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Antón Castro

VERÓN: 'LAS PUERTAS DE ROMA'

José Verón Gormaz acaba de publicar una novela sobre Marcial en Mira Editores: ’Las puertas de Roma’. Me envía dos capítulos. Me dice: "Los capítulos pares relatan la historia, y los impares son una conversación sobre el asunto en una tertulia zaragozana".

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Al otro lado

Lo imposible ha sucedido. Domiciano ha muerto, asesinado por una conjura de personas amenazadas directamente por él. Servidores y administrativos, gentes aparentemente inofensivas, han tramado cuidadosamente el magnicidio. Los rumores cercanos a palacio cuentan los detalles, hablan de las premoniciones del césar muerto, tan aficionado a consultar a los augures e interpretar los signos y los sueños. Se dice que el autor material del magnicidio fue Estéfano, administrador de Flavia Domitila, sobrina del césar. El asesino portaba un puñal bajo las vendas de un brazo falsamente herido. Así, pudo entrar en los aposentos de Domiciano cuando éste se hallaba a punto de dormir la siesta.

Aunque los soldados fieles al emperador, debido en parte a los privilegios que disfrutaban, solicitan venganza contra los autores del crimen, el pueblo y la nobleza se sienten liberados de un tirano impío que cada día calculaba sus crueldades con mayor refinamiento e idéntica maldad.

Marcial piensa en lo ocurrido. No le extraña, pues conoce el creciente disgusto que provocaba Domiciano. Vuelve a deplorar los elogios al emperador aparecidos en el libro décimo de epigramas; deberá corregirlo urgentemente, de modo que el nuevo césar, el anciano Nerva, acepte los escritos de poeta. Marco Valerio ha retirado a tiempo la edición del onceno libro para corregir los ya escasos poemas dedicados a Domiciano, que ha sustituido por otros, compuestos precipitadamente, con referencias directas al lector y al nuevo emperador.

Sin embargo, Marcial conoce, o al menos presiente, que sus esfuerzos van a ser en vano. Nerva no aprecia demasiado la poesía, y el cercano recuerdo de las loas a Domiciano resulta imposible de borrar.

"¿Adónde vas, librito ocioso, adónde,

ornado con púrpura sidonia nada vulgar?

¿A ver, acaso, a Partenio?"

Así dicen los primeros versos, recién hechos, que anuncian un libro alejado de los palacios y cercano a los amigos y al pueblo lector. No cabe otra dedicatoria y así vuelve a insinuarlo en el segundo poema, donde grita: "¡Vivan las Saturnales!", las fiestas más apreciadas por Marcial, aunque también nombra, como por descuido, a Nerva.

Añade el poeta un epigrama en el que declara su satisfacción por la gran cantidad de lectores, al tiempo que se queja de las pocas ganancias que los versos le producen. La referencia a Nerva le ha movido a dedicarle directamente algunos poemas. ¡Hay que intentarlo! Ha compuesto una hermosa oración para el nuevo césar y una loa más acorde con la realidad que aquellas (hoy desafortunadas) dedicadas a Domiciano en los pasados libros.

Marco Valerio cree que la cautela es necesaria en los tiempos que corren. En solemne sesión, los senadores han condenado por decreto la memoria de Domiciano, con toda la hostilidad que conlleva hacia los antiguos seguidores del tirano, entre los que algunos personajes relevantes incluyen a Marcial. Sabe el poeta que debe mantener la mordacidad de los epigramas satíricos, cómo no, pero que debe añadir alguna crítica indirecta a Domiciano. Así lo hace: tras exaltar nuevamente las Saturnales, escribe un epitafio al actor Paris, el mejor de los mimos, asesinado por orden del antiguo emperador, quien pensaba que su esposa Domicia admiraba demasiado al actor y mantenía relaciones con él.

"Viajero que caminas por la vía Flaminia,

quien quiera que seas,

no pases de largo ante este noble mármol".

Empieza así el epitafio, el elogio póstumo a Paris, el actor; y esta loa funeraria contiene una crítica evidente contra el asesino.

Marco Valerio lee cuidadosamente el undécimo libro. El editor lo reclama cada día, molesto por el retraso excesivo en la publicación; ya debería estar el libro en la calle, pero el poeta no quiere cometer otro error y se aplica en la revisión de los versos. Entre bromas y exageraciones, se ríe de la finca que le regaló Lupo, aunque no puede disimular el espíritu de chanza que destilan las palabras. Y Marcial vuelve a ser el Marcial agudo y un tanto procaz en dísticos como el que dedica a "Gala y su experta lengua":

 

"Me preguntas, Gala, por qué no quiero casarme contigo:

Eres una mujer muy culta y mi picha comete barbarismos con frecuencia".

 

Y también a Lesbia, nombre legendario que oculta a una dama conocida por la sociedad romana, la pone al descubierto con un solo dístico:

"Lesbia jura que nunca se la han tirado gratis.

Es cierto: cuando quiere que se la tiren, suelen pagar."

