Blogia
Antón Castro

RAMÓN GIL NOVALES: UN DIÁLOGO CASI URGENTE

RAMÓN GIL NOVALES: UN DIÁLOGO CASI URGENTE

El escritor oscense, distinguido con el Premio de las Letras Aragonesas de 2008, repasa su vida, su trayectoria y su especial vinculación con el territorio que le vio nacer en 1928

Ramón Gil Novales (Huesca, 1928) ha sido distinguido con el Premio de las Letras Aragonesas 2008 por una producción que comprende traducciones, relatos, novelas y piezas de teatro. Se trasladó a Barcelona en 1955 y allí ha realizado una obra variada que nunca ha perdido asideros con Aragón.

¿Qué se siente más: narrador, traductor, dramaturgo…?

En realidad, me veo un poco de todo, puesto que todo lo he tocado diré que con fervor mientras lo tocaba. ¿Qué me siento más? No sabría decir. Prácticamente todo, no he hecho más que eso: escribir y traducir. Es decir, después del Bachillerato en Huesca, en el instituto Ramón y Cajal, y tras la obtención del título de maestro, que también se hacía en mi ciudad, la verdad es que me escapé de Huesca en los años 50; años malhadados para todo el país. Y empecé ya a traducir para Seix Barral en Barcelona y la verdad es que no he parado. Luego trabajé en Plaza & Janés, durante años como fijo y he hecho informes para las editoriales. En fin, la verdad es que he hecho casi todos los trabajos propios de una editorial.

Ha traducido alrededor de 50 libros. ¿Cómo ha sido esa experiencia y cómo ha condicionado su propia obra de ficción?

Lo primero que hay que decir es que las traducciones en este país están pésimamente pagadas. Eso es una cosa que sigue siendo verdad. En segundo lugar, el hecho de traducir es literariamente muy importante para el que aspira a ser escritor. Es un ejercicio de barras, como puede ser el de un bailarín, porque es desmenuzar un idioma y montarlo en otro. Pero hay que captar -si es posible, y si no es posible, no es buena la traducción-, no solamente el contenido externo sino otra cosa mucho más difícil que tienen los idiomas: el ritmo, el sabor, esa especie de corriente interna que todos los idiomas tienen y que todos los grandes escritores llevan consigo porque hay una equivalencia entre su estilo y ese rumor primigenio donde ha aprendido la fuente, donde ha aprendido el hontanar, palabra maravillosa en castellano.

Eso quiere decir que ha disfrutado, sufrido y descubierto el castellano con muchos autores...

Mire, hay dos experiencias: una, que es la general, y es que en el hecho de traducir se pasa mal porque ’traduttore tradittore’ es cierto, siempre falta algún matiz, siempre hay algo que dices: "no termino de llegar a esto"; eso por un lado. Por lo tanto, el trabajo no es agradable. He dicho antes que tampoco lo es económicamente. En cambio, hay una cosa verdaderamente positiva y es que te das cuenta de que puedes con tu propio idioma, en el mejor de los casos, y que utilizando tu propio idioma puedes captar la esencia de otro escritor que ni siquiera conoces. El castellano es un idioma extraordinario, riquísimo. Nunca me ha ocurrido no encontrar una palabra castellana, la he tenido que buscar porque yo no la sabía, pero estaba.

¿Qué escritor le ha hecho más feliz al traducirlo? ¿Con cuál ha tenido la sensación de que era una experiencia más rica?

Posiblemente, aquí tendría que aplicar un poco la nostalgia, posiblemente con los que empecé. Por ejemplo, Henry Miller, ’El coloso de Marusi’ (1970). Aparte de que es un libro interesantísimo, importantísimo en la obra del autor, es que me ayudó mucho a comprender qué es un estilo literario en un escritor completo. Miller lo tenía. Luego nos escribimos, yo tengo un disco de él, tengo cartas. ¿Qué por qué no han visto la luz? Porque cuando murió nadie me las pidió y las sigo teniendo en el cajón, sencillamente.

Usted, en el campo de la ficción, empezó como dramaturgo. Le interesan muchos temas de Huesca, temas de Aragón, ha escrito sobre Antonio Pérez, secretario de Felipe II; ha escrito una especie de ’Muerte en la catedral’, a la manera de T. S. Eliot, sobre el inquisidor Pedro Arbués...

’La conjura’, sí. Muchas veces pienso que nunca he salido de Aragón, que literariamente nunca me me fui de Aragón. No quiero decir que todas las fuentes y únicas sean las aragonesas ni mucho menos, pero los paisajes, el idioma, sobre todo el idioma; esas acepciones, esos aragonesismos que tanta riqueza acumulan y dan al idioma común que es el castellano. Y luego, pues, la verdad es que yo había escrito, en intentos de acabar de una obra de teatro, en lecturas que iban desde Benavente hasta William Shakespeare, intentando imitar lo que no llegaba, claro. Pero por alguno se empieza. Yo empecé por Jacinto Benavente.

