ENTREVISTA CON EL EDITOR FERNANDO JIMÉNEZ, DE ZÓCALO
-Porque estaba un poco harto de que me devolviesen todos mis originales: en Anagrama, en la colección “Crónica del alba” del Gobierno de Aragón y en Ayuso, donde, por cierto, iban a publicarme una novela, pero de repente me llama el director y me dice: “No podemos publicarle porque nos hemos quedado se subvenciones”. De Ayuso aprendí también que no debía depender de las subvenciones...
-Ramiro Alloza, jefe de Área de Cultura del Gobierno de Aragón, decía que una colección de ficción se justifica si publicaba a escritores de tanta vocación como usted...
-Es cierto. Creo que dijo algo así. Era honrado. Decía cosas sensatas, ja, ja, ja... ¿Seguimos? Entre septiembre y octubre de 1993 damos de alta Zócalo. Y se abrió la editorial con un libro mío: “El tambor de caña”, que se vendió muy bien en Baena, mi pueblo, porque estaba situado en la Semana Santa. Se agotaron los mil ejemplares. Y gané 100.000 pesetas, que vistas ahora, dan ganas de reír.
-Pero, ¿cuál era la vocación de la editorial?
-Nacíamos con el deseo de dedicarnos a la narrativa y con el afán de descubrir gente de calidad a la que me hiciese ilusión editar. Por supuesto que no fundaba Zócalo, con mi mujer Victoria, para editarme sólo a mí: eso habría sido una estupidez, una patochada. La idea era publicar entre cuatro y ocho títulos al año y lo hemos cumplido: en diez años llevamos 41 título, y a partir de la segunda etapa, que se inaugura en 1997 con la publicación de “Frío de vivir” de Carlos Castán, hemos mantenido una media anual de cinco a ocho títulos.
-Una editorial, por lo general, necesita muchas cosas: colaboradores, maquetistas, lectores, etc.
-La editorial, desde su nacimiento, ha contado con magníficos colaboradores como Fernando Sanmartín y Adolfo Ayuso, que leían muchos de los textos y me aconsejaban. También Gerardo Alquézar leyó algún original. Pero además, Zócalo ha contado y cuenta con un comité anónimo de lectores que tienen la pasión de leer. Por ejemplo, en Teruel hay una mujer que nos dijo que “tenía la ilusión de leer sin cobrar para un editor”, y le estoy muy agradecido. Y en Zaragoza nos ocurre lo mismo. Y les estoy muy agradecido.
-Hablemos de maquetación, de portadas, de tipografía...
-Al principio, lo hacíamos todo Victoria y yo, en colaboración con el escritor Adolfo Ayuso. Pero a partir de “Frío de vivir” de Carlos Castán, nuestro primer éxito, se unieron al proyecto los pintores Eduardo Laborda e Iris Laborda: ellos trabajan aspectos de maquetación y tipografía y, sobre todo, son los responsables de la elección de portadas. Unas veces son cuadros suyos y en otras acuden a sus grandes archivos. Y ambos hacen su trabajo gratuitamente.
-¿Quién era su modelo de editor?
-Jorge Herralde de Anagrama, un editor independiente. Nosotros teníamos claro que no queríamos depender de las subvenciones, aunque jamás hemos rechazo la ayuda al libro. Eso jamás. Nos han comprado, en algunos títulos, entre 50 y 100 para bibliotecas, centros públicos o lo que sea. Yo no he pedido jamás una subvención ni he rellenado un papel. No hemos querido publicar al dictado de nadie, sino el criterio de mis colaboradores y el mío.
-Hablemos de satisfacciones...
-Podrían concretarse en tres momentos autores: el descubrimiento de Carlos Castán, cuyo primer libro de relatos, “Frío de vivir”, nos compró de inmediato Emecé, hoy Salamandra. Luego está Lorenzo Mediano: hemos publicado tres libros suyos: “La escarcha sobre los hombros”, del que hemos hecho seis ediciones; “Los olvidados de Filipinas”, que ya lleva tres, y “Cuentos del amor imposible”, que va por la segunda.
-Perdone. ¿Cuándo habla de ediciones, a qué tirada se refiere?
