EL CINE DE LA INFANCIA Y DE LA MÚSICA
El cine es una de mis viejas y constantes pasiones, desde que acudí por primera vez al Cine Real de Arteixo. Iba, como recuerda Fernando Trueba de sí mismo en su Diccionario de cine, a enamorarme. Y allí, en aquella sala oscura, con sillas de madera, me enamoraba de todas las mujeres: Rita Hayworth, Ava Gardner, Elsa Martinelli, Inma de Santis, Claudia Cardinale, Sofia Loren, Concha Velasco, Iran Eory, Teresa Gimpera, Analía Gadé, Jean Simmons, Ornella Muti, Audrey Hepburn (a la que acabo de ver en esa impresionante película en París que es Charada. ¿Es posible encontrar a un ángel tan seductor y delicado, a un cisne de pureza inviolable, como ella?)... Entonces, en el reino fabulador de la adolescencia, no pensaba que se tratase de mujeres imposibles. La lista es inagotable. Sigo yendo al cine a enamorarme: de las mujeres, de los personajes secundarios, de las historias, de las atmósferas. La última película que me conmovió por miles de razones es Mar adentro. Y ayer me gustó Los chicos del coro, que me remite a dos épocas, o a única época esencial: la infancia. Y con la infancia, la música y la enseñanza.
La película de Christophe Barratier es un hermoso canto de esperanza. Es una película un tanto idílica en el panorama de su aspereza. Y es una cuidadosa lección de vida y magisterio, de pasión por las cosas. Esos niños están allí, en el colegio, un tanto alejados de todo, como aves descarriadas de futuro incierto. Y entonces aparece un personaje, como vigilante y profesor de música, llamado Clément Mathieu, que cree en el ser humano, que cree que todos incluso los más rebeldes, los más desesperados- algo que, al ser descubierto, nos redime, nos hace ser de otro modo, nos confiere un lugar en el mundo. Ese internado para la reeducación de menores, represivo, está gobernado por Rachin, un hombre vencido que ha perdido la fe en la educación. Desde el primer instante, la mirada de Mathieu es fundamental: se hace respetar, estimula a sus alumnos, les ofrece una lealtad y un respeto que no conocían, y despierta en ellos algo que ni sabían que tenían. La posibilidad de hallar un lugar en el mundo.
Y así la película nos va desvelando la compleja y amarga vida de personajes amputados en algún lugar de su alma: Pierre Morhange, que no sabe que es joven prodigio del canto, Pepinot, el niño que espera que sus inexistentes padres vengan a buscarlo un sábado por la tarde, Le Querrec, un muchacho avieso que sueña (y roba por ello) con comprarse un globo, o Mondain, que se incorporará más tarde al Internado con robos y un crimen a sus espaldas. Mondain es el personaje que sale peor parado: con él obcecado Rachin: un tipo que ni siquiera llega a ser hombre, es un director sin aliento ni humanidad, impulsado únicamente por el egoísmo y por la absoluta falta de compromiso- el sistema falla.
