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Antón Castro

GARRAPINILLOS, 1-EL SALVADOR, 2

GARRAPINILLOS, 1-EL SALVADOR, 2

En la primera vuelta, cuando parecíamos casi los mejores (fuimos ocho jornadas de primeros, creo recordar) hubo un equipo que me impresionó: a mí y a todos. El Salvador. Vicenta Almazán, el señor “pasaba por aquí”, tomó una foto azarosa del aquel choque. El Salvador juega en superficie artificial y jugaba muy bien al fútbol: un fútbol de combinación, de toque, técnico. Inicialmente nos dieron un baño: tuvieron un alto nivel de posesión. Y parecía que íbamos a salir de su campo descalabrados: acabamos ganando. Nos pusimos 0-2; redujeron diferencias y nuestro arquero Luis hizo un gran partido; al final también erramos ante el marco el que hubiera sido el tanto de la tranquilidad. 1-2, con tantos de Eloy y Óscar Cambra.

Hoy El Salvador, tercero en la tabla y con ocho puntos de diferencia (esos llegamos a llevarles nosotros; o quizá solo siete, ahora no seguro) venía a jugar a San Lorenzo. He oído sus gritos y sus consignas: decían que eran un partido vital, que eran tres puntos, que venían a vencer. Oímos sus gritos de guerra o de ánimo. Todos tenemos uno, muy semejante. Nosotros partíamos con dos bajas importantes: Lacabe, se quedó fuera por acumulación de tarjetas, y Jorge Blasco había perdido a su abuelo Justo Blasco, que había sido campesino y tenía 91 años. Justo solía decirme en los últimos meses, hace algo menos de un mes, que ya no podía verme, pero que me reconocía por la voz. Siempre le hablaba y le decía, “¿cómo está el señor alcalde?” Él, correctísimo, me decía: “El alcalde, en realidad, es mi hijo”.

Antes de salir, preparamos el partido. Lo mejor que pudimos. Línea a línea, jugador a jugador casi. Como necesitábamos goles como el comer recordamos a uno de los grandes goleadores de todos los tiempos: Raúl González Blanco, a quien Guardiola acaba de definir como “el mejor jugador español de la historia”. Nosotros arriba jugamos con tres zurdos: Eloy Mateo, Ángel Sanz y Jorge Rodríguez. Los tres técnicos, habilidosos, capaces de armar la pierna, peligrosos. Pero además necesitábamos olfato, combatividad, pundonor, orgullo, deseos de vencer. Y de ahí que hablásemos de un jugador que tiene la mentalidad de un juvenil o de un potro de COU que trabaja para la gloria.

Salimos. Formamos de entrada así: Sergio Calvo; Dani Pekerul, Jorge Beltrán, Eduardo Pirri, Rafa Fernández; Diego Rodríguez, Kike Alcubierre, Alberto Luna; Jorge Rodríguez, Eloy Mateo y Ángel Sanz. En el banquillo quedaron Luis Romero (que no jugó al final), Alberto Sancho, Enrique Romero (que volvía al campo un mes después), David Mateo y Jorge Buil.

El día era caluroso, pero ideal. Un día precioso. A la misma hora del inicio se enterraba Justo Blasco: guardamos un minuto de silencio. Empezó el choque. Respetábamos al rival, claro, pero pronto empezamos a dominar: realizamos quince minutos espléndidos, de dominio y control, de verticalidad, con más empuje que claridad, pero teníamos el balón lejos de la portería. Hubo disparos, algunas ocasiones un tanto imprecisas. Y de golpe, en un lance confuso, el primer acercamiento del rival a nuestra área, Sergio Calvo acompaña un balón ante la presión y el avance de un rival, y en su salida lateral lo derriba: Penalti, y gol. Primer jarro de agua helada: era el cuarto penalti consecutivo que nos pitan en los cuatro últimos partidos. Poco más tarde, en medio de la desorientación, un jugador rival aprovecha un rechace y desde lejos coloca el balón raso y ajustado al palo izquierdo de Sergio, que quizá se viera entorpecido por una muralla de piernas. El gesto técnico fue hermoso y preciso, pero pareció que iba a resultar menos peligroso por su lejanía. Estábamos como los últimos días: al borde del abismo. Desubicados y desconcertados de súbito. Con muy poco, pero con afinación, El Salvador se había puesto por arriba. Este no era El Salvador estiloso de la primera vuelta: era un equipo correoso y un tanto protestón, duro y con mucho oficio, que tenía en su capitán, el número 10, a su mejor jugador. Jugaba de eje con claridad y visión y sabiendo bien de qué va este juego; recibió una clara tarjeta por falta a Diego Rodríguez y el árbitro le perdonó otra clarísima ante sus propias narices. Ahí no fue objetivo ni aplicó la literalidad del reglamento. No es una percepción subjetiva en absoluto, ni victimista. Al final, en un lance menos intrascendente y menos violento, le sacaría la segunda tarjeta a Jorge Beltrán por un amago de protesta.

El partido parecía haber entrado en una especie de abismo para nosotros, pero nunca le perdimos la cara. Y en una falta que sacó Eloy desde la banda derecha, Dani Pekerul cabeceó a las mallas. Así terminó la primera vuelta. Había sido un choque intenso, jugado de poder a poder, y la suerte había caído del visitante, pero nosotros habíamos trabajado muy bien. Con intensidad, con casta, con vehemencia, con velocidad, con mucho empeño. Y quizá con algo menos del juego necesario o del soñado...

En la segunda parte, el Garrapinillos salió a por todas. Y suyas fueron las mejores ocasiones, aunque ellos también buscaron en saques de esquina y faltas el gol, y en algún que otro desborde. Avanzaba el choque en un toma y daca constante cuando el colegiado señaló penalti, quizá fuera algo riguroso, no estoy seguro; lo lanzó Eloy y falló: lo rechazó el portero en una buena estirada. Eloy volvía a fallar una pena máxima, pero eso le pasó a cualquiera.

Seguimos trabajando y poco después Jorge Rodríguez remató en la boca de gol, rechazó in extremis el arquero y el balón se fue al palo. Por un momento pareció entrar, pero no fue así. Seguimos peleando y peleando: Alberto Sancho, que salió por la banda derecha, se quedó solo ante el arquero y se le fue un poco el balón.  Y así, poco a poco, con trabajo, con tesón, bregando hasta el final y con un hombre menos ya, se fue muriendo un partido en el que cedimos injustamente. Lo más lógico habría sido el empate. El Salvador hizo un partido serio, trabajado, correoso cuando fue necesario, y se llevó la victoria. Y nosotros, a pesar de la entrega, de la honestidad, de las ganas, volvimos a quedar perplejos. Doloridos. Con un palmo de narices.

Eso sí. Si ante el Movera estuvimos mal en defensa, o ante el A Mesa Puesta o ante El Burgo, hoy el equipo estuvo a buen nivel. Consistente, bravo, intenso. Y con momentos de combinación y buenas penetraciones por las bandas. Pirri estuvo soberbio en una defensa correcta y seria; en la media se volvió al sistema tradicional de tres y todos rayaron a un buen nivel, Kike en tareas defensivas, fue nuestro quinto defensa y el primer armador del ataque, Diego y Luna trabajaron mucho, y los delanteros, sin toda la suerte que se merecieron, rayaron a buena altura: tanto Eloy como Jorge, que tuvo un gol clarísimo, como Ángel, cada vez más sólido y con tendencia a irse hacia el centro. Y los que salieron cumplieron de largo.

Al final, lo dicho: Garrapinillos, 1- El Salvador, 2. Para el próximo choque perdemos a Jorge Beltrán.

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