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Antón Castro

BASILIO BALTASAR ESCRIBE DE JUAN ANTONIO MASOLIVER

 

ESCRIBIR COMO SI HUBIERAS MUERTO

 

Por Basilio BALTASAR

[Este texto del narrador, crítico, filósofo y periodista ha aparecido en el blog de El boomeran. Puede leerse aquí: 

 

http://www.elboomeran.com/blog-post/3/15920/basilio-baltasar/escribir-como-si-hubieras-muerto/ ]

}

 

¿Qué son esas costumbres de las que nos sentimos tan satisfechos? La buena educación, por ejemplo, o el optimismo, o la ecuanimidad. Parecen dones para una convivencia entre seres humanos civilizados. Pero ¿y si fueran imposturas para coaccionar al prójimo? ¿Y si en lugar de ser fruto del respeto, estas virtudes no fueran más que una treta urdida para dominar a los demás? ¿Qué pensaríamos entonces de nosotros mismos?
Escribir como si hubieras muerto. Esto es lo que ha conseguido Juan Antonio Masoliver Ródenas en un ensayo enojado y resignado a una verdad sin adornos. Probablemente El ciego en la ventana (El Acantilado, 2014) sea una de las confesiones literarias más soberbias de las que se han publicado últimamente en España. Un ejercicio de brutal confrontación con el hombre que uno ha sido. "No me importa morir... sólo siento no ver cómo es mi muerte, para poder decir que he completado el ciclo de mi vida y que he sido testigo de ello".
El epílogo del libro es un epitafio. Que nadie vaya a pensar sin embargo que el autor es un diletante. Nada hay de frívolo en esta novela amarga, triste, bella y penosa. Una narración que anticipa la cita del autor con la muerte. Sólo el que haya creído oír alguna vez la sutil manifestación de su poderío -ese extraño sabor en la boca de algunos vivos- comprenderá la terrible veracidad de esta narración. "Trato de recordar momentos felices y descubro que ninguno realmente lo fue".
Hay una elocuente interrogación en cada una de sus páginas y las preguntas que se espeta el autor son por ello de una fuerza inconcebible. No hay retórica ni complacencia. Ni siquiera la búsqueda dramática de un efecto teatral. A diferencia de la ególatra invención del yo que con tanto fasto editorial sale cada cuanto a la luz, este memorándum es el de un hombre lúcido y huraño. Elabora una angustia que trasciende toda categoría literaria para llegar a ser irrefutable. "¿Me ha servido este prolongado silencio para preparar la obra que siempre he querido escribir y que no ha querido ser escrita?"
La vanagloria del triunfo social, con su pomposa liturgia de autosatisfacción, se revela en estas páginas como una farsa insoportable. La crudeza con que el autor se empeña en verse a sí mismo -dejando de lado la tentación del arrepentimiento o la hipocresía de la autocrítica- adquiere una categoría que trasciende las disyuntivas de la moral. "El ciego" que aquí escribe podría amar sin condiciones o destrozar a todo bicho viviente. Tanto da. Su memoria va más allá de toda ilusión de justicia. Se trata de descubrir en el espejo la más nítida de las imágenes: una narración exenta de orgullo y frustración. "¿Y si toda la nada está contaminada de vida y es por eso que podemos nacer?"
El autor reivindica para sí el derecho a una locura sin enajenación, sobria e inquisitiva pero bestial en su inquieta disposición de ánimo. El derecho a vivir sin medicinas la libido de una desazón. El derecho a no perdonar la estupidez ajena. El derecho a no disculparla: ni siquiera en defensa propia. "Todo lo que he escrito ya no existe".
El autor renuncia a todo consuelo: nada habrá en la biblioteca universal que pueda mitigar las ingratas certezas de su inteligencia. Cualquier bálsamo sería una ofensa. Aunque no por ello nos sustrae un aforismo de profunda sabiduría: "No ver la realidad que está oculta: esto es la magia".
De la vida literaria Juan Antonio Masoliver parece saberlo todo y nos habla como el que nunca cayó en sus trampas. El autor no tuvo necesidad de creer en el espejismo de la fama ni en el rácano elogio de los colegas. Uno tiende a pensar que el viejo Masoliver llevó desde siempre a cuestas la precaución de vivir. Y a pesar de todo conserva viva la devoción poética: "el más alto significado de la ficción".
Que estas "Monotonías" no hayan sido escritas para complacer al lector, ya es mérito suficiente pero lo que merece el estricto reconocimiento de la crítica es un logro único en nuestra literatura: Masoliver ha roto el hechizo heroico de los autores empeñados en ser intachables. A diferencia de los que desean ser admirados, Masoliver confiesa que nada encuentra en su recuerdo digno de tal cosa: "Soy, literalmente, un autor de frases lapidarias".

 

[Publicado el 22/3/2015 a las 18:29]

[Etiquetas: Juan Antonio Masoliver Ródenas, El Acantilado]

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