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Antón Castro

EL CÓMPLICE, AL AMIGO, EL SUEGRO, EL EBANISTA: LEONCIO GASCÓN

EL CÓMPLICE, AL AMIGO, EL SUEGRO, EL EBANISTA: LEONCIO GASCÓN

Si hiciese un inventario básico de aragoneses que han sido, que son determinantes en mi vida, la lista sería bastante larga. Y uno de los imprescindibles, de ésos que tiene que figurar entre los primeros y los mejores, es Leoncio Gascón: mi suegro, un segundo padre, un amigo, un cómplice, un fabuloso contador de historias, el pícaro observador de las trastadas de mis hijos. Fue masovero, listero de mina, escritor de romances, redactor de epistolarios de amor para su novia Isabel, fue un sabio de aldea que lo mismo hablaba del contubernio de Munich, que de la Campana de Huesca y de Ramiro II el Monje, que del padre de Fernando Lázaro Carreter, quien le anunciaba día tras días en los aledaños de la avenida Goya que su hijo iba bien en Salamanca o en Madrid o en sus viajes a lo largo y ancho de las Universidades del mundo. Leoncio fue durante muchos años un espléndido cajero de Spar, aficionado a la galantería inofensiva, a la comida (por cierto, hacía un riquísimo gazpacho: yo jamás comí gazpacho antes de llegar a Aragón), y es padre de cuatro hijos y es abuelo de diez nietos.

Nos conocimos hacia 1979 en Ejulve (Teruel). Quizá nos hubiésemos visto antes cuando yo rondaba a su hija mayor y rondaba sus ventanas en la Avenida Goya. Entonces, como ahora, yo tenía un raro atrevimiento: cantaba a Lluis Llach, Amancio Prada, Maria del Mar Bonet, Serrat, Luis Emilio Batallán, Sisa, Emilio Cao o Silvio Rodríguez, con una exagerada desafinación (superior, me han dicho siempre, a la suya cuando cantaba “Muñequita linda”, su canción de cuna favorita); a cambio tenía que oír canciones de Joaquín Carbonell, que fueron las primeras que me hicieron entrever Teruel y Ejulve como un espacio mítico. Llegué a Ejulve casi irreconocible, eso sí con mis camisas blancas, casi planchadas, que tanto le gustaban a él. Ni mi novia me conocía: me había cortado el pelo, la barba y parecía tener algo menos de 19 años con aquel cuerpo imposible y famélico que apenas pesaba 52 kilos. Trabajé en una pequeña obra familiar de los Gascón Brumós haciendo y dando masa, y al final cuando llegó la hora de cenar y de las pequeñas confidencias con aquel intruso gallego que acababa de tomarse demasiadas confianzas, Leoncio me preguntó: “¿Imagino que serás cristiano?”.

Jamás me volvió a decir nada semejante. Jamás se volvió a preocuparse por esas cosas. Tenía, tiene un sentido pragmático del existir: asume a las personas de una pieza, las integra con esa forma tan espontánea que tiene de ser, primaria y auténtica, y le importa más la vida tal como llega que nada. Y le llegaba, sin haberlo deseado, un yerno que además colaboró en hacerlo abuelo por sorpresa. Recuerdo que en aquellos años yo era un desamparado absoluto que no sabía hacer nada: escribía un poco en gallego y aprendía mecanografía en su preciosa máquina de escribir, había trabajado en derribos y pegando carteles, sobrevivía de esto y de aquello, había obtenido un contrato de seis meses de camarero de bingo, y además me había metido en el barullo de una paternidad precipitada. Mi novia, su hija mayor, estaba en cuarto de Medicina y cuando podía trabajar de cajera en un supermercado.

Cuando conseguimos nuestro primer piso en Toledo 20, el primero que acudió a trabajar allí fue Leoncio. Subía los cuatro pisos con su evidente cojera y se ponía a dirigir la obra de carpintería. Él era el maestro ebanista, el que dibujaba planos, el que usaba los taladros y la sierra, el que resolvía un problema en un santiamén, tal como había hecho en su casa con el precioso armario empotrado de su dormitorio. Su hijo Paco y yo éramos sus ayudantes. Habíamos recogido toda la madera en las basuras, Paco y yo, Carmen, Isa, María Ángeles y yo, o a lo mejor yo solo. Y hacía maravillas: llegamos a tener dos tres estanterías grandes que soportaron un traslado a Estudios 11-13. Aquellos meses previos al 5 de noviembre de 1980 en que nos casamos por lo civil, en un día hermoso de cierzo, son inolvidables: terminaba el trabajo en Spar y allá estaba Leoncio, con un entusiasmo juvenil, con una alegría desbordada, con sus chistes constantes, a veces le gustaban los verdes y de trazo un poco grueso para un tipo tan remilgado como yo. Allá oíamos su hijo Paco y yo historias que no solía decir: hablaba de su niñez en Ejulve, de su madre, que era un personaje de William Faulkner, su vida era un torbellino de novela; hablaba de su hermano Vidal, de secretos ajenos de alcoba, de cacerías y de paisajes, de su hermana Almerindica, la rubia, de su escuálido padre que narraba su servicio militar en África como la aventura más formidable de su existencia, incluía en la narración el aroma salobre de alguna morilla de piel suave. Hablaba de sus inicios en Zaragoza, cuando era un mozo de pensión y recitaba un romance donde explicaba quién vivía en Ejulve, quién y dónde y cómo era, que se extravió entre el moho de los días. Leoncio estaba tan feliz que olvidó la precipitada boda de su primogénita, el complicado porvenir que se le avecinaba con aquel yerno tan bisoño y sin donde caerse muerto. Estaba tan feliz que parecía que el novio era él.

