Blogia
Antón Castro

CALVO PEDRÓS: LA VIDA TAL COMO VIENE

El escritor y periodista Miguel Ángel Brunet fue la primera persona que nos puso tras la pista de Antonio Calvo Pedrós. Hasta entonces, hacia 1987, lo habíamos visto menudo y orondo en La Romareda con sus dos cámaras buscando el retrato ideal de un jugador, el lance que define un partido o la respuesta de la afición. También sabíamos que era el esforzado retratista del fútbol regional: allá se iba, sábados y domingos desde el alba, por los campos de tierra, como quien busca una figura entre tantos jugadores anónimos que desmelenan sus sueños en medio del fango y del olvido. Incluso, si prolongamos un poco la imagen primera que teníamos de Antonio Calvo Pedrós, pensábamos en él como en un continuador del malogrado Lucas Cepero, asesinado por un marido despechado en pleno fulgor de creación, de Marín Chivite, de Martínez Gascón, de Gerardo Sancho, de Luis Mompel o de Fernando García Luna, otro reportero que firmaba multitud de fotos del Real Zaragoza.
Pero fue Miguel Ángel Brunet quien nos ayudó a hacer un daguerrotipo más completo de Calvo Pedrós. Brunet, que había sido licenciado en tejidos y dramaturgo oculto en la trastienda del comercio antes que un periodista amenísimo, experto en chascarrillos y vidas inadvertidas, poseía en su casa de la avenida de Navarra multitud de recortes de prensa, reportajes completos de Josefina Carabias, Luis Calvo, César González-Ruano o Jacinto Miquelarena, entre otros, pero también había entrevistas de Juan José Castillo, aquel periodista de Luna que inmortalizó la frase “Entró, entró”. Su enorme producción de distinto signo, en periódicos y revistas como Aragón Exprés, Zaragoza Deportiva, Don Balón, Aragón 2000, Oriéntese y otros, andaba por ahí, entre más carpetas, dibujos, caricaturas de Nilo, recuerdos y un manojo bastante pintoresco de fotografías de casi todo. Dabas la vuelta al positivo y veías en casi todas un solo nombre: Antonio Calvo Pedrós.
Si alguien había pensado que Calvo Pedrós había sido sólo un fotógrafo de fútbol, estaba equivocado. En aquellas colecciones por supuesto que había futbolistas: instantáneas de Valdano, Higuera, Juan Señor, Casuco o Amorrortu en familia; retratos de los presidentes desde Armando Sisqués a Ángel Aznar pasando por José Ángel Zalba; estampas de la llegada de Lobo Diarte o el abrazo de Pelé y su ahijado, el “Pelé blanco”, Nino Arrúa. La lista se haría interminable y cansina, Cruyff, Casuco, Neeskens, Perico Fernández, Martín Miranda, su preparador, Leo Beenhakker, Juan Alberto Barbas... En otro montón estaban las fotos de las otras vidas del fotógrafo Antonio Calvo Pedrós: las fotos del hombre parsimonioso que había captado la atmósfera del Tubo con sus personajes, el Plata con su ámbito exótico de cartón piedra y el muslo bravo de sus cantantes, las callejas angostas, la librería de lance de Inocencio Ruiz, el ajedrez de sombra de los tejados y los letreros de tiendas de discos, barberías o ultramarinos. Las fotos del aficionado al cabaré y al teatro: por allí andaban desde Isabel Garcés o Mary Santpere hasta Arturo Fernández, Fernando Esteso o Marianico El Corto, e incluso había una foto de una otoñal Josephine Baker que actuó en Cancela. ¿Sería de Antonio Calvo Pedrós como las otras? Pero también había piezas de Alfonso Paso, de Antonio Gala o del bailarín Antonio. Y de otras vedettes de rompe y rasga de la sala Oasis que anunciaban un paraíso de perdición en sus gestos y en sus carnes un tanto opulentas.
A nada parecía haberle hecho ascos el fotógrafo: salía a la calle, con su amigo Brunet o en solitario, y disparaba. Así, por acumulación, por voluntad de recuento, por pasión de memorialista abrazado a un objetivo, había captado la vida tal como viene: paseos militares, desfiles, manifestaciones, accidentes como aquella dramática caída de un autobús en el pozo de San Lázaro, acontecimientos como la llegada a Zaragoza del Papa. Desde aquel día en casa de Miguel Ángel Brunet, el nombre de Calvo Pedrós no sólo se nos hizo muy familiar, sino además querido y admirado. Más admirado aún porque no tenía una voluntad artística, no había afectación en sus disparos: miraba a la gente, componía, a veces sin importarle siquiera el negro rastro de un flash (como hacía Diane Arbus), y zas: obtenía un rostro natural, un documento, una copia de la verdad que es casi siempre la fotografía. Sin pretenciosidad alguna. He ahí el fotógrafo natural que no se extravía en remilgos técnicos y que se enfrenta al trabajo arduo del laboratorio como el amanuense tranquilo.
Como Zaragoza no es Nueva York ni Calvo Pedrós un tipo lejano y casi oculto como Richard Avedon o Irving Penn, conocimos y tratamos al retratista. Y lo tratamos a diario: es un ciudadano afectuoso y tierno al que le gusta la charleta, que él adorna con la sonrisa del veterano que nunca ha dejado de ser niño. Es un hombre bondadoso, amigo de sus amigos, atento a todo lo que ocurre. Y sin que le digas nada, ya se ha enterado de que se presenta un libro, de que se proyecta una película basada en una obra de Ramón Sender o de que José Miguel Arroyo “Joselito” anda en la boca de las gentes por su misteriosa baja forma. Te lo cruzas en cualquier bar y te sorprende con alguna foto: se ha enterado de que buscas las instantáneas de Ramón José Sender a su regreso a Zaragoza en 1974 y 1976, pues Antonio Calvo Pedrós las lleva en su maletín prodigioso y te las regala (o te las envía por correo como un agasajo inesperado). Y te obsequia con una foto magnífica del arquero Yarza en un entrenamiento junto a Andrés Lerín, u otra del equipo de “Los Magníficos” de 1966, o aquella colección estremecedora que captó en el incendio del Hotel Corona en 1979: cuerpos, humo y desesperación.
La existencia de Calvo Pedrós no ha sido fácil. Ni cómoda. Ni laboralmente estable, a pesar de que ha sido el fotógrafo oficial del Real Zaragoza durante 30 años y de que se ha curtido en el oficio en bodas, bautizos y comuniones con transparente honradez. Pero él ha sabido dotar su profesión de ilusión, de curiosidad, de trabajo constante, de variedad. Ha ido allí donde olía la noticia o una foto interesante. Encarna al fotógrafo generoso que cree en el valor de las copias: sabe que la foto otorga segundas oportunidades a la memoria y que es un sortilegio contra la muerte y el olvido. Cumple cada una de sus promesas: jamás se olvida de remitirte un retrato. Quiere y le gusta ser querido: él también podría decir aquello de que “fotografío para que me quieran más mis amigos y para hacer nuevos amigos”. No es un teórico ni un intelectual, pero el arte fotográfico ha sido su razón de amor: con el paso del tiempo ha logrado reunir casi 200 máquinas de todos los tipos y épocas. Calvo Pedrós es un artesano constante que cree en el poder de las imágenes, en el embrujo de la luz sobre los cuerpos, en la necesidad de dar fe de vida de todo lo que ocurre a su alrededor. Ese es el valor de su archivo de algunos cientos de miles de negativos y de copias: una enciclopedia visual del Aragón del siglo XX, el autorretrato de un hombre honesto, limpio de corazón y paciente que ha puesto el ojo y el objetivo en el temblor de la realidad, allí donde la vida era sublime, vulgar o corriente sin más. Allí donde la vida era vida y, por eso, emoción, fantasía, sueño, catástrofe, rutina o ruido.
Las fotos de Antonio Calvo Pedrós no destacan por su espectacularidad ni por su extravagancia (aunque tienen mucho de ambas cosas: no hay nada más espectacular ni tan extravagante como este existir nuestro, tan inverosímil en ocasiones): en ellas está el mundo al desnudo, Aragón, su ciudad, la política y el deporte, sus amigos y tanta gente que admira porque Calvo Pedrós pertenece a esa clase de seres humanos que no pierde un minuto en el rencor o en el resentimiento. Ha descubierto, después de tanto mirar, que el arma más revolucionaria es respetar el trabajo del otro, y aceptar que en este planeta hay sitio y posibilidades para todos. Por eso nada de lo que alienta o sucede le es extraño; nada de lo que se mueve le resulta intrascendente. Dispara, dispara y dispara: mira, ve, encuadra y deja en cada toma los ojos del alma. Esta es la moraleja que se extrae de su trabajo de medio siglo: el tesoro más íntimo de uno de los nuestros.

