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Antón Castro

DE ARQUITECTURA Y PINTURA. O UN PASEO POR ZARAGOZA

Hablé ayer con Julio José Ordovás, que ya está a punto de recibir las pruebas de “Días sin día” (alusión a Juan Ramón Jiménez, ese extraordinario poeta. Uno de los libros de mi juventud lejana fue la “Segunda antolojía poética” y una edición primorosa de “Arias tristes”, y otra posterior, con notas, de “Diario de un poeta reciéncasado”), y me dice que echa en falta mis paseos con Noa, la mastina del Pirineo. Saldré dentro de un rato a un Garrapinillos en fiestas. Me he dado cuenta de que llovizna suavemente.

Me voy al Auditorio a la cinco en punto de la tarde. Anda por allí mi amigo Peña, el cámara de RTVA, que siempre me trata de usted. Dice, mientras busca los ángulos propicios para enfocar a José Manuel Pérez Latorre, que es de San Sebastián, pero que ha vivido en tantos lugares de España que no sabe muy bien de dónde es. Resulta tan insistente y perfeccionista en sus planos que Pérez Latorre me dice: “Será vasco pero es más tozudo que un aragonés”. Y luego, ante la cámara, el arquitecto del Auditorio cuenta un poema arquitectónico: sus viajes, sus motivos de inspiración, el uso de las columnas y las cúpulas, emulando a La Seo, y habla de la cueva del tesoro, y habla de un edificio democrático sin palcos, construido con madera que parece oro. Peña acaba seduciéndolo y José Manuel exhibe una corbata roja del actor, director y diseñador John Malkovich. Este hombre, de flequillo rebelde, es pura elegancia. Luego conversamos con Pedro Purroy, que parece un maestro ruso con los pelos al viento, un Alberti joven y en Zaragoza. Habla de lo que significó el Auditorio –el mejor edificio del siglo XIX y del XX en Zaragoza: el buque insignia de la cultura en Aragón que nos ha ayudado a subir dos, tres o cuatro escalones en diez años- y elogia el trabajo de la Orquesta Sinfónica del Conservatorio Superior de Música de Aragón, y elogia el riguroso trabajo de Miguel Ángel, que hace milagros a diario con un presupuesto de 350 millones de pesetas al año. Hace poco vino por aquí un programador de Canarias y se quedó patidifuso con el presupuesto. Recordó que allí tienen un montante de 3.000 millones de pesetas al año y que organizan un Festival durante un mes que cuesta más de 800, y nadie, nadie, se rasga las vestiduras.
Miguel Ángel Tapia está feliz. Ha sabido repartir juego e integrar en su proyecto, en el proyecto colectivo de Zaragoza y Aragón que es el Auditorio, a formaciones solventes: Al Ayre Español, la orquesta de Cámara Enigma, que dirige Juan José Olives, el Coro Amici Musicae, que dirige el navarro Andrés Ibiricu, y la citada Orquesta. Hablamos y hablamos de esto y de aquello, y del concierto de los días 5 y 6 de octubre con un programa de García Abril y Beethoven. Hace ahora diez años, José Manuel Pérez Latorre me concedió una entrevista para hablar del Auditorio, creo recordar que fue la única por extenso, y no se le ocurrió otra cosa que decirme que nos íbamos al monasterio de Poblet y allí hicimos una entrevista para la historia, perdonen la inmodestia. Dentro de unos años cuando se quiera saber lo que quiso hacer José Manuel, cómo lo hizo, cómo concibió el lugar de la música e incluso su decepción ante injustas críticas, tendrá que revisar esa entrevista. Fue un día memorable: nos hicimos fotos, paseamos entre las tumbas y los claustros, y recuerdo que José Manuel puso su Mercedes a 220 kilómetros por hora. Fue una aventura inolvidable con un poco de temeridad.

Me voy con José Manuel de paseo. Hablamos de todo: de La Romareda, de Belloch, de política cultural, de un vasto círculo de amigos, de su entusiasta condición de abuelo por partida doble. Y nos fuimos a una tienda de antigüedades de San Andrés –el arquitecto, que acaba de leer con entusiasmo dos biografías sobre Anthony Blunt y André Malraux, posee 50 mantones de Manila, nada menos-, vimos una mesilla de noche cubista, pero no compramos nada. Después entramos a un precioso café de la calle Alfonso, que hizo una arquitecta catalana. No recuerdo su nombre pero vi una foto suya, no es Carmen Pinós, os lo aseguro, y me pareció misteriosa, atractiva y absolutamente seductora con su melena al viento ante el espigón del mar, en una de esas tardes donde la luz se riza de un oro neblinoso que se desmaya en el horizonte. Nos encontramos con dos amigos suyos, María y Benito, y recordamos los amores de Ava Gardner. Estos días va a aparecer un libro de Marcos Ordóñez sobre la vida en España de la mujer que encarnó “La condesa descalza”. Ava también estuvo en Zaragoza y tengo una enorme curiosidad por el libro que me llegará la semana que viene. José Manuel y yo entramos en la FNAC y allí nos encontramos con la exposición de fotos digitales de Bigas Luna y de fotos de sus películas. Me gustó, de nuevo, esa estampa marina de una mujer opulenta, de exuberantes pechos mecidos por el oleaje; de un pezón, en un determinado momento, brota un curvo reguero de leche que se mezcla con la blancura renovada de la espuma. Hay allí muchas chicas bonitas. Muchas: Marisancho Menjón, que está realizando un excelente trabajo en la revista “Qriterio” (es la verdad: no hay aquí galantería gratuita), Isabel Soria, que es un puro sinvivir de proyectos, Beatriz, la deliciosa muchacha pecosa de Ad Hoc, y Ana Latorre con su corsé, que me hace pensar en Frida Kahlo. Ella, Ana, alzada sobre el mundo, es mucho más bonita y próxima. Me reprocha que soy antisocial. Es cierto. En lugares así, me desangro en timidez y debo huir a mis soledades. Hablé dos veces con Bigas Luna y siempre fue muy cordial; lo veo hablar desde fuera, desde el pasillo. También estaba Eva Magaña asomada a sus grandes ojos de yegua saltarina y perpleja, y la escritora y periodista Laura Marina García, que está embarazada. Y había otros amigos: Javier Espada, Santiago Gascón (hablaba antes de Manila: así se titula un libro de Santiago, “Manila” [Xordica], uno de los más bonitos libros de relatos que se han publicado en Aragón en la última década. Veía antes mucho a Santiago, fuimos grandes amigos, estuvimos juntos en Málaga, y admiro muy sinceramente sus cuentos. Ha trabajado en un taller de guión con Bigas Luna), Hermógenes (de la Nicolasa), me encontré con Miguel Ángel Longás, que se va de profesor a Fraga y busca editor para un poemario en prosa. Me despido de José Manuel, que es muy amigo de la mujer zaragozana de Bigas,y escucha al cineasta artista...

