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Antón Castro

MEMORIA DEL PINTOR XAVIER PRAT

MEMORIA DEL PINTOR XAVIER PRAT

Xavier Prat Riquelme (1957-2007)

Y en otra ciudad también amanece”

 

 

Por Sergio Vila-Sanjuán* 

 

Cuando le conocí solía vestir un poncho como el de Tintín en El Templo del Sol, lo que en la muy progre Universidad Autonóma de los años 70 representaba sin duda un toque de distinción. Quizás por ello desde el principio le vi como alguien diferente, capaz de poner una nota de color, aunque fuera algo estridente, y de fantasía en todo lo que se cruzaba en su camino. Hablaba catalán o castellano con un suave seseo. Intervenía bastante en clase con observaciones originales que revelaban su cultura tan amplia como heterodoxa, y los profesores de la época, gente sesuda y muy politizada, le observaban con desconcierto.

Xavier Prat Riquelme era un personaje intenso, que cultivaba a fondo sus raíces peruanas escuchando valsecitos (Si me alejo de ti/es porque he comprendido/que soy la nube gris/ que nubla tu camino) rodeándose de objetos y tejidos del país, leyendo a Cesar Vallejo y cocinando especialidades como el cebiche o la causa limeña.

Había nacido y crecido en Lima, pero tras la muerte de su padre la familia volvió a Cataluña, de donde procedia: Xavier tenia nueve años en el momento del retorno y su hermano Jordi once. Carles les había precedido cinco años antes para estudiar medicina. Xavier refrescaba regularmente toda la mitología y la nostalgia peruana con sus amigos de aquel país, como el gran traductor de Elias Canetti, Juan José del Solar, y junto a su madre, Joana, quien también guardaba abundante memorabilia en el piso familiar.

Pero Xavi era un hijo de su tiempo, de la agitación barcelonesa de los años 70 y de los movidos tiempos de la Transición: se declaraba anarquista, no se perdía una manifestación y por el apartamento de la calle Creu Coberta que compartía con Jordi, quien siempre mantuvo un desvelo paternal y cuidadoso con una nota de flema británica por Xavi, pasaban las figuras del momento, las de las Jornadas Libertarias del año 77 o del mundo ramblero entonces en plena efervescencia. Durante algún tiempo en aquella casa abierta se conservó con reverencia un mantón, creo que no muy limpio, de Ocaña, rey de la noche de la época, que nadie sabía muy bien como había ido a parar alli (y probablemente es mejor no imaginarlo).

Relacionarse con Xavi era como vivir en una página del Nadja de André Breton. Conocía los sitios más raros de la ciudad, convertía en legendarios los lugares anodinos y, con él, una simple vuelta a la manzana podría deparar acontecimientos formidables y encuentros con los personajes más pintorescos. Te llevaba al bar Marsella de la calle Hospital a beber “el ajenjo de los poetas malditos” y a una taberna ignota de la plaza San Agustí Vell donde servían las mejores cañaíllas de la ciudad.

Durante un par de años frecuentamos el taller de escritura impulsado por José Donoso en Sitges, donde autores noveles nos congregábamos en torno al ya consagrado novelista chileno para leer y debatir nuestros intentos literarios. Allí Xavier topó con un personaje mas imprevisible aún, el poeta peruano Américo Yabar, y sumando la imaginación de ambos cualquier noche podía acabar en una sesión de chamanismo a la luz de la luna o un improvisado recital con los poetas encaramados a la mesa de cualquier restaurante chino. O con el Seat 600 de los Prat sumergido en la fuente de Gran Vía, frente al Hotel Ritz, de donde salimos sin daños.

Xavi escribía versos, que reunió en varios volúmenes pero nunca editó, y produjo también una extensa y variada obra plástica: dibujos y acuarelas con planteamientos surrealistas, figuras extrañamente anónimas y monocromas en escenarios marítimos y monumentales, escenas de amor en paisajes urbanos tocados por la irrealidad, con leyendas como "y en otras ciudades tambien amanece.. esos recuerdos que de ti me quedan". Una figuración erudita e irónica, a ratos con tintes de la pintura metafísica italiana, a ratos con referencia a la “Mujer bajando una escalera” de Marcel Duchamp o a las Tres Gracias de Rubens, en reelaboraciones seriales. Algunas de estas obras las mostró en lugares no profesionalizados como la abigarrada tienda Argot de la calle Hospital, que regía su amigo Albert. Su exposición mas importante tuvo lugar en 1982, organizada por Josep Miquel García en un espacio de la Diputación Provincial de Lleida, a donde acudimos en peregrinación todos sus amigos a acompañarle.

