ENTREVISTA CON MIGUEL MENA
He escrito una triple declaración de amor:
a nuestros padres, a mi hijo y a Zaragoza*
-¿Qué es 1863 pasos?
-Es un libro de viajes por lo físico y lo emocional, por un ámbito geográfico concreto de la memoria y de las emociones. Más de las emociones que de la memoria. Antes sólo quería divertir, ahora también pretendo emocionar.
-Concretemos algo más
-1863 pasos consta de tres relatos que son como tres homenajes y tres declaraciones de amor. El primero, Vía muerta, es una declaración de amor a la generación de nuestros padres, que están entre los 70 y los 80 años, una de las generaciones de la posguerra que ha vivido una España dura, gris y triste. El segundo, Un dios que ya no ampara, es una declaración de amor a mi hijo Daniel, discapacitado. Y el tercero, 1863 pasos, como el título, es una declaración de amor a Zaragoza. Yo puedo decir: Zaragoza me hizo.
-La vía muerta es un viaje desde la estación de Utrillas hasta la propia localidad minera.
-Es un reportaje, que es el género que me gusta en la radio, en la prensa e incluso en la literatura. Me fascina la pluralidad de voces, la diversidad de puntos de vista. Y aquí cuento historias que me han ido contando.
-Algunas son conmovedoras.
-Desde luego. La historia del maquinista Garcés, que no puede detener el tren en una bajada y se estrella y se muere con su máquina. O la de aquel maquinista que no se ha enterado de que una muchacha se ha arrojado bajo las ruedas del tren y se ha muerto
-Igual de estremecedora, o más aún, es la segunda pieza: mientras viaja hacia el Moncayo hace una revelación humanísima pero terrible que le afecta a usted
-Camino del Moncayo, el viajero, que soy yo, va narrando su propio estupor o incomprensión ante lo que le sucede a su hijo. Parece como si quisiera negarse a entender, a aceptar lo que le está ocurriendo: va descubriendo que su hijo no podrá hablar y que padece el síndrome de Angelman o los niños felices. O los niños ángeles.
-Su viaje físico avanza y, como en otro plano, en una sucesión de revelaciones espeluznantes y cortas, describe la enfermedad de su hijo Daniel y dice en un momento: La mitad derecha de su cuerpo se ha paralizado. Preferiría verlo muerto a verlo así.
-Sí, pero esa idea se pasa, asumes cosas, las ves de otra manera y descubro en mi hijo Daniel a una criatura que ni me había imaginado que pudiera ser. Esta es una historia que me producía mucho pudor; la conté en una revista como Rolde, y recibí tantas muestras de entusiasmo y solidaridad, de cariño, que me animé a publicarla en libro. Yo no había barajado hasta entonces, al menos así, el terreno de los sentimientos.
-Hablemos del texto largo que da título al conjunto.
-Nace del intento de convertir la rutina diaria en una especie de viaje en el tiempo. Tengo la inmensa suerte de cruzar hasta cuatro veces al día el río Ebro y siempre me produce alguna emoción.
-Explíquenos un poco más eso.
-Sí, es verdad. En esos 300 metros del puente hallo sensaciones nuevas y cuento muchas historias vinculadas con Los Sitios, con el pozo de San Lázaro y esa famosa foto de Luis Mompel de la gente saliendo del autobús hundido, de Santo Dominguito de Val. Me emociona mucho el Ebro porque, aunque soy de tierra adentro y el mar me parece un inmenso y complicado desierto azul, tengo una querencia especial por las montañas y los ríos. Miro y puedo ver el Moncayo, que parece colgado del cielo detrás de la Almozara; miro y veo los piragüistas, los remeros, una puesta de sol excepcional. Son estampas que impresionan y a la vez relajan.
-Otro de los capítulos más extensos se lo dedica al Gran Hotel.
-Está a poco más de 20 metros de mi trabajo en Radio Zaragoza, donde trabajo. Pedí el libro de firmas y encontré muchas cosas.
-¿Por ejemplo?
-Yo soy muy fetichista de las firmas, y ahí encontré las de Bob Dylan, Walt Disney, George Sanders, Hemingway, Maurice Chevalier, y todo eso me impresionó. Además, yo soy un gran amante de los periódicos antiguos y el Gran Hotel es casi como un periódico del siglo XX.
-La firma que no pudo encontrar fue la de Uma Thurman.
No está. Ella tenía 17 años cuando rodó aquí Las aventuras del barón de Münchaussen y Félix Zapatero la acompañó a comprarse unas botas camperas. Me imagino por un instante que bien pudiera haberme cruzado con ella alguna mañana, en mis paseos.
*Ayer se presentó en el palacio de Montemuzo el libro "1863 pasos" de Miguel Mena (Madrid, 1959, pero aragonés hasta la médula de todos los caminos), editado por Xordica e ilustrado en portada y contraportada por Pepe Cerdá. Este texto se reproduce hoy en contraportada de "Heraldo". Como estoy un pelín agobiado de tareas y no encuentro acomodo para alimentar el blog como sueño, os deje este pequeño mensaje de reconocimiento a Miguel, ese gran escritor, ese ciudadano que se hizo en Zaragoza y lo proclama a los cuatro vientos.
a nuestros padres, a mi hijo y a Zaragoza*
-¿Qué es 1863 pasos?
