Blogia
Antón Castro

MIQUI OTERO HABLA DE 'RAYOS'

MIQUI OTERO HABLA DE 'RAYOS'

 [Miqui Otero (Barcelona, 1980) presenta esta tarde, a las 20 horas, su nueva novela ’Rayos’ (Blackie Books), una historia de formación, de dos pasiones, de identidad, de búsqueda y de estilos y lenguajes muy elaborados y meditados. Lo presentará el escritor Sergio del Molino. Hoy sale una entrevista en las páginas de Cultura. Aquí está el texto más amplio.]

-Cuando escribes de los padres, ¿de qué quieres escribir: de la nostalgia, de la morriña, de la saudade o de todo a la vez? 

 Describo un pasado muy fotogénico y hasta tragicómicamente épico, para intentar entender un presente que, en el inicio de la novela, no lo es. Nadie escribe para otros, del mismo modo que no se regala algo a otra persona: lo que escribes y lo que regalas, en realidad, es para ti. En este caso, para Fidel Centella. Él quiere entender el porqué de sus hipocondrías y zozobras y acomoda una explicación en la educación de un colegio católico o en unos padres casi canonizables (como todo, mirados por él con los filtros necesarios para lograr ese efecto) que paraliza un poco sus impulsos (en el último tramo hay una cita de Venciste, Rosemary, de George Orwell, que lo explica bien). La de sus padres es la generación que luchó contra sus limitaciones y, sin aspavientos, las superó. La suya es la que a lo sumo lidia con sus deseos y los ve frustrados. Las cosas se entienden también por contraste: para explicar que el Cantábrico es un mar frío, se puede describir un baño en el Mediterráneo. Eso es lo que hace Fidel.

Bien, eso y la necesidad de documentar algunos flashes de la juventud de una generación que, en principio, poco tiene que ver con la suya. Entre un escritor barcelonés y una mujer, la madre, cuyo primer trabajo fue en una aldea de Ponferrada sin luz eléctrica, hay un salto sideral. Intentar narrar esa elipsis, que a mí se me antoja tan gigante como la de 2.001 Odisea en el espacio, era una de las intenciones. La nostalgia me interesa precisamente por lo que tiene de reaccionaria y tóxica. El nostálgico es como el turista o el pijo: por muy turista o muy pijo que seas, jamás reconocerás serlo y siempre apuntarás a alguien que lo es más. Así que: no me interesa la nostalgia, en realidad, sino qué nos lleva a ser nostálgicos. La morriña por un territorio al menos es más solventable (regresando al lugar) que la nostalgia (al menos hasta que no se democraticen los viajes en el tiempo). Si algo odio es la nostalgia babosa y sin objeto alguno, pero sí entiendo la magia de los objetos como tiempo concentrado, como el manual de lectura que el padre de Fidel le regaló de niño y con el que aprendió a leer, a su vez regalado por un maestro republicano que lo redactó en una cárcel de Burgos... Y así hacia atrás. Si eso es nostalgia, me interesa.

 

El viaje al pasado no como excursión de nostalgia babosa, sino para recoger las pistas con las que entender el presente y roturar el futuro. Y, por qué no, como meollo de miga cómica: Fidel dice que la nostalgia es como ponerte camisetas que te gustaban mucho y que ya no te caben (ese gesto aún más patético que tierno o cómico).

-¿Qué significa el desarraigo de la familia pero también el del protagonista?

 

 En la novela hay un par o tres de mitos fundacionales. De imágenes que me empujan a escribirla. Una de ellas es mi padre en un bar pakistaní, señalando al camarero cuando éste tiraba la caña de barril, y diciéndome: "En realidad nosotros no éramos tan distintos de ellos; lo que pasa es que no se nos notaba hasta que abríamos la boca". Evidentemente, sí eran muy distintos, pero ese detalle me servía para establecer determinados paralelismos. Por cierto, otra es unos carteles que aparecieron en el Raval donde se leía: "Esto es un barrio, no un escenario". La familia de Fidel Centella ha viajado por todo el mundo, de La Habana a Ellis Island. Todos sus antepasados tienen algo en común: se fueron con lo puesto y volvieron mintiendo, entre otras cosas, sobre lo que habían logrado. Eso es lo que me interesa: en el desplazamiento crece la necesidad de fabular, de mentir, de inventarse una vida que justifique el esfuerzo. Ya sea ese reloj de oro del tío-abuelo que fue taxista en La Habana de las orquestas como esa tía que alquilaba un Mercedes para llegar al pueblo diciendo que era suya.

Del mismo modo, y lo intento en Rayos, que me interesan los personajes fuera de lugar, toda la tradición de personajes arribistas, en la clase social, también me interesa el desplazamiento meramente geográfico (porque comporta otros). 

En cuanto a Fidel, es demasiado gallego para ser catalán y demasiado catalán para ser gallego. Esto es lo que dijo un dj muy famoso cuando salió Elvis: demasiado blanco para los negros y demasiado negro para los blancos. En fin, que es perfecto que se sienta un híbrido porque de ahí surgen las historias. 

