Blogia
Antón Castro

UN DIÁLOGO CON PATRICIA ESTEBAN EN TORNO A 'FONDO DE ARMARIO'

Patricia Esteban Erlés: “La columna es un micrófono”.

 

[La escritora, autora de 'las madres negras', publica una selección de sus columnas quincenales de 'Heraldo de Aragón', de la sección 'Las naturales', que alterna con Aloma Rodríguez: 'Fondo de armario'. El libro lo ha publicado el sello Contraseña y se presentó en pasado martes en el Teatro Principal de Zaragoza.

 

-¿Qué pensaste cuando Picos Laguna te invitó a colaborar?

Me halagó mucho que quisiera contar conmigo, que hubiera pensado en mí para esa cita quincenal que es Las naturales, una columna que aparece en el periódico los domingos, un día que yo misma reservo para el café infinito y la lectura de la prensa. Me hizo mucha ilusión pensar que muchos aragoneses se encontrarían con mis textos ese domingo en que me toca publicar. Al mismo tiempo pensé en la responsabilidad que entraña opinar, mostrarte al hablar de un tema concreto. Procuro dialogar mucho conmigo misma antes de plasmar esa toma de postura por escrito, darle solvencia desde el punto de vista estético y desde luego procurando huir de obviedades si atendemos al contenido. 

 

¿Como entiendes la columna? ¿Qué exigencias, posibilidad y secretos tiene para ti?

 

La columna es un micrófono. Un espacio que suena, que graba mis pensamientos. Creo que es una suerte disponer de ese lugar, de ese foro en el que puedo ordenarme por escrito, recoger quién soy, cómo afronto la relación con el mundo que me rodea, un mundo complejo, que me fascina y me horroriza. Puedo refugiarme en mi columna y contarlo, sin la necesidad de mantener la objetividad de la noticia, manifestando mi emoción cuando hablo de un gesto noble, mi espanto ante el triunfo frecuente del mal. La columna está ahí, puedo ser yo en ella y consuela saber que en muchas ocasiones hay lectores que se ponen de tu lado, que se emocionan o indignan casi a coro contigo. 

 

 

¿Tienes una poética, una idea de la columna?

Admiro mucho a Capote, que inoculó el lenguaje literario en el periodismo y que, desgraciadamente, encontró la idea de lo que debe ser una columna antes que yo. Cito sus palabras: me gustaría que tuviera la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura y libertad de la prosa, y la precisión de la poesía. Casi nada. Defiendo como él que cada autor, cada autora, es su estilo. No renuncio a él, a ese ropaje que me define cuando escribo, ni en mis cuentos, ni en la novela, ni en mis columnas. 



¿Se parece en algo a un microrrelato, del que eres una consumada maestra?

 

Para mí desde luego que sí. Concibo mis textos literarios breves y mis columnas como un desafío, como el reto que supone luchar contra el espacio que ambos pueden ocupar.  No puedo escribir un microcuento de tres páginas ni una columna que exceda los 1750 caracteres. Esa limitación tan prosaica, sin embargo, conlleva un beneficio. He aprendido a entrenarme en la búsqueda de estructuras, en el recorte de lo innecesario. Me esfuerzo por analizar los matices que debe poseer un adjetivo antes de colocarlo. Busco la eficacia lingüística y estética obsesivamente. Quiero golpear al lector y que se acaricie la mejilla dañada pensando en lo bonita que ha quedado esa herida.

Además, el concepto de tensión es fundamental en estas dos tipologías. Yo imagino cada texto como un goma negra muy  tensa, de la que alguien tira a ambos lados. Si se suelta por una de las dos partes el texto pierde interés, ritmo. Hay que lograr  que los recupere. 

 

¿La periodicidad quincenal, te da más tiempo o no para trabajarla?

A veces viene bien, otras lo que ocurre es que una noticia que te interesaba, que hubieras elegido como tema para la columna, queda ya lejos para la memoria del lector y hay otras más recientes llamando a la puerta. Procuro ceñirme a cuestiones de estricta actualidad, de ahí que en ocasiones apure hasta los últimos segundoa antes de mandarle a la sufrida Picos el texto. Cuando nada de lo que ocurre me resulta lo suficientemente interesante pienso en mí, en lo que leo, en las series que veo, en mi trabajo como profesora, en canciones o personajes que encierran un significado especial. Son mis homenajes, textos con nombre propio que disfruto mucho escribiendo.  

 

¿Cuál sería el vínculo de tus textos con la actualidad?