-Una tirada corta de 1.000 ejemplares. Lorenzo Mediano ha vendido con nosotros casi 10.000 ejemplares. Sólo con “Los olvidados de Filipinas” nos atrevimos a realizar una tirada inicial de 2.000 ejemplares. Con Lorenzo Mediano –y con todo aquel autor que nos interese y acepte la propuesta- vamos al 50 % en gastos y ganancias.
-¿Qué quiere decir eso?
-Que los dos costeamos la edición y luego nos repartimos las ganancias al 50 % también. Y el otro autor fundamental para nosotros ha sido Carmen Santos, autora de “La vida en cuarto menguante”, cuya primera edición ya se ha agotado. Ahora le acaba de ocurrir una cosa sensacional. Mandó un nuevo libro a la agencia de Carmen Balcells, lo han leído, les ha gustado y le acaba de hacer un contrato para publicarlo en edición de bolsillo, creo que en Mondadori, con una tirada de 8.000 ejemplares. Carmen Santos es una mujer admirable: trabajadora, humilde. Da clases de alemán. Me mandó esta novela, “La vida en cuarto menguante”, y le dije que era interesante pero que podía mejorarse. Ha estado tres años más trabajando en ella. Se la hemos publicado y se vende. Y con la que ha mandado a Carmen Balcells le ha ocurrido lo mismo. En cierto modo, no dejó caer en saco roto mi consejo y estoy orgulloso y veo que he acertado. No todo el mundo es así: ¡hay gente a la que le hubiera pegado un alpargatazo!
-¿Cuántos originales recibe al año?
-Entre 40 y 50. Hubo una época en que recibíamos más de 100. Hubo un momento en que le pedía a los autores que me mandasen, en el sobre, sellos para devolver el original. “De lo contrario me arruino”, le dije a más de uno. He recibido originales desde Alemania, Cuba, Francia, Pekín y Shanghai, desde Inglaterra. E incluso recibí un libro testimonial, apasionante, de un camionero que contaba su vida en Alemania y hacía un auténtico inventario de los puticlubs del país. Pero era de flojísima de calidad literaria...
-¿Qué le importa más la calidad o la comercialidad?
-La calidad. Nosotros tenemos un compromiso con la calidad, con la literatura, con lo que nos gusta, aunque ¡a quién le amarga un dulce!
-¿Lee todos los manuscritos que le envían?
-Al principio lo leía todo. Pero luego ya sabes averiguar la calidad haciendo una cala al principio, otra en medio y otra al final; tienes la sensación de que con la experiencia es suficiente. Me puedo equivocar, pero no es lo más frecuente. Luego, he visto en editorial aún más modestas que la mía títulos que he rechazado y veo que carecen de éxito. Y eso casi me consuela. Me digo: “No he metido la pata”. Y al decir esto, entiéndame: yo no soy envidioso, la envidia es la tristeza por el bien ajeno, y a mí me encanta que la gente triunfe. Me gustaría decirle algo sobre otros autores…
-Adelante. Usted ha publicado a Ángeles de Irisarri...
-Exacto. Le publiqué “Siete cuentos históricos y siete que no lo son” (1995): es un libro de venta lenta que ya se ha agotado prácticamente. Fue muy importante para Zócalo porque nos dio a conocer a como editores en toda España. Lo reseñaron en todos los grandes diarios, y le estoy sumamente agradecido.
-¿De quién más quiere hablar?
-La verdad es que me gustaría hablar de cada uno de la treintena de autores que he publicado: Miguel Mena, que ha publicado cuentos con nosotros; David Llorente, autor de “Kira”, una novela de calidad. Sí me gustaría referirme a Adolfo Ayuso, que publicó su novela “La caja” (1994) y “Fugas”, una colección de relatos inmejorable, con un fondo humano magnífico y una pátina de melancolía que se cierra como un pajarraco negro. A mí, en contra de lo que suelen decirme, me parecen cuentos esperanzadores y realistas.
-Zócalo publicó durante dos o tres años el premio “Francisco Umbral” de Majadahonda.
