HISTORIA DE TRES CAMARADAS
Mi gran amigo Jorge Sanmartín, seis años largos, me escribe desde Malta. Envía una preciosa postal del fuerte de St. Angelo que se recorta como una península o una lengua de piedra en el mar. Jorge, que ha enseñado a jugar al fútbol en los últimos tiempos a su padre, el poeta y dietarista Fernando Sanmartín, es un enamorado de las sirenas, algo que nos une. Me dice: “Estoi en Malta, aun no he visto sirenas. Jorge”. Y en letra diminuta, su progenitor añade: “De Jorge Sanmartín. Desde Malta, antes de subir a un barco para llegar a Trípoli”. Parece evidente que Jorge, además de buscar sirenas y los primeros recuerdos de mujeres enigmáticas, va a seguir la afición de su padre: viajar, recordar la belleza y las sensaciones, y escribir luego. Contar la vida a lomos del viento. Gracias, Jorge, conquistador de sirenas.
Mariano Gistaín concluye una sesión vespertina de tertulia en el Babel y me llama. Hace días que no nos vemos. Lo nuestro es un amor imposible, un amor mitigado por algunos e-mail y algún sms, suyos, claro. Ya es de noche, ya es hora de estar en casa, pero paseamos por la plaza de Los Sitios. El cielo, blancuzco y añil, asoma entre los edificios. Las muchachas improvisan tertulias y una cena sobre los bancos del parque. Limpian con sus culos una llovizna fría. Se desata dentro de mis ojos y de mi cerebro una nostalgia por las alegres noches de la adolescencia entre tantas novias imposibles. Corretean algunos perros. Me encanta el paseo, charlar de nada (o hablar del hecho de que el 25 % del presupuesto de Aragón no pase por ningún control parlamentario: la democracia en ocasiones espanta, y un aire sutil y endiablado de franquismo se instala en la gestión diaria), oír a Mariano y sus proyectos de un diario en internet, habla de “Actualización Compulsiva”. Siempre va tres kilómetros de lucidez por delante. Siempre me ha intrigado por qué Mariano no ha sido asesor o colaborador o galanteador de ideas de ningún cargo público de esta Comunidad a lo largo de estos 25 años: cómo ama el periodismo, cómo ama la ciudad y su crecimiento, los matices que la enriquecen cada día, los personajes, cómo genera proyectos sin parar con un vendaval de ternura. Es un hombre alerta, vertiginoso desde el teclado, con ademanes de despistado que parece huraño. Que una Comunidad no haya sabido descubrir y reconocer su talento y ponerlo en acción da, para mí, una medida de un cierto fracaso. Mariano Gistaín es la antisecta. Es un genio dulce que a veces, cuando el Ebro se queda sin nadie en su orilla, tiene la fatalidad de considerarse poca cosa…
Javier Delgado ama el Parque Grande casi como a sí mismo. Lo ha estudiado, lo ha recorrido, ha hecho inventarios de sus monumentos, de su flora, de los pasos y las huellas del viento en la floresta cuando se avecina la noche. Javier Delgado es un poeta en desbandada: en íntima retirada a sus jardines cercanos. Y es también un apasionado hombre de gestos. Se opone a que el Rastro se instale en el Parque Grande, que debía ser el ombligo alegre, el oxígeno más cordial y puro de la ciudad, el refugio de lo cotidiano y lo sublime de nuestro existir. Si pienso un momento en mi vida en Zaragoza, el Parque Grande ocupa muchos días, muchas horas. Fue lugar de citas, de paseos, de huidas, de algunos placeres. He hecho unos cientos de kilómetros a su alrededor, he jugado al fútbol con mis hijos, los he enseñado a montar en bicicleta, he paseado bajo las magnolias, he soñado una y mil veces en el Jardín de Invierno o en el Paseo de los Bearneses, he escuchado a cantantes que veneraba: Camarón, Lluis Llach, Paco Ibáñez, Amancio Prada, hasta oí a Alberti y Nuria Espert, a Gwendal… Javier ha hecho correr un río de sms contra la pálida y perezosa decisión de Juan Alberto Belloch. Y ha amenazado con ponerse en huelga de hambre. Javier Delgado, que andaba abatido y que creía que toda su carrera de boxeador con ángel en la política y en la cultura ciudadana había servido de poco, ha encontrado un motivo, un pretexto, una razón: es la hora del combate de nuevo. Y él, con una fortaleza atrapada al vuelo, alza su voz en el cierzo en vísperas de Reyes. Como un personaje de Shakespeare.
*Tomo esta foto de una web del Ayuntamiento. Dice que es de 1996, y lleva entre paréntesis el nombre de Abilio Lope. ¿Es el fotógrafo o será este paseante bajo el delicioso sol?
11 comentarios
Anónimo de Plaza de Toros -
Tremisis -
Magda -
http://www.sextopiso.com/newsite/mex/autor_detalle.php?id=33
Muchos saludos.
Sergio Navarro -
Anónimo de Plaza de Toros -
Así que el rastro es maravilloso. Que lo digan Jiménez Ocañá, el farmacéutico Tejero, el conde Condón o como se llame, el gafitas Melero...
Javier, Delgado, no es para tanto. Ánimo hombre...
Cide -
Nunca he entendido el poder que tienen los vendedores del rastro. Recuerdo que cuando el Real Zaragoza pasó por su calvario en segunda división también consiguieron un acuerdo increíble. Además de no ser perseguidos por su continuo desdén por la limpieza, sobre la que la normativa municipal algo dirá, pienso yo. Creo que los periódicos y radios de Zaragoza deberían tomar medidas. Por ejemplo, informarnos de cuántas licencias hay concedidas y cuántos tenderetes y puestos se ponen.
¿Le habrán prometido a Belloch media docena de calzoncillos por 6 ? ¿o le habrán sobornado con cedés piratas de Operación Truño?
Espero que el ayuntamiento se replantee la decisión. A todos nos gusta tener rastro, pero no veo la necesidad de privarnos del parque para tener rastro.
Basilisco -
VIVA JORGE
VIVA JAVIER
Antonio Pérez Morte -
(Una cosa para cada zapato).
Nos vendrá bien a todos. ¡Abrazos!
Antonio Pérez Morte -
Los políticos también lo concen y lo ven venir de lejos: lo saben incorruptible.
Mariano, por otra parte, también conoce a los políticos. Osea: ¡No hay nada que hacer, afortunadamente!
Tremisis -
Rafa -