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Antón Castro

VIDA Y PINTURA DE PABLO GONZALVO

VIDA Y PINTURA DE PABLO GONZALVO

 

A PLENO SOL. La historia de un artista aragonés del siglo XIX, que se especializó en la pintura de perspectivas y paisaje urbano. Se formó en Zaragoza y se instaló en Madrid. Pintó Toledo, la Alhambra o, entre nosotros, El Pilar, la Torre Nueva y La Seo. Su gran amigo fue el cubano José Martí.

 

 

Vida y pintura de Pablo Gonzalvo

 

 

El siglo XIX cuenta con dos de los más grandes pintores aragoneses de la historia: Francisco de Goya, que moriría en Burdeos y revolucionó el arte en sus últimos años, especialmente con las ‘pinturas negras’, sus cuadros de guerra y sus grabados, y Francisco Pradilla, a quien llamaron alguna vez «el segundo Goya de Aragón», por su paleta variada y plena de color que le permitía realizar retratos, pintura de historia, cuadros simbolistas, alegóricos y costumbristas. Pero en ese período hubo otras figuras importantes, elogiadas por doquier: un buen ejemplo sería Pablo Gonzalvo Pérez (Zaragoza, 1829-Madrid, 1896), el gran amigo aragonés de José Martí y un artista finísimo, perfeccionista, especializado en lo que se denomina pintura de perspectivas, paisajes arquitectónicos y urbanos, y vistas interiores de catedrales y edificios nobles.

No se saben demasiadas cosas de su vida: nació en Zaragoza en 1828 (a veces se dice que en 1827 o incluso en 1830) y era hijo de hijo de Pedro Gonzalvo y Engracia Pérez. A orillas del Ebro realizó sus primeros estudios; pronto descubrió la pasión por el arte y no tardaría en trasladarse a Madrid. Ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, al menos durante el curso 1845-1846, y fue alumno y discípulo de Federico de Madrazo (1815-1894), del que se escribió «que era el más sólido retratista del momento», autor de alrededor de 600 obras del género. Gonzalvo asistió a su taller, se especializó en paisaje y parece evidente que el maestro le realizó un cuidadoso retrato ovalado; a veces se dice que no es Gonzalvo, sino otro alumno pintor: José Gonzálvez Martínez.

No es fácil saber cómo evolucionó la carrera del pintor aragonés. Sí se sabe, por ejemplo, que debía ser amigo de Martín Rico, artista que reivindicó hace muy poco el Museo del Prado y del que podemos ver algunos cuadros en el Palacio de Sástago, porque en el verano de 1856 ambos visitaron el santuario de Covadonga y tomaron numerosos apuntes del natural al dibujo y a la acuarela. ¿En qué momento decide Pablo Gonzalvo especializarse en pintura de perspectiva arquitectónica o paisaje urbano? No se sabe con exactitud, pero se convertirá en el gran maestro de un género al que algunos consideraban menor. Era muy exigente, exigía precisión y paciencia, sentido de la composición y dominio del contraluz. Esa disciplina tenía a la arquitectura como protagonista. Gonzalvo alterna el trabajo de creación, las horas en su obrador (lo tuvo en la cuesta de Santo Domingo, 3, muy cerca del Palacio Real, al menos durante años) con la enseñanza. Primero fue profesor de Perspectiva en las Escuelas de Bellas Artes de Cádiz y de Valencia, tal como cuenta Manuel García Guatas en su libro ‘La España de José Martí’ (PUZ, 2014); a partir de 1868 obtuvo un puesto en la de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid, donde se jubilará.

Como era frecuente en la época concurrió a las exposiciones nacionales y logró tres primeras medallas en las de 1860, 1862 y 1864, pero también fue galardonado en Bayona, París y Viena. Fue un pintor viajero y al parecer estuvo en ciudades como Roma, Venecia (hace algunos años Cajalón exhibió una vista veneciana suya), Viena y Constantinopla (no parece probable que estuviera en Filadelfia, donde también concursó), experiencia que le permitió ampliar su perspectiva artística. También remitió piezas a certámenes en Londres  y Múnich.

Además de estos lugares, quizá por su residencia temporal en Cádiz y su interés por el rico patrimonio andaluz, Pablo Gonzalvo pintó espacios como la Alhambra o la Mezquita de Córdoba, aunque su debilidad siempre se ha dicho que ha sido Toledo, donde solía veranear. Pintó la catedral de Toledo, pero también las catedrales de Burgos y de Ávila, la Lonja de Valencia o la Universidad de Salamanca, entre otros lugares. Por sus numerosos premios fue nombrado comendador de la Orden de Carlos III y de Isabel la Católica y era protegido del Duque de Fernán Núñez y la infanta Isabel de Borbón.

¿Y Zaragoza? A veces no es fácil saber cuándo retorna a la ciudad, pero mantiene el vínculo y se siente atraído por su arquitectura. Especialmente por la Torre Nueva, que sería derribada tres años antes de su muerte, por la Basílica del Pilar y por la catedral de La Seo y, en particular, por la capilla sombría e inquietante del inquisidor Pedro Arbués, que fue asesinado en su interior.

Al parecer, Pablo Gonzalvo era un enamorado de la Torre Nueva y la pintó en varias ocasiones. Le apasionaban, como a su amigo José Martí, los días de bullicio y de feria. De hecho, intentó trasladar a sus lienzos esa actividad. A Pablo Gonzalvo lo han estudiado diversos historiadores del arte: Ana García Loranca y Jesús Ramón García-Rama, Manuel Ossorio, María Luisa García Moreno, Yanelis Abreu, etc. Y entre ellos, el citado García Guatas, que recuerda que «debía ser persona de carácter afable, comunicativo y de convicciones progresistas», que pertenecía a la Sociedad Progreso Espiritista de Zaragoza, cuya lista de socios publicó en dos volúmenes Calixto Ariño, el director del ‘Diario de Avisos de Zaragoza’. Sin embargo, el auténtico divulgador y defensor de la obra de Pablo Gonzalvo Pérez fue José Martí, que lo visitó en Madrid, que lo vio pintar en Zaragoza (en concreto el ‘Interior de la Seo de Zaragoza’, de 1876, que El Prado tiene en depósito en el Museo de Zaragoza) y que le dedicó bellas y cariñosas páginas a ese «buen amigo», el «laborioso, modesto y laureado Gonzalvo: que más que por lo laureado, vale por lo modesto». Y, sobre todo, por su talento plástico indiscutible.

 

el anecdotario

 

Belleza y distancia. Tras su estancia en Madrid -donde debió de conocerlo, según Guatas- y sus casi veinte meses en Zaragoza, donde coincidieron de nuevo, José Martí le dedicó páginas muy cariñosas y entusiastas a Pablo Gonzalvo, igual que a Goya, Fortuny o Madrazo. Dijo: «Nadie como Gonzalvo puede medir las distancias con tanta exactitud, ni sabe reproducir la severidad y dureza de una línea recta, o recrear, casi viva, la antigua belleza ornamental. El Museo del Prado tiene un exquisito cuadro de Gonzalvo, ‘El patio de las infantas’». En realidad, la obra se titula: Celebrada casa de la Infanta en Zaragoza, la salida del combate’, y está fechada en 1868. 

 

*Este retrato es de Federico de Madrazo.

1 comentario

Jorge Fernández Crespo -

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