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Antón Castro

DIÁLOGO CON SANTIAGO AUSERÓN

DIÁLOGO  CON SANTIAGO AUSERÓN

ENTREVISTA CON SANTIAGO AUSERÓN

 

-Si le parece, empecemos por su vinculación con Zaragoza.

-Nací aquí. Mi padre trabajó empezó de topógrafo en la Base Americana para construir las pistas de aterrizaje y luego los americanos pidieron personal que hablase inglés para administración y entretenimiento, y mi padre hizo el curso de inglés y se quedó en la Base, haciendo de “entertainer” para los soldados: bingo, espectáculos. Y eso nos proporcionó bastante información de primera mano.

-O sea que la pasión por el espectáculo la heredó de su padre...

- Lo cierto es que mis padres se conocieron haciendo zarzuela como aficionados. Después mi padre trató con artistas y orquestas: vivíamos el ambientillo del “show bussines” de cerca. Aunque la mayor influencia fueron los discos en casa: eran los discos que los amigos americanos le dejaban a mi padre o cuando venían a casa con ellos bajo el brazo. Teníamos información del primer Elvis, pero también de la orquesta de Duke Ellington, de Ella Fitzgerald. Había nombres muy fuertes que luego me siguieron influyendo a lo largo de los años, como Nina Simone. Toda aquella información en la mente de un niño zaragozano tarda mucho en expresarse y en adquirir carta de naturaleza.

-¿Qué lugares frecuentaba entonces?

-Además de música en casa, también recibía influjos a través de mis amigos de la calle con los cuales salía a las ferias. Había unos billares en El Tubo, en los que no me dejaban entrar. Veía aquellos tíos patilleros con jerseys de rayas y pantalones de campana, que ponían música en la máquina de discos. Me quedaba en la puerta y les pedía las canciones que me gustaban. Además, iba con mis hermanos pequeños y con mis primos ir a los autos de choque del Cabezo y a oír allí novedades. Me acuerdo perfectamente de la primera vez que oí “Satisfaction” de Los Rolling Stones. Y en la radio Marconi de mi abuela, en la calle Las Armas, oí los primeros Beatles. En el Cabezo recuerdo que había máquinas y el primer “soul” llegaba allí. En la máquina de la piscina de Torrero, donde íbamos algunos veranos, se oía la primera música ye-yé española. Antes de irme de Zaragoza, pillé los aires de una ciudad que estaba muy viva musicalmente.

-Pronto inició su vida errante...

-Nos fuimos a Asturias. Mi padre dejó la Base y recuperó su trabajo de topógrafo en la construcción en Obras Públicas. Vivimos en un pueblo que se llama Infiesto, de allí pasamos a Torrelavega, luego volvimos a Zaragoza, luego al Pirineo, a Jaca y Canfranc, volvimos a Zaragoza otro año y de aquí nos fuimos a Huelva donde estuvimos cuatro años, en la frontera del “Far West”: en la frontera con Portugal. Allí entré de aprendiz de delineante, de aprendiz de topógrafo, mientras terminaba el Bachillerato. Y desde ahí ya nos vinimos a Madrid.

-¿Cuándo nació su pasión por la filosofía?

-Nació en Huelva, mientras era delineante, en la oficina de un pueblo que se llama Villanueva de los Castillejos. En los ratos muertos, yo repasaba mis libros, tomé contacto con la filosofía en los textos de Bachiller. Al principio las teorías de Kant y todas aquellas cosas me sonaban a chino pero tenían algo atractivo y de misterio. Sentía una cierta atracción mental hacia eso. Había un delineante mayor que yo de Sevilla que me empezó a pasar algunas lecturas. Era un subversivo de la época. Fue muy curioso: a aquel pueblo deportaron a algún estudiante sevillano, por conflictos en la universidad, y se formó un ambiente especial: musiquero, venían los grupos de la región, muy “souleros”, de fervorosa inquietud juvenil.

-¿Cantaba ya o tocaba algún instrumento?

-Empecé allí: los amigos me empezaron a enseñar a manejar una guitarra con los rudimentos del fandango de Huelva. Y de los fandangos ya nos pasamos a intentar copiar algunas cosillas de los discos de los Kink. Mi padre hacía viajes a Sevilla, y nos traía discos a Luis y a mí, y algunos de ellos han sido influencias muy perdurables, particularmente recuerdo uno excepcional de Eric Burdon & The Animals, y discos de los Kink. Y empezábamos a enredar con el tocadiscos portátil y me compraron la primera guitarra española.

-La biografía de Radio Futura dice que comenzaron en 1980.

