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Antón Castro

EL DESIERTO DEL FIN DEL MUNDO

EL DESIERTO DEL FIN DEL MUNDO

LOS MONEGROS

 

UN HOGAR EN EL CENTRO DE LA NADA

 

 

“No existe, con datos objetivos y contrastados, ninguna otra zona o espacio físico en nuestro territorio nacional, y tal vez en toda Europa, que pueda siquiera compararse a las singularidades, novedades, rareza y riqueza biológicas que hoy están documentadas científicamente de Los Monegros”. He aquí un fragmento final del Manifiesto científico de los Monegros, firmado en 1999 por más de científicos de todo el mundo, preocupados por la conservación de este territorio de horizontes infinitos.

Los Monegros, que es el apócope de Montes Negros, es mucho más que esa imagen tópica de un espacio deslumbrante y turbador, solitario en apariencia y desértico, mayoritariamente desértico, que invita a la meditación y a la pintura al natural, como han demostrado una y otra vez artistas como José Beulas, José Ramón del Río o Aurora Charlo. La poeta Olga Bernad ha elaborado una feliz imagen en esta dirección al decir que este territorio “es una inacabable tortura horizontal de tierra seca”. Sin embargo, Los Monegros son un paisaje variado de contrastes y sobrecogedor: si es un llano en llamas en verano y helado y neblinoso en invierno, es necesario añadir que estas llanuras o estepas tienen barrancos, serranías, bosques y esas lagunas y saladas, donde destaca la de Sarineña, que es la capital de esta comarca que tiene una extensión de 2.764.40 kilómetros cuadrados y que comprende un núcleo de treinta y una poblaciones con poco más de 20.000 habitantes. A la laguna de Sariñena, que copia como un atlas cromático la mudanza incesante del cielo en cada hora del día y de la noche, se asoman las aves migratorias y posee una enorme riqueza de fauna y flora. Los científicos han constatado en Los Monegros la existencia de 5.400 especies biológicas y, más específicamente, de 120 especies de artrópodos nuevos para la ciencia, emparentados con otras especies de Asia Central y Oriente Próximo.

El escritor Javier Arruga ha publicado un libro reciente de viajes por Los Monegros, ‘En el país de los cucutes’ (Mira editores, 2010), el país de las abubillas, y los define “como el lugar más hermoso del mundo”. El mundo es tan ancho y fascinante que parece improbable que la afirmación sea precisa, pero en cierto modo tampoco es exagerada: Arruga es de Perdiguera, una de las poblaciones de la comarca, y su percepción está tamizada por el afecto, por la identificación y por la sinceridad del paseante y del cazador de luces y de sensaciones. Él ha verificado que Los Monegros son un espacio particular, acaso de espejismo y de fábula, casi irreductible, donde convive la modernidad de los nuevos regadíos con la aspereza y con una sensación de estar en el desamparo más absoluto, a las puertas del fin del mundo.

Cuando se alzan los cierzos airados y empujan a las capitanas, esas bolas de matorrales y briznas que van y vienen al capricho de las furiosas corrientes de aire, cuando se desata el aguacero o cuando se ofuscan las neblinas, estos parajes resultan un tanto apocalípticos. Y luego, con la bonanza, bajo esos celajes increíbles, soñados por la paleta de un pintor o por la imaginación desaforada de fotógrafos como Fernando González Seral (quizá el artista por excelencia de la luz de Los Monegros), el ambiente se vuelve tenso y calmo a la vez, y el viajero se queda a solas consigo mismo, sitiado por el silencio y la majestuosidad del llano.

 

Los Monegros son un espacio con leyenda y con historia: han estado habitados desde tiempos remotos, hay restos arqueológicos en abundancia y fósiles, a veces parece que la pintora Georgia O’Keefe se haya inspirado en sus osarios esparcidos, en las sabinas solitarias, en esos rostros de piedra, realmente humanizados, que parecen mirar hacia las nubes. Los Monegros han sido un camino para peregrinos de aquí y de allá, para romeros que desconocían la prisa, y han sido visitados por jinetes de fama, por ejércitos del moro viejo, por criaturas ilusorias como Don Quijote, que atravesó sus secarrales y balsas en dirección a Barcelona, o por aquel “cura de Almuniaced”, que concibió José Ramón Arana para contar el impacto de la guerra civil en un lugar como Monegrillo. Y han sido el territorio de escaramuzas del bandido Cucaracha, Mariano Gavín, nacido en Alcubierre, que se movió a sus anchas entre 1870 y 1875: atemorizaba a los poderosos y repartía dinero con los pobres hasta que fue atrapado y tiroteado por la Guardia Civil. Su historia ha sido uno de los grandes éxitos de Los Titiriteros de Binéfar, distinguidos con el Premio Nacional de Teatro.

En suelo monegrino, en Poleniño, murió tras una letal lanzada Alfonso I ‘el Batallador’ (1073-1134), ese monarca melancólico que miraba el mundo con escepticismo tras haber vencido una y otra vez a los moros y haberles arrebatado Zaragoza y Huesca; en Bujaraloz, en pleno páramo limpio, nació el cosmógrafo Martín Cortés (1510-1582), autor de ‘Breve compendio de la esfera y del arte de navegar’, que fue un manual de la Armada Invencible y se utilizó hasta anteayer prácticamente. Y en Villanueva de Sigena vino al mundo el sabio e iconoclasta Miguel Servet (1511-1553), impresor, médico, teólogo, geógrafo y, ante todo, un defensor de la libertad de conciencia y de la libertad de expresión; murió en la hoguera en Ginebra como consecuencia de sus ideas sobre la Trinidad y el bautismo expresadas en su libro ‘Restitución del Cristianismo’, que tanto disgustó a Juan Calvino.

