FALLECIÓ EL NARRADOR Y POETA ANTONIO PEREIRA
Esta mañana me enteraba de la muerte del narrador y poeta Antonio Pereira, uno de esos escritores que me hacía pensar en maestros como Carlos Casares, Ánxel Fole o Cristóbal Serra, entre otros. Hace algún tiempo le dediqué una entrada en el blog: disfrutaba con su prosa, con sus historias que nacían de la vida, de sus viajes, de sus reflexiones, en el libro ‘La divisa en la torre’. Recojo aquí el artículo e incorporo otro que me ha gustado mucho de Ernesto Escapa, que he hallado hoy en Islakokotero.blogsome.com, de donde recojo también esta estupenda foto de Amancio Casado.
Desde hace casi un mes me acompaña un libro: La divisa en la torre (Alianza Editorial: Alianza Literaria) de Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo, 1923). Se trata de uno de esos libros de género difícil: mezcla las memorias y la autobiografía con el apunte, el retrato, la anécdota jugosa y la narración pura. El libro tiene todos los ingredientes del universo de Pereira: una mirada personal, el gusto por las trastiendas de la vida, la capacidad de atrapar las historias al vuelo, el conocimiento de los personajes y un afán constante de vivir.
El escritor Antonio Pereira asoma constantemente, pero también el soñador, el fabulador, el poeta. Aquí se habla desde la búsqueda de una película de la infancia, en Urueña, hasta de invitaciones literarias, de personajes que poseen un don o una extravagancia (como aquella mujer que acudía a las casas a contar historias...), historias de amor, pinceladas de amigos más o menos célebres como Paco Pino o Cela o el traductor y catedrático Basilio Losada, la ineludible y breve visita a Vicente Aleixandre, historias de curas con ínfulas, historias de periódicos o de gentes que han caído en el olvido y delinquen para que se les recuerde... Antonio Pereira escribe con humor, con gracia, con una ironía muy especial. Es un galanteador del decir y del amor, es un viajero lento que lo oye casi todo. Y todos los textos, disparejos, funcionan a la perfección: son breves, intensos, tiene el encanto de la prosa que va y viene como un pájaro libre. Por cierto, Antonio Pereira define el oficio de la literatura como “el oficio de volar”.
Éste es uno de esos libros en los que adivinas la humanidad del autor, la maestría sin estridencias, el estilo y el talento. No conozco a Antonio Pereira, he oído en muchas ocasiones decir a Mateo Díez o Merino u otros que era su maestro, que era un maestro. Es un romancero a la antigua usanza. Es un calígrafo de la emoción, de la ternura, de la sugerencia y del arte de vivir para contarlo.
ANTONIO PEREIRA: LA DIVISA DEL SEDUCTOR
Por Ernesto ESCAPA
En torno al pasado San Froilán tuvo lugar en León el octavo Congreso Nacional de Escritores, que incluyó en su programa un merecido homenaje a Antonio Pereira. Yo aproveché mi turno en aquel encuentro para señalar la seria anomalía de que el maestro del relato literario siguiera sin el reconocimiento de un Nacional de las Letras a su trayectoria. Hubiera sido el primer cuentista en recibir el galardón, pero otra vez la muerte anduvo más lista que los jurados. Despidió el siglo con el Premio Castilla y León de las Letras, que se sumaba al Fastenrath de la Academia, al Leopoldo Alas y al Torrente Ballester. Pereira empezó a publicar cumplidos los cuarenta y nos deja, en cifras cabales y redondas, veinticinco libros de prosa y diez de versos. Además de un legado de bonhomía y de un inmenso caudal de afectos.
Antes de la eclosión de la literatura leonesa, formó parte de la trilogía de escritores que protagonizó nuestro León de las nostalgias, junto a Crémer y Gamoneda. Fue lo que tuvimos, felizmente. Un poeta curtido en todas las batallas, como Crémer, y dos escritores de pujante madurez. En aquel escenario provincial Pereira fue emergiendo como un consumado seductor. Sin ruido ni alharaca de premios altisonantes, hizo una obra modélica zurcida con monástica paciencia.
Pereira encontró en el cuento la horma para ajustar el hilo a la cometa de su fantasía. En esta distancia corta, el humor del noroeste, la tierna ambigüedad, el episodio menudo, la confidencia coloquial y un tenue erotismo, que el autor registró con patente diocesana, encuentran su expresión más eficaz. Es un escenario fugaz pero inolvidable, que concilia la difícil alianza entre imaginación y realidad, modelado con sutileza de orfebre en el manejo de la palabra. Como cuentista, Pereira ocupa pedestal de clásico.
Después de un volumen primerizo de relatos, con el que obtuvo el premio Leopoldo Alas a mediados de los sesenta, Pereira alcanzó su madurez en ‘El ingeniero Balboa y otras historias civiles’. Luego depuró el oficio a lo largo de tres décadas, que dieron para siete libros más de relatos y otras tantas antologías. A menudo transitan por los relatos sus cómplices de aventura literaria, desde los más cercanos a los dioses mayores. Y tantos episodios de una memoria traviesa, que nos deleita con destellos de gracejo, a la vez que muestra la cartografía de sus afinidades y pasiones más íntimas. En la narrativa breve Pereira exhibe una singular destreza para destilar asombros en su pupila de viajero que ha tocado todos los cabos. También cultivó el apunte memorial en un par de libros magníficos, sofocados por su edición en la provincia.
Autor de cinco libros de poesía, publicó tres novelas: la última y más valiosa, ‘País de los Losadas’ (1978). En ‘Meteoros’ (2006) reunió y puso en valor su obra poética. Sus tres primeros libros del género cultivan los oficios familiares, los viajes cercanos, la amistad derramada, la nostalgia y el entrañamiento. ‘Dibujo de figura’ (1972) ofrece signos de un tono crítico imprevisto: "Ya sabía que un muerto no es gran cosa / en una edad de tapias y cunetas". La depuración expresiva, la cadencia narrativa y coloquial, la renuncia a la rima, parecen conducir al silencio del poeta. Viva voz abrocha su obra lírica con una miscelánea de apuntes, complicidades y tributos de amistad.
*Como he dicho, tomo este texto prestado del blog islakokotero.blogsome.com
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