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Antón Castro

MARÍA FÉLIX, MARÍA BONITA

MARÍA FÉLIX, MARÍA BONITA

A PLENO SOL. María de los Ángeles Félix Güereña (1914-2002) es una de las grandes actrices que ha dado México al cine. Se casó cuatro veces, trabajó con Buñuel y Renoir, intervino en 47 películas y dejó el rastro de una actriz de carácter, de gran belleza. [Este verano publiqué en Heraldo este texto. Me reencuentro con México, con María y con esta foto de Héctor García.]

 

 

María Félix, la diosa de México

 

«María Félix fue una actriz que perteneció a esa categoría de actores que se transforman en personajes de sí mismos», dijo Octavio Paz, que escribió a menudo de María de los Ángeles Félix Güereña. Le adjudicó otra frase para la inmortalidad: «María nació dos veces: sus padres la engendraron y ella se reinventó a sí misma». Nació en Álamos, Sonora, México, en abril de 1914 y renació en 1943, cuando el escritor Rómulo Gallegos la vio y dijo: «Esa es mi Doña Bárbara». Fue la elegida para la versión cinematográfica de Fernando Fuentes. Entre Doña Bárbara y María Félix había un claro paralelismo: eran mujeres de armas tomar, poderosas, solitarias en el fondo, bellas y exuberantes, dispuestas a desafiar la virilidad de cualquier varón.

Como nadie nace de la nada, María vivió momentos muy especiales: tuvo once hermanos, se llevó bastante mal con sus hermanas, aunque jugó mucho en el rancho de sus abuelos, donde aprendió a montar a caballo. Sintió una predilección «casi pecaminosa» por su hermano Pablo. Su complicidad era tan intensa, y se acrecentaba tanto cada día, que a sus padres los alarmó: creyeron que eran dos enamorados incestuosos. Y decidieron enviar al joven a un colegio militar. Al poco tiempo, puso fin a su vida de un disparo en la sien. María quedó destrozada.

 Allí empezaba otra existencia. María se trasladó a Guadalajara y en la Universidad se convertiría en la reina de la belleza, en la joven adorable y adorada: todos querían dibujarla, hacerle fotos, percibir su hálito, sentir que aquella diosa juvenil estaba cerca. A todos enamoraba. Sin embargo, quien la sedujo fue un representante de Max Factor, Enrique Álvarez. Esa relación, según sus biógrafos, nació del intento de huir de su agobiante padre, que era un indio yaqui (María creería como él en el poder simbólico de la serpiente), más que de un amor sincero. Poco después se separaron, y la bella divorciada se trasladó a México D. F. para huir de las malas lenguas. No tardaría en debutar en el cine, con ‘El peñón de las ánimas’ (1943), donde coincidió con un Jorge Negrete, rico y famoso y amado, con el que no se entendió. Poco después, realiza la ya citada ‘Doña Bárbara’, que la catapultó y perfiló su carácter y quizá algunas de sus constantes en la pantalla: cierto histrionismo, cierta contundencia de genio y de seguridad apabullante en sí misma, que lindaba a veces con la antipatía y con la mujer fatal. Algunos títulos de películas abonarían esa imagen: ‘La mujer sin alma’, ‘La devoradora’, ‘Doña diabla’, etc.

A la vez que triunfaba en el cine mexicano, también tenía una tumultuosa historia personal. En 1943 se casó con el músico y cantante Agustín Lara (hacía años había dicho: «un día me voy a casar con ese señor que canta tan bonito»), que le escribió canciones inolvidables, entre ellas, ‘María Bonita’. El Premio Nobel Octavio Paz enmendaría con sutileza al músico: «María Félix no era bonita: era bella». Bella, altanera, lenguaraz, mandona, como ella misma diría. Se amaron tempestuosamente, tanto que él llegó a dispararle; felizmente erró. Eso sí, Agustín Lara fue clave para que ella consiguiera la custodia del hijo que había tenido con su primer marido.

