LA EXTRAÑA FAMILIA DE JOHN FANTE
Podría empezar diciendo aquello de que hoy ha sido un gran día. Estoy fascinado con la novela La hermandad de la uva de John Fante. El personaje del padre me recuerda a mi padre y yo, en cierto modo, me siento el escritor Henry, fascinado por Dostoievski y por toda la Generación perdida. Es deslumbrante de principio a fin: la surrealista relación de los padres (ella, una católica a ultranza que cocina prodigiosamente; él, un albañil borracho y terco que se impone a todos con sus locuras), la presencia de los hijos, a cual más anómalo: Stella, de fiera mirada, el guardafrenos Mario, que pudo haber sido una gloria del béisbol, el pusilánime y falso Virgil, cajero de banca, y el escritor, que está casado con la antipática Harriet. Fante el creador del personaje inolvidable Arturo Bandini, el maestro de Charles Bukowski- es un virtuoso del diálogo, un narrador admirable por su sentido del humor y del desgarro, por la escasa compasión que tiene hacia sí mismo y por la facilidad con que crea personajes increíbles, aquí destacan por ejemplo los amigos borrachines del padre. Hacía algunos meses que no me fascinaba tanto una novela. Está publicada en Anagrama, donde aparecieron otros títulos de este narrador sin éxito y guionista casi olvidado, nacido en 1909 y muerto en 1983, hablo de títulos como Pregúntale al polvo o Espera a la primavera, Bandini. La hermandad de la uva es bastante autobiográfica como las anteriores pero está construida con una perfección y una intensidad admirables: es cruel y tierna a la vez, es ingeniosa y mordaz, es rápida, está muy bien dialogada, quizá sea una de las mejores que recuerdo sobre la figura del padre. Francis Ford Coppola se enamoró de ella pero la bancarrota de Apocalipse Now le impidió llevarla al cine. Fante está próximo a Carver, aunque es anterior, Fante prefigura Cartero. La senda del perdedor de Bukowski aunque es de 1977 y en cierto modo, con otro estilo y otro humor, recoge algo del espíritu de El guardián entre el centeno de J. D. Salinger y presenta la sociedad de los emigrantes italianos, un tanto desclasados y sin rumbo.
El modo en que todos le tienden una emboscada al escritor Henry, novelista de éxito, para que acompañe a su padre se empeña en hacer un secadero de ciervos en la montaña- es prodigioso. Y es un delicioso disparate que nos hace reír, máxime si tenemos en cuenta que Henry debe darle argamasa y materiales, durante dos semanas, al borracho y alucinado padre...
También ha sido un gran día porque he conversado con Manuel Jalón, el hombre que inventó la fregona, el hombre que creó la jeringuilla de un solo uso, el hombre que trabajó en los primeros talleres de mantenimiento para los aviones de combate en la Base Americana, el soñador de misterios que compró en 1975 el castillo de Trasmoz, el castillo de brujas y encantamientos de bécquer, de quien dice tras haber leído casi un centenar de libros sobre el amor- que ni amó a nadie ni fue amado. Cantó a la belleza ideal del amor. Eso es todo y puedo probarlo.
Y ha sido un gran día porque, en la Almozara, estuve un rato delicioso con Mariano Gistaín y Pilar Lecea: hablando de esto y de aquello, en un gozoso rencuentro, oyendo el vendaval que se avecinaba, presintiendo la lluvia de verano que se coló entre los árboles con un olor a sardinas asadas y a tierra estremecida y pastueña... Al lado, con su cansina culebra de agua, se deslizaba el Ebro entre las sombras.
El modo en que todos le tienden una emboscada al escritor Henry, novelista de éxito, para que acompañe a su padre se empeña en hacer un secadero de ciervos en la montaña- es prodigioso. Y es un delicioso disparate que nos hace reír, máxime si tenemos en cuenta que Henry debe darle argamasa y materiales, durante dos semanas, al borracho y alucinado padre...
También ha sido un gran día porque he conversado con Manuel Jalón, el hombre que inventó la fregona, el hombre que creó la jeringuilla de un solo uso, el hombre que trabajó en los primeros talleres de mantenimiento para los aviones de combate en la Base Americana, el soñador de misterios que compró en 1975 el castillo de Trasmoz, el castillo de brujas y encantamientos de bécquer, de quien dice tras haber leído casi un centenar de libros sobre el amor- que ni amó a nadie ni fue amado. Cantó a la belleza ideal del amor. Eso es todo y puedo probarlo.
Y ha sido un gran día porque, en la Almozara, estuve un rato delicioso con Mariano Gistaín y Pilar Lecea: hablando de esto y de aquello, en un gozoso rencuentro, oyendo el vendaval que se avecinaba, presintiendo la lluvia de verano que se coló entre los árboles con un olor a sardinas asadas y a tierra estremecida y pastueña... Al lado, con su cansina culebra de agua, se deslizaba el Ebro entre las sombras.
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