"LOS OLVIDADOS" EN EL CÍRCULO DE BELLAS ARTES
LOS OLVIDADOS
A Luis Buñuel (1900-1983) no le fue nada fácil abrirse camino en México, tras un decepcionante y efímero paso por Hollywood. Su primer éxito importante le llegó con El gran calavera, que le abrió las puertas para realizar un nuevo filme sobre los suburbios de la gran ciudad que se titularía Los olvidados. Entre 1947 y 1949, el realizador calandino tomaba el autobús y se dirigía hacia los arrabales, a veces en solitario o en compañía del guionista Luis Alcoriza y del director artístico Edward Fitzgerald. Buñuel, en vísperas de 1950, pensaba rodar otra película con guión de Max Aub y Juan Larrea: Mi huérfano, jefe!. Lo sustituyó por Los olvidados, ese excepcional poema de la crueldad, muy emparentado con un texto suyo: Los suburbios de 1923, tal como apuntó Agustín Sánchez Vidal, el primer editor de su Obra literaria (Ediciones del Heraldo de Aragón, 1982.
Buñuel confesó a propósito del proyecto: Consulté pacientemente los archivos de un reformatorio, mi historia se basó en hechos reales. Trate de denunciar la triste condición de los humildes sin embellecerla, porque odio la dulcificación del carácter de los pobres. Buñuel solía charlar con una joven que tenía parálisis infantil y leyó por entonces que se había encontrado en un basurero el cadáver de un chico de doce años. Quizá por ello, al principio, el filme iba a llamarse La manzana podrida. Buñuel tenía claras muchas cosas: quería que la pieza funcionase en dos planos: el escrupulosamente veraz o realista y el subliminal, de enorme fuerza onírica y simbólica.
Óscar Dancigers fue el productor. No creía demasiado en el guión y le molestaba la imagen que se iba a dar de México, pero en Europa especialmente se habían hecho películas, de atmósfera neorrealista, que habían conquistado al público y que, en cierto modo, abonaban una nueva tradición. Como El limpiabotas o El ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica. El presupuesto fue de 450.000 pesos, unos 12.000 euros de ahora. El rodaje fue complicado e incómodo. La peluquera dejó el rodaje porque la madre de Pedro (el joven protagonista; él es Alfonso Mejía; ella, Stella Inda) rechazaba al muchacho cuando regresaba a casa.
Dijo, ofendida: Eso, en México, ninguna madre se lo dice a su hijo. Es denigrante, no quiero hacer esta película. Otro técnico le comentó: ¿Por qué no hace usted una verdadera película mexicana en lugar de una película miserable como ésta?. El malestar era casi general. No para todos: Roberto Cobo, Jaibo, era un bailarín de revista al que le daban una oportunidad en el cine. Otros le decían: Señor Buñuel, esto es de una cochambre tremenda. No todo México es así. Tenemos también hermosos barrios residenciales, como Las Lomas... Pese a todo se terminó el rodaje, y en los créditos del filme ocurrieron cosas curiosas: desapareció el nombre del escritor Pedro de Urdemalas, responsable de los giros mexicanos que se introdujeron en los diálogos, y el guión sólo lo firmaron Alcoriza y Buñuel, a pesar de la participación de Max Aub y Juan Larrea.
El estreno estuvo rodeado de tensión. Hubo reacciones violentas, intentonas, más bien tímidas, para golpear a Luis Buñuel. El productor Óscar Dacingers ni asistió al estreno. Sólo permaneció cuatro días en cartel.. A la mirada despiadada sobre el país y los pobres, se le unían otros temas un tanto inquietantes: el peso de la fatalidad, la impotencia, la muerte inútil. En cierto modo, en esta presencia de la muerte inútil, Buñuel coincide con Shakespeare, en cuyas obras mueren muchas mujeres en vano: Ofelia, Julieta, Desdémona o Cordelia. Son, como la de Pedro o Julián, muertes inútiles. Los olvidados recibió malas críticas, suscitó ira en el pueblo y en un galán de moda como Jorge Negrete, pero fue defendida de inmediato por los intelectuales, hechas algunas salvedades. Por ejemplo, en un pase privado en México para 20 personas, con Siqueiros, León Felipe y su mujer Berta, Diego Rivera y su esposa Lupe Marín, Buñuel tuvo que oír juicios adversos. Berta le dijo: Es usted un miserable. Ofende a todo el mundo. Lo que muestra esta película no es México. Y Lupe agregó: No me hables. Siqueiros, en cambio, fue entusiasta con aquella pieza sobre los condenados de la tierra: Muy bien, Buñuel.