 

En determinados temas muy evidente. Me manifiesto sin ambages ante cuestiones como el feminismo, la defensa de los animales, apuesto  por un gobierno que defienda la educación y la sanidad pública... Suelo ceñirme a ejemplos concretos relacionados con estos  temas, nombro a sus protagonistas para que nadie los confunda con una fría cifra estadística, para que cuando se cite la violencia de género, por ejemplo, pensemos en Nagore, que era una chica joven que estaba cumpliendo su sueño de convertirse en enfermera cuando se cruzó en el camino de su agresor, un médico que ha vuelto a ejercer su profesión al salir de  la cárcel. Quiero traer de vuelta a la víctima, que pensemos en ella como en nuestra hermana, en nuestra hija, para que sea imposible reaccionar tibiamente ante la crudeza del caso. A Nagore la recuerdan los suyos como una herida abierta. El olvido no debería cerrar esa herida. 

 

 

¿Tienes columnistas mujeres de referencia?

Sí. Admiro a Leila Guerriero, a Marta Sanz, a Cristina Grande, a Irene Vallejo, entre otras. Me gusta leerlas porque son ellas en sus columnas y no se esconden ni asumen máscaras. Hablan de lo que quieren como quieren, convirtiendo sus textos en auténticos ejercicios literarios, en textos muy libres de ataduras, originales, llenos de reflexiones sobre la memoria personal. 

 

¿Cómo defines tu ‘fondo de armario’? ¿Cómo es?

 

Es un libro lleno de amor por las palabras. El lenguaje es un arma, como puede serlo la ropa. Elegimos prendas que nos protejan de la desnudez, que abriguen cuando sopla el maldito cierzo, que aligeren el bochorno del verano.  El armario nació como mueble en el que se guardaban las armas y creo que ha mantenido ese papel. Las palabras son también cálidas o refrescantes, podemos mostrarnos ante el mundo con ellas. Yo compro con frecuencia prendas de un verdeconcreto  del mismo modo que retorno a ciertos temas, los transito a menudo, bien porque me preocupan especialmente, bien porque simplemente disfruto hablando de ellos. 

 

¿En qué medida sería un autorretrato: ahí se ve tu feminismo, combativo, tu coraje, tu sentido del desafío?

Lo es, sin duda, pero no es un selfie complaciente, no es la foto en la que me obligo a sonreír para la posteridad. Hay fondos, paisajes contra los que no me sale mostrar alegría. No quiero autorretratarme impasible mientras hablo de mujeres asesinadas por sus parejas, silenciadas por la Historia. No me apetece fingir que todo va bien cuando en nuestro país sigue ahorcándose a los galgos de un árbol cuando termina la temporada de caza como si fuera un gesto rutinario, inocuo, que nos habla de una maldad enquistada, de una violencia admitida. No quiero que mi autorretrato se quede al margen de ese mundo que hacemos detestable tan a menudo. En esas fotos que son mis columnas no escondo las emociones que siento al hablar de la injusticia, de la crueldad, de la indiferencia, que es una forma secreta de sadismo. 

 

¿Eres más rebelde en las columnas que en los libros?

No lo creo. Debo ir más al grano, limitar el alcance metafórico que en textos más largos sí me permito sin trabas. Soy rebelde porque creo que debemos aceptar el mal como componente básico del ser humano, ese lado oscuro está, claro que sí, pero debe combatirse denunciándolo, atajándolo, reduciéndolo a su mínima expresión. Si admitimos que se materialice y extienda su poder, si no se actúa de forma personal y social contra él, estaremos perdidos. 

Y también estás tú, claro: la novelista, cuentista y lectora, la apasionada del cine. ¿De qué modo dirías tú?

Todo lo que soy aparece en las columnas porque el arte me ha enseñado que la belleza está en el mundo y disfrutarle  es una buena razón para seguir viva. La literatura y el cine, también la fotografía, aparecen en muchos de mis textos como sustancia vital. No son aficiones: son argumentos irrefutables. Mientras un párrafo de una novela se quede con nosotros, mientras la escena de una película nos cuente quiénes somos, mientras necesitemos escuchar una canción para sentirnos a salvo, habrá esperanza. 

 

-¿Qué cosas especiales te han pasado con tus columnas, te escriben mucho, te aplauden, se quejan?

Muchas agradables. Personas que no conozco me saludan en una tienda, me dicen que hace años que me siguen. Compañeros docentes han convertido mis textos en objeto de comentario de temas candentes en sus aulas.  Una anciana dama me dijo el otro día, al final de una presentación, que aplaude a veces y se ríe mucho con mis ocurrencias, que soy muy tremenda. 

 

¿Cuál es tu columna favorita o tus favoritas?

 

Me gusta mucho la que dediqué a Marilyn Monroe, una breve semblanza biográfica donde intenté contar la ternura que siempre me ha producido una mujer tan despampanante y frágil como ella, la protagonista de una novela muy triste, en realidad. 

 

 

0 comentarios