El libro avanza, Marco Valerio añade y suprime, piensa y escribe, incluso en los momentos de descanso aprovecha las circunstancias que le rodean. Ayer, en las cercanas termas de Estéfano, contempló a un caballero, al que ha puesto el nombre imaginario de Filomuso, que miraba intensamente a los jóvenes esclavos de unos y de otros:

"Nos contemplas mientras nos bañamos, Filomuso,

y quieres saber continuamente por qué mis jóvenes esclavos están tan bien dotados

. ¿Sabes por qué?

Contestaré con claridad a tu pregunta, Filomuso:

porque les dan por el culo a los mirones."

Ya puede considerar el libro terminado, aunque decide añadir un poemita recién compuesto, hecho con ternura para una de las mujeres que más admira y respeta. Ha recibido un obsequio floral de Pola, la viuda de Lucano, y ha escrito estas palabras:

"¿Por qué me envías, Pola, coronas intactas?

Prefiero poseer rosas manoseadas por ti."

Ahora, sí; ahora ya puede Marco Valerio entregar el libro al editor. Todavía lo enseñará a los amigos, tal vez a Terencio Prisco, a Faustino, a Plinio... No cabe el error; equivocarse nuevamente podría ser fatal. Hay que vencer la indiferencia inicial del césar Nerva y de sus hombres de confianza. Hay que evitar las palabras acusadoras de los delatores. Hay que mantener el lugar con tanto esfuerzo conseguido y vivir, vivir con dignidad. Hay que cruzar al otro lado de Roma.

(De Las puertas de Roma. Crónicas de Marco Valerio Marcial)

 

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El único camino

 

Como esperaba Marcial, el libro undécimo no ha logrado vencer las murallas imperiales. Nerva guardó silencio y nada quiso saber del poeta. Los nuevos asesores del emperador también se afanaron en cerrar las puertas a los nuevos epigramas. El futuro se presenta nebuloso.

Marcial ha decidido intentarlo nuevamente, buscar la aceptación del futuro césar. Nerva ha muerto. En consecuencia, Trajano vuelve a Roma después de su campaña en Germania. La noticia del fallecimiento de Nerva la ha recibido en Renania y el viaje de retorno hasta la capital del Imperio es largo. Cuando la entrada triunfal del nuevo césar se produzca, el otro libro de Marcial ya circulará por las calles romanas en busca de lectores y, ante todo, del favor imperial. Realmente, el poemario en el que el poeta trabaja noche y día es la nueva edición del décimo libro de epigramas, renovado en parte, con poemas dedicados a Trajano y sin ninguna referencia, ni directa ni indirecta, al malvado Domiciano.

El poeta mira y remira, vuelve a comprobar las supresiones, los poemas más intensos y los epigramas más mordaces. No puede escapar ningún detalle. Ha añadido algunos dísticos para justificar la nueva edición, entre ellos algunos poemas de añoranza de Hispania, en los que anuncia un posible regreso. Trajano es hispano y, si las discretas loas que le dedica no causan la impresión deseada, tal vez el origen común, la patria verdadera de ambos, ablande el corazón del nuevo emperador. Varios poetas jóvenes, Sexto y Emilio entre ellos, han escuchado los poemas en el Pórtico. Opinan que la segunda edición del libro décimo es mejor que la primera. Dos de ellos, los citados por su nombre, ríen a carcajadas cuando oyen el epigrama dedicado a la puta Filis. ¿Por qué esas risas estruendosas? La explicación provoca el alborozo: ¡fueron ellos los protagonistas del epigrama! Vuelven a leerlo en voz alta:

 

"A casa de Filis fueron dos hombres para follar,

y como uno y otro querían en primer lugar tomarla desnuda,

Filis les prometió que se entregaría a la vez a uno y otro,

y así lo hizo: uno le levantó la pierna y el otro la túnica".

 

La lectura y la conversación deriva en comentarios sobre la situación de incertidumbre que se vive en Roma, sobre la inminente llegada de Trajano y sobre el inquietante ascenso de Calinio, el nuevo delator, que ya ocupa un puesto destacado. Marcial publicó algunos escritos contra él, lo que supone un obstáculo difícil de salvar.

De forma súbita, Marco Valerio se despide y se dirige hacia la mansión de Plinio el Joven con el fin de pedirle consejo. Camina apresurado, impaciente por conocer la opinión del amigo y del personaje socialmente destacado, conocedor del poder y de sus laberintos.

Cuando llega a la mansión, mientras espera que los sirvientes lo atiendan, Marcial siente un repentino temor a las consecuencias de esta visita. Sabe que Plinio va a decirle la verdad y que ésta puede ser dolorosa. Pronto, en menos tiempo que el habitual para esta clase de visitas, los dos amigos están frente a frente, sentados ante una mesa de maderas nobles, con una jarra de vino másico y sendas copas como cálido complemento a la conversación. Marcial ha entregado a Plinio el nuevo texto corregido y ampliado del décimo libro de epigramas. Le señala las correcciones y los poemas nuevos. Plinio el Joven reflexiona y, por fin, expresa su opinión:

- Marco, ni estos nuevos dísticos, ni los poemas que dedicas al emperador podrán cambiar las cosas. Tu libro décimo fue muy popular y, además, llegó hasta las cocinas de palacio. Tus elogios a Domiciano, quizá excesivos aunque comprensibles, movieron la furia y la indignación de algunos personajes que ahora ostentan cargos importantes. Calinio, por ejemplo, el infame trepador, hoy es un consejero de Trajano. El propio césar, a punto de llegar a Roma, no aceptará tus poemas aunque le dediques algunos versos muy hermosos.

