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Antón Castro

JOSÉ LUIS MELERO: UN DIÁLOGO SOBRE 'ESCRITORES Y ESCRITURAS'

Pepe Melero, retratado por Vicente Almazán.

 

José Luis Melero Rivas (Zaragoza, 1956) publica ’Escritores y escrituras’ (Xordica, 2012) y lo presenta esta tarde, lunes 12, a las 19.30, en el Teatro Principal en un acto que organiza la librería Los Portadores de Sueños. En esta entrevista (en Heraldo se ofrece hoy una amplia síntesis) habla de las claves de un libro que avanza por "las carreteras secundarias de la literatura". Acompañarán a José Luis Melero dos de sus mejores amigos: Luis Alegre e Ignacio Martínez de Pisón.

"Soy un escritor de esos a los que les gustan

los márgenes, los arrabales, los caminos no trillados"

Pepe Melero, por Pepe Cerdá.

 

-¿Sería ‘Escritores y escrituras’ la segunda parte de ‘La vida de los libros’ (Xordica, 200) o es un libro distinto?

Es verdad que nace del mismo tronco que ‘La vida de los libros’ (las columnas que publico semanalmente en Artes y & Letras de ‘Heraldo de Aragón’), pero mis libros son todos diferentes, porque hablo de cosas diferentes, de autores diferentes, de personajes diferentes. En ‘La vida de los libros’ contaba anécdotas de Juan Ramón, Enrique Líster o Juan Benet y ahora aparecen Villalón, Cajal o Jarnés. Me interesan tantas cosas y tan dispares que nunca uno de mis libros se parece a otro.

-¿Cuál es la razón de este libro? ¿Cómo lo definiría?

Es el libro de un enamorado de la vida, que igual disfruta con los libros viejos que con los nuevos, que no se avergüenza de que le guste el fútbol (bueno, en realidad solo el Zaragoza) o la jota aragonesa, que no cree que recordar el diccionario aragonés de Mariano Peralta sea provinciano y hablar de la chilena Teresa Wilms cosmopolita, sino que ambas cosas sirven si nos ayudan a ser felices. Es el libro de un lector sin prejuicios, abierto al mundo.

- ¿Qué porción hay aquí de de erudición, de búsqueda, de divertimento, de literatura del ‘corazón’?

Mis libros son el resultado de muchos años de lector. Y como nunca he leído por obligación (cosa que sí les sucede a los críticos y a muchos profesores universitarios) sino por placer, en ellos creo que se percibe siempre que me he divertido, que he disfrutado con los libros, que he leído en cada momento lo que me ha venido en gana sin importarme las modas, los intereses editoriales o la necesidad de prestar atención a los saberes codificados. Los manuales nos dicen que hay que leer a Lezama Lima, pero si a mí me aburría -que me aburre-, pues leía los cuentos de Macedonio Fernández, que me apetecían más, y tan amigos.

- En un determinado momento se confiesa fetichista. ¿De qué en realidad?

Siempre he sido fetichista. Me gustan las primeras ediciones y los libros que llevan dedicatorias autógrafas, y también me gusta guardar la correspondencia, los originales o los objetos personales de mis amigos y de mis escritores y personajes admirados. Pero esto es tan viejo como el mundo: Zuloaga guardaba en su casa de Zumaya -lo acaba de contar García Guatas- fragmentos de la capa con que se amortajó a Goya y unas cuentas del rosario que pusieron en las manos del artista, Azorín robó un botón de la levita de Larra, Truman Capote presumía de poseer un pisapapeles de Colette y Javier Marías compró en una subasta una pitillera de Conan Doyle. Yo también tengo mis pequeños tesoros. Solo hablaré de uno, aun a riesgo de parecer presuntuoso: conservo las botas y una camiseta de mi admirado José Luis Violeta, “El León de Torrero”. Ese tótem protege mi inflamado zaragocismo en los momentos más difíciles.

-También dice que es un pésimo bibliófilo... ¡Nadie lo diría!

Los bibliófilos ortodoxos suelen tener un perfil coleccionista, no acostumbran a leer los libros que compran y sienten predilección por una tipología de libros que a mí no me interesa nada. Yo me siento muy alejado de los intereses de los bibliófilos tradicionales. Me gustan mucho los libros humildes, me interesan más las ediciones del siglo XIX que casi cualquier libro del siglo XV y nunca compro un libro que no piense que voy a leer. Aunque, desgraciadamente, nunca alcanzo a leer desde luego todos los libros que compro.