-¿Se puede estar tan desorientado con 24 años? ¿Tiene Centella mucho que contar o no tiene nada que decir? 

Toda la novela intenta explicar todo lo que pasaba cuando pensábamos que no pasaba nada. Es decir, antes de la crisis, cuando veíamos síntomas pero seguíamos bailando hasta que, pum, nos dimos con los dedos en la jamba de una puerta.

 Pero, en el caso de Fidel, va de alguien que quiere que le pasen cosas, pero que aprende pronto que es cuando te suceden verdaderamente cosas cuando empiezas a saber decir: "No pasa nada". 

La novela arranca en ese punto, con un personaje que es casi como un receptáculo pasivo, como una bola de pinball sin carácter y por tanto sin destino. Pero Rayos, o eso intenté, va mutando hacia otro tipo de novela cuando verdaderamente empieza a enfrentarse a conflictos reales. Ese revelado paulatino está en la vocación de la novela. De lo estático a la acción. 

Empieza en lo íntimo pero luego se convierte en una especie de sátira en clave con determinados personajes de la ciudad, y del país, como motores de la acción. Fidel trabaja como becario en el periódico ‘La Verdad’. El nombre de la cabecera, claro, tiene intención. Mientras intenta escribir el relato oficial en este diario de su ciudad, descubre toda una serie de historietas o leyendas clandestinas tanto en su barrio como en las zonas altas. Ahí empiezan sus dudas y ahí se expone a su cobardía. 

-¿Qué clase de novela te habías planteado: la del éxodo, la del desubicado, la de la identidad, la de la confusión permanente? 

Supongo que quería escribir una novela de formación tramposa. Una novela de formación donde pareciera que más que formación hay deformación. Una novela de deformación. Pero luego quería huir de relatar solo el cambio a la edad adulta de un personaje solo atendiendo a sus relaciones personales o incluso laborales (la novela de formación burguesa). Así que de repente me vi intentando expicar cómo Fidel, que va de noble o eso dice, ve cómo él, su familia, sus amigos, su piso ruinoso, su barrio, su ciudad, su país (párame, podría seguir) se va corrompiendo un poco. Sí, suena megalómano: fue ahí cuando, como Julio César, empecé a hablar de mí mismo en tercera persona (es broma). Pero en reliadad, como todo, suena pomposo o pretencioso, pero no lo es según cómo lo expliques.

 

-¿Son Galicia y Barcelona, dos personajes más, dos personajes-escenarios a los que se mira sin contemplaciones? 

Eso han dicho los lectores... Galicia para mí (y creo que tú eres gallego) es el territorio mítico idealizado. No es una descripción de Galicia, sino de la Galicia tal y como la vive un niño de Barcelona que viaja a ese lugar donde se va en burro y se apañan berberechos. Ni siquiera eso: es la Galicia que explica ese niño cuando, pasados treinta años, quiere escribir. En Barcelona me gusta detectar esas aventis o leyendas urbanas. En Galicia, también. Como cuando un antepasado trajo una radio de Alemania. Cuando llegó avisó a toda la aldea, ya arremolinada alrededor del aparato: "Este cacharro habla raro, pero yo os lo puedo traducir". Claro, cuando la encendió, la radio hablaba en un perfecto castellano franqista y no en el alemán que imaginaba el emigrante que la había traído.

 Bueno, pues yo pienso que las novelas son como las radios: se fabrican en un lugar y en un tiempo, pero si saben hablar el idioma del lugar de destino y sintonizar con su tiempo. 

En cuanto a Barcelona, sí, es un retrato de la Barcelona posolímpica. O lo intenta. La ciudad se emborrachó en las Olimpiadas y luego llegó la resaca amnésica. Yo pensaba: vaya birria de Barcelona me ha tocado comparándola con la de Marsé o Casavella. Pero solo hay que esperar un tiempo.

 

 

-Llama la atención el estilo: trufado de voces, mezcla el pasado y el presente, parece atropellarse de citas y referencias deliberadamente o parece que has querido desatar el flujo de la conciencia, la palabra torrencial. ¿Hablamos y vivimos en una especie de pastiche? 

 

Creo que la novela es un macrogénero híbrido que devora Y regurgita todo lo que se proponga para captar la calidad de la experiencia. La novela es como un amor adolescente (una primera chica, una primera novela favorita, un primer disco que te habla a ti y solo a ti): es lo que quieras que sea.

 Yo creo que las novelas, como las vidas que merecen ese nombre, se deben armar con materiales nobles y de derribo. Ese bochinche me interesa, esa cacofonía. Pero sí es cierto que la novela, como te comentaba antes, arranca más en ese tono embarullado para ir definiéndose con el paso de las páginas.

 

¿Qué le debe un libro como el tuyo a las series, al mestizaje cultural? 

 Bueno, las relaciones entre disciplinas y géneros se han vuelto muy promiscuas, ¿verdad? Yo puedo decir que el comportamiento estereotipado de los compañeros de piso en las primeras páginas (luego cambia) tiene que ver con las comedias de situación televisivas. O que se me ocurren algunos tratamientos gracias a ‘La ciudad desnuda’, de Jules Dassin, pero es que no sé si se me corre por esta película o por ‘The Wire’ o por John Dos Passos. No se puede escribir una novela enmarcable más o menos en el realismo sin tomar voces y estrategias narrativas de otros lenguajes.

