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Antón Castro

PAISAJE PARA DANIEL MORDZINSKI

[En mi libro 'El dibujante de relatos', publicado por Pregunta e ilustrado por Juan Tudela, hay un cuento o un texto dedicado a Daniel Mordzinski, con quien pasé ayer varias horas, yo y otros amigos. Por cierto, Daniel visita por primera vez Zaragoza y hoy interviene en la presentación de los primeros quince años de Páginas de Espuma en Los Portadores de Sueños, con el editor Juan Casamayor y la escritora Patricia Esteban Erlés.]

http://danielmordzinski.com/

 

 EL PAISAJE INFINITO

 

Homenaje a Daniel Mordzinski. Por Antón CASTRO

Querido Daniel: No sé si ha estado alguna vez en Aragón. He mirado en internet y he preguntado a algunos de los escritores que conozco, a los más veteranos y a los más jóvenes, y tampoco estaban seguros. Acabo de enterarme de la pérdida de su archivo: un terrible, un patético descuido acaba de dar con más de treinta años a la basura. Lo siento de veras: no puede imaginarse cuánto. Amo la literatura desde niña, y poco a poco he ido amando a los escritores. Gracias a usted, especialmente, gracias a sus fotos. Cuando le llaman “el fotógrafo de los escritores”, creo que le definen a la perfección. Es usted, sospecho, un lector que fotografía. Un artista de la luz y de los gestos definitivos que brotan, también, de la escritura. Lleva los libros y las líneas en su cabeza y cuando mira a los autores también ve sus paisajes, sus criaturas. Eso pienso yo. No quiero perder tiempo ni hacérselo perder. Vivimos tan de prisa y con tantas imágenes y palabras que ni siquiera nos da tiempo a leer una carta o una nota completa. Voy al grano: quería hacerle un regalo. Quería regalarle las imágenes de mi pequeño país, de polvo, viento, niebla y sol, como escribió uno de nuestros poetas. Por cierto, Daniel, ¿fotografió alguna vez a José Antonio Labordeta, en París, en Alemania, en Suecia, en Madrid o en sus paisajes pirenaicos?

Labordeta ha sido el cantor de mi tierra. La voz del páramo. La melodía seca que se expande por las colinas, que asciende a las cumbres más altas y que va luego, con el cierzo y las nubes veloces, de campo a campo, con los campesinos, con los cazadores, con las ancianas que trajinan en el monte antes de volver a la masía. Aragón, mi pequeño Aragón, es un país de montañas, un territorio de paisajes irreductibles. Y yo, con mis cámaras y todo el tiempo del mundo, salí a capturarlo: a encerrarlo, para usted, Daniel Mordzinski, en mis objetivos, en la memoria de mi ordenador, que ahora es como un laboratorio ambulante. El mundo entero camina con nosotros en nuestro portátil.

Me gusta conducir. Perderme. Dejarme ir sin prisa y con la pasión de ver. Querría fotografiarlo todo y a la vez no fotografiar nada: que fotografiase el ojo solo con la imaginación. En realidad, mi padre, retratista de los antiguos, discípulo de Jalón Ángel y de Luis Mompel, me enseñó que las mejores fotos son las que se sueñan. Las que se ven y se interiorizan. Con esa idea salí de casa: atrapar lo imprescindible. Y me dirigí a Huesca: pernocté en el hotel Abada y estuve tres días. Pensé que le gustaría saber que George Orwell dijo que, tras la Guerra Civil, le gustaría volver algún día al Coso, entre los soportales, a tomarse un café con leche cuando cae la tarde.

Pensé que le gustaría saber que el mecenas Lastanosa tenía su jardín hechizado, con lago y embarcadero, donde está ahora el Parque Miguel Servet, con sus elevados árboles y las pajaritas de Ramón Acín, un escritor y pintor y escultor y pedagogo que tuvo en Ramón Gómez de la Serna a uno de sus amigos más curiosos. Tomé fotos de la umbría y de esa enramada que tiene algo de minúscula quinta que huele a paraíso. También he querido captar las luces nocturnas que envuelven el Casino, que ha visto pasar a un sinfín de estrellas de cine, y el Centro de Arte y Naturaleza, el CDAN, con sus redondeadas formas, tan voluptuosas entre los viñedos como una mujer que ofrece su desnudo.  Y de allí me pasé al estudio de José Beulas: le retraté entre sus cuadros y las esculturas del jardín, entre la vegetación cuidada y hermosa que me hace pensar siempre en un vergel japonés. Allí huele a tiempo detenido y a simetría de adelfas.