Octavio Paz, comisionado por el gobierno mexicano para el Festival de Cannes, logró convencer al embajador de México en Francia para que Los olvidados acudiese al certamen, donde ganó el premio a la mejor dirección. Louis Aragon y André Breton, que llevaban 20 años alejados, la vieron en una sesión privada para los surrealistas. El estremecimiento fue unánime: aquella era una obra maestra, que daba un apasionado retrato de los olvidados, en una forma brutal pero honesta, trágica y poética, según ha considerado la UNESCO. Hemos dicho que la película triunfó en Cannes y que el propio Octavio Paz, según recuerda Agustín Sánchez Vidal, escribió un texto deslumbrante bellísimo, diría Buñuel- que editó en octavillas a ciclostyl y repartió a los espectadores.
Los olvidados se reestrenó en el Cine Prado donde permaneció seis semanas. En diciembre de 1951, Cahiers du cinema dedicó un monográfico a Buñuel. La consideración de la obra fue unánime: Jacques Prevert le dedicó un poema precioso, Julio Cortázar se quedó fascinado con ella y años después André Bazin, el crítico y biógrafo de Jean Renoir, dijo: Los olvidados es una película de amor, que requiere amor. La UNESCO ha propuesto que sea Patrimonio de la Humanidad como La novena sinfonía de Beethoven o Metrópolis de Fritz Lang. Y estos días en el Círculo de Bellas Artes se expone un proyecto en el que ha intervenido la Centro Buñuel de Calanda, que dirige Javier Espada.
A Luis Buñuel (1900-1983) no le fue nada fácil abrirse camino en México, tras un decepcionante y efímero paso por Hollywood. Su primer éxito importante le llegó con El gran calavera, que le abrió las puertas para realizar un nuevo filme sobre los suburbios de la gran ciudad que se titularía Los olvidados. Entre 1947 y 1949, el realizador calandino tomaba el autobús y se dirigía hacia los arrabales, a veces en solitario o en compañía del guionista Luis Alcoriza y del director artístico Edward Fitzgerald. Buñuel, en vísperas de 1950, pensaba rodar otra película con guión de Max Aub y Juan Larrea: Mi huérfano, jefe!. Lo sustituyó por Los olvidados, ese excepcional poema de la crueldad, muy emparentado con un texto suyo: Los suburbios de 1923, tal como apuntó Agustín Sánchez Vidal, el primer editor de su Obra literaria (Ediciones del Heraldo de Aragón, 1982.
Buñuel confesó a propósito del proyecto: Consulté pacientemente los archivos de un reformatorio, mi historia se basó en hechos reales. Trate de denunciar la triste condición de los humildes sin embellecerla, porque odio la dulcificación del carácter de los pobres. Buñuel solía charlar con una joven que tenía parálisis infantil y leyó por entonces que se había encontrado en un basurero el cadáver de un chico de doce años. Quizá por ello, al principio, el filme iba a llamarse La manzana podrida. Buñuel tenía claras muchas cosas: quería que la pieza funcionase en dos planos: el escrupulosamente veraz o realista y el subliminal, de enorme fuerza onírica y simbólica.
Óscar Dancigers fue el productor. No creía demasiado en el guión y le molestaba la imagen que se iba a dar de México, pero en Europa especialmente se habían hecho películas, de atmósfera neorrealista, que habían conquistado al público y que, en cierto modo, abonaban una nueva tradición. Como El limpiabotas o El ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica. El presupuesto fue de 450.000 pesos, unos 12.000 euros de ahora. El rodaje fue complicado e incómodo. La peluquera dejó el rodaje porque la madre de Pedro (el joven protagonista; él es Alfonso Mejía; ella, Stella Inda) rechazaba al muchacho cuando regresaba a casa.
