ANTONIO G. ITURBE: DIÁLOGO SOBRE 'LA BIBLIOTECARIA DE AUSCHWITZ'
Antonio G. Iturbe, director de la revista ‘Qué Leer’, también es un narrador de aliento poderoso. Si en otros libros, su literatura parecía más oscura e irónica, con ‘La bibliotecaria de Auschwitz’ (Planeta) da un salto: cuenta una historia sustancialmente real: la narración de Dita, su biblioteca de ocho volúmenes, el barracón 31 donde se daban lecciones de vida contra la muerte... Toni Iturbe responde aquí a unas cuantas preguntas sobre el libro. Y ya de paso, sobre su propia vida: nació en Casetas, Zaragoza, en 1967.
-¿Qué le debe ‘La bibliotecaria de Auschwitz’ (Planeta, 2012) a Alberto Manguel?
Mucho. La lectura en su libro “La biblioteca de noche” fue la que me mostró que había existido esa pequeña biblioteca clandestina de ocho volúmenes en un recóndito barracón del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, en un subcampo llamado coloquialmente Campo Familiar. Una muchacha de 13 años llamada Dita era la encargada de manejar los libros y ejercer de bibliotecaria. Fue el hilo del que tiré para dar con el ovillo. Manguel es uno de los grandes sabios internacionales sobre la historia de la lectura.
-¿Por qué te obsesionó tanto el relato de esta biblioteca? ¿Cómo fue la pesquisa? ¿Qué viajes hiciste?
Es que para mí los libros son muy importantes. Yo estoy muy agradecido a los libros. Nada hubiera sido igual sin ellos, mi vida habría sido mucho más vulgar. Yo inicio la pesquisa estirando del hilo de la documentación. Manguel cita en su bibliografía el libro donde él ha leído sobre la pequeña biblioteca y voy a por él. Y luego sigo buscando. En Internet no encuentro mucho. Pido a la fundación Yad Vashem del Holocausto en Israel algún libro que me interesa. Y, finalmente, decido viajar a Auschwitz, en Polonia, a ver qué encuentro. Lo cierto es que encontré poca documentación, del Campo Familiar BIIb sólo queda la entrada vallada y dentro una inmensa nada de malas hierbas. Un silencio y un frío que se te mete en los huesos.
-¿Cómo llegas a Dita Adlerova?
Supe de la existencia de una novela llamada ‘The Painted Wall’ escrita por Ota Kraus, ambientada en el Campo Familar. Finalmente, encontré en internet una página web en la que se podía adquirir la novela. Pero no podías pagar con tarjeta VISA sino que debías escribir para solicitarla. Al hacerlo, la persona que me respondió firmaba como Dita Kraus. Le pregunté si no sería ella la Dita que manejaba los libros en barracón 31 del Campo Familiar. Y era ella, con 79 años. Dita Adlerova es su trasunto libresco, la proyección literaria que hago de ella basándome en su vida.
-Se la compara a menudo con Ana Frank. ¿Estás de acuerdo?
Lo entiendo como una comparación simbólica. Ambas nacieron el mismo año, pertenecían a familias judías cultas (una en Holanda y otra en Praga) y vieron quebrarse su infancia en el mismo momento, antes de la adolescencia. Ambas llegaron al campo de Berger Belsen con la misma edad, 15 años. Por desgracia, Ana Frank no superó Berger Belsen. Gente muy seria afirma que Sana Frank podría haber llegado a ser una gran escritora. Dita fue siempre, y aún día lo es, una gran lectora.
-Una vez que conoces los datos, los personajes, ¿cómo te planteas la novela? ¿Qué tipo de la narración querías hacer?
