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Antón Castro

EL SALÓN BLANCO DE LA ALMUNIA

EL SALÓN BLANCO DE LA ALMUNIA

HISTORIA DEL SALÓN BLANCO DE LA ALMUNIA

 

Por Marta GRACIA BLANCO

 

Hasta los años 60, en pleno franquismo, si las ciudades pasaban penuria cultural, en los pueblos vivíamos, desde el punto de vista educativo y cultural, en el más terrible y absoluto de los abandonos. En el año 1965, supongo que en el marco de esa iglesia más social que surgió por entonces, la parroquia de La Almunia abrió las puertas de este Salón Blanco. Un proyecto que vino de la mano de lo que fue el instituto de Cabañas y el Focar, en esta misma plaza de la iglesia. Más o menos en la misma época y en el mismo contexto nacieron aquí la EUPLA y el Colegio Salesiano. El pueblo se llenó de estudiantes. El páramo cultural se llenó de vida. Creo que podemos decir sin sonrojarnos que la educación y la cultura cambiaron para siempre La Almunia y a los almunienses.

Pasaron los años. Cambiaron los tiempos. En el mes de diciembre de 2014 este cine proyectó por última vez una película con su proyector analógico. Las películas en celuloide, tal como siempre las habíamos conocido, se habían dejado de fabricar. Nos había venido encima, como una ola, la obsolescencia tecnológica.

Unos meses más tarde no sólo nos quedamos sin cine: nos quedamos también sin Salón. Hubo que cerrar la sala a cualquier uso porque presentaba deficiencias técnicas que afectaban incluso a la seguridad de las personas.

Creo que fue precisamente en ese momento cuando muchos vecinos y vecinas comenzamos a comprender en toda su profundidad la importancia que tiene para nuestro pueblo este salón. Lo entendimos cuando experimentamos todas esas cosas que, de pronto, ya no podíamos tener. Si no abríamos el Salón Blanco no podíamos tener cine. No podíamos tener teatro. No podíamos celebrar los fines de curso de la escuela de jota, de la asociación de mujeres, de las AMPAS. No podíamos organizar el Teatro de Madres. No podíamos organizar el Festival de Cine.

A los amigos que hoy han venido a acompañarnos me gustaría explicarles algo que los almunienses entendemos bien: el Salón Blanco es mucho más que un salón de cine. Es parte de la idiosincrasia de nuestro pueblo. Todos los almunienses, de cualquier edad, podríamos contaros con cariño cientos de historias vividas aquí. Aquí han nacido amores y han crecido amistades eternas. Os podríamos hablar del Lobo, de Vitorián, de Alfredo el proyeccionista, de Fernando. Del ruido de las monedas golpeadas sobre la barra del bar para que nos atendieran pronto, antes de que terminara el intermedio. Os podríamos contar cómo nació el Festival de la Canción Blanca, como eran los festivales de Don Luis de Los Ríos, y cómo tomaron su relevo los festivales navideños de la asociación La Peña. Os podríamos contar cómo una vez al año, las madres se organizan y preparan un espectáculo precioso para disfrute exclusivo de los niños y niñas de los colegios. Os podríamos explicar que aquí han actuado grandes figuras del teatro, la danza o la canción pero también muchísimos almunienses que cantan jotas, que bailan, que tocan en la banda, en la rondalla, que hacen teatro, monólogos. Y por supuesto, el cine. Siempre el cine. Este Salón está lleno de historias en torno a las películas. Podríamos pasar horas, se nos pondría un nudo en la garganta, se nos arrasarían los ojos de emoción.

Pero más allá de la emoción, de los sentimientos y de los gustos personales está también la razón. Defender este Salón, comprender su importancia y apostar por él es la decisión más racional que el Ayuntamiento podía tomar. 

Unas instalaciones deportivas municipales son imprescindibles para fomentar el deporte de base y para generar deportistas profesionales. Así lo vimos aquí y durante años hemos invertido dinero, esfuerzo, personal y energías en dotarnos de equipamientos, oferta, cursos, infraestructuras. Por eso hoy la sociedad almuniense tiene un enorme músculo deportivo. De la misma forma, en La Almunia necesitamos unas instalaciones culturales municipales de calidad. Necesitamos un escenario, unos camerinos, un patio grande de butacas. Necesitamos un proyector digital. Necesitamos este gran espacio. Invertir dinero, esfuerzo, personal y energía en cultura, en infraestucturas culturales nos garantiza, si me permitís el palabrejo, “culturistas” de base y fomenta que nazcan “culturistas” de élite.

Una de las tareas más hermosas de un Ayuntamiento es ésta. Invertir en cultura. Ayudar a que sus habitantes se doten de herramientas para ser ciudadanos informados, con criterio, y, sobre todo felices. Porque antes que nada, el cine, el teatro, la literatura, la música... son fuente de felicidad. De felicidad y de autoestima.

Pero como os digo, esta es una tarea de un Ayuntamiento. Es responsabilidad del Ayuntamiento, y no de la Parroquia. Somos los almunienses quienes tenemos que asumir ese trabajo. Como decía aquel, y nunca mejor dicho, “A Dios lo que es de dios y al césar lo que es del César”. Durante muchos años este Salón ha recaído sobre las espaldas de la parroquia y ya era hora de que desde el Ayuntamiento les releváramos de esta tarea y de esta responsabilidad.

Por eso no quería dejar pasar la ocasión para dar las gracias públicamente. Gracias a Juanjo Moreno, mi socio de gobierno, porque se ha volcado en este tema. Creo que hemos hecho un buen tándem en un asunto jurídicamente complicado y seguiremos en ello, porque falta mucho por hacer. 

Y gracias enormes, gracias también en nombre del Ayuntamiento y en nombre de todos los almunienses a los dos párrocos, Antonio y Juan Luis. Es un agradecimiento doble. En primer lugar, gracias porque vuestra disposición en todo lo relativo a la cesión o venta del Salón Blanco ha sido inmejorable y muy generosa. Sé que sobre todo para Antonio desprenderse del Salón Blanco ha sido una decisión dura y sin embargo en todo momento antepuso el interés del pueblo a su propio deseo. Y gracias, también y sobre todo, porque tanto vosotros como vuestros antecesores hicisteis al pueblo el mejor de los regalos: abrir y mantener este Salón durante todos estos años.

Este Salón es lo que es porque los almunienses siempre lo vivimos y lo sentimos como “el Salón de todos”. Se construyó entre todos. Se ha disfrutado entre todos. Lo hemos defendido con uñas y dientes. Nos lo hemos creído. Y ahora por fin, es público. Es, legalmente y no sólo sentimentalmente, de todos los almunienses. Tendremos que trabajarlo, reformarlo, remodelarlo. Ponerlo a punto nos costará un poco menos o un poco más. Pero aquí está, vivo otro vez. Vivo como siempre.

Larga vida  al Salón Blanco. Larga vida, amigo mío. 

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