-Empezamos mucho antes, con escarceos, en 1970/1971, y con un homenaje a García Lorca. Tuvimos nuestros más y nuestros menos con la Guardia Civil, que nos decía que el “Romancero gitano” contenía textos provocativos. Luego vinimos a Madrid y entré en la Universidad. Había muy buen ambiente musical, más en la periferia que en el centro; el centro era muy pogre, contestatario, musicalmente un poco pesado. En los barrios obreros, mi hermano tenía un círculo de amigos, melenudos, muy activo musicalmente, que seguían la música de la Velvet Underground, la vía Lou Reed, la vía John Cale, todo lo que se llamó “La Escuela de Canterbury”, Kevin Ayers, Soft Machine, Phil Manzanera y Roxy Music, Brian Eno, un poco el rock sofisticado, tocando un poco el “glam” en su parte más literaria. Y David Bowie y también algunas bandas de rock duro. Yo había entrado en la Universidad un poco antes que ellos, y vivía en los ambientes contestatarios, me quedaba más con Bob Dylan y Leonard Cohen. De San Blas y del círculo de amigos de mi hermano me venía la música más intrigante, frívola en apariencia, pero con contenidos más inquietantes. Eran ya los últimos años del franquismo, nos estábamos metiendo en un ambiente de pre “nueva ola”.

-En 1977 se fue a París.

-Me fui a Vincennes a iniciar mi tesis doctoral sobre Antonin Artaud. Iba a estudiar a la estupenda biblioteca de La Sorbona, pero yo estaba matriculado en Vincennes, que era la universidad maldita. Me interesaba seguir el rastro de Gilles Deleuze, Jean François Lyotard, Chatelet, me apunté a los tres cursos, e inscribí la tesina sobre Artaud con Gilles Deleuze. Quería analizar “La metafísica en Antonin Artaud” a partir del tema de las imágenes y del pensamiento como espacio escénico. Hice una tesis a medias, porque pensaba en la posibilidad de quedarme a vivir en París, y convertirme en escritor o intelectual de oficio, pero en aquellos años fue el estallido del punk, del after punk, la “nueva ola” y todo eso. A partir de 1977 se vivió una efervescencia cultural y musical en relación con la música. En los viajes de vuelta a Madrid, y en las vacaciones, me quedé atrapado. Empezaban a sonar canciones más frescas y con más intención.

-Fue en esta época cuando conoció a la escritora Catherine François, su esposa.

-La conocí mucho antes, en 1974. Ella me inició en la lectura de los escritores franceses que más me han influido: la poesía del XIX, el romanticismo, el simbolismo, y todas las primeras vanguardias. Mi fascinación por Artaud se la debo a ella. Entonces, convalidó su carrera de letras aquí en España, y venía conmigo a la Facultad de Filosofía y Letras a seminarios sobre Nietzsche, Nietzsche y Borges, etc. Con ella me metí a fondo en el estudio de la cultura europea, me introdujo en el Romanticismo alemán. He estado muy pendiente de su propia escritura. Editamos, en edición de autor, en colaboración con Pre-Textos, “La ciudad infinita”, quedó un libro muy personal y enigmático, y luego Pre-Textos publicó su primer ensayo novelado sobre las tradiciones de la China antigua: “Caminos bajo el agua”, es de 1999, un texto denso, pero lleno de poesía. Pre-Textos también me publicó a mí “Las canciones de Radio Futura”.

-Háganos un balance de la larga década de Radio Futura.

-Nuestro lema era “Escuela de calor” porque nos lo tomábamos como un aprendizaje intenso y caliente. No podía ser de otra manera porque las carreteras españolas eran así. Los caminos del rock se iban construyendo conforme nosotros llegábamos también. Aquello era muy intenso, divertido y emocionante. Nos lo tomamos como un aprendizaje que consistió en tratar de realizar en lengua española lo que nosotros sentíamos en las canciones de otros medios: tratábamos adaptar a la métrica del español el modo de expresión que nos llegaba del soul, del rock o del rythm and blues. Nuestra idea era utilizar la canción popular como medio de experimentación y de creación. Queríamos hacer canciones más elaboradas, que permitiesen algo más de reflexión, jugar con la imagen, nos preocupaba la captación poética, la metáfora.

-¿Cómo no van a decir luego que Santiago Auserón es el rockero intelectual?

-Naturalmente en mi aproximación a la canción popular hay dos vías, trabajo como con dos manos. Un lado es el acercamiento adolescente natural, y otro es el aspecto de estudiante, que he mantenido vivo desde entonces. He ido buscando una acercamiento al papel de la lírica contemporánea, al papel de las canciones en el mundo actual y su posible incidencia...

-Creo que ahora está muy fascinado por el mundo de los trovadores...