Huesca es la provincia exuberante. Por sus picos, por sus cordilleras que se estiran y parecen suspenderse entre las nubes, por sus cañones y por esos valles increíbles. Acuérdese de estos nombres: Aneto, Monte Perdido, Añisclo, Guara u Ordesa. Estuve aquí y allí, con ese falso sosiego de quien solo busca las instantáneas decisivas: el oro de la luz, la transparencia del aire, el verdor inefable de las cañadas, el cristal con espejo de los ibones... Quizá no sea suficiente, lo sé, Daniel, o tal vez sí. No quiero emborracharle de estampas. También estuve en Alquézar y me asomé a sus miradores hacia el fondo del valle, y en el castillo de Loarre: ése es mi bastión de sueños, la fortaleza del cine, la mole que se esculpe a sí misma en los dedos del aire y parece que, de un momento a otro, se escapará como un pájaro de su jaula. Le digo otra cosa, Daniel: al parecer, de niño, Ramón José Sender jugó entre sus muros, soñó con personajes de leyenda como aquella Florinda Cava, la dama espectral que salía a pasear por sus atalayas y torreones en camisón de seda.

Zaragoza lo es casi todo para mí. Es mi ciudad. Es la ciudad de Félix Romeo, a quien usted retrató, y de Pilar Bayona, la pianista a la que amó Luis Buñuel. Es la ciudad de Miguel Labordeta y de Víctor Mira, artista y escritor que decidió morir lejos. José Antonio Labordeta dijo que la amaba y la odiaba. Yo solo la quiero: es la ciudad del cierzo, la novia del viento, la hacienda de la memoria que riegan tres ríos, el Ebro, el Huerva y el Gállego, y es el solar y el solanar de La Aljafería. Todo ello lo he registrado para usted, y también la nueva Zaragoza: la del meandro de Ranillas, la de la Torre del Agua y la de la pasarela que temblequea sobre el río.

Desde allí vi el Moncayo nevado en la lejanía; aguardé hasta que llegase la luz exacta: luego disparé. No tardé en ir a Borja, Vera, Veruela y el Moncayo, y Tarazona. No acierto a ponerle palabras a ese espacio: es la tierra de quimeras de Gustavo Adolfo Bécquer, allí vivió, allí sufrió desamor, allí describió sus fantasmas y los mitos más literarios como el de la bruja Tía Casca, que se hizo célebre en Trasmoz, y quizá en los aledaños de su castillo. Tarazona posee una catedral maravillosa, allí la luz se amansa de sombra y sueño, allí la música del silencio enciende una melodía sobrenatural en el claustro. Sé que es una locura decirle esto, Daniel, pero intento que algo de lo que le digo esté ahí, latiendo y encerrado en las fotos. ¿Qué sería de nuestro oficio si no tuviera una vida oculta, invisibles presencias, un gemido de ángeles? Creo que me entiende.

Ni he podido ni he querido captarlo todo. Aragón es pequeño y a la vez es infinito. Casi inabarcable en accidentes, serranías, senderos, bosques y riberas, en lagunas y desiertos, poblaciones, y en estados de ánimo. Mi padre me decía que a veces la naturaleza es un estado de ánimo o un paisaje del alma. No podía faltar en mi obsesión Teruel. Existe un lema, casi universal ya, que dice: “Teruel existe”. A mí me gusta decir: Teruel existe, persiste y resiste. Teruel es deslumbrante, en su casco histórico mudéjar, y en ese Matarraña que parece nuestro Mediterráneo: huele a mar en tierra firme, a magia y a bandoleros que atraviesan a caballo los caminos al ocaso. Teruel es deslumbrante en los llanos de Alfambra: allí la tierra parece lisa e inacabable. Y en Albarracín, ese lugar al que siempre me gusta volver. Concentra el rumor de la piedra y la ebriedad de las horas eternas. Un ángel le da una pátina de inmortalidad a las paredes y a la curva de ballesta del río Guadalaviar. Allí he esperado la aparición de Doña Blanca, saliendo del río, en la claridad láctea del plenilunio de agosto.

Querido, Daniel. Ojalá le guste este Aragón incompleto. Ojalá que estas fotos que le envío mitiguen su dolor; Isak Dinesen, aquella mujer que tuvo una granja en África, decía que todas las penas del mundo se pueden aliviar si se meten en un cuento. Éste es el mío para usted. Le envío todo mi afecto y mi admiración más incondicional. Laura Garcés. Fotógrafa de paisajes.

 

*La foto de Daniel Mordzinski la tomo de aquí:

http://ocio.elnortedecastilla.es/files/images/noticias/foto/daniel-modzinski-340.jpg

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