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Antón Castro

BENJAMIN, EL PENSADOR DE LA CULTURA

BENJAMIN, EL PENSADOR DE LA CULTURA

Walter Benjamin, el pensador de la cultura

 

Pequeña historia del escritor, filósofo y crítico de arte que se suicidó en Portbou en 1940, acuciado por el miedo a la Gestapo

 

 

Quizá no sea el escritor más popular de su siglo ni el más fácil de leer, pero la historia de la cultura habría sido distinta sin Walter Benjamin (Berlín, 1892-Portbou, 1940). Ofrece un perfil complejo y a la vez subyugante: se trata de un hombre que piensa y debate, rodeado de “libros hasta las orejas”, al que se le unen el día y la noche: traduciendo, reflexionando sobre los cuentos populares ilustrados que tanto le gustaban, pensando en la obra de pintores como Paul Klee o Kandinsky, que eran sus favoritos, o repasando su formidable colección de fotos de Germaine Krull, una de sus debilidades. Y no solo eso: es un crítico de arte y de la cultura, un ensayista y un escritor que se mueve con mucha comodidad en el texto breve como el dietario o el microrrelato, como se ve en ‘Obra de los pasajes’, que publica Abada en dos volúmenes.

Hijo de buena familia, su padre había trabajado de banquero en París y regresó a su ciudad para dedicarse al comercio de antigüedades y de arte. Walter Benjamin, sensible y lúcido, era el mayor de tres hermanos. En la Universidad, una vez que había decidido apostar por el ala más radical de la juventud socialista y por el estudio de Marx, Engels, Bergsonb y Fichte, descubrió que era discriminado por ser judío. Contó con un amigo fundamental como Gershom Scholem, que le sugirió que analizase la vasta tradición histórica del pueblo judío; una de sus obsesiones fue vincular el judaísmo y el marxismo. Además optó por el estudio de la crítica de arte en el romanticismo.

Poco después estallaba la I Guerra Mundial. Iba a alistarse, pero se enteró de que dos de sus mejores amigos se habían suicidado en la contienda, y prefirió esperar. Algo que haría de nuevo más tarde: rechazó la llamada a filas, se vinculó a posturas antimilitaristas y eso le llevaría a vivir lejos de su país: en la neutral Suiza, en distintas ciudades. En 1917 se casaría con Dora Kellner, divorciada e hija de buena familia, y al año siguiente tendrían a su único hijo: Stefan Rafael. La convivencia estuvo salpicada de dificultades y de terceras personas a veces; vivieron en distintos lugares, Walter estudiaba hebreo, redactaba ensayos minuciosos, se entusiasmó con Charles Baudelaire al que traducirá y logró su doctorado. Algo más tarde apareció en su vida Asja Lacis, “una bolchevique letona, cristiana, actriz y directora de teatro, y con quien había conversado toda la noche”, según escribió en una carta. Fue otro de sus grandes amores, sin duda.

En 1925, viajó a España; interesado por el comunismo, en 1926, lo hizo a Rusia (Abada edita su ‘Diario de Moscú’). Siempre pendía del alambre; a principios de los años 30 consiguió un empleo como locutor de radio, y eso le permitió estudiar la cultura de masas. Escribía sobre Goethe, Kafka, Karl Kraus o Marcel Proust, al que también tradujo en compañía de Frank Hessel; se citaba con Brecht, con quien jugaba al ajedrez en Dinamarca. Le incomodaba el ascenso del nazismo. Intuía la barbarie que se avecinaba.

Se marchó de París, donde había vivido a menudo, poco a antes de la llegada de los nazis. A finales de septiembre, con un pequeño grupo, se dirigió a las montañas para cruzar España. El camino, de unos 25 kilómetros, era duro. Benjamin estaba débil (nunca le sobró la salud) y tenía miedo a la Gestapo. “Pasó la noche sin protección contra el frío o los animales de la mañana. Al día siguiente el resto del grupo re reunió de nuevo”, dice Esther Leslie en su biografía ‘Walter Benjamin: la vida posible’ (Universidad Diego Portales, 2015). El 26 de septiembre de 1940, tres policías del régimen franquista le negaron la entrada a España. Su permiso no estaba en regla, aunque sí tenía autorización para recorrer el país y para irse luego a Estados Unidos, donde le esperaba el filósofo Adorno.

Se retiró a una habitación del Hotel Francia y allí se suicidó con morfina. En una nota que dejó a su compañera de viaje Henny Gurland, fotógrafa y futura esposa de Erich Fromm, Walter Benjamin escribió: “En una situación sin salida, no tengo otra elección que la de terminar”. Lo enterraron en un ritual católico con el nombre Benjamin Walter. Era el extranjero de la maleta que cinco años después sería trasladado a la fosa común.

 

LA ANÉCDOTA

 

La muerte de Walter Benjamin sigue envuelta en el misterio: ¿se suicidó, murió de enfermedad y cansancio, o fue asesinado por los nazis y los comunistas, que entonces habían firmado un pacto de no agresión? La incertidumbre continúa y abarca también a su famosa maleta. ¿Había dentro algo especial, su último libro, apuntes, direcciones, algo comprometedor, aquellos cuadernos que cuidaba con tanto mimo? De todo ello se sigue hablando y sigue apareciendo libros y documentales. O revistas alusivas a su muerte como ‘La maleta de Portbou’. En la Universidad de Gerona, existe una cátedra dedicada a Walter Benjamin. El autor de ‘Infancia en Berlín hacia 1900’ es una figura que se agiganta día tras día, y que encarna el sentido crítico, el periodismo cultural y la pasión del conocimiento.

 

 

 

 

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