En cierto modo, en esta inicial travesía casi a salto de caballo por la historia con nombres, nos hemos ido hasta uno de los límites de Los Monegros: las tierras sijenenses, donde se asienta quizá la joya del patrimonio arquitectónico de toda esta zona como el monasterio de Santa María Reina, femenino y de estilo románico con transición al gótico y al cisterciense, fundado en el siglo XII. Posee valiosa pintura mural y una techumbre mudéjar que justifican este viaje no demasiado largo; antes de ser incendiado en la contienda bélica del 36 era más espectacular. También en Villanueva está la Casa Natal de Miguel Servet, convertida en museo y sede del Instituto de Estudios Sijenenses.

Este conjunto artístico y monumental es el más relevante de Los Monegros con la Cartuja de las Fuentes, que pertenece al municipio de Sariñena y que está a once kilómetros del casco urbano y muy cerca también de Lanaja. Fundado por los Condes de Sástago en 1507, estaba dedicado a la Virgen de las Fuentes. Fue reconstruido en el siglo XVIII y allí vivió y pintó fray Manuel Bayeu, cuñado de Francisco de Goya, que también pintó en el monasterio de Sijena y en el santuario de Farlete. Ahora suele abrir los domingos y es una visita obligada: campa en medio de la nada, murado y señorial, como una mansión decrépita de ladrillo de otros días de gloria.

Los Monegros están situados entre la Hoya de Huesca, el somontano de Barbastro, más exuberante y rico en viñedos, el Bajo y el Medio Cinca, y las tierras zaragozanas regadas por el Ebro. En realidad, este secarral tan peculiar está surcado por tres ríos: el Cinca, el Gállego y el Ebro. Podría decirse que empiezan a unos cincuenta kilómetros de Zaragoza y que si tomamos en dirección a Perdiguera, donde está el célebre Monte Oscuro de 812 metros de altitud que impresionó a Orwell, recorreríamos pueblos como Leciñena, Alcubierre (que ahora posee un atractivo campo de regadío), Lanaja o Sariñena; si tomamos la dirección de Aljafarín y Bujaraloz nos encontramos con Farlete, Monegrillo, Castejón de Monegros, La Almolda...

En ambas direcciones hay que salirse de las vías principales e internarse por las carreteras secundarias para asomarse a Tardienta, a Grañén, a Lalueza, a Capdesaso, a Torralba de Aragón o, entre otras localidades, a Robres, que se ha significado en los últimos años en la vindicación de la memoria de la guerra civil y de algunos de sus visitantes más célebres como Georges Orwell, la enfermera y escritora Agnes Dogson o el fotógrafo Robert Capa, que tomó muchas fotos en el Frente de Aragón. La comarca de Los Monegros, en complicidad con el programa ‘Amarga Memoria’, ha realizado una importante labor en la recuperación de los escenarios de las batallas, de los búnkers y de las trincheras.

Si elegimos la dirección del sur, podríamos salir a Peñalba, a Valfarta, Albalatillo o Sena. En realidad, Los Monegros invitan al extravío, al merodeo: el viajero debe internarse en los pueblos y en los caminos, muchos de ellos perfectamente señalizados. Pero, en el fondo, lo mejor es dejarse ir: seguir las calzadas, las pistas, y empezamos a darnos de bruces con lo que andábamos buscando: esos farallones de piedra que parecen tener rostros humanos, como sucede con ‘abuelo Marcén’ en La Gabarda, cerca del embalse del mismo nombre; esos senderos que avanzan sinuosos hacia la sierra o los bosques como ocres culebras; esas colinas y peñascos con fardachos (lagartos), águilas reales, zorros; las sábanas inagotables de matorrales que condensan la soledad, el olvido y el paso del tiempo.

Hay que dejarse ir hacia los distintos pueblos, algunos de colonización, que tienen aroma mudéjar o el aroma silvestre a tomillo y romero, manzanilla y sabina del paisaje. A veces, hay tantas direcciones que el propio paisano tira del sentido del humor y de la somardería: “Se perderá, señor. Camino no hay”. En realidad, Los Monegros son el camino. Aquí se celebra todos los años, desde 1994, el Monegros Desert Festival, entre Candasnos y Fraga, y es todo un acontecimiento mundial en el campo de la música electrónica. En su paleta de estilos se encuentran el techno, el hip-hop, drum anb bass, minimal, y proliferan todos los años los disc jockeis.

El llorado José Antonio Labordeta rindió homenaje a estos solares con un poemario, ‘Monegros’, y como actor de un documental de Antonio Artero. Resumió: “De esta tierra hermosa, dura y salvaje, haremos un hogar y un paisaje”.

 

*Todas las fotos son de Fernando González Seral, el fotógrafo por excelencia de Los Monegros con parada y paisaje en Leciñena.

2 comentarios

Concha García -

Las fotos saben a poco, pero me encanta su repertorio de adjetivos. Ha sido un placer e iré a ver si encuentro el libro de Javier Arruga.

José Luis Ríos -

Creo que tienes razón en casi todo lo que comentas sobre Los Monegros, Antón.

Un abrazo