En este terreno de las memorias revela algo de lo que sabíamos poco: las memorias del arquitecto Fernando García Mercadal, al que Agustín de Foxá llamaba “enano”. ¿Cómo son en realidad? Hablas de quimeras de amor... También da a entender que te vuelven locos los ‘Diarios’. ¿Qué hay ahí de especial para usted?

Fernando García Mercadal escribía unos pequeños folletos que editaba en Navidad y con los que felicitaba las fiestas a sus amigos. Hacía ediciones no venales de 100 ejemplares numerados, que naturalmente él costeaba, y los firmaba solo con sus iniciales: F.G.M. El primero de ellos, Vía Estrecha (De mis memorias), de 1947, es un compendio de textos memorialísticos llenos de gracia, inteligencia y una pizca de desvergüenza. Es verdad que siempre me han interesado mucho las memorias y los diarios, en general lo que se conoce por la ‘literatura del yo’, los ‘egodocumentos’. Muchos autores le han dedicado al género algunos de sus mejores libros: Baroja, Ruano, Cansinos, Trapiello, García Martín, Sánchez-Ostiz, Sanmartín, Ordovás...

Cita, en sus manías como lector, que tiene cuadernos de lector desde 1981. De ahí derivan dos artículos: ‘Apuntes’ / I y /II. ¿Cómo son de verdad esos cuadernos, qué hay en ellos? ¿Están escritos a lápiz, con tinta, hay dibujos, pega algo...? ¿Es maníaco, obsesivo, pulcro, buscas la perfección, la claridad?

Lo que escribo en mis cuadernos no se me olvida nunca. Por eso suelo tomar notas de algunas de mis lecturas. Tengo cuadernos en los que escribo a lápiz (los que utilizo como borradores) y otros, ya los definitivos, en los que escribo a tinta con mi letra de amanuense. Pero no tengo tiempo de apuntar todo lo que quisiera. Ya hago bastante con conseguir sacar unas horas para la lectura.

Cita a Miguel  D’Ors, quien decía que “la felicidad consiste en no ser feliz y que no te importe”. ¿Cómo se hace feliz a un bibliófilo como usted, aunque uno no sea Naomi Watts, a quien le declaras tu amor?

No sé si Naomi Watts me consentiría todo lo que me consiente mi mujer, así que, por si acaso, prefiero quedarme como estoy. Y, siguiendo con el humor, si quieres hacerme feliz como bibliófilo no tienes sino robarle a Vargas Llosa la primera edición de ‘Madame Bovary’, que sé que la tiene, y regalármela a mí… para celebrar un gran triunfo del Zaragoza. Te lo pongo difícil para no violentarte demasiado.

Hablando de mujeres. Hay muchas. Por ejemplo: Eva Duarte, a quien le escribieron unas horribles memorias y acuña la expresión ‘Palabra de honor’ aplicada al escote.

La autobiografía que le escribieron a Eva Duarte es solo una apología del peronismo, pura propaganda del populismo justicialista. El tono grandilocuente la hace insoportable: “Creo que nací para la Revolución. He vivido siempre en libertad. Como los pájaros siempre me gustó el aire libre del bosque”. Y todos sabemos que cuando se oye a la mujer de un general hablar de revolución, lo mejor es salir corriendo. Cuando visitó a Franco en 1947 salió a hablar a la multitud congregada en la Plaza de Oriente embutida en un abrigazo de pieles que tenía de revolucionario lo que Carmen Martínez-Bordiú de marxista-leninista. A Eva Duarte se le debe la expresión “escote palabra de honor”. Un día que llevaba un modelo con un escote que prescindía de tirantes, el presidente Perón le preguntó preocupado si aquello no se caería. “Palabra de honor”, fue la respuesta de Evita, y así se llama desde entonces ese tipo de escote. Tal vez su mejor legado.

Otra mujer, Ava Gardner. En casa tiene su retrato de 1955 y habla de dos anécdotas memorables...

Sí, tengo la fotografía que le hizo Luis Mompel en la plaza de toros de Zaragoza. Parecía una diosa. Mi amiga Genoveva Crespo se la pidió a Mompel para mí y éste me la regaló dedicada. Esas anécdotas que cuento se refieren al famoso cólico nefrítico que la actriz sufrió en Madrid, en su suite del Hilton, una noche de abril de 1954. Se dice que Hemingway llevó colgada del cuello durante años una de las piedras que la Gardner expulsó del riñón, y cuando le afeitaron el pubis tuvieron que hacer un sorteo en el hospital porque todos querían quedarse con un mechoncito.

