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Antón Castro

MELERO: EL FOROFO DE LA VIDA

 

EL ESCRITOR Y BIBLIÓFILO JOSÉ LUIS MELERO SIMBOLIZA LO MEJOR DEL CARÁCTER ARAGONÉS. ES UN TIPO CULTO Y CABAL QUE SOLO PIERDE LOS PAPELES POR SU REAL ZARAGOZA.

 

EL FOROFO DE LA VIDA

 

Por Luis ALEGRE. [Este texto aparecía el domingo en Heraldo de Aragón]

 

En 1982 pasé muchas noches en el cine Arlequín. La Filmoteca de Zaragoza celebraba allí sus sesiones y, con Manolo Rotellar, vi decenas de esas películas que no se olvidan. Un día, entre el público, descubrí a mi profesora Yolanda Polo con un chico rubio y con gafas. Esa es la primera imagen que conservo de José Luis Melero: un cinéfilo rubio y gafotas que parecía ser el novio de mi profesora. Hace ahora 30 años. Nos volvimos a ver en el Arlequín pero no nos llegamos a saludar. Un tiempo después, en el otoño de 1985, Yolanda y yo éramos compañeros en la Universidad. Mi amiga me contó que su ya marido había estudiado Derecho y Filosofía y Letras y trabajaba en el Registro de la Propiedad. Y que le encantaban los libros. Una tarde Yolanda me dio un recado de Pepe: su amigo Ignacio Martínez de Pisón necesitaba una foto de la película “El increíble hombre menguante” para un relato que iba a escribir y pensaba que tal vez yo la tendría. “Si la tienes, puedes ir hoy al café Ángel Azul. Allí se reúnen todas las noches”. En ese momento no podía yo barruntar el mundo que se abría para mí gracias a esa sugerencia de Yolanda. Fui al Ángel Azul con la foto y, desde esa noche, Pepe Melero y Pisón forman parte de lo mejor de mi vida.

 

A Melero Yolanda le llamaba Pepe y Pisón le llamaba José Luis. Eso fue lo primero que me llamó la atención. Es curioso lo que recuerdas a veces de las cosas y de la gente. En un momento dado Pepe dejó caer que era vecino de escalera de José Luis Violeta, uno de los ídolos de mi niñez. Muchos años más tarde Pepe me invitaría a merendar con Violeta. Él sabía muy bien cómo iba a disfrutar yo esa merienda.

 

Uno de los temas estrella de mi amistad con Pepe siempre ha sido el Real Zaragoza. Ambos heredamos esa adicción de los padres, que nos colocaron al Zaragoza en un lugar muy visible de nuestro paisaje sentimental. A ninguno se nos ha pasado por la cabeza ser de otro equipo, del mismo modo que no se nos ha ocurrido cambiar de madre. Sin embargo, yo, al lado de Pepe, parezco un zaragocista muy sospechoso: simpatizo abiertamente con otros equipos y soy capaz de aplaudir a un jugador rival. Pepe no se permite esas debilidades. Si alguno de sus hijos, Iguacel y Jorge, le llega a salir del Madrid o del Barça lo hubiera vivido como una pesadilla. Pero a Pepe no le gusta el fútbol. A él lo que le vuelve loco, casi en sentido literal, es el Zaragoza. Es el forofo más forofo que yo he conocido de cerca. Pepe es un tipo muy sereno y cabal pero el Zaragoza explota su lado más friki y excéntrico. Cuando, en la presidencia de Eduardo Bandrés, Pepe fue consejero del Real Zaragoza, era un espectáculo verle perder los papeles en la Romareda, en el Palco lleno de corbatas, delante de la mirada atónita de los directivos del otro equipo. Y la cosa va a peor: antes, durante los partidos cruciales del Zaragoza, Pepe se metía en el cine para no sufrir; ahora evita hasta los partidos de liga en los que, como el otro día ante el Barça, él intuye que no hay nada que rascar. Por fortuna, el 10 de mayo de 1995 Pepe aún era capaz de seguir las finales del Zaragoza. Ese día vino a mi casa de Conde Aranda, a ver la final de la Recopa con Félix Romeo y José Luis Acín. Cuando Nayim hizo aquello, Pepe y mi padre Alberto se pusieron a saltar y a abrazarse como no he visto abrazarse a nadie más. Pero Pepe no solo es forofo del Zaragoza. Esa relación forofa la mantiene con todas sus drogas: su familia, sus libros, su jota, su Aragón, sus amigos. Si por él fuera, se pondría detrás de Jorge Gay, Mari Burgues o Pepe Cerdá cuando sus admirados pintores se sentaran delante del lienzo y les jalearía como lo hace con los futbolistas de su equipo.

 

Para Pepe el Real Zaragoza es el símbolo más llamativo de su desatado amor por Aragón y, especialmente, por la ciudad de Zaragoza. En cierto modo, Pepe es una antología de los clichés que se asocian a la versión más luminosa del carácter zaragozano –simpático, cariñoso, cálido, tolerante, abierto, hospitalario- y, al mismo tiempo, es el reverso de esa leyenda negra que insiste en que el aragonés resulta demasiado displicente con sus mejores cosas y personas.

 

Uno de sus mayores placeres, como el de cualquiera, es dar alegrías a los amigos. Pero lo de Pepe es muy singular: él se propone de forma concienzuda brindar esas alegrías y, encima, lo consigue. No es tan fácil dar una alegría. Cuando suena mi móvil y veo su nombre en la pantalla ya sé que no me va a endilgar un marrón. Pepe también es el reverso de los que solo llaman para pedir algo o de los que utilizan a la gente como trampolín. Las ambiciones de Pepe se detienen en el puro disfrute de la amistad. La amistad es su religión. Uno de sus peores ratos lo pasó cuando, por una bobada, se enfadó con uno de sus mejores amigos. Al día siguiente, le envió un ramo de flores. Sé que cuando lea esta comparación va a sufrir un pinchazo en el estómago pero ver enfadado a Pepe es tan raro como que el Zaragoza gane un partido de liga en el Nou Camp: sucede una vez cada 50 años. Como es natural, Pepe jamás ha perdido a un amigo.

 

Hace un par de semanas, en el Teatro Principal, Pepe Melero presentó “Escritores y escrituras” el segundo de los libros que reúne sus artículos en el Artes y Letras de HERALDO que dirige Antón Castro, en los que se suele ocupar de esos escritores e historias a los que nadie hace caso. Presenté el libro con Chusé Raúl Usón, el editor de Xordica, y con otro escritor encandilado con los secundarios de la vida, Ignacio Martínez de Pisón, la primera gran alegría que Pepe me dio. En el teatro había más de 300 personas, una cifra insólita que retrata su carisma. Más de 300 amigos que nunca perderá y que nos sabemos muy privilegiados de sentir el calor de nuestro forofo Pepe Melero.

 

*Pepe Melero en un retrato de Luis Grañena. Aparece en el libro 'Mercado Central' de Xordica.

1 comentario

Elías -

Me gusta pensar que soy uno de esos más de 300 amigos de Pepe Melero. ël sabe que así.

Precioso artículo.

Abrazo a Luis y Pepe.