Compré la película “Plenilunio” de Imanol Uribe y pensé en adquirir también una autobiografía vienesa de Arthur Schniztler (no lo hice porque estoy fascinado con un nuevo libro, “Un mes en el campo” de J. L. Carr, que acaba de publicar Pre-Textos, y me emborracho de libros yo solito). Salí a la calle. En la calle Ciprés, me esperaba Miguel Marcos –con quien cené la otra noche, hasta casi las dos en Casa Colás, con él y con Alfredo Romero-. Prepara su exposición para el Palacio de Sástago y otra, de periódicos y fotos, sobre la historia gráfica de sus galerías en Tarragona, Zaragoza, Madrid y Barcelona. Miguel tiene manos de plata o de cabritillo, tal vez de muchacha de instituto habituada a acariciar las rosas. Es cierto. Le encanta enseñar sus cuadros, vive la pintura con auténtico fervor, como un niño que paladea el arte como se paladea un bocadillo de salchichón en un atardecer de merienda. Los Broto rojos de sangre o de tintura de fresa machacada, un Barceló gigantesto, la pintura literaria de Carlos Franco con ecos de Gauguin, el encuentro en Velázquez de una época muy figurativa de Manolo Quejido, la sobriedad a la manera de Mark Rothko de Yturralde, un Carlos Alcolea de 80.000 euros... También estaba el refinado lirismo de Menchu Lamas con sus gatos. Todo un placer para los sentidos y para la imaginación. Por allí, como un amanuense esforzado y pugnaz, anda Alberto Serrano...

Ha caído la noche. En la despedida me cuenta Miguel una bonita anécdota. En la calle Ciprés antaño, cerca de su galería, había un especie de estercolero y un pelotón de gatos. En el interior se exhibía una escultura de Francisco Leiro, de madera compacta, que representaba al pintor y paisano Antón Lamazares. Me dijo que los gatos se quedaban en la puerta, como estupefactos e inmóviles, mirando aquel cuerpo esbelto que se inclinaba ligeramente hacia delante. Me dijo que no era una invención: conserva un puñado de fotos de gatos negros que miran la escultura y se olvidan del mundo.

5 comentarios

Prueba -

Prueba

Rafael -

No creo que sea antisocial, creo que demuestra una gran sensibilidad. No haga caso, y Dios nos libre de personas tan sociables, y tan autopregonadas de izquierdas como Ana Latorre...En fin

Antón -

Me alegro Cide de tus palabras. A ver si te hacen caso nuestros políticos.
A Marisancho. Gracias a ti, laboriosa e infatigable trabajadora. Cúidate y no desfallezcas. Un beso

Marisancho -

Yo te quise ver, pero te busqué y ya te habías ido. ¿Cómo lo haces, para desaparecer como un gato?
Gracias, querido Antón.

Cide -

Yo recuerdo que muchos -me incluyo- criticábamos el auditorio al principio. Los presupuestos que no cuadran, 8000 millones de nuestras arcas, destinados a algo que no sabíamos muy bien qué era. Por eso, con el tiempo debemos reconocer la valentía de los que se atrevieron a enfrentarse con una gran obra que era más fácil criticar que apoyar. Una obra a medio plazo que nos iba a costar bastante tiempo reconocer como positiva. Además y para colmo, los primeros meses de la sala multiusos, hasta que apañaron los techos con maderas (carísimas), eso sonaba como una caja. Yo empecé a verla con otros ojos a partir de ciertos conciertos memorables: Distrito 14, Serrat, Malevaje,... y sobre todo cuando escuché a Kraus decir que la sala Mozart tenía una acústica que estaba al mismo nivel que la Escala de Milán. Entonces comprendí que estábamos ante una obra de la que sentirnos orgullosos.

¿Tendrán ahora los que toman las decisiones la misma valentía en acometer obras como la nueva Romareda, o un sistema de Metro-Tranvía de futuro? Espero que no se limiten a obras de beneficio inmediato, que apuesten por el futuro. En el caso del metro, debe pensarse en un futuro de 20 ó 30 años, no en algo que de frutos (económicos o electorales) en 2 años.