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Antón Castro

UN DIÁLOGO CON FERRER LERÍN

Francisco Ferrer Lerín presenta esta tarde, en diálogo con Antón Castro, uno de sus últimos libros: ’Edad del insecto’ (Sd Edicions?, una amplia selección de su poesía de adolescencia y posadolescencia, que incorpora también sus dibujos.

-A propósito de ti se han ensayado muchas definiciones y retratos. Aquí Javier Ozón acuña otra: “Hombre de genio”. ¿Cómo debe entenderse, cómo lo entiendes tú?

 Deseo entenderlo tal como reza la 4ª acepción del Diccionario de la Academia: GENIO: “Capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y admirables”.

 

-¿Qué es y qué quiere ser Edad del insecto’ (SD Edicions)?

 Edad del insecto es un libro muy bien editado que contiene dibujos y textos de adolescencia.

 

-¿Cómo entendías la poesía y la literatura en tu primera juventud?

 Poesía era sinónimo de literatura y la empleaba, como certero bálsamo, para acallar un molesto ruido que asolaba mi cerebro.

 

-¿Cuáles eran tus lecturas de ese instante? Aquí se cita a Saint John-Perse, a quien le haces un homenaje, pero a qué autores leía un raro como tú?

En principio leí lo que tenía a tiro, lo que me resultaba más atractivo de la biblioteca de mi padre (tratados de teratología, manuales de higiene castrense, atlas de anatomía, un opúsculo en el que se enseñaba a embalsamar), luego me interesé por la Historia Natural y, finalmente, llegué a Camilo José Cela y a Primera memoria de Ana María Matute. Perse y Borges vinieron después, fruto de laboriosas indagaciones en las librerías de viejo y de nuevo.

 

-Da la sensación de que eres un poeta experimental y lúdico. Jugabas no solo con el lenguaje, sino con la erudición, con la parodia y a veces creo que hasta con tu sombra.

El sentido del humor ha sido causa de que algunos coetáneos me colocaran en no sé qué listas negras; no estaba bien visto que un joven escritor burgués empleara esa herramienta. En cuanto a poeta experimental y lúdico he de decir que lo que nunca pretendí ser es un poeta original, la originalidad es cosa que conduce al aburrimiento y denigra a sus practicantes.

 

-Qué vínculos tenías con los ‘Novísimos’? ¿Qué les debes y qué te deben? Gimferrer dijo de ti que eras el “ala extrema de la escritura novísima”.

En 1962, cuando termino mi primer libro, De las condiciones humanas, no me consta que nadie escribiera de esa manera. Que los autores que se agruparon bajo el manto protector de Gimferrer y Castellet en la antología de los nueve Novísimos coincidieran conmigo en el modo de tratar la escritura es lo que se llama una confluencia; factores ambientales convierten a individuos morfológicamente diferentes en individuos etológicamente parecidos, es el caso del zopilote y el buitre, aves de alejada taxonomía pero de hábitos similares; han aprendido que para localizar la carroña lo mejor es remontarse en el aire y agudizar la vista.

 

-¿En qué medida para ti la literatura era un campo de pruebas y de transgresión?

La literatura era un empleo que me resultaba de fácil desarrollo y que me procuraba algunas satisfacciones. Recuerdo al profesor Pedro Piulachs, un reconocido cirujano del Hospital Clínico de Barcelona que ensayaba, entre amputación y amputación, la escritura de versos, cuando leyó lo que yo escribía y dijo en público, a voz en grito, en la salíta contigua al quirófano, que él daría una pierna, o un brazo, para logar escribir tal como lo hacía Ferrer, entonces estudiante de tercero de Medicina.

 

-¿Qué porción hay de humor negro en tu obra, te interesa, es algo que vemos los lectores solo, es una pequeña obsesión para ti?

Ese año estuve interno en la morgue del Hospital Clínico y, por otra parte, mi abuelo materno, de origen aragonés (todavía sigue en pie el caserón familiar en Uncastillo), tenía un sospechoso interés por la onomástica fúnebre, cosa que he heredado de él y de Cela, y para ejercitarla recitábamos las esquelas de La Vanguardia Española. También me aficioné de niño a los cementerios y en más de una ocasión soborné, ayudado por un condiscípulo aragonés (ahora me doy cuenta de mis inapelables vínculos con esta región), a las monjas que velaban los cadáveres, para abrirlos y extraerles vísceras para las prácticas de anatomía.

