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Antón Castro

RAFAEL NAVARRO: UN DIÁLOGO...

[Rafael Navarro Galarraga acaba de ganar el Premio Aragón-Goya 2013. En 2004, con motivo de otro nacional, le hice esta entrevista. Hemos conversado muchas veces, pero esta entrevista explica muchas cosas del artista.]

 

Foto de Carlos Moncín. De Heraldo de Aragón.

Fotografía / Rafael Navarro (Zaragoza, 1940) acaba de recibir el Premio Nacional de la Confederación Española de Fotografía. Se trata de uno de los grandes fotógrafos de Aragón, cuya obra está recogida en varios libros como “Dípticos”, “Las formas del cuerpo” o “Rafael Navarro” de La Fábrica / Caja Madrid, 2002.

 

“Soy un fotógrafo lírico que habla sin utilizar

palabras desde el arte de la sugerencia”

 

 

-No seré nada original. ¿Le perturba, le emociona o le enorgullece este Premio Nacional de la Confederación Española de Fotografía?

-Todo a la vez. Es un reconocimiento de los clubes de fotógrafos amateurs, que dicho así suena un poco peyorativo, pero en realidad son los auténticos enamorados de la fotografía, aquéllos que practican la fotografía porque la aman. No he pertenecido demasiado a ese mundo, aunque sí debo reconocer que la Sociedad Fotográfica de Zaragoza me ayudó mucho. Crecí en ella, la presidí durante algún tiempo y luego decidí dejar el cargo porque soy partidario de ceder el paso a las nuevas generaciones… Además, no iba en esa línea.

-¿Cuál era su línea: la de fotógrafo-artista?

-Sí, la de artista plástico que se expresa mediante la fotografía. Pero empecé haciendo un poco de todo: tomé fotos del teatro y realicé reportajes del mundo del motor: coches y motos, algo que me gustaba mucho.

-Y de ahí, ya dio el salto hacia el cuerpo…

-Más que hacia el cuerpo, en concreto, hacia la fotografía de autor, que es el intento de crear una imagen o de fabricar un objeto artístico, lo más personal posible, a través del cual transmites tus emociones, tus sentimientos, tus ideas.

-Insisto, desde muy pronto el cuerpo humano se convirtió en su obsesión.

-Aunque le parezca mentira, eso no es exacto. El cuerpo humano ocupa el 50 % de mi trabajo de 30 años. Y el otro 50 % son paisajes, composiciones diferentes, texturas, volúmenes, luces y sombras. Es cierto, que con el cuerpo de mujer me siento muy cómodo: es el que más me gusta y es el vehículo que utilizo como elemento esencial para transmitir mis sensaciones.

-En su obra, siempre aparece rodeado de una pulsión estética inequívoca.

-Me gusta la belleza, el orden, la armonía, y a veces de manera natural tengo que luchar contra mi inclinación hacia todo eso. Tiendo a equilibrar los valores compositivos, y a veces mis fotos pierden frescura y pueden dar la sensación de que están manipuladas, o de que he intervenido en el positivo. Y no es así. Soy un maniático del orden, de la estética, resulto casi impertinente y eso se nota, pero me dejo guiar por la intuición… Soy de los que piensa que las fotos hay que hacerlas con la cámara. Luego, yo trabajo en la ampliadora y mi mujer,  Maite, colabora con los caldos. Podemos hacer ampliaciones de hasta 50 x 60.

-También se ve que usted trabaja por ciclos que parecen repetirse. Por ejemplo, “Ellas”…

-Es cierto, trabajo dentro de una gran espiral, como la vida, y eso quiere decir que vuelvo a pasar por lugares similares. Y a veces, sí, puede dar esa sensación de que me repito, pero eso no me preocupa. Intento ser sincero con mis emociones y no me preocupo en exceso de esa impresión. De todos modos, a lo largo de 30 años sólo he firmado 400 fotos, es decir, casi salgo a una por mes. En el fondo, es una producción lenta.

-Una de sus series más famosas son sus “Dípticos”.