Pintaba entre confettis los bailes que se celebraban en La Paloma o en los locales del Borne, como la sala La Ceca, antiguo espacio de acuñación de monedas del barrio barcelonés. Y más tarde recreó los paseos junto al puerto a mediodia, cuando vivia en el edificio ochocentista y masónico de los Porxos d´en Xifre, con Pitu y los niños muy pequeños en una de las etapas mas estimulantes de su vida.

A pesar de que fue la persona con más talento natural que conocí en mis años de juventud, nunca llegó a profesionalizar realmente sus aptitudes literarias y plásticas. Una extrema sensibilidad defensiva le hacía mostrarse siempre reticente a la hora de enseñarlas y de promocionarse a sí mismo. Pero en los trabajos que realizaba para ganarse la vida tambien se las arreglaba para convertir fragmentos de la realidad mas prosaica en fantasía. Durante un tiempo realizaba globos artesanales y otras maravillas con papel y cartón en un tradicional comercio del barrio de Gràcia. Y luego colaboró en escenografías para películas como Angustia de Bigas Luna o Los Angeles de Jacob Berger, junto al decorador Felipe de Paco. Igualmente desplegó su talento plástico en el atrezzo para la campaña municipal Vine al Mercat, Reina, que le tuvo varios meses frecuentando los mercados barceloneses y haciendo malabarismos con frutas y hortalizas. Se lo pasaba muy bien en este ambiente hortícola.

Era provocador y le gustaba polemizar. Te pinchaba con lo que sabía que podía ponerte incandescente. Se divertía con la dialéctica. Era generoso y hospitalario, sus espaguetis con almejas fueron legendarios.

La experiencia de la larga enfermedad y el dolor marcó un antes y un después, que se tomaba con filosofía. En una visita que le hice al Clínic presumió humorística pero verazmente de que su pancreatitis se había convertido en “case study” para los médicos del Hospital. Seguía escribiendo, se tomaba la vida con calma, la relación con sus hijos Clàudia y Tomàs representaba un gran estímulo para él. De vez en cuando me mostraba sus escritos y me decía que estaba trabajando –finalmente- en una novela. Uno de los poemas que me envió por mail un año antes de morir, pienso que resumía bien su visión del mundo y su posición frente a la vida en esos últimos tiempos. Me gustaría pedirle que subiera a la mesa por última vez para recitarlo, pero como no puedo voy a reproducir algunos fragmentos. Dicen así:

 

 

No hay nada en el dolor que precio tenga;

Valor se supone a los soldados no a la bala

que posterior al fallo ni siquiera enseña;

Se entretiene mucho en el que ha caído

pero en el cuerpo en paz que ya no siente

solo la muerte denota que ha partido

en dos un corazón contra la nada.

 

La sangre y la ceniza están tan cerca

que se tocan en la ordalía pegajosa

como viejos amantes del martirio,

pétalos y espinas de una triste rosa

convertida en sal y vinagre delirante.

Acuérdate que un dolor, estéril, macho

no da nunca frutos al final sino reliquias.

 

Me siento reo en todas la esquinas,

culpable de buscar la paz ajena

a la sombra de las derrotas;

Entonces no sabía ver en el saqueo

lo que hurtar podía a un muerto

y ahora sé lo que no pierdo

en la vorágine necia de la vida.

 

(…)

 

La vigilia me roba la paz para tentarme

y si salgo de ese cáliz es para vivir

el tiempo lentamente como los sabios vegetales.

Rechazo la premura de los buitres

que han hurgado en mis entrañas condenadas

y me abandono a las flores azaleas.

 

No soy un bufón ni un buen acompañante,

tal vez un hombre triste y silente que sonríe.

Mi ojo germinal que mira y deja

que pase la historia asesinada

logró amansar un tiempo tu desastre.

Lo que considero sabio tú lo ves viejo.

Quizás ya habré vivido demasiado,

pero quisiera en ti lo que me resta. 

 

*Sergio Vila-Sanjuán es escritor, periodista, coordinador del suplemento ’Culturas’ de ’La Vanguardia’ y comisario de la exposición de Xavier Prat. La exposición 'Xavier Prat. Y en otras ciudades también amanece', que comprende más de sesenta pinturas y dibujos de este artista, puede verse en el Museo Can Framis/Fundación Vila Casas de Barcelona hasta el 23 de julio. Este texto de Vila-Sanjuán figura en el catálogo. Hoy Teresa Sesé le dedica un extenso y bello artículo.

**Esta obra se titula ’Autorretrato de Xavier Prat’ y está documentado en 1981.

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