Pero con quien no falla es con ese puñado de muchachos que encuentra su dignidad en la música y en ese espejo de ternura e inteligencia que es Clément Mathieu. La película, bellamente contada en un emotivo flash back, plantea muchas cosas. Crea un ámbito donde es posible el aprendizaje, sin eludir las sombras. Tal vez su propuesta sea algo inverosímil, o acomodada en pos del final feliz, pero hay instantes irrepetibles: la escena en que los muchachos arrojan sus mensajes en forma de barquito de papel al profesor, el instante en que a Morhange le levantan de forma inesperada el castigo ante la condesa, el episodio final de Pepinot. También propone algo deseable casi siempre: los profesores del Internado parecían sometidos por el director, y Clement Mathieu, como a los niños, también les invita a ser libres, a soñar, a la insurrección. Y otro tanto podemos decir de ese formidable conserje, que adquiere gradualmente grandeza y se reencuentra a sí mismo al descubrir la potencialidad y la humanidad de esos jóvenes que acaban cantando de manera impecable La noche de Rameau, un compositor que figuraba entre los predilectos de Pilar Bayona. Clément Mathieu se declara un músico fracasado, y no hay nada más falso. No es un fracasado porque disfruta con su trabajo, ama las notas, la belleza, esa emoción palpitante que se agazapa en un pentagrama y se expande por el aire como una melodía de ruiseñor. Y ese amor es su mejor lección. Esta es una película sobre la capacidad de contagio que produce la pasión por las cosas, la sinceridad, el ingenio, la fe en uno mismo
Salí del cine realmente satisfecho. Doblemente satisfecho: a mi cuñado José Antonio, de Orihuela de Miguel Hernández, la película también le había conmovido. Y a mi cuñada Isabel. Llegué a casa y allí estaban mis sobrinas María e Isabel Terol Gascón, bonitas, esbeltas y altísimas, y mis hijos Diego y Jorge. Improvisamos un cine-fórum maravilloso, recordamos los mejores gags, el humor, la historia de Morhange con su madre, Violette (tan seductora y apetecible en su maduro encanto), y Jorge acabó tarareando a Rameau con bastante precisión. Él ha tenido la suerte de ver la película dos veces
Acabo con dos comentarios más:
-Enhorabuena a Arcadi Espada por el premio Blasillo de Huesca, donde dejó el pasado un inmejorable sabor de boca. Por eso, lo invité luego a Albarracín, donde estuvo chispeante y en su línea de pensador o comentarista original, distinto a todos, con un punto de vista entre incomodado y lúcido.
-Hacía hace algunos días hice alusión a la venta de algunos libros dedicados a mí en el Rastrillo y citaba a Félix Romeo. Debo corregir algo, por si no quedase claro: Félix adquirió un libro que me había dedicado José Ignacio Lacasta y lo primero que hizo fue venir a devolvérmelo. Le agradecí y le agradezco el detalle; entonces, como no sabía lo que había ocurrido, me quedé un poco perplejo. Luego ya me llamó Pedro Rújula, y creo que lo que he contado es algo más que una conjetura.
-Mientras escribía estas notas, sonaba el disco Os amores libres de Carlos Núñez y he puesto varias veces: "Ahí va la loca soñando..."
La película de Christophe Barratier es un hermoso canto de esperanza. Es una película un tanto idílica en el panorama de su aspereza. Y es una cuidadosa lección de vida y magisterio, de pasión por las cosas. Esos niños están allí, en el colegio, un tanto alejados de todo, como aves descarriadas de futuro incierto. Y entonces aparece un personaje, como vigilante y profesor de música, llamado Clément Mathieu, que cree en el ser humano, que cree que todos incluso los más rebeldes, los más desesperados- algo que, al ser descubierto, nos redime, nos hace ser de otro modo, nos confiere un lugar en el mundo. Ese internado para la reeducación de menores, represivo, está gobernado por Rachin, un hombre vencido que ha perdido la fe en la educación. Desde el primer instante, la mirada de Mathieu es fundamental: se hace respetar, estimula a sus alumnos, les ofrece una lealtad y un respeto que no conocían, y despierta en ellos algo que ni sabían que tenían. La posibilidad de hallar un lugar en el mundo.
Y así la película nos va desvelando la compleja y amarga vida de personajes amputados en algún lugar de su alma: Pierre Morhange, que no sabe que es joven prodigio del canto, Pepinot, el niño que espera que sus inexistentes padres vengan a buscarlo un sábado por la tarde, Le Querrec, un muchacho avieso que sueña (y roba por ello) con comprarse un globo, o Mondain, que se incorporará más tarde al Internado con robos y un crimen a sus espaldas. Mondain es el personaje que sale peor parado: con él obcecado Rachin: un tipo que ni siquiera llega a ser hombre, es un director sin aliento ni humanidad, impulsado únicamente por el egoísmo y por la absoluta falta de compromiso- el sistema falla.
