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Antón Castro

HOY, BIBIBLIOTECA DE ARAGÓN, CITA CON CONCEPCIÓN DE ESTEVARENA

[Esta tarde, a las 19.00, en la Biblioteca de Aragón se presenta el libro ‘Silenciosa es la noche’ de la poeta sevilla Concepción de Estevarena (1854-1876), un libro que lleva una introducción de Luigi Maráez y un epílogo de José Luis Melero. El acto contará con la presencia de Ángel Guinda, de Pepe Melero, de Luigi Maráez y de la cantante y compositora turca Âlime Hüma, que ha musicado uno de sus temas. Pongo aquí la introducción al libro y el texto de Pepe Melero. Más abajo están tres poemas de Concepción de Estevarena, del que escribió una biografía Jesús Pedro Juanín.]

 

INTRODUCCIÓN DE LUIGI MARAEZ

 

 

A Concepción

 

Todo en lo romántico es grande,

la vida, la muerte, su drama...

El exceso donde los torpes  frivolizan lo sagrado,

el insondable abismo que solo a algunos

es concedido contemplar, en toda su magnitud.

 

 

Sin duda un misterio, un enigma casi, el silencio vertido sobre la breve flor que fue la vida de nuestra protagonista, Concepción de Estevarena; apenas un hilo de luz  entre el polvo de la memoria, rescate del olvido por avatares de un destino  caprichoso siempre con los hijos del Arte.

Nos encontramos ante la obra de una mujer singular, con todos los alicientes de personaje romántico, en toda la extensión de su drama; sensibilidad exquisita, preclara inteligencia de mujer, formada y culta, no olvidemos su estrecha relación con los círculos intelectuales de la época, el propio Isaac Albéniz participa en el homenaje póstumo del que se da noticia en el periódico madrileño de “ La Época”, (ocho de noviembre de 1876), celebrado en la tertulia madrileña de la baronesa de las Cortes, lugar y acontecimiento donde se decide publicar sus versos.

    Asidua asistente a las veladas poéticas de la familia Velilla en Sevilla, mantiene una poderosa y fraternal relación con la poeta  y escritora Mercedes Velilla y Rodríguez, como así lo manifiesta no solo el que sería prologuista de su único libro, “Últimas Flores”, José Velilla, hermano de aquella, sino también el propio Luis Montoto en el prólogo de la edición de 1918, dedicada a José Velilla. Montoto escribe: “Un día, su compañera inseparable, la ardiente poetisa Concepción de Estevarena,(...), partió a tierras remotas, (...) Algo del corazón de Mercedes partió con la gentil cantora. La despedida fue eterna...

    Pero no nos engañemos, no estamos ante la melodramática, ingenua imagen de la joven “poetisa” desdichada, banal amaneramiento, terreno fácil para lo sentimental, sino ante la obra de una verdadera poeta, a la que la enfermedad, tuberculosis, (mal del siglo), no concedió el tiempo necesario de vida para desarrollar su obra. Es de remarcar el trasfondo, la herencia de lo perceptivo, de la llamada Escuela Sevillana, pues a medida que uno avanza en la lectura de su credo poético, poderoso y de fuerte convicción, surgen interrogantes de grave magnitud ante la más que evidente resonancia becqueriana, la concordancia de temas, así como el modo de abordar las preguntas trascendentales sobre la vida y la muerte.

    Comparte con lo becqueriano, la plena conciencia de una existencia breve, la muerte cercana, presentida, y todo gira como aquella otra vida, ante una experiencia poética real, sincera, contemplada desde la fugacidad de los días, el futuro es apenas la proximidad de un nicho.

¿Nos hallamos ante una simple y natural idiosincrasia sevillana, o es acaso una influencia directa del autor de las Rimas? ¿Cómo llegó Bécquer a nuestra protagonista?

    Sabemos que la primera edición de las Rimas se produce en 1871, justo un año después de la muerte del romántico sevillano. Faltaban cinco años aún para el fatal desenlace de nuestra poeta. Sin duda es un tema apasionante, pues aunque la poética de Concepción Estevarena, es personal y en nada imita al Genio, es sin embargo casi imposible no encontrar el rastro, la estela luminosa que se desprenden de unos textos, tan cercanos en el modo y la forma de expresar el trasunto poético.  No obstante, no es este el lugar para iniciar un estudio comparativo, el propio lector atento, podrá observar lo aquí esbozado. 

