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Antón Castro

MINGOTE, VISTO POR GRAÑENA

MINGOTE, VISTO POR GRAÑENA

[Este artículo apareció ayer miércoles en la edición de papel de ‘heraldo de Aragón’ con esta maravillosa caricatura de Luis Grañena]

 

 

Antonio Mingote, el Picasso del humor gráfico,

ha dejado de sonreír para siempre

 

 

-El dibujante, que vivió su infancia y adolescencia en Calatayud, Daroca y Teruel, era uno de los renovadores del humorismo gráfico español desde ‘La Codorniz’ y ‘ABC’, donde ha permanecido desde 1953 hasta su muerte

 

-Era académico de la Lengua desde 1987, y había sido todo un artista multimedia de la prensa, del teatro, de la radio, la televisión y el cine

 

Antón CASTRO / Zaragoza. Heraldo de Aragón, 4.04.2012.

Antonio Mingote solía decir que el humor consiste en ver la vida y sus circunstancias con claridad. Y él, que no era fanático de casi nada y que era más bien pesimista (es decir “un optimista bien informado”), tenía ese don: descubría de inmediato las paradojas, los vicios, las pasiones, las debilidades o el sentido de fatalidad de los seres humanos. Quizá por ello, Mingote era, ante todo, un periodista incansable de la estirpe del “trabaja idiota y no pares”: un artesano del trazo y un pensador que encerraba la vida en una viñeta o en un diálogo. Mingote acaba de fallecer a los 93 años en Madrid. En uno de sus últimos chistes advierte que si la cordura no lo remedia, y la política tampoco, acabaremos todos en el vertedero.

En el fondo, a su modo, así como quien no quiere la cosa, Mingote fue un moralista que no se sentía ni divertido ni ingenioso: el hombre está solo, parecía pensar, radicalmente desamparado, y él, el observador cotidiano desde su mesa de dibujo, era un ciudadano atónito que cantaba y contaba, con ternura seca, la existencia de los “don nadie”. Eso sí: provocaba la risa como pocos.

Antonio Mingote nació en Sitges en 1919. Su niñez, llena de hechizos y de secuencias que glosó con feliz memoria, transcurrió en Calatayud, en Daroca, la villa encantada y medieval de su padre, el músico Ángel Mingote, y de su amigo del alma, Ildefonso-Manuel Gil, y en Teruel. Allí descubrió la intimidad de la plaza del Torico, que recordaría inundada de tanquetas, el sexo y el primer amor, el teatro y su condición como tiple solista. Y por descubrir hasta descubrió la rigidez de la religión, que le llevaría a decir: “¿Cómo vas a hacer caso al infierno cuando eres joven y tienes a tu lado a una preciosidad de mujer? ¡Además, eso del infierno es un invento perverso!”. En Teruel también leyó a la generación del 27 y del 98, y nació el dibujante autodidacta. En 1932, mandó un dibujo del conejo ‘Roenueces’ al suplemento ‘Gente menuda’ de ‘Blanco y negro’ y se lo publicaron, igual que le publicarían otro en ‘ABC’ en 1936. Fue casi una premonición: ingresaría en el diario madrileño en 1953 y permanecería en él hasta su último adiós. Sería su mayor cronista visual de la actualidad, un editorialista lúcido de humor gráfico.

Antes de instalarse en Madrid, Mingote vivió dos años en Zaragoza y aquí hizo dos cursos de Filosofía y Letras sin demasiada afición. En cambio escribió novelas policíacas como ‘Ojos de esmeralda’, firmada por Anthony Mask, y novelas del oeste. Cuando llegó a la capital de España, fue acogido por los humoristas de ‘La Codorniz’, con Álvaro de la Iglesia al frente, y estableció una complicidad particular con Rafael Azcona y con el aragonés Carlos Clarimón. Y con otros artistas como Tono, Mihura o Edgar Neville, con cuya secretaria viviría, Isabel Vigiola, la pasión de su existencia. Dirigió revistas como ‘San José’ y firmó la novela ‘Las palmeras de cartón’ (1947), que ilustró uno de sus maestros: Goñi.

Antonio Mingote iría convirtiéndose en un auténtico hombre multimedia: redactó guiones de radio y de cine, trabajó mano a mano con el productor José Luis Dibildos, firmó comedias musicales, fue figurinista, portadista, cartelista (su último cartel fue para la película de José Luis García Sánchez, basada en la obra de Azcona, ‘Los muertos no se tocan, nene’), condujo programas radiofónicos con Luis del Olmo, intervino en televisión, y nunca dejó de  publicar sus viñetas en libros: ahí están proyectos inquietantes como ‘El hombre solo’ (1970), ‘El hombre atónito’ o, entre otros, los 600 dibujos que hizo de ‘El Quijote’ de Cervantes, que para él era “el padre de todo el humor español”.

Antonio Mingote era clásico y moderno, delicado y bronco, irónico, satírico y lírico, tenía un trazo suelto y sencillo, era un narrador y un filósofo perplejo, y afirmaba que El Prado era su mejor banco de imágenes. Rindió homenaje una y otra vez a Picasso, a Velázquez y sus ‘Meninas’, rindió homenaje a Goya y sus ‘Caprichos’ y ‘Disparates’. Con el artista de Fuendetodos compartía el lema “Aún aprendo”, aunque Mingote lo decía de otro modo: “Yo no sé nada. Soy un aficionado hambriento de actualidad”. Jamás renunció a la modernidad: asumió la llegada del fax, de internet y de Photoshop.

José Luis Cano, dibujante de HERALDO, valora así su magisterio: “Creo que mi carácter se forjó con la siniestra o romántica pareja que dibujaba Mingote en ‘La Codorniz’. Y mi manera de mezclar el humor con la estética, también”. El catedrático de literatura Jesús Rubio Jiménez señala: “Era un buen dibujante y tenía puntos de vista agudos y personales a la hora de juzgar la realidad, llenos de sentido común. Poseía gran cantidad de registros en sus viñetas, y casi nada le era ajeno. Lo mismo analizaba las costumbres que el mundo político o el mundo de la cultura”. Eso sí, este liberal enamorado de los animales, el académico de la risa desde 1987, el husmeador incansable del alma humana, decía que lo que había dado sentido a su vida era el amor. Ese fue el mejor premio de un hombre que los obtuvo casi todos, incluido el fervor de los lectores.

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