ENTREVISTA CON MERCEDES CORRAL
MERCEDES CORRAL. DIRECTORA DE LA CASA DEL TRADUCTOR DE TARAZONA
-¿Quién es Mercedes Corral?
-He nacido en Madrid y he vivido allí siempre, salvo tres años que estuve en Italia. Me había licenciado en Filología Hispánica, y en Italia aprendí el italiano. Descubrí un libro de Natalia Ginzburg, Léxico familiar, y me puse a traducirlo. Le escribí al editor Mario Muchnik. Me dijo que era imposible de traducir.
-Se quedaría con un palmo de narices
-Insistí, le envié mi versión y se quedó encantado. Me contestó: Lo publico, pero al poco tiempo me dijo que Trieste había adquirido los derechos. Más tarde, lo reeditó Ediciones del Bronce y luego Círculo de Lectores.
-¿Qué le atrajo tanto de ese libro?
-Me identifiqué con la forma de ser de Ginzburg y con el contexto familiar del que habla. En mi casa somos 12 hermanos. Eso que ella propone acerca de la existencia de un léxico familiar que se va repitiendo, el énfasis que adquieren algunas frases, me resultó muy íntimo y reconocible. En mi casa ocurría algo semejante.
-¿Conoció a la gran escritora italiana?
-Sí, le hice una larga entrevista. Era una mujer muy difícil de entrevistar, tenía una hija paralítica y era muy silenciosa. Poseía una preciosa casa llena de libros en el Trastévere. Todo ese mundo suyo de alguna manera se esponja en ese libro que es la historia de su familia durante la época de Mussolini. Carmen Martín Gaite, que había traducido Querido Miguel, elogió mi labor. Su reseña fue un espaldarazo para mí.
-¿Qué ocurrió luego?
-Traduje Las raíces del cielo de Roman Gary, El Simplón guiña el ojo al Frejus de Elio Vittorini, "La historia del buen viejo y la bella muchacha" de Italo Svevo. Y me convertí en una traductora profesional. Ahora, estoy embarcada en un proyecto apasionante para la editorial El Acantilado: la traducción de los cuentos de Dino Buzzatti, el formidable autor de El desierto de los tártaros.
-¿En qué consiste el placer de la traducción?
-Es algo muy personal e intimista: en la traducción me encuentro muy a gusto, como encerrada en un capullo con el autor o la autora, te compenetras con él o con ella, y es un lugar de creación. Un cuarto propio mental. Me gusta tanto este oficio que cuando no lo practico, lo echo de menos.
-¿Qué es lo más bonito que le ha ocurrido como traductora?
-Traduje una novela de Agnès Desarthe, Cinco fotos de mi mujer (Grijalbo). Fue una experiencia increíble. Por las noches notaba que me llamaban el texto y los personajes. No podía dormir. Y tenía que ir a continuar la traducción. Luego supe que Agnès era de ascendencia judía, que estaba vinculada a la cábala y que era una mujer muy misteriosa.
-¿Quién o qué la llamó para venir a Tarazona?
-Había estado en las Jornadas de Traducción, dando un taller sobre el editor Feltrinelli, y además tengo una abuela zaragozana. Comprobé que aquí se compartían dudas y que se dialogaba mucho. Me encuentro muy identificada con el paisaje, con la gente. Cuando llegué para quedarme tuve la sensación de que Tarazona y el Moncayo me recibían, de que también es mi sitio. Aquí he recuperado el idioma de las estaciones: la belleza del otoño, el invierno crudo, me quedé aislada cinco días por la nieve en Añón
-¿Qué debe ser este centro de las lenguas que dirige?
-Un lugar con una relación de familia. Estamos construyendo esa atmósfera: trabajamos, hablamos, discutimos, vemos las películas juntos. Quiero que sea un auténtico hogar de las palabras y los profesionales. La Casa del Traductor de Tarazona puede recibir a cinco personas a la vez, y alrededor de unas 40 ó 50 al año.
-El edificio es inadecuado y pequeño. ¿Qué pide?
-Necesitaríamos uno en condiciones. Podría ser la Casa del Cinto o la de los Capitanes. Sería maravilloso. Tenemos apoyos institucionales de aquí, aunque nos faltan más becas. Quizá debiéramos establecer nuevos convenios de colaboración con otras comunidades, abrirnos a políticas editoriales con empresas aragonesas y El Acantilado para crear una colección específica nuestra. Estoy entusiasmada con Aragón.
-¿Cuál es la labor del traductor?
-Es decisiva porque facilita la comunicación entre los países y las lenguas. Ortega dice que el lenguaje está poblado por palabras y silencios, y que los silencios son los secretos que quieren guardar los pueblos. La traducción debería desvelar esos secretos.