 

-¿Desde cuándo te han interesado tanto los animales, incluido los insectos, y por qué?

 

Desde niño la naturaleza, en especial la fauna salvaje europea, ha sido objeto de mi atención, despertada quizá por los libros alemanes que tenía mi padre profusamente ilustrados y por mi mismo padre que, pese a su condición absolutamente ciudadana, se sentía atraído por el campo, lo que supuso disponer de una masía y de un Land Rover para aventurarnos por los bosques.

 

-En una obra tan intensa y abierta como la tuya, ¿serían las bestias una metáfora de algo?

 Cuando en los años sesenta inicio el estudio de las grandes aves necrófagas y transporto semanalmente, desde el zoo de Barcelona, cabezas de caballo partidas, alimento para las fieras enjauladas, hacia el prepirineo de Lérida y Huesca, me acompaña en un par de ocasiones mi amigo Javier Marías. Nunca entendió por qué hacía aquello. Me preguntaba, desesperado, si yo ‘buscaba la cifra de algún desajuste emocional’ o ‘trataba de aniquilar mi mala conciencia’. Algo tan simple, para mí, como sentir placer contemplando el majestuoso descenso de esas criaturas o el proceso de eliminación de la carroña gracias a sus picos azulados, era algo que escapaba a sus presupuestos. Decididamente no soy un ser metafórico, voy siempre al grano.

 

-¿Cómo te ves a ti mismo al mirar atrás, al releerte aquí, cómo eres ahora como poeta, en qué has cambiado?

Veo que pintaba y escribía ungido por la ingenuidad, cosa mala; la ingenuidad es una forma de ignorancia. Ahora me preocupa no repetirme, estoy tensando demasiado la cuerda para desdecir el tópico de que en la vida sólo escribimos un poema. A ver si soy capaz de tirar pronto la toalla y no convertirme en un grotesco abuelito escribano.

 

-¿Te condicionó a ti la censura de algún modo específico?

 Cuando se habla de censura todos se refieren a ese periodo llamado franquismo en el que yo nací y en el que desarrollé la primera parte de mi vida literaria. No tuve problema alguno. Sin embargo en 2005 y 2006, años de la terminación e intento de publicación en Barcelona de mi novela Níquel, fui conminado, por mi agente literario, a modificarla y adaptarla al credo que imperaba e impera en Cataluña si quería que alguna editorial la sacara. Escribí hasta tres versiones y al ser todas rechazadas opté por guardar el manuscrito en un cajón hasta que conocí al editor aragonés que tuvo a bien publicarla. Esa versión, perfectamente edulcorada, se republicó más adelante por una conocido sello barcelonés.

 

-¿Desde cuándo dibujas y cómo defines tus tentativas? El libro tiene algo de libro objeto también. ¿Cómo lo ves?

Dibujé entre 1958 y 1970, mimetizando a los artistas de los movimientos de vanguardia, aunque también podría haber algo del automatismo de los garabatos que algunos alucinados trazan en las márgenes de las libretas del colegio y en los devocionarios. La edición de Edad del insecto es decididamente pulcra, fascinante; pienso que este libro sólo podía publicarse en estas condiciones, sólo podía publicarse de la mano de la diseñadora María Luisa Samaranch de Lacambra.

 

-A veces da la sensación de que Ferrer Lerín no para de crecer: en su obra y en su leyenda. ¿Tienes a veces la sensación de que has perdido un poco el tiempo y de que la fama y el reconocimiento te llega algo tarde?

Mi leyenda, a Dios gracias, parece que ya no crece más, o al menos intento que no siga creciendo de manera exagerada; estoy convencido que me ha perjudicado, que ha ocultado las posibles virtudes de mi escritura. El reconocimiento no llega tarde, ya que sólo llevo una docena de años como escritor profesional, pero sí es verdad que me llega tarde como ser vivo, porque, no nos engañemos, ¿cuántas entrevistas más podrás hacerme, amigo Antón Castro? Lástima que no sepamos con certeza si esta es la última, tendría un notable valor añadido.

 

*La fotografía es de Fran Ferrer.

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