Al principio quería hacer un libro de no ficción. Estuve documentándome mucho, escribí cientos de folios, pero no me salía. Yo no soy historiador, la aportación que hacía era casi nula, repetía lo que otros ya habían dicho. Para contar la historia de la biblioteca tiré todos esos folios cargados de datos, tratados internacionales y contexto histórico y empecé a plantearme que debía contar una historia. Porque ocho libros desvencijados en un barracón no eran un material de peso desde el punto de vista de la historia oficial de la Segunda Guerra Mundial, pero en cambio eran una metáfora extraordinaria para hablar de la importancia de la lectura y la enseñanza y rescatar del olvido a la gente del barracón 31, que arriesgó su vida no para fugarse ni para realizar una acción heroica que les valiera una medalla, sino para levantar una escuela que arropara a un montón de niños caídos en el pozo más negro que han conocido los tiempos.
-Uno de los temas que plantea la novela es el de los niños en la guerra, el de los niños y el horror. ¿Qué hacían los niños en Auschwitz-Birkenau, donde hubo tantos españoles, que fue uno de los campos de exterminio más terrible?
Los niños allí eran una rareza. No eran útiles como mano de obra esclava y, por tanto, se los asesinaba. Había niños en el Campo gitano, donde el doctor Mengele ponía en práctica muchos de sus macabros experimentos. Pero raramente niños judíos. El Campo Familiar fue una excepción que los nazis pusieron en marcha por razones interesadas.
-¿Cómo era el campo de Terezin, qué diferencias había con el de Auschwitz?
Terezín era un gueto, no era un campo de exterminio. En Terezín no había asesinatos masivos y las condiciones de vida eran menos extremas. Debían trabajar en los talleres o huertos de manera forzosa, la dieta alimenticia era escasa y debían dormir en camaretas apretadas de escasa salubridad. Pero el ambiente era menos opresivo, existía un Consejo Judío que organizaba la vida en Terezín, eso sí, controlado muy de cerca por la comandancia de la SS. Auschwitz era un campo de campos. Y Auschwitz II–Birkenau era directamente una fábrica de la muerte: su función básica era el exterminio.
-¿Cuáles eran las prohibiciones explícitas que había sobre la existencia de libros en el campo?
En Auschwitz todo estaba prohibido. Desde el momento en que llegaban los internos al andén del tren, se los despojaba de todo: de su valija, de su ropa, hasta de su pelo. Sus únicas pertenencias eran una cuchara y un plato de metal. Aún así, funcionaba un mercado negro en el que se podía comprar algunas cosas: se podía cambiar un mendrugo de pan por unos cigarrillos, se podía cambiar sexo por un mendrugo de pan… En el barracón 31 lograron conseguir de manera clandestina hasta 8 libros.
-¿Qué pasaba en el barracón 31?
El B31 fue designado por los nazis como barracón para los niños del Campo Familiar para que no molestasen durante la jornada mientras sus padres trabajaban en los talleres. Nombraron director o kapo del barracón a un interno, judío alemán, llamado Fredy Hirsch. Los niños debían permanecer allí durante la jornada entretenidos, pero le prohibieron que se hablara de religión o de política, prohibieron que se practicara cualquier tipo de enseñanza. La grandeza de Hirsch es que no les hizo caso y organizó de manera clandestina una escuela.
-¿Por qué esos ocho libros, entre ellos Hasek y Dumas y no otros?
Los 8 libros llegaron de manera azarosa. Llegaron a través de los internos que movían mercancía de estraperlo, generalmente polcaos designados por los nazis para tareas de mantenimiento, reparaciones de barracones, carpinteros… No eligieron esos, fue lo que pudieron conseguir. De los 8 libros pude averiguar los títulos de 5 de ellos. La propia Dita Kraus no recuerda con exactitud los títulos, ella tenía 13 años y han pasado 70 años. De esos 3 títulos que me bailaban, de uno no supe nada. De los otros dos, parece ser que se trataba de un libro en checo y otro en francés. Ahí la potestad del narrador y el milagro de la literatura de recrear las historias: quise imaginar que el libro checo pudo haber sido ‘Las aventuras del bravo soldado Svejk’ y el libro en francés ‘El Conde de Montecristo’, que tenían una significación simbólica muy especial.
-Hay un momento en que se dice: “los libros eran un tesoro, su fragilidad los hacía más valiosos”. ¿Has querido hacer, a través de la ficción, una defensa del libro?