-Sí. Desde hace algunos años, a lo largo de la experiencia de Radio Futura, estábamos muy interesados en buscar apoyos que dieran sentido a la búsqueda de una nueva canción en España. En lo musical empezamos a mirar hacia la negritud americana, próxima al fraseo español, primero Jamaica, con Bob Marley y el “reggae” a la cabeza, y luego Cuba. Nos metimos muy a fondo. Ese pulso negroide nos empezó a cautivar. Eso empezó a partir del 84.

-Tengo una curiosidad. ¿Cuándo Radio Futura titula su primer disco “La ley del desierto”?, ¿no estarían pensando en Aragón?

-Yo creo que se me fundieron varias imágenes: el páramo castellano, también los Monegros, y un poco La Mancha. También titulamos otro álbum “De un país en llamas”.

-¿Qué es lo que le lleva a crear un heterónimo? ¿O no podíamos decir que Juan Pedro es un heterónimo?

-Sí, lo es. Es un heterónimo que me sirve para canalizar tendencias un poco contradictorias: el lado público y vagabundo exigido por el trabajo en la carretera, y el trabajo de búsqueda, de sones, y compatibilizarlo de algún modo con la necesidad del trabajo privado, del estudio, de la reflexión, de ir poniendo cosas en limpio en los cuadernos. Son como dos mentalidades y dos actitudes que parecen opuestas e irreconciliables pero para mí son las dos verdaderas y las vivo como una especie de oscilación periódica, casi estacional. De hecho el ejemplo de los trovadores, por el cual me ha preguntado, me es muy grato porque en alguno de los textos de estudio (Martín de Riquer o Menéndez Pidal, sobre todo) he encontrado una situación semejante: el trovador era una persona que vivía seis meses de estudio y seis meses de juglaría para llevar y cantar sus propias canciones.

-Su carrera en solitario como Juan Perro ha pasado por fases muy diferentes: el jazz, una reivindicación de lo latino (fue usted, en cierto modo, quien lo puso de moda), lo fronterizo, la mezcla...

-En Radio Futura ya estaba eso. Hicimos temas como “Semilla negra”, que es una fórmula que provoca consecuencias posteriores, hay una relación simbólica entre “Semilla negra” y “La negra flor”. Con Radio Futura visitamos Cuba, trajimos muchos materiales, y nos dimos cuenta de que ahí había mucho lío en el son campesino que remite, en sus orígenes, a estructuras muy interesantes en lo melódico y en lo rítmico. Yo me lo tomé un poco como tarea más personal. Mientras que mis compañeros estaban pensando más en la deriva hacia lo electrónico, en el estudio casero, decidí ir más a Cuba a conocer los viejos soneros, la práctica, la música de tú a tú en su propio círculo familiar. Me gustaba cantar casi sin amplificación y la inmediatez de las músicas tradicionales. También me relacioné con los círculos flamencos de Madrid. Me interesaba desarrollar todo eso como vocalista y por la escritura.

-Usted posee una vocación poética inequívoca, ¿no?

-Sí, pero quiero ser muy cauto con eso. Hay una vocación creciente y una afirmación de la necesidad que yo tengo de leer a los poetas, por dos razones: una, por oficio, para tratar de escribir mejores canciones, y otra por razón de mentalidad porque hay realidades tan escurridizas -supongo que siempre ha ocurrido pero en los tiempos que corren se vive con mayor ansiedad, porque todo parece ocurrir de una forma muy veloz-, que siento la necesidad de capturarlas.

-Le hemos leído que las canciones son un barómetro sociológico más fiable quizá que los cambios políticos.

-Lo que ocurre es que hay patrones musicales, pequeños problemitas rítmicos, que resumen enfrentamientos de culturas, de etnias, de lenguas, y que decantan soluciones que duran mucho más que un imperio. Hay patrones rítmicos que atraviesan la historia con una ligereza increíble. No están asentados, no tienen territorio propio, viven casi mejor en los altos fronterizos y parece que se alimentan de ese extrañamiento, de saltar de un pueblo a otro, incluso a veces de saltar al pueblo del enemigo. He sentido la necesidad de remontar la tradición lírica que me permitiese escribir mejores canciones en castellano, desvelar algo del entramado rítmico latente en la lengua, en los versos, y con los patrones rítmicos de la música popular, que desaparecen, se echan al viento y se van. Ahí he encontrado mi temática, esto es lo que me obsesiona porque a la vez me lleva por el lado de la práctica musical, por el lado de la decantación del lenguaje en los versos, y también por el lado de la reflexión al intentar comprender algo dentro de esas oscuridades.

-¿Cuál es su estado natural: la insatisfacción, la curiosidad, la búsqueda o el riesgo?

-Supongo que una curiosidad enfermiza y doliente. Me veo arrastrado por corrientes que confluyen a veces y luego divergen. Vivo en la incertidumbre y en la indefinición. Lo central de mi carácter es esa especie de confusión o de oscilación entre un extremo y otro.

