UN FRAGMENTO DEL LIBRO \
Como no gasto reloj, cuando calculo que habrá pasado una hora, me acerco al almudí. Somos unos cuantos los excursionistas, más, sinceramente, de los que esperaba. Y aunque destacan los cortados por el mismo patrón (pantalones cortos por encima de las rodillas, camiseta y gorra publicitarias, sandalias franciscanas o botas de tracking, calcetines blancos, gafas de sol de baratillo y cámara al cuello), el resto no pegamos ni con cola, y sirvan como ejemplo dos extremos inconciliables: el de un tipo con camisa y pantalón y botas de color verde-lejía, más gorra de un cuero que debió de ser negro, y el de una estilizada mujer cincuentona que lleva unos vaporosos pantalones de tela roja, que evidencian el cauce sinuoso y oscuro del tanga, y unos zapatos de tacón de aguja, el calzado más inapropiado que uno pueda concebir para subir y bajar las callejuelas darocenses. La guía es una mujer que conoce Daroca, sus misterios y sus tesoros (algunos volatilizados, o guardados bajo llave eclesial), como la palma de su mano. Es un placer oírla, y seguirla.
Empieza el itinerario monumental por el ábside románico, orientado hacia el este (por una mera cuestión de economía lumínica, que enseguida hay quien piensa en orientaciones esotéricas o cabalísticas), de la iglesia colegial de Santa María. Pero a la hora de entrar en la iglesia, surge un pequeño problema, y no porque el encargado de su custodia se empeñe en que acatemos lo que reza el letrero que hay pegado a la puerta: “Vas a entrar en un templo. Viste en consonancia con este lugar sagrado”. No. El problema es que, para que nos muestren los Corporales, tenemos que ser al menos veinte personas, y somos dieciocho. La guía se acerca a una pareja de ociosos que leen, o que hacen como que leen, el panel en el que se explica la superposición de estilos de la iglesia, y les pide por favor que nos acompañen cinco minutos, para que así podamos ver todos las milagrosas hostias sangrantes. La mujer accede encantada, pero el hombre baja la cabeza, y, como un asno, la mueve a un lado y a otro, negativamente. Al final, se suman a la comitiva turística otros dos ociosos que aparecen por allí, así que ya estamos todos, qué bien. Me suena la cara del mendigo que hay a la entrada, pero ¿de qué? Ah, sí, es el tipo de la bicicleta, el de la mochila. Ya sabemos, pues, qué es lo que esperaba.
La cicerone va desmenuzando la historia y el legado artístico de la iglesia capilla a capilla, y al llegar a la de los Corporales, hace una introducción antes de dar la palabra a una monja. La monja, que, antes de nada, nos previene de que estamos en un acto eucarístico, relata el milagro de los Corporales como si fuera una letanía. Y cuando acaba de referirnos la historia de la mula que trotó y trotó hasta caer “reventada” en Daroca, se mete detrás del retablo y accionando un mecanismo, hace que se abra el armario que contiene la antiquísima tela milagrosa. Mientras la monja sale de detrás del retablo, se arrodilla (arrodillándose con ella buena parte de los excursionistas) y comienza a rezar, recuerdo, inevitablemente, la excursión que hice de crío con el colegio a esta misma iglesia, a este mismo milagro (la historia se repite, vaya por dios). Sí que me debió de impresionar entonces el relato de las hostias sangrantes. Es, de hecho, un buen relato para impresionar a los niños. Al salir de la capilla, la monja se acerca a los que vamos más rezagados y nos dice: hay lotería de navidad, si les interesa.
*Dentro de unos días, la Biblioteca Aragonesa de Cultura, que dirige Eloy Fernández Clemente, publica "Frente al cierzo", un libro sobre las ciudades aragonesas de Julio José Ordovás, autor del dietario "Días sin día" (Xordica, 2005).
1 comentario
Alberto I. -
Me gustó mucho su libro anterior, "Días sin día", con los puyazos a Juan Bolea, Joaquín Carbonell, algún narrador histórico de mucha fama y a Aznar.
Hasta me dio algo de envidia su intensa vida sexual... Así que tengo ganas de leer este libro, a ver si tiene tan mala hostia y tanto talento...
Mucha suerte