Absolutamente. Ahora los soportes son variopintos, pero durante siglos, los libros han sido los almacenes de la sabiduría, los baúles de la imaginación. Y hoy, más que nunca, en el soporte que sea, necesitamos seguir contándonos historias, seguir reflexionando y seguir tratando de entender qué demonios hacemos en el mundo.
-En la novela hay muchas cosas turbadoras y terribles. Por ejemplo: la intolerancia con la homosexualidad. ¿Qué pasaba entonces con este asunto?
Pues pasaba lo que pasa ahora, multiplicado por cinco. Ser diferente siempre ha tenido un coste muy alto. Los nazis no sólo llevaron a los campos de exterminio a judíos y gitanos, también a homosexuales.
-Una de las cosas más inquietantes del libro es la presencia de Joseph Mengele. Siempre se cuentan terribles cosas de él, se cruza con Dita y sus compañeros... ¿Qué hacía allí en realidad, cuáles eran sus intenciones? ¿Es la encarnación del mal absoluto?
Mengele no era el director médico de Auschwitz, era capitán médico de la SS, pero mandaba tanto como si lo fuera. Todos lo temían, incluidos los propios SS. Su intención era tratar de averiguar maneras de extender la raza aria de la manera más “eficaz” posible y cómo frenar la judía. De ahí que se dedicara a experimentar diferentes modos de esterilización, a cuál más macabro, con mujeres judías. Y que fuera buscando de manera ansiosa parejas de gemelos para experimentar con ellos y ver si podía lograr entender cómo generar partos múltiples: de esa manera las mujeres arias empezaría a dar a luz gemelos, trillizos o cuatrillizos y de ese modo la expansión de la raza aria multiplicaría su velocidad de manera geométrica. Yo creo que es la encarnación más nítida del mal porque es una maldad que no surge de la ignorancia, el fanatismo inconsciente o el arrebato sino que viene de una persona formada, inteligente y culta.
¿Cómo defines a Dita, cómo explicas su evolución, su fuerza?
Dita ve con 9 años cómo los nazis entran en Praga y su infancia cambia. Ella ha de aprender a vivir con las prohibiciones, la bota de los invasores pisoteándolo todo y ha de aprender a ir siempre hacia adelante. Hay personas que tienen una fuerza natural arrolladora, que son como un río, imparables. Dita es una de esas personas. A sus 83 años sigue llena de planes para el futuro.
En el libro hay muchos personajes. Quizá en la extensa primera mitad del libro sea Fredy Hirsch. ¿Cómo lo definirías: era un hombre atormentado con un sueño, quién era en realidad?
No hay demasiada documentación sobre él, prácticamente ninguna en español. Precisamente por eso he querido rendirle un homenaje, rescatarlo del olvido. Él es un luchador. Su sueño es el de ver a los judíos libres y orgullosos en su tierra prometida de Sión. Es un hombre orgulloso, un gran instructor de deportes, un líder al que los jóvenes veneran, un atleta, un hombre de una elegancia innata que hace que incluso en medio del fango físico y moral de Auschwitz siempre tenga un porte impecable. Pero sí, Hirsch tenía también un secreto, un talón de Aquiles. Pero eso lo hacía todavía más grande. HIrsch tenía sobre la cabeza más guillotinas pendiendo que sobre cualquiera en Auschwitz, y aun así desobedeció las órdenes de la comandancia nazi y nunca dio un paso atrás.
Se habla mucho de la Resistencia, de los contactos con el exterior. ¿Cuáles eran en realidad?
La Resistencia en Auschwitz podía hacer bien poca cosa. Es cierto que se enteraban mejor de los engranajes de la comandancia del campo, pero poco o nada podían hacer para evitar cualquiera de sus desmanes. En Auschwitz-Birkenau hubo un solo levantamiento, protagonizado por los miembros del Sonderkommando, los internos obligados a trabajar como asistentes de los nazis en las cámaras de gas y crematorios. Fue un conato rápidamente aplastado por los SS de manera sangrienta.
