Blogia
Antón Castro

ANTONIO MINGOTE HA MUERTO

Mingote o el amor a los ‘don nadie’

 

Antonio Mingote tenía algo de gamberro y de aventurero en su infancia. Y un inequívoco sentido del humor. Nació en Sitges en 1919, pero sus primeros años los pasó en Aragón: primero en Calatayud, donde conoció el embrujo del castillo, la fuerza del paisaje y el enigma de la nieve. Luego residió en Daroca: era la villa de su padre, Ángel Mingote, compositor y pianista, y en ella descubrió los misterios de la Edad Medieval y de una ciudad llena de pasadizos y murallas. Un día, al atravesar una puerta, se dio un golpe en una piedra y le quedó una marca para siempre en la cabeza.

Daroca era un paraíso inefable, también lo fue de su gran amigo Ildefonso-Manuel Gil. Y en cierto modo también lo fue Teruel: allí se descubrió dibujante y pecador (se confesó, largamente, por desacato al sexto mandamiento), y descubrió que la fuerza de la sangre y la naturaleza son incontenibles. Ante la belleza de una mujer no hay espíritu religioso que valga. Al final de sus días, recordando la falta de la libertad y los rigores eclesiásticos tal vez, diría: “No soy religioso”.

Desde la ciudad mudéjar, en 1932, remitió un dibujo del conejo ‘Roenueces’ a la revista ‘Blanco y Negro’ y se lo publicaron; y años más tarde, en 1936, también le publicarían otro dibujo en ‘ABC’. Durante la Guerra Civil conoció diversos frentes, y luego volvió a Zaragoza, donde trampeó con dos cursos de Filosofía y Letras. Aquí, con seudónimo, firmó novelas policíacas y del oeste.

En 1944 se trasladó a Madrid, que sería la ciudad de su vida. De la bohemia inicial, a la sombra de la revista ‘La codorniz’ y de las amistades de Carlos Clarimón y Rafael Azcona, pasaría a ser un activo hombre de orden de vida más bien desordenada. El futuro humorista también tenía madera de escritor, y en 1947, con ilustraciones de Goñi, “a quien tanto admiraba”, publicó su novela ‘Las palmeras de cartón’.

En Madrid, con Mihura, Álvaro de la Iglesia, Tono y tantos y tantos otros, forjaría un carácter, un punto de vista, una mirada sobre el mundo. Le interesaban los ciudadanos corrientes, las mujeres exuberantes y algo pijillas, las burguesas próximas a escandalizarse, el hombre escindido, el trabajador, le interesaban las voces de la calle y de la taberna, etc. A partir de su ingreso en ABC en 1953, apenas pararía: hizo alrededor de 25.000 ilustraciones. Aunque, en realidad, Mingote, irónico y metafísico, goyesco y velazqueño a la vez, encarnó al artista multimedia: escribió para el cine y la televisión, hizo radio, publicó libros de ilustraciones como ‘El hombre solo’, por ejemplo, ilustró ‘El Quijote’ con 600 dibujos, fue figurinista, cartelista y decorador, y solía decir que, en el fondo, era un copista del Museo del Prado: en sus viñetas, variadas casi siempre y a la vez muy personales, en sus dibujos, rendía homenaje a Velázquez y a Goya y a la gran pintura española con su trazo enérgico y sutil a la vez, con el bocadillo-chiste que descubría las paradojas y la rebeldía de los “don nadie”.

Fue un observador (“Yo no sé de nada. Son un aficionado”, decía) y un editorialista, alguien que miraba la realidad y la concentraba en unos cuantos rasgos y en un diálogo, más irónico que desabrido, más elemental que político, aunque no hay nada tan elemental como la política. Su estética consistía en “razonar hasta más allá de lo razonable”, con ingenio y un poco de mala. Pesimista y vitalista a la vez (“yo no soy divertido”, repetía), cronista de vidas y sentires con un gran sentido común, trabajador incansable (solía repetir que pertenecía al gremio de “trabaja idiota y no pares”), al final de sus días decía que lo más determinante de su vida había sido el amor. El amor a su mujer Isabel, a los suyos, a un periódico, a la necesidad de comunicar y, sobre todo, a tantos y tantos seres anónimos que pueblan sus viñetas y que a veces estaban tan amenazados por un sistema injusto que, tal como pintaba y decía Mingote, no tenía escrúpulos en arrojarlos al vertedero o en convertirlos en esclavos.

*Este artículo lo he escrito hoy para la edición de heraldo.es.

0 comentarios