UN C HICO NORMAL (INICIO DE UNA NOVELA)*
Esta historia empieza en un pueblo al pie de los Alpes italianos, llamado Chianale. A principios del siglo XXI era un pueblo de apenas 1000 habitantes. Tenía una iglesia, una alcaldía, un instituto, una escuela, dos o tres hoteles de calidad suficiente y uno que pertenecía a los peces gordos del pueblo, es decir, la clase alta, el cuál constaba de alta calidad.
En una de las calles más modestas del pueblo vivía una familia más bien humilde, se decía que una familia además de sencilla era extraña. Pues hacía seis meses la mujer de la familia se había divorciado de su marido para solo tres meses después casarse con un rico empresario en Bélgica.
Hacía catorce años el matrimonio había tenido un hijo quien ahora estudiaba en el instituto del pueblo. Su nombre era Marco Baroncheli, era un chico de pelo moreno y guapo, con cara de ángel y ojos azules. Era un estudiante muy bueno y aficionado al esquí, pese a que lógicamente el divorcio de sus padres le había afectado. Siempre fue un chico que no tenía buena relación con sus compañeros pero después de lo de sus padres las cosas habían ido a peor. El padre de Marco era camionero y durante la semana no estaba nunca en casa. El padre de Marco con su sueldo apenas podía pagar el alquiler.
Una mañana el joven llegó al instituto y se fue hacia la clase. Unos chicos de su misma edad le esperaron en la entrada y antes de que sonara la campana dejaron tirar un pequeño papel arrugado que decía:
Estas muerto. Marco pasó toda la mañana escapando de los chavales pero cuando sonó la campana de salida no pudo evitarlos. Marco no comprendía que había hecho. Pero el caso es que en la puerta de salida estaba uno de los chicos que le había tirado el papel.
Marco intento pasar inadvertido pero el chico le dio un fuerte golpe en el estómago. Pero antes de que le volviera a golpear salió corriendo y un grupo de chicos que estaban en la escalera salieron tras el. Rápido, corrió hasta llegar a su barrio, los chicos no le perseguían los había despistado, o eso parecía. Se paró en la puerta de su casa, y miró a su alrededor, y de una explanada de detrás de la casa salió un chico con piedra en mano. Marco se dio cuenta y introdujo la llave, abrió rápidamente y cerró la puerta. Una milésima de segundo antes el chaval de la explanada había lanzado la piedra pero había impactado con la puerta ya cerrada.
Los siguientes días faltó a clase por temor a los gamberros.
*Llego a casa un tanto desganado. Y me dirijo al ordenador. Voy a la página de Mariano Gistaín, que es el fotógrafo favorito de Patricio Julve, y veo sus fotos, la del crepúsculo incendiado a orillas del Ebro, y ese letrero de "Hala Melerico", que me emociona; entro en Víctor Juan, con quien tanto me escribía antaño y al que noto bajo de moral, e intento linkar en vano la página de Pepe Cerdá. Ya aprenderé. Y luego intento abrir un documento de word y me encuentro con este texto de Jorge Rodríguez, doce años, que acaba de iniciar una novela sobre un niño que sueña con convertirse en campeón del ciclismo, un nuevo Bartali, un nuevo Coppi, antes de que apareciese la enigmática dama de blanco. Y me atrevo a copiar, sin pedirle permiso, este fragmento de su inicio. Quizá no sepa que ese Baroncheli del que habla evoca a un gran ciclista italiano de los 70 y principios de los 80: Gianbattista Baronchelli, Gibi Baronchelli. Diego, su hermano, también está escribiendo una novela, "Los guerreros de Secato", que tiene 107 páginas, nada menos, casi 200.000 caracteres.
1.Me ha dado mucha pena, muchísima, que no haya sido José Manuel Pérez Latorre el elegido para hacer el campo de La Romareda. La noche del pasado jueves, más allá de medianoche, me contó cómo era su estadio, en el que ha trabajado con Javier Manterola. Estaba entusiasmado con su proyecto, que se alejaba mucho, mucho, del Clínico. Jamás le había oído hablar tan entusiasmado de sus proyectos: hablamos de los campos de Portugal, del Olímpico de Munich, del Arena de Amsterdam, de Anfield Road... Los conocía todos. Me gustaría saber colocar aquí sus planos...
2. Hoy, en el estudio de Versus (calle Juan de Lanuza), Julio José Ordovás presenta su dietario "Días sin día"(Xordica). NO sé quién se lo presenta, pero ya lo dije aquí: es un libro incómodo, apasionado, crítico, un libro de lector, una especie de fe de vida donde el joven escritor habla de sí mismo, de algunas manías, de sus autores favoritos, de su tentación (falsa. Podéis estar tranquilos) hacia el suicidio, de la política, de la ausencia de libertad e incluso de su visión -casi sexual exclusivamente- del amor. El libro merece ser leído, aunque de él se sale como de un viejo incierto, incómodo, que nos deja al borde del mareo. Julio José Ordovás siempre encuentra a alguien a quien fustigar, siempre encuentre un fragmento de belleza y sensibilidad en la vida, en los fantasmas errantes que pueblan su buhardilla.