 

Hay también una especie de estilo sincopado, basado en repeticiones y énfasis, muy meditado, con enumeraciones, con juegos de palabras. ¿A qué obedece? ¿Has querido que toda la novela fuese como un aparente ejercicio de estilo? 

Con el ejercicio de estilo me sucede como con el ejercicio, a secas. En teoría es bueno para el vigor y la salud de quien lo hace, pero me cansa rápido. Ese ejercicio (correr, por ejemplo) y ese ejercicio de estilo no lo entiendo mucho si no sirve para llegar a algún sitio.

Creo que el estilo es una forma absoluta de ver el mundo (bueno, en realidad esto lo dijo Flaubert, lo admito) y me preocupa y me concierne y me dejo la camiseta en cada cadencia y en la elección de cada adjetivo. Hay escritores sobrios que me gustan mucho, pero por lo general intento huir de la escritura IKEA, muy limpia y de líneas rectas, que no comete errores porque no arriesga.

La repetición y el estilo sincopado están ahí. Quizás tienen que ver con la música pop, que sabe decir cosas complicadas en frases simples y luego las repite trotonas. Preguntado sobre por qué grababa mil capas de guitarras y violines en sus canciones, el productor Phil Spector contestó: "Nunca has sido adolescente? No es así cómo sentías las cosas?". 

¿Es ’Rayos’ una historia de amor desconcertante, o quizá dos? 

O más, según quien la lea. A una ciudad. A un residuo del antiguo barrio: el afilador Tinet, tan a punto de extinguirse como su oficio. A Bárbara, la chica que roba y silba y que representa su memoria, su pasado, de donde viene. A Diana, la chica pija de familia corrupta que representa la promesa de todas las vidas posibles en el momento en qué puedes decidir en qué tipo de persona te vas a convertir. Nada me emociona más que algunos lectores que se alinean con una o con otra y me preguntan que dónde anda ahora Bárbara, por ejemplo.

 

¿En qué medida, incluso en la pasión, no es Fidel Centella un embaucador que se compadece a sí mismo o que forma parte de una representación? 

 

Bárbara, que lo conoce mejor que yo y que es la que le regalaba novelas cuando eran adolescentes, intenta definirlo echando mano de un arquetipo de la literatura rusa. Le dice que es un "mediocre brillante". En otras traducciones: "el hombre superfluo". Mucha palabrería y, en el momento de actuar, humo. No sé si Bárbara tiene razón, la verdad, pero Centella (insisto, especialmente al principio) es un tipo increíblemente autoconsciente y de una vanidad pasivoagresiva. Como dices, casi está declamando delante de un auditorio. ¿Es un arribista que va de vulnerable sensible o es un tío noble un poco acobardado? Bueno, pues ahí está el asunto.

 

¿Cuál es la importancia de la amistad en la novela y en la vida? 

 Uy, no sé, es importante, ¿verdad? Supongo que al principio lo que te gusta y odias de tus amigos es lo que te gusta y odias de ti. La amistad a la edad de Fidel es como una especie de familia de adopción, en la que tú eliges a tus hermanos. Esos amigos del colegio son como las pastas de un surtido de Reglero o de Cuétara: están hechos de la misma pasta, pero con acabados y sabores diferentes. La amistad es, también, un campo de pruebas en el que ensayas un poco la vida antes de vivir los problemas y triunfos con desconocidos. En esa época, y sobre todo en la infancia, se viven decepciones o miedos como quien pasa gripes: para inmunizarse poco y para crecer. 

¿Qué libros has tenido en la cabeza? 

Muchos, claro... Y algunos están de un modo u otro. Fidel piensa citando algunas frases de Las ilusiones perdidas, imagínate, pobre infeliz. O cuando se pone estupendo y dice "nunca pero que nunca nunca" está citando el Rey Lear (creo que él no lo ha leído, quizás se lo chivó Bárbara). Una escena como la del Observatori Fabra, cuando descubre todo el lío de la familia de Diana, está inspiradísima en la narrativa inglesa cómica y muy especialmente en Kingsley Amis. Las citas que encabezan los capítulos (Dickens, Fante, Orwell) dan pistas... Nuevos autores como Junot Díaz me parecen alucinantes y sabrosos. Pero al final, se dice sobre todo que ‘Rayos’ es una novela en la tradición de la novela de Barcelona. Y ahí, claro, solo puedo decir que leer ‘Últimas tardes con Teresa’ comprada a los 15 en el mercadillo de Sant Antoni, me voló la cabeza; que tardé algo más en disfrutar ‘Vida Privada’ pero ya ves cómo lo hice; que Francisco Casavella es tan importante para mí que solo lo cuento cuando voy borracho o me piden un prólogo, y muchos más. No nos gusta que nos digan que nos parecemos a otros, menos cuando ese otro nos gusta demasiado como para negarlo.

 

*La foto es de Elena Blanco Benito.

0 comentarios