana, al mediodía, a las nueve o a las doce. A veces me siento ‘el nadador’ de John Cheever, a quien está a punto de editar Oscar Sipán en Tropo, rescatará sus cuentos dispersos. Dentro de unos días, tengo que ir a Jaca a participar en un curso sobre la narrativa de José Luis Sampedro.

 

PISCINA

Alguien dijo que no era hora para bañarse, y nos bañamos.

El edificio hacía sombra sobre la piscina

a esa hora de la tarde, pero nos íbamos a bañar.

Una empleada exclamaba por el pasillo:

“¡Está prohibido sacar las toallas de las habitaciones!”,

cuando comprendimos que era preciso aquel baño nuestro,

esa diversión. Cristina nos fotografió en el agua,

nuestras cabezas asomadas como en una orla

académica –azul, vespertina, estival-

de esa residencia universitaria de Jaca.

La silla del director frente al retrato de Unamuno,

esa otra imagen de mil novecientos veintitantos

tomada en la escalera de la entrada del mismo edificio

que proyectaba su sombra sobre el agua. Al menos

las piscinas no dudan en torno a Dios, aún fuera de horario.

*Ayer, cuando moría la tarde, el ilustrador, diseñador y poeta Josema Carrasco, cuyos dibujos ilustran a menudo este blog, me mandaba esta sirena con la siguiente nota: “Antón Castro, Ángel Petisme, Chema Lera y yo estamos convencidos de que hay sirenas en el Ebro, esta no sé de dónde ha salido”.

5 comentarios

Niggerman -

Me expliqué mal, por breve: me refería al comentario de Pepe Montero. Me resultó muy extraño. Quizás un poco... centroeuropeo. No aludía, pues, a ninguno otro de los textos.

Aprovecho: para Leo Mares, es buena lectura ésa de Ismael Grasa que tienes en el paquete de pendientes. Algunos de los cuentos son redondos. Otros quizá no tanto, pero es buen libro. Recomiendo a todos su "Sicilia".

Leo Mares -

Comparto ese gusto por los libros "menores" y "delgados". Y en cuanto a Grasa, precisamente tengo esperando un libro suyo en la torre de próximas lecturas: Trescientos días de sol. Un placer conocer tu blog. Un saludo

De Antón -

1. gracias, Pepe. Me he dado un pequeño garbeo por tu blog.
Siempre tan personal, tan tuyo.

2. Querido hombre de negro: ¿cuál es la rareza del comentario?

Abrazos para los dos. AC

Niggerman -

Caramba, qué comentario tan raro...

pepe montero -

Yo también doy fe de que las hay, son sirenas-vampiro. El otro día estaba yo remando frente a Helios y, creí oír su canto, pero no, no eran cantos, era el dulce quejido de una sirena que por querer bañarse en mis ojos, había tropezado en mis gafas torciéndose un tobillo.