La obra suya que muchos querríamos ver es la historia ver es la historia de Pedro Arbués, ¿cree que se llevará alguna vez a escena?

Para mí sería una cosa formidable. Pero después de tanto tiempo que ha esperado no tengo ninguna esperanza. La verdad es esa. Además le digo una cosa: creo que es una obra muy difícil de hacer, que necesita unos grandes actores y un gran director que recree ese mundo y yo no los veo. Supongo que están, pero no los veo.

Pasemos del teatro a sus novelas. Cuando se habla de usted, las referencias que se le ponen serían Henry Miller, William Faulkner, un poco esos escritores a los que les preocupa la forma, la lengua, la textura, la atmósfera, los seres humanos. ¿Dónde se sitúa usted?

Yo me veo o me quisiera ver escribiendo bien. Sencillamente, escribiendo bien. No escribiendo exageradamente bien, porque tampoco es esa mi ambición, pero escribiendo bien, sí. Quiero decir, por supuesto, correctamente, pero con un poco más, con algún matiz, con alguna cosa personal; con un estilo propio, más o menos bueno, pero propio. Son muchos los maestros literarios escritores en los que te quisieras ver reflejado, pero yo no señalaría a unos cuantos, porque yo creo que la influencia es general, de todos ellos. Porque no todos las obras de todos los escritores son para imitar. Hay que imitar algunas obras de algunos escritores extraordinarios, y eso es lo que te da aprendizaje, eso es el aprendizaje, en una palabra.

¿Cómo conviven en usted la idea del cuento y la idea de la novela? Sus novelas son caudalosas, sus cuentos tienen otra estructura más ceñida, son más próximos a Julio Cortázar...

Yo lo que creo es que el género del cuento es dificilísimo, a mí me causa enorme extrañeza que todo el mundo comienza a escribir escribiendo cuentos, cuando es lo más difícil que hay. El cuento, la poesía e incluso el teatro requieren una síntesis extraordinaria. Es decir, si se puede decir con cuatro palabras, no hay que poner ocho; es así. Hay un magnífico ensayo de José-Carlos Mainer, que dice unas cosas muy bien vistas: dice que es mucho más importante lo que no se cuenta que lo que el lector lee. Es verdad.

Esa es la teoría de Antón Chejov o de Ricardo Piglia también. ¿Qué ha significado en su trayectoria esa ambiciosa novela de la emigración: ’La baba y el caracol’?

Sí, también. ’La baba del caracol’ surge en los años 70 y 80 y es un fenómeno trágico para la historia de Aragón: la emigración. Gran parte de esa emigración se dirigió hacia Cataluña y se estableció en Cataluña y esa es la inmigración que yo he conocido. En realidad, yo he sido también un emigrante en ese aspecto. Entonces, me interesó enormemente pintar esa comunidad emigrada en un sitio concreto que es Cataluña, y más concretamente, Barcelona.

Desarrolló en ese texto extenso una idea de novela muy totalizadora, casi una novela fundacional o mítica, ¿no?

Había un intento de hacer una novela, ya es extensa, pero es que la emigración tiene muchos recovecos, mucha historia y mucha historia interna, escondida, que había que sacar. Las causas de esa emigración: cómo reaccionan esos emigrantes al cabo de los años, cuál es la nostalgia o la suma de nostalgias que acarrea el no vivir en el sitio donde uno ha nacido, etc. Era ambiciosa, sí.

Su última novela es ’Mientras caen las hojas’ (Prames, 2008) que es su segunda novela de la Guerra Civil, su novela de la memoria oscense, pero también es la novela de la búsqueda de su padre. ¿Cómo surgió?

Yo pertenezco a una generación que vivió la infancia en Guerra Civil y eso nos marcó tremendamente. Entonces, durante años, pasa el tiempo y te vas diciendo "yo tengo que escribir una novela sobre la Guerra Civil", pero nunca escribes la novela sobre la Guerra Civil en tu casa, que es una casa en circunstancias muy especiales, porque la Guerra Civil, en una ciudad sitiada durante 22 meses no ocurrió más que en Huesca. Eso crea unas circunstancias excepcionales también. Vas postergándolo, vas pensando que tienes que hacerlo hasta que un día explotas. Entonces surge una novela rapidísima pero es que está muy pensada, está muy sentida, está muy malherido uno de esa novela aplazada durante años.

¿Cómo han condicionado Huesca y Aragón en su vida y obra?

Totalmente. Desde el estilo hasta el lenguaje, el humor... Yo no olvido a Baltasar Gracián, pero tampoco la charla de la calle, que es muy importante, siempre y cuando no se pretenda hacer un aragonesismo barato porque entonces te pondrás a hacer letras de jota mala.

¿Cabe hablar de influencia aragonesa?