*ANTONIO CALVO PEDRÓS inaugura mañana en el Matadero de Huesca,dentro del VI Congreso de Periodismo Digital, a las ocho de la tarde, la muestra "El temblor de la realidad", una selección de 42 fotos. Estáis invitados.

9 comentarios

Cide -

jajaaa, pues no me queda más remedio que darte con mucho placer la razón. Nuestros equipos juegan como sabrás en el campo del Santo Domingo Juventud. Aunque yo soy del Silos, como los buenos.

¡Montemolín independiente, sexto continente!

Anónimo -

¡¡Viva la República de Montemolín!!

¡¡ Viva la Zaragoza de Pepe Melero !!

Anton, arteixán, deberías preparar un café para todos los amigos que nos reunimos en tu e-casa...

abrazos

Anónimo -

En los 80 una decisión política partió el barrio en dos distritos. Con su nombre cayó en el olvido parte de la historia de la ciudad. Como unos cuantos de los que habitaron aquí eran gente cercana a mí, procuro mantenerla viva. La memoria tiene mucho que ver con las palabras y Montemolín me parece una palabra lo suficientemente hermosa para que perdure.
A concejales desinformados deberíamos estar acostumbrados, querido CIDE. Pero nunca un equipo de Las Fuentes jugó en el campo de Torre Ramona, si no fue como visitante.
Como ves siempre hay gente con tiempo que perder.
Un abrazo y perdón por el abuso amado Antón.

