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Antón Castro

JUST FONTAINE: EVOCACIÓN Y GOL

REGATE EN EL AIRE

 JUST FONTAINE SIGUE EN SUS TRECE

 

 

Cristiano Ronaldo, melancólico y abatido, se ha ido del Mundial por la puerta falsa: no calibró que ante Ghana, con un poco de constancia y más determinación y acierto, quizá habrían logrado el sueño difícil. Luis Suárez, el astro charrúa, ha cometido otro inmenso error; ahora su país lo arropa y lo defiende, alude a una conspiración universal, pero será objeto de escarnio. Su nuevo mordisco es una patada en la boca del estómago de la historia heroica de Uruguay. Ellos estaban llamados a ser grandes goleadores. Alemania se ha desinflado un poco. Como Francia, Brasil y Argentina; tampoco era para tanto, pero alguien tendrá que ganar. Y en este torneo de tantos goles se seguirá hablando de la posibilidad de que Miroslav Klose se convierta en el máximo goleador de los mundiales, aunque él habrá necesitado de cuatro presencias para alcanzar el récord de 16 dianas.

La gran gesta, en realidad, fue la de Just Fontaine, que logró el milagro “o la gran broma” de marcar trece tantos en Suecia-1958. Hijo de normando y de madre española, había nacido en Marrakech en 1933, se había formado en su ciudad y más tarde en Casablanca. El ídolo de su niñez era el inolvidable  Ben Barek, que hizo grande a Marruecos y al Atlético de Madrid. Pronto lo fichó el Niza y más tarde, cuando el Real Madrid se quedó deslumbrado con el regate y la clase de Raymond Kopa, lo contrató el Stade de Reims, donde dejó una hoja de servicios impresionante: ganó dos títulos de Liga en 1958 y 1960, y a la vez fue el máximo goleador. Dice Jorge Luis Borges que a veces un solo hecho define la vida completa de un hombre. A Fontaine le define el campeonato de Suecia: al parecer iba como reserva y parecía más un pescador con su caña al hombro o un turista que el máximo artillero de Francia. Su compañero René Bliand se lesionó y él entró en el equipo, le cedió sus botas el suplente Stéphane Bruey. Jugó seis partidos, hasta las semifinales, y cosechó trece tantos. En todos los choques marcó un gol, algo que también haría años después Jairzinho.

Aquella Francia era temible: ganó todos sus partidos, a menudo por goleada (ante Paraguay venció por 7-3; a Alemania, la campeona del mundo, le endosó 6-3), salvo una derrota ante Brasil, y la clave estaba en la calidad de su plantilla, en individualidades como Kopa, Piantoni o Vincent, y en la efectividad de Fontaine. Logró siete goles con la derecha, cinco con la izquierda y uno de cabeza. Tenía (y tendrá aún: vive) un finísimo sentido del humor. Dijo una vez: “Salto tanto para rematar de cabeza que cuando bajo tengo nieve en el pelo». Raymond Kopa, que fue elegido el mejor jugador de la competición, daba una explicación más coherente: “Fontaine era el delantero que se adaptaba perfectamente a mi juego. Él percibía perfectamente lo que yo hacía, y yo estaba seguro de encontrarlo al otro lado de mis regates».

Fontaine lo hacía casi todo bien: disparaba desde cualquier posición, poseía una magnífica finta, arrancaba cuando menos se lo esperaba el defensor y tenía una estrategia especial para burlar al arquero. Más en serio, Fontaine dijo: “La clave de mis goles fue que no me conocían demasiado». Fontaine jugó en la selección durante una década, en 21 partidos marcó 30 goles y se retiró a los 28 años por lesión. Entrenó a la selección ‘bleu’ en dos partidos de 1967 y estuvo en la de Marruecos entre 1978 y 1981. Le gusta relatar, con ironía, una broma que inventó Mario Zatelli, delantero del Olympique de Marsella: «Una momia librada de sus vendajes pregunta en cuanto abre los ojos: “¿Se ha batido el récord de Fontaine?”. Después de los siglos de los siglos, la respuesta sigue siendo: “No”». Ahí seguimos.

 

*Este texto aparece hoy en Heraldo de Aragón. Las fotos las tomo aquí:

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