Aún a riesgo de parecer frívolo, ¿cuál es la importancia de la amistad y del amor en el libro? Hay un momento en que alguien dice: “...todo lo fiable que puede ser una persona en Auschwitz”.
Ahí quería subrayar que una cosa es homenajear a la gente que mostró un valor y una generosidad extraordinarios. Otra cosa es caer en la ingenuidad de crear que cualquier víctima se convierte en un ser admirable. Hubo judíos en Auschwitz que pervirtieron a compañeros para obtener beneficios, que delataron, que robaron el mendrugo de pan a otros internos más débiles aunque eso les supusiera la enfermedad y la muerte. Por eso la amistad, cuando era verdadera, era algo extraordinario: que alguien no mirase de manera egoísta por su propia supervivencia era algo digno de admiración en semejante entorno opresivo. Y el amor, pues ya para nota. Pero hubo amor. Incluso en la mayor de las ruinas, si uno se fija con detenimiento cómo en las grietas crecen algunas flores hermosas.
¿Cómo convive un narrador meses y meses con ese clima de máxima hostilidad, de violencia gratuita, de pánico constante?
Un narrador es también prisionero de su propia historia. Dejarla a medias sería una derrota, una cobardía, un fracaso. Así que una vez pasada cierta marca, hay que llegar hasta el final. Ya no puedes volverte atrás. Y si hay que convicir con todo eso hasta terminar, pues se convive. Yo sentía que tenía un compromiso moral con Dita Kraus, Fredy Hirsch, Ota Kraus… no contar esa historia hubiera sido una traición.
Se dice: “Los libros lo saben todo”. ¿Cuál es la lección de la novela, cuál sería la lección de Auschwitz tantos años después?
Lección es una palabra muy gorda, un palabro. No me atrevo a tanto. Yo sólo he querido mostrar que los libros, como motores de la imaginación y el conocimiento son muy importantes porque incluso en las situaciones más extremas en las que parece que hay que dejarse de mandangas y tratar de sobrevivir, si sólo estamos pendientes del mendrugo de pan, nos hundimos. Podemos llegar a sobrevivir físicamente, pero como personas desaparecemos y, entonces, los verdugos han ganado. Si dejamos de pensar, si dejamos de soñar… los tiranos han vencido. Hoy, más que nunca, la cultura es un bastión de resistencia contra esos poderosos banqueros y plutócratas rastreros que quieren convertir una sociedad en un rebaño.
-Otro tema: ¿has tenido alguna novela en la cabeza, escritores concretos, las memorias de Primo Levi, de Imre Kertész, de Semprún?
Leer a Primo Levi es un impacto moral tremendo. He leído mucho estos años sobre el Holocausto, pero quizá de todo lo que he leído, el libro que más me ha hecho entender lo que fue el desmoronamiento de la normalidad fue leer ‘El Diario de Ana Frank’.
Otro asunto: ¿qué hace un señor de Casetas en Barcelona?
Yo nací en Casetas, porque además entonces se nacía en casa. Mi padre tuvo que ir a buscar trabajo en la hostelería a Mallorca y se fue hasta Barcelona para coger el barco. Pero en la espera, encontró un empleo en Barcelona y allí que nos fuimos. Así que con seis meses, viajé hasta Barcelona y allí crecí en el barrio del puerto, la Barceloneta. Mis retornos a Zaragoza han sido intermitentes, mucho más frecuentes cuando era pequeño y mucho más distanciados con el paso de los años. Lo que sí tengo de Aragón es una herencia cultural muy rica a través de mis padres, y de mi abuelo que ya no está: los refranes, las expresiones, las comidas, las celebraciones… el día de Santa Águeda se comen farinetas y para Nochebuena, cardos. Y ahora que se acerca Navidad, no falta el guirlache, claro. Que antes costaba encontrar en Cataluña porque no se estila. No saben lo que se pierden. Igual que pasa con las borrajas, que son difíciles de encontrar en Barcelona, pero mi madre siempre acaba encontrando de vez en cuando. En fin, la casa de mis padres es una especie de sucursal de Casetas (y Utebo) en Barcelona.
*He tomado las fotos de internet, en diversos dominios.
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