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Antón Castro

¿POR QUÉ NO ESCRIBO DE CABRERA INFANTE?

¿Por qué no escribes de Guillermo Cabrera Infante?, me pregunto. Si lo has leído tanto, si tienes sus libros siempre a mano, si te apasiona el cine y sus críticas, si eres casi tan mitómano como él, si guardas aquella entrevista que le hizo a Kathryn Bigelow, si has estado en Cuba viendo el elegante vuelo del aura tiñosa y no se te ocurrió otra cosa que llevar la primera edición de “Mea Cuba”, si disfrutaste con “Arcadia todas las noches”, “Cine o sardina” o “Con puro humo”, me sigo diciendo a mí mismo. No sé bien por qué no escribo de Cabrera Infante. La única vez que lo vi me fatigó mucho su discurso anticastrista –no porque no esté de acuerdo, sustancialmente con él, sino porque parecía un anticastrista profesional, pero sé que esa impresión nacía del dolor de perder Cuba año tras año-, su facilidad para hablar mal de los otros (dicen sus hagiógrafos que también hablaba muy bien de todo el mundo) y no sé por qué no escribo de él. Esta mañana, sin ir más lejos, he leído todos los artículos que aparecen en “El País” y “La Vanguardia”.Quizá después, dentro de unos días. En el fondo, sospecho, creo que es porque nunca me llegó su narrativa, a pesar de que me gusta mucho de todo lo que habla: de literatura, de personajes, de boleros, de cantantes extraordinarios, del embrujo de La Habana. ¿No será porque estuve en la casa de Alejo Carpentier hablando con su viuda, y Cabrera Infante insistía tanto que no había nacido en Cuba, que no había escrito nunca de música…? Y claro, a mí quien me gusta como narrador es Alejo Carpentier, y más, mucho más, después de haber estado en aquel caserón que se remonta al siglo XVIII, al siglo de las luces en Cuba.

4 comentarios

De Antón -

Casos como el que dices hay varios. Piensa en puntual por ejemplo, denostada por él en su acepción actual de específico, concreto, y admitida ya. Gracias por tus eruditas aportaciones. El lenguaje es un magnífico ser vivo.

M. Amén -

A propósito de Lázaro Carreter.
Cuando leí la primera edición de El dardo en la palabra me llamó mucho la atención un detalle: el libro recogía algunos artículos publicados muchos años atrás; en uno de ellos, Lázaro Carreter criticaba el uso de una determinada palabra (no recuerdo cual) que en la fecha de publicación del libro ya había sido admitida por la RAE e incluida en el diccionario. Esa circunstancia habría dado para otra reflexión y otro artículo, o quizá debería haber servido para que los editores hubieran suprimido el comentario que envejeció mal.

Cide -

Dice el DRAE:

mitomanía.
(De mito1 y manía).
1. f. Tendencia morbosa a desfigurar, engrandeciéndola, la realidad de lo que se dice.
2. f. Tendencia a mitificar o a admirar exageradamente a personas o cosas.
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fetichista.

1. adj. Perteneciente o relativo al fetichismo.
2. com. Persona que profesa este culto.
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fetichismo.

1. m. Culto de los fetiches.
2. m. Idolatría, veneración excesiva.
3. m. Psicol. Desviación sexual que consiste en fijar alguna parte del cuerpo humano o alguna prenda relacionada con él como objeto de la excitación y el deseo.
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No es ninguna tontería. En el prólogo de El dardo en la palabra lo explica muy bien Don Fernando Lázaro Carreter: El lenguaje es la herramienta con la que estructuramos nuestros pensamientos. Cuanto mejor manejemos el lenguaje, más capaces seremos de alcanzar altos pensamientos.

Me ha encantado tu comentario M.Amén

M. Amén -

Una curiosidad sobre los "mitómanos". No sé si la RAE habrá acabado admitiendo el significado que ahora le da todo el mundo, pero la mitomanía ha sido siempre la "tendencia morbosa a desfigurar, engrandeciéndola, la realidad de lo que se dice". O sea, un trolero, un fanfarrón enfermizo, un exagerado de psiquiatra, eso era un mitómano. Ahora llamamos mitómano a lo que siempre se llamó "fetichista" (fetichismo: idolatría, veneración excesiva), término que ha quedado arrinconado para los amantes de la lencería. Es curioso como vamos cambiando el sentido de las palabras. Es una tontería, pero te lo cuento.
Abrazos mil.