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Antón Castro

MEDIO SIGLO DE COLOR CON JULIA

 

Julia Dorado: color, verdad y luz

 

El Palacio de Sástago ofrece una ‘Retrospectiva 1962-2011’ de esta artista que integró el Grupo Zaragoza con Santamaría, Vera y Sahún, entre otros, y Fuendetodos recibe la donación de más de un centenar de sus grabados.

 

 

Julia Dorado siempre fue una pintora entre hombres. Una pintora entre pintores: Ricardo Santamaría, Daniel Sahún y Juan José Vera, que formaban el núcleo del Grupo Zaragoza que asumía la estética del Grupo Pórtico. Los tres vieron una exposición suya y rápidamente la localizaron y la reclamaron. Era distinta a otras mujeres fundamentales del arte aragonés como María Pilar Burges, Maite Ubide o Pilar Moré, por citar algunas. Julia Dorado, nacida en Zaragoza en 1941, ingresó a los catorce años en la Escuela de Artes y a los veinte se marchó a Barcelona. En 1961 contactó con aquellos artistas abstractos, que mezclaban el informalismo y el tenebrismo en su obra y que se declaraban progresistas, insurgentes, investigadores de la luz y de la sombra. El Grupo Zaragoza nace propiamente en 1963 y se clausuró tres años después: en aquel tiempo, Julia Dorado era un torbellino, una joven pizpireta, atenta a todo, entusiasta, con el cerebro lleno de ideas, de intensidad, de vocación por el óleo, el dibujo y el grabado.

El Palacio de Sástago rinde homenaje a Julia Dorado con una ‘Retrospectiva 1962-2011’ que recoge medio siglo de su quehacer; esta muestra, que es un arsenal de atmósferas y cromatismo, de vivacidad y pasión, se completa con una muestra de grabados que se expone en Fuendetodos. Desde sus inicios, Julia Dorado fue quemando etapas, recorriendo caminos y forjando su propia trayectoria: en un principio, desde la abundancia de tinieblas, de negros y de ocres, se situó en el informalismo que nacía del desgarro de la posguerra, de la comezón de angustia, del llanto.

En algún momento Julia Dorado ha aludido a que su pintura fue un grito: el grito que vio Goya entre los huéspedes de su propia cabeza en ‘las pinturas negras’, el grito de Munch, que se asoma con incredulidad a la exuberancia de la naturaleza, el grito de los expresionistas o del joven Bacon. Después, ya en los 70, Julia creó sus curiosos pasillos: que tienen algo de pasillos fantasmas o de pasillos imaginarios. Se ven, se presienten, hay una puerta que se abre hacia ellos, pero luego hay que avanzar a tientas.

En esta evolución, tras estas formas, casi siempre geométricas y figurativas, Julia Dorado abraza una nueva línea: se acerca a los artistas del ‘soporte-superficie’, a los cuadros casi monocromos, o muy matizados de color y desmayo, que presentan parentescos con la obra de Mark Rothko y José Luis Lasala, entre nosotros. Cuadros de dimensión lírica, de pintura trabajada y envolvente, cuadros que tienen algo de paisaje del alma, de naturalezas anímicas. O acaso de pintura terapéutica. Como sucede en un lienzo como ‘El peligroso hechizo del paisaje’, cuyo título es casi una definición del arte de la artista zaragozana. Otra pieza poderosa que encarna estos hallazgos sería ‘La sombra flotante de Ofelia’. O ‘Húmedos senderos, perdidos bosques’. Ya en 1978, Julia Dorado decía: “Pintar es, como hablar o jugar, una manera de vivir y, a la vez, de explicarnos la vida”. La pintura de la artista explica su biografía y su compromiso con el mundo que le ha tocado vivir.

Julia Dorado, antes de instalarse definitivamente en Bruselas junto a Pablo Trullén, el compañero de su vida, estuvo en Italia, en distintos lugares de Europa, en Estados Unidos, aunque de algún modo siempre ha estado en su Zaragoza, ciudad a la que le rinde un espléndido homenaje en ‘Zaragoza, 1954’. Ha realizado siempre un pintura personal, de intensas emociones, vivaz, de inclinación al lirismo y de escasa anécdota. En los últimos años se acerca a una obra que sin dejar de ser abstracta se desliza hacia la figuración, hacia el cuadro-retablo, hacia el cuadro-viñeta, como puede verse en la espectacular sala de arcos. Se trata de una pintura de color, de manchas, de estructuras, de claridades, pintura de esencia, el pálpito estremecido de una verdad honda, propia, ya sin clamor, aunque de vez en cuando manifiesta su rebeldía, como se ve en ‘Guerra no, gracias’, una obra de sus tonos más claros o ahuesados realizada en Bruselas en 2000.

Julia Dorado jamás ha perdido ni su candor ni su picardía ni esa mirada que lanza al mundo con perplejidad, con embrujo y con curiosidad. No es necesario recorrer la obra de un tirón: puede y debe hacerse, pero también puede entrarse y ver una sala, dos, tres, y regresar otro día. Es una pintura en soledad que busca contemplación, silencio y compañía. Julia Dorado es una pintora apasionada por la literatura, por el teatro, por los mitos, por el cómic, por las arte gráficas, por el viaje, por el torbellino incesante de la creación. Por la dimensión onírica del mundo. Como se percibe en otro lienzo muy trabajado: ‘El Dorado’, que contiene fuego y alucinación, poesía y atmósfera.

 

Julia Dorado. Retrospectiva (1962-2011). Palacio de Sástago. Hasta el 18 de septiembre. [Se ha editado un completo catálogo con estudios y textos de Jaime Ángel Canellas, Juan José Vera Ayuso, Manuel García Guatas, Juan Domíngez Lasierra y el coleccionista M &IR.]

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