Pero con quien no falla es con ese puñado de muchachos que encuentra su dignidad en la música y en ese espejo de ternura e inteligencia que es Clément Mathieu. La película, bellamente contada en un emotivo flash back, plantea muchas cosas. Crea un ámbito donde es posible el aprendizaje, sin eludir las sombras. Tal vez su propuesta sea algo inverosímil, o acomodada en pos del final feliz, pero hay instantes irrepetibles: la escena en que los muchachos arrojan sus mensajes en forma de barquito de papel al profesor, el instante en que a Morhange le levantan de forma inesperada el castigo ante la condesa, el episodio final de Pepinot. También propone algo deseable casi siempre: los profesores del Internado parecían sometidos por el director, y Clement Mathieu, como a los niños, también les invita a ser libres, a soñar, a la insurrección. Y otro tanto podemos decir de ese formidable conserje, que adquiere gradualmente grandeza y se reencuentra a sí mismo al descubrir la potencialidad y la humanidad de esos jóvenes que acaban cantando de manera impecable La noche de Rameau, un compositor que figuraba entre los predilectos de Pilar Bayona. Clément Mathieu se declara un músico fracasado, y no hay nada más falso. No es un fracasado porque disfruta con su trabajo, ama las notas, la belleza, esa emoción palpitante que se agazapa en un pentagrama y se expande por el aire como una melodía de ruiseñor. Y ese amor es su mejor lección. Esta es una película sobre la capacidad de contagio que produce la pasión por las cosas, la sinceridad, el ingenio, la fe en uno mismo
Salí del cine realmente satisfecho. Doblemente satisfecho: a mi cuñado José Antonio, de Orihuela de Miguel Hernández, la película también le había conmovido. Y a mi cuñada Isabel. Llegué a casa y allí estaban mis sobrinas María e Isabel Terol Gascón, bonitas, esbeltas y altísimas, y mis hijos Diego y Jorge. Improvisamos un cine-fórum maravilloso, recordamos los mejores gags, el humor, la historia de Morhange con su madre, Violette (tan seductora y apetecible en su maduro encanto), y Jorge acabó tarareando a Rameau con bastante precisión. Él ha tenido la suerte de ver la película dos veces
Acabo con dos comentarios más:
-Enhorabuena a Arcadi Espada por el premio Blasillo de Huesca, donde dejó el pasado un inmejorable sabor de boca. Por eso, lo invité luego a Albarracín, donde estuvo chispeante y en su línea de pensador o comentarista original, distinto a todos, con un punto de vista entre incomodado y lúcido.
-Hacía hace algunos días hice alusión a la venta de algunos libros dedicados a mí en el Rastrillo y citaba a Félix Romeo. Debo corregir algo, por si no quedase claro: Félix adquirió un libro que me había dedicado José Ignacio Lacasta y lo primero que hizo fue venir a devolvérmelo. Le agradecí y le agradezco el detalle; entonces, como no sabía lo que había ocurrido, me quedé un poco perplejo. Luego ya me llamó Pedro Rújula, y creo que lo que he contado es algo más que una conjetura.
-Mientras escribía estas notas, sonaba el disco Os amores libres de Carlos Núñez y he puesto varias veces: "Ahí va la loca soñando..."
10 comentarios
piedrahita -
sergio eloy enriquez -
fatima -
Cide -
Carlos, Antón & Javier -
mv :) -
Antón -
JB -
Desde aquí todos los integrantes de este gran coro enviamos a nuestro director un entusiasta ¡¡ Feliz 2005 !!
Anónimo -
Qué emoción ver la foto que encabeza este comentario tuyo sobre cine, amistad y literatura. Sé que esta foto sólo es el anuncio de otras que nos regalarás. Hoy o mañana es el día de los enlaces. Tienes que enlazar el blog de Pepe Cerdá.
Felicidades para Carmen, para ti y para Vatanen.
Abrazos,
El ya no tan gordo Romeo -
Todos los besos del mundo mundial!