- Ya sé que Trajano es poco sensible al arte.

- No es así; al menos, no es así exactamente. Tu fama de poeta le importa poco a quien ha pasado los últimos años combatiendo con los bárbaros. Tus loas, todavía menos. Sólo recordará que fuiste un destacado cantor de Domiciano.

- Sólo he pretendido vivir. ¡Sobrevivir!

- Cierto, pero no cambia nada.

Marcial toma el original en las manos y lee un poema dedicado a Manio, su paisano, con alusiones al "celtíbero Jalón", el río de su infancia:

"Si sientes igual que yo, si me aprecias como yo a ti, en cualquier sitio tendremos ambos una Roma". Se dirige así a su amigo de la niñez, a quien le anuncia el posible retorno a Bílbilis del poeta. Plinio el Joven escucha y asiente:

- Muy bien, Marco; estos recuerdos de Hispania le gustarán a Trajano, pero te repito que no conseguirán ablandar su corazón, endurecido por las batallas y por el acoso incesante de Domiciano. La poesía no existe para él.

- ¿Y si decido volver a Bílbilis? Allí podré vivir cómodamente y en paz. Me sobran recursos económicos para ello.

- Si decides volver, conseguiré que te paguen el dinero retenido por tu cargo de tribuno militar. Será una cantidad importante.

- ¿Harás eso por mí?

- Tienes derecho a ese dinero; es tuyo, aunque ahora esté en el tesoro público. Así es el fisco.

- Tengo que pensarlo. La idea de volver a Bílbilis me agrada, pero me crea muchas dudas. ¿Qué haré allí sin los pórticos y sin el anfiteatro Flavio, sin los amigos y las amigas de Roma?

- Descansar y vivir– concluyó Plinio.

- Además de descansar, necesito la vida de Roma, la actividad literaria, las cenas...

- Te acostumbrarás. Piénsalo.

- Lo pensaré. A pesar de todo, la nueva edición del libro décimo seguirá adelante.

- El libro es excelente. Su edición es acertada, aunque te repito que nada vas a conseguir. Trajano se acuerda de la coraza de Domiciano y él se pondrá una mucho más fuerte contra tus elogios.

- Temía tus consejos y, más aún, que me mostraras claramente la realidad.

- Antes de despedirnos, Marco, brindemos por nuestra amistad y por la poesía.

- Brindemos.

Los dos amigos apuran las copas de excelente másico y permanecen callados durante unos instantes, como si desearan sentir y recordar los matices del vino. Súbitamente, Plinio rompe el silencio:

- No lo olvides; si decides volver a Bílbilis, avísame inmediatamente para solicitar el dinero que te corresponde como tribuno militar. Será una buena ayuda para los gastos del viaje.

- Lo haré. Mi decisión será temprana. Seguramente, antes de entregar el libro al editor sabré qué camino tomar.

- Adiós, Marco. Que la suerte te acompañe.

- Adiós, Plinio. Pronto volveremos a vernos.

Marcial abandona la mansión con mil ideas confusas rondándole y pugnando por imponerse. Siente una extraña opresión en el pecho que le anuncia la importancia vital de las futuras decisiones.

Llega al Quirinal, tras caminar deprisa y pensativo, y ordena a la criada que no le sirvan la cena. Pide, en su lugar, una jarra de vino y una copa. Revisa el libro décimo, piensa, escribe... A media noche, todavía en plena actividad, Marco Valerio toma una decisión. Si las circunstancias no cambian, debe regresar a Bílbilis.

Pasan los minutos y su decisión es cada vez más firme. Salvo que ocurra un milagro (un milagro en el corazón de Trajano), Marcial volverá a su patria, junto al río Jalón, cerca de los árboles frutales y los sauces blancos de Boterdo, bajo el fortín de los buitres, donde los días son más plácidos y las noches más largas. Y tan convencido está de su retorno, que desea reflejarlo en el libro. Toma los instrumentos de escritura y comienza a escribir:

Paisanos míos, a los que ha engendrado Bílbilis Augusta,

en el alto monte que baña el Jalón con sus aguas veloces,

¿no os causa alegría la gloria luminosa de vuestro poeta?

 

Continúa componiendo verso tras verso con emoción creciente, aunque al final vuelve la duda y así lo expresa:

 

Si al que regresa lo acogéis con buena voluntad, iré;

pero, si vuestro corazón es duro, me puedo volver.

 

Marco Valerio Marcial, poeta de Roma, bilbilitano, celtíbero, siente que el corazón se aprieta contra sí mismo. Los ojos se le humedecen con lágrimas furtivas. Vuelve a tomar los instrumentos de escritura y se dispone a componer el último poema para el libro.

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