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Antón Castro

FOTO LITERARIA DE ELÍAS MORO

FOTO LITERARIA DE ELÍAS MORO

[Este próximo jueves, 15 de marzo, en Antígona y en compañía de Víctor Juan Borroy, Elías Moro Cuéllar presentará su libro ’Manga por hombro’ (Isla de Siltolá), con muchos amigos de Zaragoza. Este texto es el pórtico del libro. Entre otras reseñas, puede leerse esta de Eduardo Moga: 

http://eduardomoga.blogspot.com.es/2013/11/manga-por-hombro.html]

 

FOTOGRAFÍA DE UN ESCRITOR EN LIBERTAD

 

 

Elías Moro es uno de esos escritores que tiene parentescos por doquier: es hijo y nieto de Pla y Cunqueiro, ahijado de Georges Perec y Ramón Gómez de la Serna, bebe los vientos por Kafka y Monterroso, se estremece con Cortázar y con Arreola, se ha educado con las historias de Juan Rulfo, Miguel Torga y Jean Giono, y con los artículos de Julio Camba, y se reconoce en un sinfín de autores contemporáneos suyos: desde Cristina Grande a Fernando Aramburu o Fernando Sanmartín. Y no solo eso: se ha formado con la poesía de todas las latitudes; con Pessoa, con la generación del 27 y con los japoneses, es tan versátil y curioso que lo mismo redacta un poema en verso blanco y un diccionario sobre el mundo del pastoreo que se atreve con un haiku. Es un escritor desconcertante porque le interesa el mundo ancho y ajeno.

No es fácil clasificarlo ni reducirlo a un corsé de estéticas: Elías Moro es un escritor en libertad, un paseante que se alimenta de curiosidad, un soñador y a la vez alguien que medita. Pasa un insecto, cruza el aire un pájaro, ve una mujer sentada en un café o contempla el espejo de los charcos, y él escribe una pieza magistral. El texto de un diletante, de un ingeniero de nubes, de un mago de las causas felices. Tiene una rara virtud: ama tanto la vida y sus secretos, ama tanto la vida y sus afluentes que se cita con ella a través de las cosas menudas, de lo superfluo, de lo invisible, de lo que aletea en un suspiro con fulgor de ave celeste.

Elías Moro Cuéllar es una de esas criaturas que se alimentan de afecto y que engrandecen su entorno con la amistad. Se engrandece él y engrandece a los demás. Y esparce el talento como se esparce la nieve en copos: con pasmosa naturalidad. Todos sus libros, y sus proyectos, nacen como si nada: tal como vienen, con la caricia de la lluvia, con el viento que golpea y no daña. Como quien no quiere la cosa. Eso sucede con sus poemas, con sus relatos, con libros como ‘El juego de la taba’, que es un cajón de sastre donde cabe de todo, un cajón de sastre que tiene un elixir imprescindible: la imaginación y sus usos.

‘Manga por hombro’ es un poco lo mismo. Es y no es lo mismo. Elías Moro ha seleccionado aquí un conjunto de entradas de su blog y las ha organizado de manera que el libro funciona como una continua caja de sorpresas y hallazgos, y como el puzle de un autorretrato. Elías Moro se acuerda –y este es uno de sus verbos favoritos: a él le gusta acordarse de casi todo, como a su amado Georges Perec- de la salamanquesa llamada Pepita, de aquella matrícula de honor que logró en Ciencias Naturales, de las bibliotecas que ha visitado, de las librerías de viejo que conforman su existencia con su pozo sin fondo de tesoros constantes, le gusta referir en clave humorística las visitas al ginecólogo con su mujer o recrear la maquinilla de Benito, el de la barbería. Sin darse cuenta casi, a través de las nueces o de los citados charcos, se disfraza de Marcel Proust y describe sensaciones inefables. Sensaciones, pálpitos, la onda expansiva de la memoria a partir de objetos, de olores, de estados de ánimo. Cinéfilo empedernido como es, evoca a Jacques Tati y a su Monsieur Hulot o todo lo que le ha dado cine a través de los besos y las imágenes de ‘Cinema paradiso’.

A Elías Moro, conocida su devoción por Ramón Gómez de la Serna, le fascinan las greguerías, los juegos de palabras, las listas de vocablos e incluso esas piezas que parecen metaficción en torno a la identidad, como verán en ‘Mi otro yo. También le fascinan los bestiarios, y el punto de vista a contrapelo, como sucede con ‘Elogio del rinoceronte’ e incluso con ese texto inicial que te deja un raro sabor de boca: ese cuento del padre-gallo al que otro gallo mayor e igualmente insolente lo deja seco.

Elías Moro ha metido muchas cosas en ‘Manga por hombro’. Es casi imposible hallar un texto que nos deje indiferente: todos tienen aliento, humor, sentido de la evocación, latido, todos han sido escritos con el ingenio y el corazón, con la gracia y la hondura. El autor también habla del acto de escribir, de sus poéticas (“Antes del poema lo sé, al terminarlo lo dudo”, dice) y del paso del tiempo; me ha conmovido especialmente la pieza ‘El tiempo pasa’, donde se dice: “Ya guardo fotografías donde soy más viejo que las que tengo de mis padres”.

He aquí un libro libre. Libre en la forma, libre en el contenido: el autor divaga, redacta poemas y soleares, declara su veneración por las mujeres y su desnudo, usa el microcuento, la crítica literaria, el retrato y la elegía (por ejemplo, la que le dedica a José Antonio Labordeta), cuenta relatos y leyendas, y juega con el campo semántico de muchos términos: por ejemplo el vocablo ‘decentes’ o las posibilidades y ramificaciones de las sombras. Es tan imaginativo y observador que redacta un texto como ‘Hablando en plata’: existen seres, o podrían existir, que escriben y hablan únicamente con frases hechas. Se retrata magistralmente a la manera impresionista así, en 49 palabras: “La teta materna. Mis hermanos. Escarcha y bochorno. Arroz y sandía. Operación pulmonar. Baloncesto. Amor y amistad. Literatura. Viajes. Mérida. Lali, Sara y Alba. Los Marx, Woody Allen, El Padrino. Lisboa. Vidal. Copla, fado y tango. Música y poesía. La muerte. Un beso inolvidable. Y su mirada marrón. Stop”.

Eso sí, y me gustaría dejarlo claro: este señor no es perfecto. No le gustan ni Popeye ni las espinacas. Es tan raro, tan original, tan atrabiliario que es capaz de escribir de la tristeza de los trenes. Si Elías Moro Cuéllar no es un poeta...

 

*Foto de Jorge Armestar.

1 comentario

Elías -

Ya no sé qué decirte; tu generosidad y cariño me abruman.
Ganas de verte.

Gran abrazo.