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Antón Castro

AMOR Y LEYENDA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

AMOR Y LEYENDA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Andrés Trapiello dice: “Juan Ramón Jiménez es él solo y de una vez, como Australia, país y continente inabarcables, el mayor territorio poética, literario y biográfico de la literatura española y en español de todo el siglo XX, acaso el único universo poético que, a semejanza del deducido por los físicos, está en permanente expansión”. Este primer párrafo a la edición del ‘Album Juan Ramón Jiménez’, que publica la Residencia de Estudiantes, es una advertencia y una guía de lo que viene luego: un paseo por la travesía de un hombre, enfermo de poesía, arrebatado de sensualidad y misticismo, que “fue un solitario… muy sociable, tan defendido del mundo como expuesto a él, tan inexpugnable como vulnerable y susceptible”. Insiste Andrés Trapiello en su retrato: “Ningún poeta español de su tiempo vio, trató, frecuentó, alentó, ayudó y se relacionó con tanta gente de toda clase”.

Las páginas que siguen, más de 600, son una confirmación deslumbrante y minuciosa, repleta de datos, de documentos, de revelaciones y de humanidad… Trapiello ha trabajado mano a mano con dos zaragozanos: el profesor Javier Blasco, director de diversos proyectos sobre el poeta de Moguer, y el diseñador y tipógrafo Alfonso Meléndez. Meléndez y Trapiello ya habían colaborado en dos álbumes anteriores: el de Luis Cernuda y el Pablo Neruda.

Javier Blasco es el encargado de repasar la biografía de “este poeta que vivió ‘en poeta”,  mientras Juan Antonio Expósito es el responsable de fijar la iconografía de 7312 fotografías e imágenes que ofrece el volumen. Javier Blasco acompaña la existencia de Juan Ramón Jiménez (1881-1958) a la luz de su propia obra: su nacimiento en Moguer en 1881; el contexto familiar a la sombra de su padre, un comerciante de vinos cuya muerte le dejará sumido en una terrible crisis, que le llevará a frecuentar distintos hospitales; la relación con los profesores; el aprendizaje paulatino de la pintura y su inclinación hacia la literatura. Juan Ramón fue enamoradizo y vehemente -como ya había demostrado otro aragonés, Ignacio Prat, en su libro ‘El muchacho despatriado’-, tanto que sedujo a la mujer del señor Lalanne, director de la Maison de Santé lo acogió tras su primera crisis, y luego a varias monjas del Sanatorio Rosario, tanto a la abadesa del convento como a la aragonesa Pilar Ruberte, entre otras. En aquellos días de voluptuosidad enardecida, también vivió una aventura amorosa en el balneario de Alhama de Aragón con la joven Eloísa de Córdova.

Poco a poco, tras pasar por un episódico romanticismo y por el modernismo, va afirmando una lírica personal, de gran pureza. Alterna su residencia en Sevilla, Moguer y Madrid; en 1913 se instaló en la Residencia de Estudiantes y allí dirigirá las publicaciones del centro, editará a José Ortega y Gasset, y cuidará los libros de los amigos. En ese mismo año, se enamora de “la americanita” Zenobia Camprubí Aymar, que había vivido en distintas épocas en Estados Unidos. Ese es el asedio amoroso más definitivo de su vida. Ella, que al principio no lo quería y se burlaba con bromas que desconcertaban al poeta, acabó convirtiéndose en su esposa, su enfermera, su compañera en mil faenas y en su protectora.

Juan Ramón Jiménez era un trabajador vocacional como editor, como traductor incansable de los simbolistas, de Synge o de Tagore (dejó de firmar las traducciones de su obra con su esposa porque luego le acusaban de plagio) y, sobre todo, como poeta, que renovaba una y otra vez su expresión con libros como ‘Diario de un poeta recién casado’ o los ‘Sonetos espirituales’, que dialogaban con Shakespeare.

Dejó la Residencia de Estudiantes y se cambió hasta cuatro veces de domicilio. Cuando se produjo la Guerra Civil, se marchó de España, y anduvo de aquí para allá: Washington, La Habana, Coral Gables en Florida, Maryland, Buenos Aires, donde coincidió con los grandes escritores argentinos, y finalmente Puerto Rico. Juan Ramón Jiménez tuvo un sobrino, Juan Ramón Jiménez Bayo, que falleció a los 22 años en el frente de Teruel, el 15 de febrero de 1938. Este le mandó una postal a su tío: “A mis tíos Zenobia y Juan Ramón, con todo cariño”. JRJ agregaría luego: “¡Pobre iluso!”.

Defendió la República española y mandó dinero para los niños durante la contienda. En el exilio trabajó sin descanso, impartió conferencias y, a pesar de su carácter huraño y de sus continuas enfermedades y rarezas, estuvo cerca de sus lectores, de los exiliados y se afanó en la divulgación de la lírica. En 1956, poco después de la muerte de Zenobia, recibió el Premio Nobel de Literatura, un galardón que reconocía su trayectoria y libros tan especiales, redactados en el destierro, como ‘Animal de fondo’, ‘Un dios deseante y deseado’ o el poema ‘Espacio’. A su mujer la despidió con esta elegía sincera: “A Zenobia de mi alma, este último recuerdo de su Juan Ramón, que la adoró como la mujer más completa del mundo, y no pudo hacerla feliz. J. R. J. Sin fuerzas ya”.

Este álbum excepcional, en hondura y rigor, en rescate iconográfico de fotos, documentos y portadas, es a la mejor puerta de acceso a ese complejo laberinto que tejió el poeta y que proclamó: “Intelijencia, dame // el nombre exacto de las cosas”. Rubén Darío, a quien tanto admiró JRJ, lo definió como “el intérprete de las voces ocultas”.

 

LA FICHA

Álbum Juan Ramón Jiménez

Dirección: Andrés Trapiello. Biografía: Javier Blasco. Iconografía: José Antonio Expósito. Calidoscopio Juanramoniano: Andrés Trapiello. Diseño de colección y tipógrafos: Andrés Trapiello y Alfonso Meléndez. Publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Madrid, 2009. 634 páginas. (En la foto, Juan Ramón Jiménez con Jorge Guillén y Pedro Salinas).

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