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Antón Castro

ANTONIO HERRAIZ: A PROPÓSITO DEL LIBRO DE ROBERTO PARDOS

ANTONIO HERRAIZ: A PROPÓSITO DEL LIBRO DE ROBERTO PARDOS

[Antonio Herraiz Soler es periodista. Trabajó muchos años en Heraldo de Aragón; se retiró en la sección de ’Cierre’. Solía redactar artículos de opinión, además, y de cuando en cuando se explayaba en los secretos gramaticales de su oficio. Hoy comenta el libro ’Así nacen y mueren los periódicos’, de Roberto Pardos, que se presentaba el pasado marte, con mucha gente, en la sala de Música del Palacio de Sástago. Roberto estaba como un flan, pero en cuanto empezó a hablar ya no había nadie ni nada que lo parase.]

 

EL LIBRO DE UN REGENTE

’Así nacen y mueren los periódicos en España’. Roberto Pardos. Prólogo de Antón Castro. Doce Robles. Zaragoza, 2015.

Por Antonio Herraiz Soler.

La noche del 24 al 25 de septiembre de 1993 un linotipista del Heraldo de Aragón apuñaló durante la jornada laboral al regente de dicho periódico,Antonio Fuertes Pablo. La primera herida, asestada de abajo arriba, rozó elhígado de Antonio por debajo de las costillas; la segunda, recibida de arribaabajo cuando Antonio se desplomaba, fue un auténtico descabello: leseccionó la médula entre la primera y la segunda vértebra. Caído en elsuelo del taller, en medio de un gran charco de sangre, el regente delHeraldo de Aragón decía que no se podía mover. Había quedadotetrapléjico. En el hospital, a los pocos días, le practicaron unatraqueotomía para enchufarlo a una máquina de respirar. Desde entoncestampoco podía hablar. Y, finalmente, Dios quiso ahorrarle una vida desufrimientos a él y a su familia y se lo llevó el 20 de octubre. Al díasiguiente, el de su entierro en el cementerio de Torrero, hubiera cumplido 53 años.

Y pese a tratarse el suyo de un caso único, le ha sucedido lo mismo que atodos los regentes que he conocido durante mi vida profesional transcurridaen diarios de distintas ciudades españolas. Joaquín, Juanjo, Chomin, JuanAntonio, Arsenio, Florencio y Justo gobernaron sus talleres, se aliaron conla divina providencia para hacer el inexplicable milagro diario decomponer, editar e imprimir un periódico año tras año, y después, si te hevisto no me acuerdo. El relevo de las generaciones arrastra consigo ladesmemoria y el olvido, de manera que los ahora llamados trabajadores delos diarios no saben ni quienes fueron sus padres ni sus madres,profesionalmente hablando. Debe de ser eso que llamamos “ley de vida”.

Pues para pasarse esa ley de vida por el arco del triunfo ha escrito este libro Roberto Pardos, el segundo regente que tuve en El Noticiero después delinigualable Justo Olloqui, que fue el primero.La edición vigésima segunda del Diccionario de la lengua española(DRAE), publicada en 2001, entre las acepciones de la palabra ‘regente’incluye esta: En las imprentas, boticas, etc., hombre que sin ser el dueñodirige inmediatamente las operaciones. Y se queda corta, porque las másde las veces, el regente mandaba más que el amo. La vigésima terceraedición le enmienda la plana a la anterior y no incluye esta acepción. Asíque ni con algún pequeño añadido de tipo sexual la dejan sobrevivir paraque también regenten las imprentas, las boticas y los etcéteras las mujeres;aunque la cosa podría ir más lejos si se extiende esa corriente antizoológicaque cree que los hombres y las mujeres no tenemos sexo sino género:masculino, femenino, neutro, cambiante, doble, según, a veces y angelical.

No lo explica el Diccionario, pero sí hay otra razón para suprimir laacepción. Y es que, quitando el caso de las boticas y los etcéteras que caenfuera de lo que yo conozco, los ingenieros y otros técnicos que ahoradirigen inmediatamente las operaciones sin ser los dueños de las imprentas,se verían muy mermados en su imagen si los denominaran oficialmente‘regentes’. ¿Dónde se ha visto que un garañón se rebaje a mulo?, ¡por Dios!Roberto Pardos, además de compañero de trabajo y amigo, fue, como yo,maqueto en el País Vasco y charnego en la capital del principado de Cataluña, Barcelona.

Así que, aunque cada uno por separado, hemos tenidovivencias paralelas durante nuestra etapa de emigrantes y eso, quieras queno, une. Pero es que antes de eso -lo he sabido al leer su libro-, ya teníamosalgo de vecindad común. Roberto nació en un piso de la calle San Miguel número 50 el año 1940, y en ese mismo número de esa misma calle –aunque supongo que sería un inmueble anterior- vivió uno de misbisabuelos cuando fue destinado cuarenta años antes a la Caja de Reclutasde Zaragoza, y allí nacieron dos de los cuatro hijos de su segunda mujer.

De las experiencias adolescentes y juveniles de Roberto en el Frente de Juventudes me libré porque en mi casa no tragaban a los falangistas, pero mi amigo y admirado conocedor de todos los intríngulis de la corrección gramatical, Ángel Hernández Mostajo, disfrutó de lo lindo el día que los reuní en una comida de trabajo y descojonamiento al contarse uno y otrolas vivencias joseantonianas y callejeras de sus respectivas infancias. Casi me daban envidia.Roberto ha escrito muy inteligentemente una biografía personal vinculada asu desarrollo profesional. Es lo mismo o parecido que debieron de hacer losredactores del Antiguo y el Nuevo Testamento: en proyección. Es decir,que de mayor, y gracias a lo que aprendió y fue de pequeño, actuó comouna flecha en dirección fija sabiendo bien dónde estaba el centro de ladiana a la que se dirigía. ¿Resultado?: ¡blanco! Por si me lee algún niño, lo traduciré al lenguaje de las maquinetas: ¡target!

Roberto ha sido testigo del nacimiento, la resurrección y la muerte dediversos diarios y sabe de qué habla cuando relata cómo y por qué muerenlos periódicos en España. Desde su visión como regente de un tallertipográfico clásico, pero también con su puesta al día en los nuevosprocedimientos y aplicaciones editoriales tanto de composición como deimpresión, se convirtió –como él mismo cuenta en este libro- en una de laspersonas más preparadas en España para aconsejar a las empresas editorasen el difícil arte de la supervivencia durante los apasionantes años de latransición.Acudieron a él como los náufragos se aferran a una tabla en alta mar. Unosse ahogaron y otros sobrevivieron: ¿por no hacerle caso o por seguir susconsejos? Júzguelo el lector.Por lo que a mí respecta, la lectura de estas memorias de Roberto Pardosme hace pensar que muchas veces Dios da pan a quien no tiene dientes, yno sé si dientes a quien no tiene pan. No es el caso del autor. Tal vez sí elde algunos de los amos, no de todos.

Antonio Herraiz Soler

 

*En la foto de Chus Marchador, de ’El Periódico de Aragón’, vemos a Javier Lafuente, editor, a Antón Castro y a Roberto Pardos.

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