-¿Quién es Mercedes Corral?
-He nacido en Madrid y he vivido allí siempre, salvo tres años que estuve en Italia. Me había licenciado en Filología Hispánica, y en Italia aprendí el italiano. Descubrí un libro de Natalia Ginzburg, Léxico familiar, y me puse a traducirlo. Le escribí al editor Mario Muchnik. Me dijo que era imposible de traducir.
-Se quedaría con un palmo de narices
-Insistí, le envié mi versión y se quedó encantado. Me contestó: Lo publico, pero al poco tiempo me dijo que Trieste había adquirido los derechos. Más tarde, lo reeditó Ediciones del Bronce y luego Círculo de Lectores.
-¿Qué le atrajo tanto de ese libro?
-Me identifiqué con la forma de ser de Ginzburg y con el contexto familiar del que habla. En mi casa somos 12 hermanos. Eso que ella propone acerca de la existencia de un léxico familiar que se va repitiendo, el énfasis que adquieren algunas frases, me resultó muy íntimo y reconocible. En mi casa ocurría algo semejante.
-¿Conoció a la gran escritora italiana?
-Sí, le hice una larga entrevista. Era una mujer muy difícil de entrevistar, tenía una hija paralítica y era muy silenciosa. Poseía una preciosa casa llena de libros en el Trastévere. Todo ese mundo suyo de alguna manera se esponja en ese libro que es la historia de su familia durante la época de Mussolini. Carmen Martín Gaite, que había traducido Querido Miguel, elogió mi labor. Su reseña fue un espaldarazo para mí.
-¿Qué ocurrió luego?
-Traduje Las raíces del cielo de Roman Gary, El Simplón guiña el ojo al Frejus de Elio Vittorini, "La historia del buen viejo y la bella muchacha" de Italo Svevo. Y me convertí en una traductora profesional. Ahora, estoy embarcada en un proyecto apasionante para la editorial El Acantilado: la traducción de los cuentos de Dino Buzzatti, el formidable autor de El desierto de los tártaros.
-¿En qué consiste el placer de la traducción?
-Es algo muy personal e intimista: en la traducción me encuentro muy a gusto, como encerrada en un capullo con el autor o la autora, te compenetras con él o con ella, y es un lugar de creación. Un cuarto propio mental. Me gusta tanto este oficio que cuando no lo practico, lo echo de menos.
-¿Qué es lo más bonito que le ha ocurrido como traductora?
-Traduje una novela de Agnès Desarthe, Cinco fotos de mi mujer (Grijalbo). Fue una experiencia increíble. Por las noches notaba que me llamaban el texto y los personajes. No podía dormir. Y tenía que ir a continuar la traducción. Luego supe que Agnès era de ascendencia judía, que estaba vinculada a la cábala y que era una mujer muy misteriosa.
-¿Quién o qué la llamó para venir a Tarazona?
-Había estado en las Jornadas de Traducción, dando un taller sobre el editor Feltrinelli, y además tengo una abuela zaragozana. Comprobé que aquí se compartían dudas y que se dialogaba mucho. Me encuentro muy identificada con el paisaje, con la gente. Cuando llegué para quedarme tuve la sensación de que Tarazona y el Moncayo me recibían, de que también es mi sitio. Aquí he recuperado el idioma de las estaciones: la belleza del otoño, el invierno crudo, me quedé aislada cinco días por la nieve en Añón
-¿Qué debe ser este centro de las lenguas que dirige?
-Un lugar con una relación de familia. Estamos construyendo esa atmósfera: trabajamos, hablamos, discutimos, vemos las películas juntos. Quiero que sea un auténtico hogar de las palabras y los profesionales. La Casa del Traductor de Tarazona puede recibir a cinco personas a la vez, y alrededor de unas 40 ó 50 al año.
-El edificio es inadecuado y pequeño. ¿Qué pide?
-Necesitaríamos uno en condiciones. Podría ser la Casa del Cinto o la de los Capitanes. Sería maravilloso. Tenemos apoyos institucionales de aquí, aunque nos faltan más becas. Quizá debiéramos establecer nuevos convenios de colaboración con otras comunidades, abrirnos a políticas editoriales con empresas aragonesas y El Acantilado para crear una colección específica nuestra. Estoy entusiasmada con Aragón.
-¿Cuál es la labor del traductor?
-Es decisiva porque facilita la comunicación entre los países y las lenguas. Ortega dice que el lenguaje está poblado por palabras y silencios, y que los silencios son los secretos que quieren guardar los pueblos. La traducción debería desvelar esos secretos.
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sagitárico -