Años después, volvió a cruzarse con Jorge Negrete y él la persiguió tanto, le regaló flores y joyas, le hizo muchas llamadas de teléfono; al final, aquel vendaval de pasión cuajó en 1952, en una fiesta impresionante. La relación apenas duró once meses porque Negrete, ‘El Charro cantor’, falleció en diciembre. Si ya para entonces había trabajado en España (en ‘Mare Nostrum’, en ‘Una mujer cualquiera’ y ‘La noche del sábado’), en Francia (nada más y nada menos que con Jean Renoir en ‘French Can Can’) y en Italia, también colaboró con Luis Buñuel en ‘Los ambiciosos’ (1959), con un malherido Gerard Philipe de partenaire. A ella no le gustó demasiado el proyecto, pero allí se oyen frases como «El amor es demasiado hermoso para lo que es nuestra relación» o «su galantería se parece a la indiscreción». «Yo era amiga de Buñuel antes de trabajar con él. Se encaprichó con esta película. Hubiéramos podido hacer lo que hubiera querido. ¿Cómo era Buñuel? A todo dar. Extraordinario y fabuloso. Con él todos los epítetos parecen pocos. Era un buen tipo surrealista que tenía un exceso de fijación contra la iglesia», diría años después.

El cuarto marido de María Félix fue el banquero Alexander Beger. Y acabó sus días con el pintor ruso-francés Antoine Zpafoff. Tuvo muchos pretendientes y amores, entre ellos Luis Miguel Dominguín. «Yo no fui una devoradora de hombres, ellos me devoraron a mí», diría. A pocos les pasaba inadvertida su mirada hipnótica, su belleza racial y morena, su energía, su personalidad, su clase y su osadía. Y otro de los que sucumbió a su hechizo fue el muralista Diego Rivera. Dicen que la amó durante diez años: la amó, platónicamente al parecer, la esperó, la pintó, se desesperó tanto que hasta su esposa Frida Kahlo le envió una carta intercediendo por su amor. María Félix, vencedora de cuatro premios Ariel (en 1986 recibió el de oro), se convirtió en un mito mexicano y universal que participó en 47 películas. Fue buscada por los grandes de la moda como Dior o Chanel, acumuló grandes colecciones de joyas, porcelanas, muebles, pintura y plata, grabó un disco y fue objeto de retratos pictóricos de Leonor Fini, Remedios Varo, Leonora Carrington, Orozco, el citado Diego Rivera... Murió durante el sueño a los 88 años.

 

el anecdotario

 

Duelo de divas. A María Félix le han dedicado varios libros. El mismo Carlos Fuentes, Premio Cervantes, le dedicó dos: ‘Zona sagrada’ (1967), una novela que cuenta la historia de una famosa actriz mexicana que abandona a su hijo Guillermito por diversas razones; la historia, es obvio, hace pensar en María Félix y su hijo Enrique. Y la pieza teatral ‘Orquídeas a la luz de la luna’ (1982), donde se cuenta la relación de Dolores del Río y María Félix, las grandes estrellas del cine mexicano, en relación con Orson Welles. El director de ‘El proceso’ estaba fascinado con la lencería negra de Dolores y de pronto conoce a María. La obra, dirigida por María Ruiz, se estrenó en Zaragoza con Marisa Paredes, Julieta Serrano y Eusebio Poncela. A María le indignó esa parodia y retiró la palabra a Fuentes: lo llamó “mujeruco”. En su autobiografía ‘María Félix. Todas mis guerras’ (Clío, 1993) escribió: «Con Dolores del Río no tuve ninguna rivalidad. Al contrario, éramos amigas y siempre nos tratamos con mucho respeto, cada una con su personalidad. Éramos completamente distintas. Ella era refinada, interesante, suave en el trato, y yo en cambio enérgica, arrogante y mandona».

 

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