NOTAS SOBRE UN DOMINGO TACITURNO
En los últimos he perdido tanto el hábito de escribir que me siento seco, como si me hubiese olvidado de las palabras y del sabor de las historias. Atravieso uno de esos periodos extraños en que no tengo ni una sola idea, ni un solo tema, vivo sin vivir en mí, ausente, fatigado de no se qué, extraviado y sin ambiciones, con esa sensación de que el lenguaje me ha abandonado para siempre. Leo a Javier Marías, releo sus libros, sus entrevistas porque tengo que entrevistarlo en el Paraninfo el próximo martes y me habita una sensación de timidez y de miedo. Intento disfrutar de su prosa envolvente, y repaso también los textos de María Zambrano, de la cual tengo que escribir una doble página. Me sorprende de Baile y sueño de Marías ese estilo tan personal, ese discurso que trenza, página a página, en ese libro que no quiere contar más que la narración del pensamiento, la prosa casi laberíntica de los sueños y de las obsesiones, emplazada ahora en una meditación sobre la violencia y el miedo, el nuevo universo de Deza. María Zambrano es la pensadora errante: iba, tras dejar España, de aquí para allá con su hermana Araceli y sus trece gatos. Escribía siempre, impartía charlas, redactaba artículos de casi todo, y forjaba día a día una visión del pensamiento europeo, en conexión con los grandes filósofos de Occidente, sin desdeñar una mirada a Oriente. Fue su primo y su primer amor quien le habló de los sufíes, del pensamiento budista, de la obra de Tanizaki, y resulta conmovedora su trayectoria vital: su estancia en Chile y México, donde fue maltratada, luego en La Habana (muchas veces en La Habana, donde frecuentó a su gran amigo José Lezama Lima, pero también a Fina García Maruz, Virgilio Piñera, Cintio Vitier), más tarde en Roma, en una localidad de Suiza, en París, en Ginebra. Recibía visitas constantes: de Alfredo Castellón, de Cortázar, de José Ángel Valente, y ella se sabía moradora irremediable de la patria sin patria que es el exilio. Amó al citado Miguel Pizarro, a Alfonso Rodríguez (que fue su marido), a Pittaluga, y luego le confesó a Rosa Chacel en una carta que llevaba años sin amor salvo una escultura que veía a diario en los alrededores de Via Appia y que presentaba a sus amigos como su verdadero amante.
Domingo taciturno. Aún tengo resaca de un mal partido de infantiles en Andorra (Jorge jugó un buen primer tiempo y se diluyó en el segundo, como el San Gregorio; Diego pugnó con dos medios centros enormes, recibió muchos palos, pero provocó la admiración de su hermana Aloma, que, con la pasión renovada de quien vuelve de París, dice que ese niño menudo sabe a lo que juega y que trabaja hasta la extenuación. Resultado: el Garripinillos perdió en casa con el líder por 2-3) de la derrota inesperada del Zaragoza, del empate del Deportivo, y todo se vuelca y se amontona en una impresión de fastidio y de melancolía. Veo las grises botas Nike en el baño, veo los libros acumulados, los recortes de periódico, el fuego en la chimenea. Y yo ando por ahí, errante, entre las pequeñas cosas, los desórdenes de un atardecer de domingo como un náufrago, como un exiliado que no sabe bien adonde pertenece, o si pertenece a algo, a alguien, a algún lugar. El ordenador van tan lento, tan lento, que parece mustio, débil, como a punto de extinguirse.
He leído la entrevista en El país de Marisa Paredes: ese acto de desnudez, de revelación sobre la pobreza de su familia y la historia de la complicidad con su madre. Y el artículo de Marías sobre cómo el presente de convierte en pasado de inmediato, como un ardid de los que ahuyentan sus errores sin tener la entereza de asumirlos. El PP, por ejemplo, de nuevo. Alargo la mano y me encuentro con dos libros admirables: 500 Autorretratos, desde El Greco, Durero (tan seductor, tan moderno), Manet, Rubens, o Walker Evans, captado por sí mismo en cuatro imágenes en forma de silueta, o Cindy Sherman, que parece salida de un cuadro de Vermeer. Así hasta quinientos de todas las épocas y todas las disciplinas de creación plástica. Y El factor Borges de Alan Pauls, el autor de El Pasado (Anagrama) compone un manual para adentrarse en la obra de Borges, mediante dos niveles de lectura, o mediante un conjunto de impresiones de lector y una suerte de diccionario personal, en letra más menuda, de acercamiento al autor de Ficciones, El Aleph e Historia universal de la infamia, reeditados estos días en bellas ediciones por Destino. Tengo en la mesilla el último tomo y he releído estos días la narración del suplantador: ese impostor inverosímil llamado Tom Castro.