    Ésta selección del libro de poemas “Últimas flores”, libro póstumo y único publicado, de la obra de Rafaela María de la Concepción de la Trinidad Estevarena Gallardo, Concepción  Estevarena, al año de su fallecimiento en Jaca (1876) es una invitación al estudio y revisión de una obra que se atisba en lenguajes y texturas de poesía escrita con mayúscula.

 

Foto de Alex Howitt.

                                                                                                                                                    

LA POETA QUE MURIÓ EN JACA

 

Como tantas veces ocurre, el azar puso en mis manos el único libro de versos de Concepción de Estevarena, la poeta sevillana que murió de tuberculosis en Jaca, a los veintidós años, en 1876. El libro, Últimas flores, se editó en Sevilla al año siguiente y es de una gran rareza. Contaba Jesús Pedro Juanín, uno de sus biógrafos y editores más entusiastas, autor en 1999 de un libro sobre nuestra poeta, El último viaje, que Manuel Giménez Abad, el político jacetano asesinado por ETA, poseía uno de los pocos ejemplares que se conservan de ese libro, que fue el utilizado por Juanín para preparar el suyo sobre Estevarena. Todo en ésta fue romántico: su vida, sus versos y su muerte. Quedó huérfana de madre antes de cumplir los dos años y cuando su padre, hombre severo que le prohibía escribir poesía, murió en 1875, Concepción de Estevarena -que tuvo que pedir limosna para poder enterrarlo- viajó a Jaca a vivir con un pariente suyo, Juan Nepomuceno Escacena, chantre de la Catedral, que la acogió con los brazos abiertos. Antes, en Sevilla, había frecuentado la casa de la poeta Mercedes de Velilla, y en ella conoció y disfrutó de la amistad del escritor Luis Montoto, que prologaría en 1918 las poesías póstumas de ésta. Precisamente sería el hermano de Mercedes, José de Velilla, uno de los más conocidos dramaturgos de la segunda mitad del siglo XIX sevillano, quien escribiría el prólogo para las Últimas flores de Estevarena. En Jaca vivió los últimos once meses de su vida. Cuenta Velilla que un día Concepción fue con Escacena a visitar el cementerio. Al preguntarle éste qué estaba mirando, ella le contestó: “miro cuál de estos nichos me tocará a mí”. Romántica y desdichada hasta el final, escribió en uno de sus poemas jacetanos: “Porque miro dolores y miserias / me pesa haber nacido”. Por quitarse ese peso de encima murió tal vez tan joven.

*José Luis Melero  (Publicado en  Heraldo de Aragón,  3-II-2011).

 

MISTERIO

Silenciosa es la noche: las campanas

con causa y gravedad su voz elevan,

y de las doce el último sonido

al extinguirse en el espacio tiembla.

Un instante no más ha separado

el año que termina del que empieza;

un instante no más, también, separa

la vida humana de la vida eterna.

Un año confundido entre las sombras

en el dormido mundo se despierta;

¡quién sabe lo que guarda en sus momentos!,

¡quién desgarra el misterio que lo encierra!

Para mí, que temblando lo recibo,

¡quién puede adivinar lo que reserva!

Acaso las auroras de sus días

me anuncien horas de amargura inmensa,

y las trémulas horas de sus tardes

noches de afán y luchas como ésta:

noches en que el pasado que ya ha muerto,

el porvenir que mi esperanza crea,

y el presente, que miro con enojos,

como ahora rodarán por mi cabeza.

Tiempo, que has de pasar, yo ambicionara

impulsar con mis manos tu carrera,

y al par es tanto el miedo que me inspiras

que con afán quisiera detenerla.

Año fugaz, que empiezas tu dominio

a la indecisa luz de las estrellas,

lágrimas, risas, ambiciones, luchas,

consigo arrastrará tu indiferencia:

en ti la humanidad, tras de la dicha,

cual siempre, correrá cansada y ciega,

no comprendiendo que el que ciego nace

aunque brille la luz no puede verla.

Así es la humanidad, dueña y esclava:

mas yo, triste de mí, ¿qué soy en ella?

¿Qué es en el huracán embravecido

un leve soplo que en sus alas lleva?

Año, que has de pasar, en tus momentos,

que han empezado a resbalar apenas:

o abrume mi cabeza la ventura,

o mi cuerpo infeliz cubra la tierra.

 

Sevilla, septiembre 1874

 

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