-Sí, fue un proyecto que surgió y lo hicimos con mucho gusto. El alcalde entonces era Romero de Tejada, del que se habló tanto por el escándalo de la Asamblea de Madrid. Llegó a prologar alguno de los títulos...
-Hombre, esto se pone interesante. ¿Qué imagen conserva de él?
-Realmente, para nosotros lo bueno era la concejala de cultura, que nos ayudaba mucho. Él hacía su papel sin más: era un político que no parecía saber demasiado de cultura. En la entrega de los premios estaba siempre él, su concejala, el dramaturgo Alonso Millán y Francisco Umbral.
-¿Llegó a establecer una relación próxima con Umbral?
-En absoluto. Primero es un hombre distante, tiene problemas de audición. Está sordo, vaya. Para que te oyese había que pegarle voces. La que sí era encantadora era su mujer, María España. Me dijo que no le gustaba el manuscrito sino el libro ya editado y que no era cierto que arrojase los libros a la piscina. “De lo contrario estaría siempre atascada, y funciona perfectamente. Esa es una leyenda urbana de Francisco Umbral”. Y otra vez nos dijo que “le gustaba esta modesta editorial maña que seguramente pasaba los libros por el manto del Pilar antes de publicarlos”. La carcajada fue unánime y larga.
-¿Qué dificultades reales entraña el hecho de ser editor, la venta de libros?
-El de editor es el oficio más difícil del mundo. Tener que convencer a la gente de lo que publicas es interesante en muy arduo. Y además siempre te encuentras con empresas o grupos que tienen muchos más medios y más publicidad a su servicio. Nosotros nos conformamos con que corra la voz. Somos una editorial pequeña y a veces las distribuidoras te piden por lo menos 3.000 libros para empezar a hablar. Pero, y esto es completamente cierto, estamos muy satisfechos con Ícaro, el distribuidor aragonés, y con Distrifer, que nos distribuye en España. Y hay una cosa maravillosa: mucha gente se está enganchando a los libros de Zócalo.
-Creo que se está dejando llevar por el entusiasmo...
-No, no. Me emociona y me estremece que vayas a la Feria del Libro y que vengan amigos y compradores, lectores reales, y quieran saber qué libro tienes este año. Se involucran con nosotros y eso, cuando estás en una caseta, es lo más bonito del mundo.
-¿Tiene alguna queja de la política cultural?
-No, ninguna. Yo no voy a rajar gratuitamente de nadie. Me encanta mi doble oficio, el de escritor y el de editor. No me siento ni marginado ni ninguneado aquí y noto que cuenta conmigo: en la ciudad y, con mayor modestia, en Aragón.
-¿Cuál es el balance de estos diez años largos, muy largos ya?
-Seguiremos separando la granza (la broza) del grano. No publicaremos demasiado pero siempre cosas de interés, de calidad. Tenemos una empresa saneada, con un modestísimo superávit. Aun no puedo ponerme un sueldo pero sigo aquí, al pie del cañón, intentando descubrir nuevos escritores que suenen mucho y que sean traducidos a otras lenguas.
3 comentarios
creditos -
Frases que, pronunciadas en un programa de Mercedes Milá, añaden luz la personalidad del fallecido Francisco umbral.
"...y por lo tanto yo estoy dispuesto a levantarme y a abandonar la mesa porque yo he venido aquí a hablar de mi libro y no a hablar de lo que opine el personal, que me da lo mismo, porque para eso tengo mi columna y mi opinión diaria."
"Es que pasa el tiempo, se acaba el tiempo, entra la publicidad, entran unos vídeos absurdos que todos hemos visto ya, y no se habla de mi libro. Pues entonces, ¿a qué he venido yo aquí? Yo, cuando voy a una televisión, es que me pagan, porque yo no vengo a las televisiones como un paria, ¿comprendes?, gratuitamente."
Está claro que le importaba un bledo la opinión de los demás, su opinión era la única verdad.
Carlos Menéndez
Juan alberto -
calar la calidad de un buen libro aunque venga con alguna falta ortográfica y rechazarlo,
sería si fuera Hamlet y lo dejara escapar, me suicidaría. Shakespeares solo hay uno que yo sepa.
Paloma Diez -