 ¿Quién fue Teresa Wilms?

Teresa Wilms fue una escritora chilena, tan bella como estrafalaria, a la que Gómez de la Serna inmortalizó en La sagrada cripta de Pombo y a la que recordaba bebiendo ajenjo en su tertulia. Escribieron también sobre ella Vicente Huidobro, Juan Ramón Jiménez, Cansinos, Valle Inclán… y la pintó Romero de Torres. Se suicidó con solo 28 años y dejó un breve diario, escrito entre Londres, Liverpool y Madrid, que se publicó al año siguiente de su muerte, en 1922: Lo que no se ha dicho.

Este es el libro donde rinde homenaje, entre otros, a Jesús Moncada, Ildefonso-Manuel Gil, José Antonio Labordeta y Félix Romeo. Explíquenos en dos líneas por qué y qué significó cada uno para usted.

Labordeta y Félix fueron dos de mis grandes amigos, dos auténticos fueras de serie, de los que todos aprendimos mucho. No hay día que no los recuerde. Ildefonso estuvo también siempre muy cerca de mi corazón y sé que él también me llevaba en el suyo. Con Moncada tuve una relación más epidérmica pero no menos intensa. Lo conocí a través de Ramón Acín  y me empeñé en que se sintiera uno de los nuestros. Si no lo logré estuve muy cerca de hacerlo. También hay homenajes a otros escritores y amigos muertos: Luciano Gracia, Miguel Luesma… Escribir sobre los amigos desaparecidos no solo es una necesidad personal: es un deber de justicia.

En el libro hay algo de literatura del corazón: por ejemplo todo lo que te contó Ildefonso Manuel gil sobre aquella Germaine y aquella Rosa Arciniega que amaba Benjamín Jarnés...

Hay amables confidencias, la confesión de algún secreto, información menuda y de primera mano…, pero nada de cotilleos literarios ni cosas por el estilo.

¿El patetismo y la desmesura son rasgos de los escritores ratos, bohemios o de casi todos en general?

El patetismo y la desmesura son propios de los escritores patéticos y desmesurados. Y esos los ha habido en todos los ámbitos, entre bohemios y entre quienes no lo han sido. En el libro ironizo sobre Luis Goytisolo, que no es precisamente un bohemio pero sí me parece alguien desmesurado.

¿Cuál es la presencia de Aragón en estos artículos?

La presencia de Aragón es muy importante en mis libros. No puede ser de otra manera en alguien que se siente aragonesista desde siempre. Aproximadamente la mitad de los textos del libro están relacionados de una u otra forma con Aragón. Escribir sobre José Oto o Carmen de Lirio y hacerlo también sobre Pere Gimferrer o Manuel Machado me parece una forma de estar en el mundo muy saludable.

¿Qué lugar ocupa el humor en sus textos? Y añado [a la manera de Javier Marías:] ¿qué tipo de escritor vendrías a ser usted?

Los escritores solemnes, esos que se toman tan en serio que el humor les parece una frivolidad, son muy aburridos. Ya que hablas de Marías, por ejemplo, en ‘Los enamoramientos’ los mejores momentos van unidos al tono humorístico con el que se presenta el cameo de Francisco Rico. Por lo demás, soy un escritor de esos a los que les gustan los márgenes, los arrabales, los caminos no trillados. En general, todo lo que no está en el canon.

Tiene más de 30.000 libros y llega velozmente el orbe digital, el libro electrónico, etc. ¿Cuál será el destino de los libros en papel y cómo se plantea el nuevo estado de cosas?

El libro electrónico es como las muñecas de los sex-shops, como aquella muñeca de Berlanga en ‘Tamaño natural’: útil y práctico para sus fines, sin duda; pero falto de alma y de encanto. El sexo, de verdad; y los libros, de papel.

 

2 comentarios

Elías -

Ya lo dije una vez: dos grandes -Pepe y antón, Antón y Pepe, tanto monta...- entre libros, acierto seguro. Y el remate de la entrevista, para enmarcar.
Abrazos.

Jesús -

Coincido con el comentario de José Luis Melero.El libro físico como el disco de música físico trascurrido el tiempo es más memorable y lo relees o reescuchas con más afán y atención.