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Antón Castro

HOLANDA: MEMORIA DEL JUEGO

REGATE EN EL AIRE*
El tesoro universal de Holanda
 
[Cruyff, Jondbloed, Haan, Rensenbrink, Rijsbergen, Repp, Suubier, Jansen, Van Hanegem, Krool y Nesquens.]
EL FÚTBOL mundial tiene una deuda con la selección holandesa. Dos equipos revolucionarios fueron la Hungría de 1954, liderada por Puskas y Boszik, y el Brasil de 1970, que dirigía un Pelé maduro y en estado de gracia, pero acaso no lo fue menos la Holanda de 1974, que estremeció el planeta con una nueva renovación, que comenzó en la cabeza de Marinus Michels. Se llamó «el fútbol total»: todos atacaban y defendían, el bloque mantenía un excelente relación con el balón y era rápido, poderoso, con un increíble cambio de posiciones.
Michels armó el conjunto con dos equipos básicos: el Ajax, que había sido triple campeón de Europa, de 1971 a 1973, liderado por Johan Cruyff, pura imaginación, osadía, velocidad, sentido de la organización y remate. Y el Feyenoord, que tenía jugadores como Rijsbergen (Michels colocó a su lado a un medio del Ajax como Haan), Jensen o Van Hanegem, una zurda de oro. Contó, además, con Rensenbrink del Anderlecht en lugar de Piet Keizer, el capitán del Ajax, y se inventó un portero rarísimo y veterano que jugaba con el ocho: Jongbloed.
Con esos mimbres y una apuesta por la espectacularidad y la eficacia, Holanda cosechó elogios por doquier. En honor a la verdad, hubo otro equipo inolvidable: la Polonia de Deyna, Lato, Szarmach y Gadocha, que perdió bajo el diluvio universal ante la Alemania de Beckenbauer, que se haría con el título tras una noche de parranda de «los tulipanes». Aquel combinado tendría continuación en Argentina-1978. En la final, ante los locales y el impacto de la dictadura de Videla, sin Cruyff y con Happel en el banquillo, Holanda igualó la renta de Kempes por medio de Nanninga; Rensenbrink remató al palo en el último minuto, y en la prórroga la Naranja mecánica -con Nesquens, con Willy y René de Kerkhof, con el majestuoso Krol de líbero- cedió ante la selección albiceleste.
Diez años después, en la Eurocopa, Holanda volvió a forjar un equipo inolvidable y venció en la final, 2-0, a la Rusia de Dassaev, Belanov y Zavarov. La alineación tipo era: Van Breukelen; Van Aerle, Van Tiggelen, Ronald Koeman, Erwin Koeman; Vanenburg, Rijkaard, Wouters, Mühren; Gullit y Van Basten. Era un equipo deudor del gran Milan de Arrigo Sacchi; su estrella era Marco Van Basten, el ‘Nijinski del área’.
Una década después, los holandeses guiados por Bergkamp, Cocu y los hermanos de De Boer cayeron en semifinales y en los penaltis ante Brasil, que sería vapuleada por Francia, liderada por Zidane. En Sudáfrica-2010, Holanda volvió a llegar a la final ante una España maravillosa. Fue un partido  apoteósico e intenso, y pudo ganar cualquiera de los dos. En la prórroga más hermosa, Iniesta batió a Stekelenburg.
Holanda, con un equipo renovado, pero con tres hombres claves de entonces como Van Persie, Sneijder y Robben, acaba de colarse en cuartos con Louis Van Gaal al mando. El equipo que venció a México, con ayuda arbitral y algún error de Herrera quizá, pareció menos inspirado que el que destrozó a España en la primera fase. Eso sí, es un equipo correoso, con pinceladas de clase, que sabe que cuenta con tres figuras (o quizá con cuatro: Huntelaar posee oficio, experiencia y sed de gloria). Parece enfilado hacia las semifinales. Le espera Costa Rica, que es, con Colombia, el equipo más simpático; ambos, ticos y cafeteros tienen un plan: encarnan la modestia sin complejos, el talento dulce, la unidad de esfuerzo, las certezas del fútbol latinoamericano.
Holanda, más pragmática y sin que le sobre nada, va a por todo. Ante México demostró capacidad de reacción y calma y resistencia en la agonía. Tiene instinto, sabia veteranía, ambición y un resquemor oculto: el fútbol le debe el tesoro universal. 
*Este artículo aparece hoy en mi sección del Mundial en Heraldo de Aragón.

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