Anónimo -

Querido CIDE:
Te envío mi respuesta troceada, es larga y no consigo hacerlo de una sola vez.
En ningún momento quise rectificar a mi MAESTRO Y GRAN AMIGO ANTON CASTRO, el sabio de Arteixo. Nunca dijo en su texto que Torre Ramona fuera Las fuentes, mi comentario era sólo una broma entre amigos y un truco para que pudiera identificarme.
Pero, te diré que, resignado a la inevitable presencia del absurdo en la condición humana, me encantan las discusiones ociosas e inútiles. Unas citas: “Montemolín abarcaba desde la desembocadura del Huerva hasta el puente de “La media legua” en La Cartuja. Y de allí hasta el Canal Imperial...” “Los cuatro viajes del Palacio de Larrinaga” de Ignacio Iraburu.
“La artería central era la calle Miguel Servet, donde se asentaba el conjunto urbarno. A izquierda y derecha... se extendían las huertas agrícolas y ganaderas que hoy constituyen San José y Las Fuentes”. Del mismo libro.
Cuando Montemolín ya era ciudad, esos barrios eran “huertas”. El Palacio de Larrinaga, la granja agropecuaria, el matadero de Magdalena, la estación de Utrillas o Cappa, las antiguas cocheras de tranvías, todos tenían su entrada y dirección en la calle Miguel Servet. En los 30, Albiñana construyó parte de las viviendas de la calle Rusiñol, limite exacto del barrio de Las Fuentes hasta que en los 50 un “pelotazo” de Escoriaza, posibilitó su expansión. En 1971 G. García Badell fue finalista del premio Nadal con la novela “De las armas a Montemolín”, fronteras todavía por entonces de la ciudad de Zaragoza.

Anónimo -

Por volver a ver esas imágenes estoy dispuesto a aceptar el chantaje y a jurar ante el mundo entero que el gran Rodolfo Notivol, el autor del extraordinario "Coches chocantes" (Víctor Juan dixit) es el más ferviente, sabio, perseverante y eximio zaragocista y que uno, a su lado, es sólo un vulgar aprendiz. (Lo de los cuatro adjetivos es para rendir homenaje a nuestro querido Antón, que para eso estamos en su blog)

Anónimo -

Caro Pepe:
Si no vi jugar al ilustre Yarza es porque soy bastante más joven que tú. Pero, no puede presumir de ser el primero entre los zaragocistas quien en breve va a tener que pedir a un amigo que le deje ver las imágenes de aquel histórico 6 a 1 al Madrid.
Besicos, y codicia que algo queda.

Cide -

La verdad es que no vamos ahora a ir poniendo fronteras dentro de Zaragoza, pero hace unos años el concejal de distrito nos felicitó la navidad a los vecinos de Las Fuentes con una postal del palacio de Larrinaga, que está más al sur que los campos de Torre Ramona, y que siempre he oído decir a mi madre que es uno de los tres monumentos del barrio, junto al Matadero y a la Fuente de las aguadoras (los catetos dicen la Fuente de las alcahuetas, según mi madre). Quiero decir, que aunque ese tipo de límites es confuso e inútil, haces bien si dices que Torre Ramona está en Las Fuentes.

Anónimo -

Antoncico: si el bueno de Calvo Pedrós te regala fotos de Sender en Zaragoza o del gran Enrique Yarza Soraluce, cuyo retrato tuve durante toda mi infancia en un marco de madera que me hizo mi abuelo (16 temporadas en el primer equipo del Zaragoza, ya sabes, el jugador con más años de servicio al club), no es cuestión de que nos lo refrotes dejándolo caer como quien no quiere la cosa. O sea, que o nos las regala a todos o rompemos la baraja; o te estás calladico para no despertar la codicia ajena. Por cierto, seguro que el chico malo de Montemolín, que es un aficionado perseverante, sí, pero de medio pelo, no vio defender la puerta del Zaragoza al gran don Enrique. Seguro que sólo se acuerda de Nieves, Alarcia o Izcoa, como mucho. Muchas patillas pero pocas nueces.

Anónimo -

Querido Antón:
Donde más me gustaba ver las fotos de Calvo Pedrós era en el escaparate de una sastrería (no recuerdo si de San Miguel o de Cinco de Marzo) donde cada semana el tiempo quedaba detenido en sus intantáneas en el momento exacto en el que el Zaragoza había marcado cada uno de sus goles. Siempre que iba a casa de mi abuela daba un rodeo para pasar por allí. Desde mis pocos años aquello me parecía un milagro. Asi que desde aquí mi agradecimiento a Calvo Pedrós.
Por cierto, cuando tus chicos jueguen en Torre Ramona (Montemolín, no Las fuentes), recuérdales que lo hacen nada menos que en el que fue escenario de las gestas del Miguel Servet FC., sucesor del histórico Euskalduna, enseñas del fútbol montemolinesco.

Que se prepare Pepe Melero, voy a por su número uno.

Besos del chico malo de Montemolín.