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Antón Castro

EPÍLOGO A 'EL TESTAMENTO DE AMOR DE PATRICIO JULVE'

 

Una foto de Joan Vilatobà: podría ser la bella
Raquel del cuento que da título al conjunto.

 

 

[Mi libro ’El testamento de amor de Patricio Julve’ lleva un epílogo que es una de las novedades de la nueva edición que publica Xordica y que se presenta esta tarde en el Paraninfo. Lo cuelgo aquí por si a algún lector le interesa conocer alguna circunstancia de esta colección de cuentos:]

 

HISTORIA DEL PAISAJE DE UN LIBRO

 

El testamento de amor de Patricio Julve lo empecé a escribir en Cantavieja en el verano de 1991 y lo cerré en diciembre de 1994, en el restaurante Casa Amada de La Iglesuela del Cid, donde había vivido Manuel Vicent unos meses en su primera juventud. Acababa de rodarse en las proximidades de Mirambel la película Tierra y libertad de Ken Loach, y quedaba en el ambiente un recuerdo especial. Muchos creían haber vivido una aventura inolvidable: el sueño del cine. Y parecían seguir flotando en la irrealidad.

Consorte de médico rural como soy, nos trasladamos a “la bienamada de Cabrera” y vivimos en una casa solariega, llena de flores, que estaba muy cerca de la plaza y de la Casa del Bayle, donde había morado el general Ramón Cabrera. Próxima también estaba su plaza solitaria, a la que yo iba a pasear todas las tardes; a veces, tenía la sensación de que el viento ardiente me traía su fantasma cuando caía la noche. Ramón Cabrera fue el primer estímulo para el libro, al que se sumaron otros de inmediato: los paisanos me contaban historias del Maestrazgo, leyendas, relatos de brujería y de bandidos, historias de los vecinos que tenían un aire de conseja o de invención romántica, como la narración de la hermosa Raquel, que protagoniza el relato que da título al conjunto. E incluso hice un trabajo de campo, a pie y en coche, con cuaderno y cámara de fotos, con dos amigos que sin saberlo me transmitieron el aroma de una mitología propia.

Poco a poco se fue armando el libro, que contó con otras aportaciones: siempre me había gustado mucho la fotografía y alguien me habló de un fotógrafo que había venido a Cantavieja, en los años 50, a realizar fotografías que habrían de colocarse en las lápidas del cementerio, “en un tiempo en que había demasiados suicidios”. Bajo ese estímulo nació Patricio Julve, un personaje un tanto intemporal que me ha acompañado a partir de entonces en todos mis libros. Y me hablaron de los húngaros que traían el cine, y de un sinfín de episodios de la Guerra Civil. El testamento de amor de Patricio Julve apareció en Destino en septiembre de 1995, gracias A Miquel Ángel Riera, que fue su primer defensor y con quien tanto quise mientras vivió y a quien recuerdo con inmenso cariño, y a Andreu Teixidor y Eduardo Gonzalo. No saben cuánto les agradezco su interés en este proyecto. Tuvo tres ediciones: dos en ese año y una más, en nuevo formato, en 2000.

Este libro de relatos que abarca más de 150 años de historia llevaba más de una década agotado. Chusé Raúl Usón, que es uno de mis editores decisivos por múltiples razones, tiene la amabilidad de rescatarlo y se lo agradezco infinitamente. Considero que este es uno de los libros de mi vida, tanto como lo es Golpes de mar (Destino, 2006): el libro de un mundo, de un paisaje (el Maestrazgo turolense que cantaron Baroja, Valle-Inclán, Perucho, Ciro Bayo o Labordeta: Cantavieja, La Iglesuela del Cid, donde viví casi cinco años, Fortanete, Mirambel, La Cañada de Benatanduz, Ejulve o Mosqueruela: qué belleza de topónimos), el libro de un círculo de afectos, de una forma de ver la literatura y a los hombres. Durante esos años, era un enfermo de la literatura de Álvaro Cunqueiro, de Miguel Torga y José Saramago, de Mercè Rodoreda, de Joan Perucho, de Rafael Dieste, de Ramón José Sender, de Isak Dinesen, autores que se sumaban a devociones anteriores como Méndez Ferrín, Otero Pedrayo, García Márquez, García Lorca, Jorge Luis Borges, Poe, Horacio Quiroga y Gustavo Adolfo Bécquer. Le agradezco a Aloma Rodríguez todas las molestias que se ha tomado en la revisión del original. Y no puedo dejar al margen a Luis Grañena, que ha concebido la portada: Grañena es uno de los grandes ilustradores y caricaturistas españoles de los últimos tiempos; trabaja para Estados Unidos, para Francia, para Portugal, para Rolling Stone, para La Vanguardia y para Heraldo de Aragón: todas las semanas realiza una caricatura en la página ocho del suplemento ‘Artes & Letras’.

Garrapinillos, Zaragoza, 21 de junio de 2011

Una foto del húngaro Jozsef Pezsi.

1 comentario

Josep Casamartina -

Hola Anton,

No he leido tu novela, pero estoy escribiendo un texto para una exposición de Joan Vilatobà y para incluir tu libro en la bibliografía, quisiera saber si la foto de Vilatobà ya aparece en la primera edición, o este autor lo descubriste luego.

un abrazo!

Josep