-¿Mr. Hambre sería también un “alter ego” que se abre camino en medio de esa confusión?

-Había un personaje así en alguna canción de Radio Futura, “Cara o cruz”, un Rufio Datura que era una prefiguración de Juan Perro; estaba en “La canción de Juan Perro”. Creaba heterónimos, figuras y personajes por la necesidad de personificar en alguien la búsqueda rítmica y melódica de la canción popular española contemporánea, por darle un rostro, y en ese juego entró Mr. Hambre, fugitivo, huidizo.

-No sé si se retrata de nuevo. Usted ha declarado: “Vivo una eterna adolescencia en la que no encuentro por donde tirar”.

-Sí me encuentro en esa sensación. Pero este impulso irremediable y cíclico ya me lo tomo con buen humor.

¿Le dice algo el nombre de Fernando Pessoa?

-Me gustan muchas cosas de él. Es un poeta por naturaleza. Lo comparo con Kafka, son dos funcionarios “poetas”. Tengo la sensación de que Fernando Pessoa necesitase heterónimos para, al fin, hacerse su propia encarnación poética. No he pretendido parecerme a Pessoa. Deben ser síntomas de escisión, pero estas cosas no son caprichos de uno mismo, sino de la madre naturaleza.

-Me ha sorprendido que un antiromántico como usted diga: “La herida amorosa tiene mucho que ver con el canto”.

-S, claro. El canto es una especie de sutura o de recubrimiento balsámico. Lo amoroso siempre conduce a algún tipo de herida por el mero entusiasmo de la naturaleza que te lleva de la querencia a los extremos dolientes inevitables, mientras no les pones remedio. Y casi nunca sabes cómo hacerlo. No he sido muy partidario del sentimentalismo ni de la expresión lírica que engorda el yo ni del lamento nostálgico. Prefiero vivirlo y cuando me toca expresarlo, hacerlo de un modo algo más impersonal.

-Otra frase: “Soy un extranjero de aquí”. ¿Es un extranjero en la música, en España, en Aragón?

-Del aquí. Mi manera de ser un aragonés errante o ciudadano español es disfrazarme de turista. Yo soy de la tribu como el primero, pero siempre tengo la querencia de irme un poco a los márgenes para ver las pasiones de la tribu y los sones que llegan de lejos.

-Su último álbum es “Cantares de Vela”. Parece que vuelve al jazz y al soul.

-De algún modo, mientras la canción en España se está poniendo cada vez más pesada porque tiende a la explotación de lo vulgar. Creo que hay un círculo de rockeros de cierta edad que necesita recuperar territorio. Y se vuelve a las fuentes. Ahí está la música negra, el rythm and blues, el jazz, que es la gran explosión de la música negra americana porque es donde se lleva a cabo la revolución drástica de poner en el terreno de la música popular toda la experimentación posible. De algún modo, tenemos que recuperar la memoria.

-Y su memoria, ¿es jazz?

-No es que pretenda ser jazzístico porque para eso hay que nacer, pero sí me gustan los discos, las atmósferas de jazz, su libertad de improvisación (sin exagerar), y el fenómeno en bloque de la negritud americana, que habla inglés o español. “Cantares de vela” es un término literario que he tomado de Menéndez Pidal, son unos cantares populares que llegan hasta Lope de Vega y también hay otra referencia en Gonzalo de Berceo, en un episodio en que los judíos van a decirle a Pilatos que ponga veladores nocturnos en el sepulcro de Cristo para que los discípulos no roben el cuerpo y digan que ha resucitado. Además me ocurrió que tras las giras de “Mr. Hambre” me pasaba las madrugadas en vela, y por eso muchas canciones han nacido con esa imaginería.

-Usted ha hecho defensa del humor negro y se ha identificado con Goya y Buñuel.

-Desde luego. Me siento cercano a los elegiacos, a los que saben enfrentarse a la negrura del mundo, pero no me gusta ni me parece oportuno el lamento airado del genio romántico. Me parece más pertinente llevar la elegía con algo de humor. O con el sarcasmo, que es una de las virtudes de mi tierra. Me parece una estrategia de pensamiento. A lo largo de los años, uno va entendiendo mejor la obra de Luis Buñuel, que ese cine en blanco y negro no sólo es en la película, sino también en el pensamiento. Es un poco el humor de Goya, naturalmente, pertenece a un talante tribal en el que me reconozco con gusto. Como me siento extranjero de aquí, me puedo permitir aprender algo de los míos con ánimo ligero, liviano.

-¿Se siente muy aragonés?

-Totalmente. Acepto mi ser aragonés con alegría. Reconozco los matices de mi tierra.

 

*La foto es cortesía de mi gran amigo Pablo Ferrer.

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