Dijo, ofendida: Eso, en México, ninguna madre se lo dice a su hijo. Es denigrante, no quiero hacer esta película. Otro técnico le comentó: ¿Por qué no hace usted una verdadera película mexicana en lugar de una película miserable como ésta?. El malestar era casi general. No para todos: Roberto Cobo, Jaibo, era un bailarín de revista al que le daban una oportunidad en el cine. Otros le decían: Señor Buñuel, esto es de una cochambre tremenda. No todo México es así. Tenemos también hermosos barrios residenciales, como Las Lomas... Pese a todo se terminó el rodaje, y en los créditos del filme ocurrieron cosas curiosas: desapareció el nombre del escritor Pedro de Urdemalas, responsable de los giros mexicanos que se introdujeron en los diálogos, y el guión sólo lo firmaron Alcoriza y Buñuel, a pesar de la participación de Max Aub y Juan Larrea.
El estreno estuvo rodeado de tensión. Hubo reacciones violentas, intentonas, más bien tímidas, para golpear a Luis Buñuel. El productor Óscar Dacingers ni asistió al estreno. Sólo permaneció cuatro días en cartel.. A la mirada despiadada sobre el país y los pobres, se le unían otros temas un tanto inquietantes: el peso de la fatalidad, la impotencia, la muerte inútil. En cierto modo, en esta presencia de la muerte inútil, Buñuel coincide con Shakespeare, en cuyas obras mueren muchas mujeres en vano: Ofelia, Julieta, Desdémona o Cordelia. Son, como la de Pedro o Julián, muertes inútiles. Los olvidados recibió malas críticas, suscitó ira en el pueblo y en un galán de moda como Jorge Negrete, pero fue defendida de inmediato por los intelectuales, hechas algunas salvedades. Por ejemplo, en un pase privado en México para 20 personas, con Siqueiros, León Felipe y su mujer Berta, Diego Rivera y su esposa Lupe Marín, Buñuel tuvo que oír juicios adversos. Berta le dijo: Es usted un miserable. Ofende a todo el mundo. Lo que muestra esta película no es México. Y Lupe agregó: No me hables. Siqueiros, en cambio, fue entusiasta con aquella pieza sobre los condenados de la tierra: Muy bien, Buñuel.
Octavio Paz, comisionado por el gobierno mexicano para el Festival de Cannes, logró convencer al embajador de México en Francia para que Los olvidados acudiese al certamen, donde ganó el premio a la mejor dirección. Louis Aragon y André Breton, que llevaban 20 años alejados, la vieron en una sesión privada para los surrealistas. El estremecimiento fue unánime: aquella era una obra maestra, que daba un apasionado retrato de los olvidados, en una forma brutal pero honesta, trágica y poética, según ha considerado la UNESCO. Hemos dicho que la película triunfó en Cannes y que el propio Octavio Paz, según recuerda Agustín Sánchez Vidal, escribió un texto deslumbrante bellísimo, diría Buñuel- que editó en octavillas a ciclostyl y repartió a los espectadores.
Los olvidados se reestrenó en el Cine Prado donde permaneció seis semanas. En diciembre de 1951, Cahiers du cinema dedicó un monográfico a Buñuel. La consideración de la obra fue unánime: Jacques Prevert le dedicó un poema precioso, Julio Cortázar se quedó fascinado con ella y años después André Bazin, el crítico y biógrafo de Jean Renoir, dijo: Los olvidados es una película de amor, que requiere amor. La UNESCO ha propuesto que sea Patrimonio de la Humanidad como La novena sinfonía de Beethoven o Metrópolis de Fritz Lang. Y estos días en el Círculo de Bellas Artes se expone un proyecto en el que ha intervenido la Centro Buñuel de Calanda, que dirige Javier Espada.
6 comentarios
Tausiet -
Cide -
Espero que salgan de ahí historias que merezcan la pena. Seguro que tú sabrás estar a la altura de esa ciudad.
Javier -
mg ; ) -
http://www.unizar.es/cce/vjuan/homenaje_acin_monras.htm
De Anton -
Pepe Cerda -
Si me quieres contestar te vas a hacer un lio porque el teclado francés es diferente.
Pepe