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Antón Castro

UN DIÁLOGO CON JULIA DORADO

UN DIÁLOGO CON JULIA DORADO

JULIA DORADO. PINTORA. Nacida en Zaragoza en 1941, retorna a su ciudad tras haber vivido un cuarto de siglo en Bruselas. Estrena vivienda, estudio y ayer recibía el Premio Aragón-Goya 2011, que ganó semanas atrás. [Esta entrevista se publicó en 2012. Ahora, casi tres años después, Julia Dorado acaba de hacer un proyecto específico para el IAACC Pablo Serrano, bajo el título de ’Julia Dorado. Entre mirar y ver’.]

 
«Regreso a casa y con este galardón me preparo para un reencuentro amoroso con mi tierra»

 

¿Sabe una artista como Julia Dorado por qué pinta?

Esa cuestión me lleva a un tiempo remoto. Pinto un poco por azar. Y pinto porque yo, desde niña, sentía la necesidad de hacer algo artístico. En un principio me atraían la danza y la música.

Cuéntenos.

Eran los tiempos de María de Ávila. Yo tendría doce o tres años, se lo dije a mis padres y me dijeron que «ni hablar». Lo cual no dejaba de ser paradójico: mis padres eran muy aficionados al cine. Mi madre rompió aguas en la oscuridad de la sala y de allí se fue rápidamente a casa para parirme. Y siempre me contó que cuando tenía yo siete días, solo siete, ya me llevó al cine.

Con el ballet, «ni hablar». ¿Qué pasó con la música?

A mí me apasionaba la música de jazz. Tenía un tío en Logroño, Abel, que era el raro de la familia, el incomprendido. Tenía muchos discos de jazz y yo los oía en su casa; me aficioné a los clásicos como Glenn Miller.

¿Y luego?

Era introvertida, me gustaba mucho la soledad. Y un día mi padre le preguntó a un vecino decorador qué podía hacer conmigo. Le preguntó si yo dibujaba, si entendía algo de pintura. Y sin decir mucho más, me regaló una caja de acuarelas, la copia de un bodegón y un papel. Aquella era como la prueba del algodón. Traté de dibujar y colorear, y mi padre le enseñó a su amigo lo que había hecho. El vecino le dijo que me apuntase de inmediato a la Escuela de Artes y Oficios. Estuve siete u ocho años copiando escayolas con Lola Franco, que me decía: «Tienes que dominar bien el claroscuro. Es la base de todo». Yo solo quería pintar. Dar color.

¿No pintó en todo ese tiempo?

No, no. De repente, se creó la asignatura de Historia del Arte, y vino de profesor Federico Torralba. El primer año solo me apunté yo, y acudía por libre un alumno que era amigo suyo. Aquello fue decisivo. Muchas de las clases nos las daba en su casa de Torrero. ¡Qué casa! ¡Qué biblioteca: tenía una maravillosa colección de libros de arte! Aprendí de todo: desde el arte clásico, las cuevas de Altamira, el Renacimiento, las claves del arte oriental. O los pintores abstractos norteamericanos.

¡Qué suerte tuvo usted! ¿No?

Desde luego. Además, a escondidas había empezado a pintar y dejaba mis pequeñas obras debajo de la alfombra. Un día, el propio Torralba me preguntó si pintaba. Le dice que sí y me incluyó en la muestra ’Seis pintoras y una ceramista’. Por entonces había visto una exposición de Ricardo Santamaría y Juan José Vera, que me interesó mucho. Más tarde, ellos me llamarían e integraría a partir de 1963 la ’Escuela de Zaragoza’, que era la continuación de ’Pórtico’: Lagunas, Aguayo, Laguardia.

No podemos contar toda su vida aquí, pero sí querría saber qué ha querido «contar» o «transmitir» en la pintura.