-Es un trabajo que duró de 1978 a 1985. Son siete años, y sólo hice 69 fotos. No crea que hice muchas más, tal vez 40, que se quedaron fuera del proyecto. Las tiré con una cámara de placas de 13 x 18, y son fotos muy preparadas: de composición, de tema, de luz. La elaboración es tan costosa que cuando disparas, ya sabes que te van a servir. Yo usé los “Dípticos” de manera vertical, superponiendo dos tomas distintas y así creaba una nueva realidad, y también un nuevo contexto, algo que siempre me ha obsesionado.

-Hablemos de sus desnudos, uno de los géneros fotográficos por excelencia.

-En ellos, me preocupa mucho el control de la luz. La foto es luz. Sus efectos, sus sombras, sus texturas, siempre trato de sacar los poros, los pelillos, las rugosidades, el movimiento, y a veces se convierten en puros paisajes. Son desnudos, claro, pero también son otra cosa, formas que me emocionan y con las que intento trascender el hecho de que lo ve el espectador es un cuerpo. La voluptuosidad no sólo está en el cuerpo. Hace poco hice un viaje familiar a Túnez, y hubo un momento en que me marché solo con la cámara al desierto. Y vi curvas, texturas y formas de la arena que son igualmente voluptuosas o eróticas que un cuerpo. Igual sucede con las ondulaciones del agua. La propia forma es voluptuosa.

-¿Y esa carga erótica constante?

-Me gusta jugar con la ambigüedad: intento mezclar la abstracción con la evidencia porque es eso lo que más me interesa de la imagen. La mezcla de elementos y de puntos de vista es lo más sugerente. Creo que soy un fotógrafo lírico que habla sin utilizar palabras del arte de la sugerencia, y con la imagen busco un concepto más sutil y poético que la propia palabra.

-Es decir, abstracto, conceptual o lírico, lo que busca es la comunicación.

-Desde luego. La fotografía es mi lenguaje. Soy muy tímido y la foto ha sido una eficaz válvula de escape y de comunicación. De todos modos, no suelo aceptar ninguna foto de encargo con fecha fija. Padezco el pánico del creador. Recuerdo que el actor Carlos Lemos confesaba que en sus inicios tenía miedo, que se le pasaba sobre el escenario. Ya veterano, confesaba: “Ahora ya no tengo miedo, tengo terror”. Me sucede lo mismo. Te exiges cada vez más.

-Hablemos de sus fotógrafos de referencia. Por ejemplo, Manuel Álvarez Bravo.

-Me gusta mucho por su frescura y por su ternura. Lo conocí, tuvimos una relación breve y hacía el cariñoso esfuerzo de colocarme a su altura. Era maravilloso. Cambiamos uno de mis “Dípticos” por “La buena fama durmiendo”, aquella foto de una mujer tendida, con vendajes, con su pubis ofrecido al sol.

-¿Arnold Newman?

-Me interesa mucho. Es un maravilloso retratista, como Richard Avedon, como August Sander. Aunque yo no he hecho retratos porque no me he atrevido a profundizar en esa faceta. También me gusta mucho Man Ray, es difícil hacer algo y no encontrarte en algún momento con él, con su magisterio; y Edward Weston, o Harry Callaghan, por la limpidez de sus imágenes. Creo que en mi obra es visible una influencia de la fotografía oriental, especialmente la japonesa.

-Hablemos de política cultural.

-Qué le voy a decir. En Zaragoza y en Aragón estamos en precario. Zaragoza por no tener no tiene ni una Facultad de Bellas Artes. Y necesitamos un Museo de Arte Contemporáneo que tenga un buen departamento de fotografía que trabaje en la difusión, edición y promoción de los fotógrafos: de los clásicos, de los intermedios como nosotros o de los más jóvenes.

-¿Qué proyectos tiene nuestro fotógrafo más internacional, junto a Pedro Avellaned?

-Preparo una colección de fotos sobre el mar en la Costa de la Muerte, serán cinco o seis piezas de 2.5 metros de ancho por uno de alto. Y también preparo un proyecto sobre texturas metálicas. Actualmente estoy exponiendo en la muestra “Agua al desnudo” de la Fundación Canal en Madrid, en una colectiva con Juan Manuel Castro Prieto, Tony Catany, Joan Fontcuberta, Cristina García Rodero, Alberto García-Alix, David Jiménez, Chema Madoz, Isabel Muñoz, José Manuel Navia, Carlos Pérez Siquier y Jorge Rueda.

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