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Antón Castro

PACO RUBIO EL TAXISTA: TRES POEMAS

PACO RUBIO EL TAXISTA: TRES POEMAS

Hace unos días, en el Día del Libro, me encontré con Paco Rubio, el poeta taxista. Me dijo que trabaja en un nuevo poemario. Le pedí que me mandase algunos versos de ese proyecto. Y esta noche, en medio de la lluvia y tras la victoria de Real Zaragoza, poco después de enterarme de la muerte de José Miguel Ullán, recibí un puñado de versos con sus apostillas. Selecciono unos cuantos y los coloco aquí. La foto es de Hataiiia Hataiiia.

 

 

MEMORIA REPETITIVA

 

Hoy he vuelto a tu calle...

Sería más justo decir

que he vuelto a volver.

 

Cada retorno alimenta

mi desastrosa memoria

con una gris letanía;

como un recitar mecánico:

“Victorioso vuelve el Cid

de San Pedro de Cardeña…”,

en que no sabes del Cid,

ni por qué Pedro fue santo,

ni qué coño hacía en Cardeña.

 

Pero aprendo al repetir.

Por eso vuelvo y vuelvo.

Ya me sé todos los balcones

dónde nunca se hielan los geranios;

los alcorques donde los plátanos

se van inmunizando lentamente

contra el acre veneno de los perros.

 

Me sé ya de memoria, por verlos desde siempre,

los baches de la acera y las mesas de tus bares;

el rostro de los niños quedándose en su infancia.

y el gesto de los viejos quedándose tan solos.

 

Todo cuanto repito lo aprendo de memoria.

Por eso vuelvo y vuelvo.

 

Cada día las esquinas de tu calle,

tu pelo hilvanándose en el viento,

los trescientos metros hasta perder tu ventana…

 

Así, de nuevo cada día,

te pierdo.

Y así, cada noche,

entre abrazos físicos o químicos,

repito mi ejercicio de amnesia dolorosa...

... y te olvido

 

Sin embargo,

por mucho que te olvide cada noche,

no consigo olvidarte de memoria.

 

 

A veces uno tiene la extraña y estúpida convicción de que el desamor puede gastarse de tanto usarlo. De que el instinto de supervivencia del ser humano permitirá al olvido salir a flote.

 

SUITE DE OTOÑO EN SOL MAYOR DE BACH

 

Sobre el asfalto se arremolinan

miles de otoños secos.

Casals, desde la tarde eterna

de otro noviembre más,

se ha puesto a parirme luces.

 

La calle, llena de perros ausentes,

tiene un tibio olor a soledades

esperando teñirse de azaleas.

Los chopos, ya desnudos,

han llenado el cielo de varices.

 

La fiesta de la muerte

sería muy triste en primavera.

Demasiado almíbar en maceta,

demasiada luz para encontrarse,

demasiados trinos para un silencio.

 

El otoño lleva el luto aliviado

de una muerte tranquila,

sementera de vida,

un billete hacia adentro

para pudrir miradas gastadas.

 

No es triste el otoño pero…

Qué sería de él, me pregunto,

sin la magia de una suite

a viloncello solo senza basso,

que llevarse al alma dolorida.

 

Me gusta el otoño. Puede que haya algo de verdad en eso de que el otoño es la estación más poética. Lo que sí es cierto, para mí al menos, es que el otoño es la estación en la que mejor suena el chelo.  Incluso puede que el otoño no existiera plenamente un chelo sonando de fondo.

 

 

SOLO DE TARDE EN TARDE

 

Melancólica y despoblada,

la tarde se desmaya en el camino

que los plátanos tiñeron de canela.

 

Una tramoya arbórea descarnada

ambienta de frío el escenario

y un superviviente bululú

declama, con lengua de pingüino,

pasajes inéditos de Hamlet.

 

Supongo que no es mala tarde

para un suicidio de delfines.

 

Detrás de los telones cara-vista,

presiento, tal vez por mi consuelo,

un mudo recital de soledades,

una catarsis de risas programadas;

compulsa mascarada del presente.

 

La soledad no se esculpe en primavera,

la soledad se cultiva en lo muerto,

en los pájaros que migran desalados,

en los blues a palo seco y por la espalda,

en un grafito, impreso de alcanfor,

sobre una lengua, incapaz de todas-todas,

para olvidar la textura de su cuello.

 

A menudo,

de las ramas desvalidas,

se descuelga hasta el paseo

una ausencia hiriente de trinos

y mis pasos vuelan los recuerdos

del bazo crepitar de la hojarasca.

 

Sólo de tarde en tarde

me siento solo a menudo.

 

 

Hay solitarios vocacionales. Los realistas, tal vez. Solitarios que se regocijan en su soledad cuando el resto de los mortales más hacen por vencerla. Este poema es fruto de  una reflexión mientras caminaba por el paseo de Colón de Zaragoza. La tarde del día de Nochebuena comenzaba a convertirse en noche y muchas casas comenzaban a llenarse de artificios para la felicidad.

Hay solitarios vocacionales a quienes, de cuando en cuando, les resulta inevitable tomar conciencia de su soledad.

Nota: Disculpa la petulancia. Bazo está empleado en su primera acepción.

 

2 comentarios

Tony -

No manches ni al Cid ni a Cardeña, payaso

Paco Rubio -

Únicamente para mostrarte mi agradecimiento por la publicación de los textos.
El honor y estímulo que ello representa no tienen precio.
Un abrazo.