No he querido decir nada. He querido trabajar en pintura y desarrollar el lenguaje de la pintura. Hay pintores que son narrativos o que son cómplices o actores de lo que ven. En mi pintura yo no envío mensajes. Me gusta el misterio y la fascinación de meterme en la pintura. Cuando estoy en crisis, y mi pintura está llena de crisis, me sale una obra más figurativa. Y cuando estoy mejor me inclino hacia la abstracción. Estoy más cerca de la música y de la poesía que de la propia pintura. Hay que sugerir, hay que involucrarse, parto de intuiciones más o menos resbaladizas. No lo sé todo de mi obra: mi pintura la culmina el espectador.

Al principio era usted tenebrista e informalista.

Francisco de Goya, con su mundo de tinieblas y de sombra, con su tremendismo, está en el principio de nuestras creaciones: de ’Pórtico’, de la ’Escuela de Zaragoza’. Y en mis inicios, además de Goya, mis referencias eran Lagunas, Aguayo, Laguardia, Santamaría, -Sahún, Vera; en mis cuadros sombríos aparecían sugerencias de espacios y de atmósferas que he recuperado luego. Mi carrera ha sido un ir y venir constante.

Más tarde se fue a Barcelona.

Estuve tres años aprendiendo la técnica del grabado. Me fui de casa a los 25 años. Pinté pocas telas, pero fue una época especial, donde buscaba realizar mi carrera de pintora, buscaba la libertad, un estudio propio, estaba llena de sueños. Y de ahí pasé a una etapa más siniestra, cuando vine regresé a Zaragoza y entré a desarrollar, durante cinco años, un proyecto artístico con los enfermos del psiquiátrico. Antes de aquella época, empecé a frecuentar amigos escritores que me iban contando sus sueños y fantasías eróticas, e hice unos 60 o 70 dibujos eróticos que no he expuesto y que eran de una gran ingenuidad.

¿Sueños y fantasías eróticos?

Sí. Aquello coincidía en parte con mi inicio sexual con Pablo Trullén, mi futuro marido. Luego aparecerían los pasillos, que eran un tránsito de la oscuridad hacia la luz y al principio estaban llenos de fantasmas. Luego estuve en Italia, donde hice muchos fotomontajes, colaboré con ’Andalán’ y en 1988 me fui a Bruselas, donde he vivido y he trabajado hasta ayer.

¿Qué le dio Bruselas?

Es la época de la madurez. Me dio serenidad, soledad. La única manera de pintar es en soledad. Pinté mucho y allí de materializó de manera absoluta mi pasión y práctica del collage.

¿Qué relación ha mantenido con Aragón?

Total. Éramos como una embajada de amigos aragoneses en Bélgica. Teníamos contacto por carta, por teléfono, por email, a través de las visitas. La amistad ha sido una de las razones de mi vida. ¿Aragón? Nací aquí, mis raíces están aquí, mis referencias; hay gente que me dice si me he ido alguna vez. No me he olvidado nunca.

¿Qué significa para usted el Premio Aragón-Goya?

Una sorpresa gozosa. Me ha hecho muy feliz: no conocía muy bien el galardón, ni sabía que si estaba o no estaba propuesta. Además ha coincidido con mi regreso a casa. Aquí estoy: preparándome para un reencuentro amoroso con mi tierra con esta distinción. Tengo que preparar el estudio para reencontrarme a mí misma.

Antón Castro

 


Una mujer de luz, de paisajes íntimos y de mundos de color

Julia Dorado (Zaragoza, 1941) ha sido una mujer entre hombres en el ’Grupo Zaragoza’. Ayer recibía el Premio Aragón-Goya en el Museo de Zaragoza de la mano del Director General Humberto Vadillo, que elogió, a la sombra de Goya, «su gran sensibilidad artística y su capacidad para el trabajo». La artista dijo: «Le doy las gracias al Gobierno, al jurado y a los compradores que durante tanto tiempo me han seguido, me han comprado cuadros, y me han dicho que creían en mí. Han sido un valioso estímulo».

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