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Antón Castro

EL SILURO FANTÁSTICO DE MAIDEVERA

ALGUNOS 'LUGARES MÁGICOS DE ARAGÓN'
Con Eduardo Viñuales, publico el libro 'Aragón. Excursiones a lugares mágicos de Aragón' (Sua), 30 sitios de Zaragoza, Huesca y Teruel, 30 leyendas inscritas en un guía práctica para viajar, pasar un fin de semana, adentrarse en el mito y en las fábulas y en el paisaje, y también en alguna invención. El libro lleva más de 150 fotos espectaculares de Eduardo Viñuales Cobos. He aquí cuatro de ellas: Peña Canciás en Fiscal, por donde asomaba el Hombre-Choto; una de las grutas del monasterio de Piedra; el cielo de San Benito de Orante y una vista nocturnal de Trasmoz, por donde anduvieron los hermanos Bécquer. Mañana domingo hablaremos de él en el programa 'A vivir Aragón', en la Ser, con Miguel Mena.

 

EL MONSTRUO DE MAIDEVERA

 

[Los siluros fueron arrojados al pantano de Mequinenza hacia 1974. Luego llegaron al Ebro y más tarde a otros lugares, quizá al embalse de Maidevera, inaugurado en 1981, entre ellos. El siluro, para algunos, encarna al auténtico monstruo de este pantano de Aranda de Moncayo.]

 

 

A Damián Gurpide le enseñaron desde niño a amar el embalse de Maidevera en las afueras de Aranda de Moncayo. Su padre, campesino y pescador, le explicaba que riega muchos pueblos de la comarca, que ocupa más de ciento sesenta hectáreas y que en su parte más honda tiene cuarenta metros, aunque la profundidad media es de unos diez metros. Le hacía dibujos y le indicaba donde están el aliviadero, los desagües, la torre de tomas y los canales de riego. Y le gustaba contar que allí hay truchas comunes y truchas arco iris, madrillas, carpas, barbos y tencas. Le decía que el embalse, por desgracia, no tiene ni bosque ni olmeda de ribera, pero que eso le permitía admirar mejor las puestas de sol, contemplar el baño de la luna en el agua y tener una mejor perspectiva de esa forma de lengua, encajonada entre montañas.

Un día, cuando caía la tarde, el padre le dijo al hijo que iban a vivir la aventura más bella de su vida. Salieron de casa y alcanzaron la orilla: allí estaba la barca. El padre acomodó sus objetos de pesca y situó al niño en un lugar seguro. Durante muchos minutos, quizá más de dos horas, Damián vio a su padre remar y remar, con un ritmo sosegado, como si no se fatigase y en cada impulso expresase una infinita sensación de placer. Navegar en el embalse de Maidevera con luna llena era una sensación inexplicable. Si existía la felicidad debía parecerse mucho a aquella noche. De repente, el padre dejó de remar y cogió la caña. La lanzó y esperó. Si el niño mostraba ansiedad, le pedía que callase, que las truchas se espantaban con la voz humana. A la vez recogía y lanzaba el anzuelo, e invitaba al muchacho a hacerlo él mismo con suavidad. En esas andaban cuando, de repente, un animal de formidable boca salió del agua y pareció atrapar a una paloma o a un pato. El padre, algo asustado, le dijo al chico: “El pantano de Maidevera tiene un monstruo. Quizá sea un siluro. Pueden vivir hasta los 80 años, son de una gran voracidad y destruyen la flora y la fauna. Se alimentan de barbos, truchas, carpas. Tendremos que pescarlo o acabará con nosotros”. Esa noche no pudieron hacerlo. Ni las siguientes, aunque trajeron otros anzuelos y otros aparejos.

Damián Gurpide creció con esa obsesión. Se convirtió en el centinela y en el protector del embalse. Lo era todo para él: el lugar de juegos y aventuras, la mejor playa, el refugio de sus aún inocentes amores con Cristina Subías y, sobre todo, el escenario de la luz, del color y de una increíble belleza de agua, montaña y cielo. Un lustro después sintió que ya estaba preparado para darle a su padre una gran alegría. Había ahorrado para adquirir hilo trenzado y resistente, la mejor caña y el clonk, una pieza de madera para golpear en el agua y producir un efecto sonoro semejante al del siluro. Eligió un día de junio. Exploró la superficie en su barca hasta la medianoche. Y esperó hasta las tres de la mañana, que era la hora propicia, para lanzar su sedal. El monstruo no tardó en picar. Lo arrastró un rato, lo aproximó lentamente y, bien provisto de guantes y de valentía, lo subió a la barca y lo inmovilizó como pudo.

El monstruo del embalse de Maidevera era algo más pequeño de lo que había pensado, pesaría 30 kilos, tenía la boca hosca y tosca de un depredador insaciable, pero lo que más le impresionaron fueron sus ojos: cegadores, tristes, melancólicos. En un tris estuvo de devolverlo al agua, pero pensó en su padre y en lo inmensamente feliz que se iba a poner en cuanto viese al inquietante siluro. 

1 comentario

Jorge Cortés -

Excelente relato. Como ex-pescador, viví la nefasta llegada de los siluros (parece que arrojados irresponsablemente pos pescadores alemanes), depredadores de barbos, carpas e incluso lucios, que mermaron (y cómo) a estas especies Ebro aguas arriba. En un cuento que escribí en 1992 para mis sobrinos (ahora treintones) explicaba la invasión de lo siluros de (en ese caso) un galacho (que describía con harto parecido al de Juslibol). Abrazos.