Es una influencia total, absoluta, completa. Los paisajes y esas primeras impresiones infantiles, un escritor los arrastra toda la vida. Mi infancia fue una infancia rica y trágica, no personalmente, que fue muy feliz; pero como localidad donde se desarrolló la guerra sí que fue muy terrible.

Ha citado a Gracián, pero ¿qué otros escritores aragoneses le han interesado? No sé si tiene una vinculación con Sender o Jarnés...

Seguirlos, conocerlos, sí, a todos los escritores aragoneses. Fijarme en especial en uno determinado, no, en ninguno. Pero que me hayan influido, por supuesto, todos. Es lógico, han mamado de las mismas fuentes, por lo tanto tendremos que compartir algo común. Las fuentes son las mismas: el idioma.

¿Cómo ha sido la relación entre los dos hermanos Alberto y Ramón Gil Novales, el historiador y el literato, el científico y el escritor, si me permite decirlo así?

Pues fraterna, como hermanos. A mí mi hermano Alberto me ha influido mucho y bien. Yo empecé a leer porque veía que mi hermano leía y no entendía que mi hermano, que era un hombre inteligente, leyera, cuando yo salía a tirar piedras o a hacer el gamberrete por la calle. En segundo lugar, de una manera que todavía no he entendido, mi hermano ha escrito bien siempre. No sé dónde aprendió, siempre ha escrito bien y yo no. Cuando escribía yo no escribía bien, le pasaba lo mal escrito a mi hermano y me decía "esto no", y yo volvía, tenía que insistir. Es decir, era descorazonador, pero fundamental. Mi hermano Alberto ha sido, como ve, decisivo en mi vida y en mi aprendizaje.

¿Qué ha significado o qué significa para usted el Premio de las Letras Aragonesas 2008?

Como premio, y ya es importante que a uno lo premien, hace gracia; si encima te lo da la gente de casa, pues miel sobre hojuelas. Estoy muy contento, muy satisfecho. Es un premio único, es un premio que tenemos pocos aragoneses y yo tengo ya muchos años y estoy muy satisfecho. Muy feliz.

Un escritor en dos tiempos. Ramón Gil Novales recibió el premio de las Letras Aragonesas el pasado 20 de abril en el Museo de Zaragoza.

 

Vida de un hombre de letras

Ramón Gil Novales recibió el máximo galardón de las Letras Aragonesas por "su dedicación al cuento, a la novela, al teatro y la traducción, siempre en el marco de una profunda reflexión moral y en un lenguaje evocador, depurado y preciso". Ramón es hijo de Ramón Gil, funcionario de la Diputación oscense nacido en Boltaña, y de Concha Novales, maestra e hija de un vendedor de alpargatas que se había ido a hacer las Américas. El escritor nació en la calle Cabestany, oyó en la niñez las descargas de fusil que ejecutaban a las gentes en las tapias del cementerio. Estudio en el Instituto Ramón y Cajal, y luego en la Escuela Normal de Huesca, donde realizó Magisterio. Desde muy joven, le interesaron los idiomas, fue compañero del joven Michel del Castillo, futuro autor de ’Tanguy’ o ’El tiovivo español’, que fue recogido por la familia Sánchez Tovar en Huesca. Con el veneno de la literatura en el cuerpo, en 1955 se trasladó a Barcelona. Allí, de inmediato, iba a realizar su sólida carrera de escritor: en 1957 tradujo ’El coloso de Marusi’ de Henry Miller. Luego ingresó en el sello catalán Plaza & Janés, y alternó la labor de supervisión editorial y corrección de textos, con la creación literaria (también estrenó varias piezas de teatro y redactó guiones y adaptaciones para la televisión) y la traducción; ha vertido al castellano a Miller, Virginia Woolf, Hanna Arendt o Peter Brook. Frecuentó a Jaime Gil de Biedma, a Carlos Barral, a los hermanos Goytisolo, y a personalidades como Gabriel Jackson. Algunos de sus títulos más importantes son los relatos de ’El sabor del viento’ (Guara, 1988; reeditado en 2005 por Montesinos con otros cuentos); las novelas ’Voz de muchas aguas’ (Seix Barral, 1970), ’La baba del caracol’ (Guara, 1985) y ’Mientras caen las hojas’ (Prames, 2008). El Gobierno de Aragón, con motivo de su máxima distinción literaria, le ha publicado la pieza teatral ’La urna de cristal’. Señala Ramón Gil Novales: "La obra es un intento de hacer la tragedia griega en moderno. Es decir, es la Guerra Civil a través de ’La Orestiada’. Un estudio sitúa y localiza todos los personajes del libro con respecto al original griego de ’La Orestiada’, la trilogía de Esquilo".

(La foto pertenece al archivo de ’Heraldo’. Esta entrevista apareció en ’Heraldo Domingo’, el suplemento que coordina Picos Laguna.)

 

1 comentario

adolfo -

no es lo que nesesito