En una de las calles más modestas del pueblo vivía una familia más bien humilde, se decía que una familia además de sencilla era extraña. Pues hacía seis meses la mujer de la familia se había divorciado de su marido para solo tres meses después casarse con un rico empresario en Bélgica.
Hacía catorce años el matrimonio había tenido un hijo quien ahora estudiaba en el instituto del pueblo. Su nombre era Marco Baroncheli, era un chico de pelo moreno y guapo, con cara de ángel y ojos azules. Era un estudiante muy bueno y aficionado al esquí, pese a que lógicamente el divorcio de sus padres le había afectado. Siempre fue un chico que no tenía buena relación con sus compañeros pero después de lo de sus padres las cosas habían ido a peor. El padre de Marco era camionero y durante la semana no estaba nunca en casa. El padre de Marco con su sueldo apenas podía pagar el alquiler.
Una mañana el joven llegó al instituto y se fue hacia la clase. Unos chicos de su misma edad le esperaron en la entrada y antes de que sonara la campana dejaron tirar un pequeño papel arrugado que decía:
Estas muerto. Marco pasó toda la mañana escapando de los chavales pero cuando sonó la campana de salida no pudo evitarlos. Marco no comprendía que había hecho. Pero el caso es que en la puerta de salida estaba uno de los chicos que le había tirado el papel.
Marco intento pasar inadvertido pero el chico le dio un fuerte golpe en el estómago. Pero antes de que le volviera a golpear salió corriendo y un grupo de chicos que estaban en la escalera salieron tras el. Rápido, corrió hasta llegar a su barrio, los chicos no le perseguían los había despistado, o eso parecía. Se paró en la puerta de su casa, y miró a su alrededor, y de una explanada de detrás de la casa salió un chico con piedra en mano. Marco se dio cuenta y introdujo la llave, abrió rápidamente y cerró la puerta. Una milésima de segundo antes el chaval de la explanada había lanzado la piedra pero había impactado con la puerta ya cerrada.
Los siguientes días faltó a clase por temor a los gamberros.
*Llego a casa un tanto desganado. Y me dirijo al ordenador. Voy a la página de Mariano Gistaín, que es el fotógrafo favorito de Patricio Julve, y veo sus fotos, la del crepúsculo incendiado a orillas del Ebro, y ese letrero de "Hala Melerico", que me emociona; entro en Víctor Juan, con quien tanto me escribía antaño y al que noto bajo de moral, e intento linkar en vano la página de Pepe Cerdá. Ya aprenderé. Y luego intento abrir un documento de word y me encuentro con este texto de Jorge Rodríguez, doce años, que acaba de iniciar una novela sobre un niño que sueña con convertirse en campeón del ciclismo, un nuevo Bartali, un nuevo Coppi, antes de que apareciese la enigmática dama de blanco. Y me atrevo a copiar, sin pedirle permiso, este fragmento de su inicio. Quizá no sepa que ese Baroncheli del que habla evoca a un gran ciclista italiano de los 70 y principios de los 80: Gianbattista Baronchelli, Gibi Baronchelli. Diego, su hermano, también está escribiendo una novela, "Los guerreros de Secato", que tiene 107 páginas, nada menos, casi 200.000 caracteres.
1.Me ha dado mucha pena, muchísima, que no haya sido José Manuel Pérez Latorre el elegido para hacer el campo de La Romareda. La noche del pasado jueves, más allá de medianoche, me contó cómo era su estadio, en el que ha trabajado con Javier Manterola. Estaba entusiasmado con su proyecto, que se alejaba mucho, mucho, del Clínico. Jamás le había oído hablar tan entusiasmado de sus proyectos: hablamos de los campos de Portugal, del Olímpico de Munich, del Arena de Amsterdam, de Anfield Road... Los conocía todos. Me gustaría saber colocar aquí sus planos...
2. Hoy, en el estudio de Versus (calle Juan de Lanuza), Julio José Ordovás presenta su dietario "Días sin día"(Xordica). NO sé quién se lo presenta, pero ya lo dije aquí: es un libro incómodo, apasionado, crítico, un libro de lector, una especie de fe de vida donde el joven escritor habla de sí mismo, de algunas manías, de sus autores favoritos, de su tentación (falsa. Podéis estar tranquilos) hacia el suicidio, de la política, de la ausencia de libertad e incluso de su visión -casi sexual exclusivamente- del amor. El libro merece ser leído, aunque de él se sale como de un viejo incierto, incómodo, que nos deja al borde del mareo. Julio José Ordovás siempre encuentra a alguien a quien fustigar, siempre encuentre un fragmento de belleza y sensibilidad en la vida, en los fantasmas errantes que pueblan su buhardilla.
4 comentarios
Yeison -
Supra Skytop -
De Anton -
Me hace mucha gracia esto que dices. Mi admirado Miguel Mena, una espléndido novelista y acaso mejor persona, me dice siempre lo mismo. Me estoy dando cuenta de que los dos tenéis razón. Creo que nunca me atreveré a escribir una novela. Gracias por tu nota y que haya feliz Navidad, felices días para el futuro. Para ti y para el gran Miguel (y para su Daniel y su Mercedes, su nadadora olímpica en la política y en la vida). Un abrazo. AC.
M. Amén -
¡hala pues!