-Es un libro de viajes por lo físico y lo emocional, por un ámbito geográfico concreto de la memoria y de las emociones. Más de las emociones que de la memoria. Antes sólo quería divertir, ahora también pretendo emocionar.
-Concretemos algo más
-1863 pasos consta de tres relatos que son como tres homenajes y tres declaraciones de amor. El primero, Vía muerta, es una declaración de amor a la generación de nuestros padres, que están entre los 70 y los 80 años, una de las generaciones de la posguerra que ha vivido una España dura, gris y triste. El segundo, Un dios que ya no ampara, es una declaración de amor a mi hijo Daniel, discapacitado. Y el tercero, 1863 pasos, como el título, es una declaración de amor a Zaragoza. Yo puedo decir: Zaragoza me hizo.
-La vía muerta es un viaje desde la estación de Utrillas hasta la propia localidad minera.
-Es un reportaje, que es el género que me gusta en la radio, en la prensa e incluso en la literatura. Me fascina la pluralidad de voces, la diversidad de puntos de vista. Y aquí cuento historias que me han ido contando.
-Algunas son conmovedoras.
-Desde luego. La historia del maquinista Garcés, que no puede detener el tren en una bajada y se estrella y se muere con su máquina. O la de aquel maquinista que no se ha enterado de que una muchacha se ha arrojado bajo las ruedas del tren y se ha muerto
-Igual de estremecedora, o más aún, es la segunda pieza: mientras viaja hacia el Moncayo hace una revelación humanísima pero terrible que le afecta a usted
-Camino del Moncayo, el viajero, que soy yo, va narrando su propio estupor o incomprensión ante lo que le sucede a su hijo. Parece como si quisiera negarse a entender, a aceptar lo que le está ocurriendo: va descubriendo que su hijo no podrá hablar y que padece el síndrome de Angelman o los niños felices. O los niños ángeles.
-Su viaje físico avanza y, como en otro plano, en una sucesión de revelaciones espeluznantes y cortas, describe la enfermedad de su hijo Daniel y dice en un momento: La mitad derecha de su cuerpo se ha paralizado. Preferiría verlo muerto a verlo así.
-Sí, pero esa idea se pasa, asumes cosas, las ves de otra manera y descubro en mi hijo Daniel a una criatura que ni me había imaginado que pudiera ser. Esta es una historia que me producía mucho pudor; la conté en una revista como Rolde, y recibí tantas muestras de entusiasmo y solidaridad, de cariño, que me animé a publicarla en libro. Yo no había barajado hasta entonces, al menos así, el terreno de los sentimientos.
-Hablemos del texto largo que da título al conjunto.
-Nace del intento de convertir la rutina diaria en una especie de viaje en el tiempo. Tengo la inmensa suerte de cruzar hasta cuatro veces al día el río Ebro y siempre me produce alguna emoción.
-Explíquenos un poco más eso.
-Sí, es verdad. En esos 300 metros del puente hallo sensaciones nuevas y cuento muchas historias vinculadas con Los Sitios, con el pozo de San Lázaro y esa famosa foto de Luis Mompel de la gente saliendo del autobús hundido, de Santo Dominguito de Val. Me emociona mucho el Ebro porque, aunque soy de tierra adentro y el mar me parece un inmenso y complicado desierto azul, tengo una querencia especial por las montañas y los ríos. Miro y puedo ver el Moncayo, que parece colgado del cielo detrás de la Almozara; miro y veo los piragüistas, los remeros, una puesta de sol excepcional. Son estampas que impresionan y a la vez relajan.
-Otro de los capítulos más extensos se lo dedica al Gran Hotel.
-Está a poco más de 20 metros de mi trabajo en Radio Zaragoza, donde trabajo. Pedí el libro de firmas y encontré muchas cosas.
-¿Por ejemplo?
-Yo soy muy fetichista de las firmas, y ahí encontré las de Bob Dylan, Walt Disney, George Sanders, Hemingway, Maurice Chevalier, y todo eso me impresionó. Además, yo soy un gran amante de los periódicos antiguos y el Gran Hotel es casi como un periódico del siglo XX.
-La firma que no pudo encontrar fue la de Uma Thurman.
No está. Ella tenía 17 años cuando rodó aquí Las aventuras del barón de Münchaussen y Félix Zapatero la acompañó a comprarse unas botas camperas. Me imagino por un instante que bien pudiera haberme cruzado con ella alguna mañana, en mis paseos.
*Ayer se presentó en el palacio de Montemuzo el libro "1863 pasos" de Miguel Mena (Madrid, 1959, pero aragonés hasta la médula de todos los caminos), editado por Xordica e ilustrado en portada y contraportada por Pepe Cerdá. Este texto se reproduce hoy en contraportada de "Heraldo". Como estoy un pelín agobiado de tareas y no encuentro acomodo para alimentar el blog como sueño, os deje este pequeño mensaje de reconocimiento a Miguel, ese gran escritor, ese ciudadano que se hizo en Zaragoza y lo proclama a los cuatro vientos.
7 comentarios
josé antonio martinez abardía -
Javier -
Cide -
Antonio -
"menas"!
Anónimo -
Pepe -
aberdeeneses -
VIVA ANTON CASTRO!