Domingo taciturno. Aún tengo resaca de un mal partido de infantiles en Andorra (Jorge jugó un buen primer tiempo y se diluyó en el segundo, como el San Gregorio; Diego pugnó con dos medios centros enormes, recibió muchos palos, pero provocó la admiración de su hermana Aloma, que, con la pasión renovada de quien vuelve de París, dice que ese niño menudo sabe a lo que juega y que trabaja hasta la extenuación. Resultado: el Garripinillos perdió en casa con el líder por 2-3) de la derrota inesperada del Zaragoza, del empate del Deportivo, y todo se vuelca y se amontona en una impresión de fastidio y de melancolía. Veo las grises botas Nike en el baño, veo los libros acumulados, los recortes de periódico, el fuego en la chimenea. Y yo ando por ahí, errante, entre las pequeñas cosas, los desórdenes de un atardecer de domingo como un náufrago, como un exiliado que no sabe bien adonde pertenece, o si pertenece a algo, a alguien, a algún lugar. El ordenador van tan lento, tan lento, que parece mustio, débil, como a punto de extinguirse.
He leído la entrevista en El país de Marisa Paredes: ese acto de desnudez, de revelación sobre la pobreza de su familia y la historia de la complicidad con su madre. Y el artículo de Marías sobre cómo el presente de convierte en pasado de inmediato, como un ardid de los que ahuyentan sus errores sin tener la entereza de asumirlos. El PP, por ejemplo, de nuevo. Alargo la mano y me encuentro con dos libros admirables: 500 Autorretratos, desde El Greco, Durero (tan seductor, tan moderno), Manet, Rubens, o Walker Evans, captado por sí mismo en cuatro imágenes en forma de silueta, o Cindy Sherman, que parece salida de un cuadro de Vermeer. Así hasta quinientos de todas las épocas y todas las disciplinas de creación plástica. Y El factor Borges de Alan Pauls, el autor de El Pasado (Anagrama) compone un manual para adentrarse en la obra de Borges, mediante dos niveles de lectura, o mediante un conjunto de impresiones de lector y una suerte de diccionario personal, en letra más menuda, de acercamiento al autor de Ficciones, El Aleph e Historia universal de la infamia, reeditados estos días en bellas ediciones por Destino. Tengo en la mesilla el último tomo y he releído estos días la narración del suplantador: ese impostor inverosímil llamado Tom Castro.
3 comentarios
Cide -
Sobre Marias, no tengas miedo de nada, no creo que tú seas peor escritor que él. Te lo digo sinceramente aún sin haber leído ninguno de tus libros (lo confieso con cierto pesar). Lo que pasa es que sí que he leído cosas de Marías y, francamente, no creo que haya que ser demasiado bueno para ser mejor que él. Tiene una prosa llena de sinsentidos, anacolutos y que no sostiene ningún razonamiento. Se preocupa tanto de retorcer sus razonamientos, incluso en cosas triviales, que muchas veces no llega a decir lo que realmente quiere expresar. Por otro lado, lo seguí como articulista en su época de El Semanal, y aun cuando su manera de expresarse me parece nefasta, me caía bien el hijo de Julián Marías. Sin ser muy amigo de las formas que emplean los de La Fiera Literaria coincido plenamente en lo que piensan sobre Marías.
En serio, creo que a un escritor que pretende ser de prestigio no se le debería dar semejante bombo y promoción cuando comete errores tan sonrojantes como "...el envés de sus sendas manos..." de forma tan habitual (encuentras una de esas por página).
Entiende mi crítica, Antón. Si disfrutas leyendo a Marías, hazlo. Es posible que no haya sabido yo apreciarlo. Además reconozco que me saca de mis casillas de un modo irracional que se ensalce a Marías en mi presencia, y más cuando se le trata como un escritor de estilo, pero supongo que todos tenemos nuestros propios demonios y nuestras propias miserias. Disculpa mi modo de expresar lo que me hace sentir este autor.
:-) -
miguel mena -
A su sobrino le perdía la pista hace muchos años. La última vez que nos encontramos, en el metro de Madrid, a principios de los 80, él hacía medicina y me dijo que quería ser forense. Espero no encontrármelo en el ejercio de sus labores profesionales.
Un abrazo para todos