Y en realidad, el novio siempre ha sido él. El novio de mi suegra Isabel, que lo ha protegido, que lo ha querido, que lo ha mimado hasta el último poro de la sangre, que se ha esforzado en que uno y uno fueran siempre uno y dos a la vez, indivisibles, anudados, pura pasión de complementarios, unidad de luz. Ha sido Isabel quien lo ha remansado cuando se ha encolerizado, quien le ha perdonado que se le fuera la mano de la gula y dejase a un hijo sin un trozo de jamón o sin postre, o que bebiese un poco más de vino rancio de la cuenta. Fue Isabel quien supo disimular que se fuese a comer una enterita, o que tolerase una gamberrada súbita de uno de sus diez nietos. El que más lo disfrutó siempre fue el joven escritor Daniel Gascón: viajaba por los diccionarios y enciclopedias como si viajar por el mundo pudiese hacer desde el salón buscando palabras e imaginando. Isabel es la humanidad apacible, el dulce abandono, la confianza en el otro, el amor con todos sus atributos, y Leoncio es el torrente, el arrebato, el genio súbito, el talento arrollador, el entusiasmo casi irreflexivo, es la vida tumultuosa –lujuriosa, placentera, enardecida, transida de cariño y de humor casi en despilfarro- tal como llega.

Ese hombre, a quien tanto le debo, ese hombre que ha sido mi padre aragonés sin presumir jamás de ello y sin darse cuenta probablemente porque nunca ha exigido cuentas de nada, ese hombre acaba de cumplir 78 años. Nació en 1928 como mi madre, Carmen de Castro. Y ya nunca podrá leer esta nota, esta declaración de cariño y de gratitud, que jamás hubiera necesitado oír o leer.  El jueves, el día de su cumpleaños, fui a verle un momento, no más de diez minutos o quince. Le llevé un disco de música clásica, un doble disco con muchas piezas de Beethoven, de Haydn, Bach, Albinoni, Vivaldi, Mozart. Lo habrá oído ya, pero se ha quedado sin palabras para contar de nuevo sus emociones, para decir en alta voz que ha sido feliz en este mundo y que nos manda un beso a todos, caballeros, amigos de este planeta único. Y a su Isabel, conjuro permanente contra el vendaval, contra las pequeñas tiranías de la carne, del cuerpo o de la enfermedad.  

 

25 comentarios

Sergio del Molino -

Lo siento mucho, Antón. Un abrazo enorme y todo mi cariño.

PACUAL -

¡Un abrazo!

santiago -

Querido Antón.
Conocí poco a tu suegro pero me pareció un hombre extraordinario.
Un abrazo para Carmen y para toda la familia.

A.C. -

Queridos amigos:
Os agradezco a todos el cariño y la condolencia. Es muy bello saberse algo querido en días así. Leoncio ha sido un hombre feliz y ha contagiado, con espontaneidad, su alegría y su felicidad.

Un abrazo a todos. Y a todos los que me habéis llamado o visitado estos días.

Ángela -

Cuando una vida ha sido luminosa no se apaga la luz al cerrar los ojos.
Un abrazo Antón, para toda la familia

ana a. -

Todo mi cariño para ti, para Carmen y para los chicos. Qué hermoso que alguien querido escriba algo como lo que tú has escrito para él.

Luis Augusto -

! Que hermosura de Señor y de homenaje ¡
Que lástima que tengamos que perder a estas gentes sublimes..

Juan Manuel -

Antón (para toda la familia) un abrazo muy fuerte. Los que conocemos y disfrutamos, desde hace años, del calor de la familia Gascón Brumós sólo podemos pensar en el intenso e inmenso amor y cariño demostrado día a día por Leoncio , por Isabel , por sus hijas y por todos vosotros. Su casa siempre ha estado abierta como su corazón para mí y los míos. Su casa en Ejulve sigue siendo un lugar de referencia personal, un punto de encuentro durante los veranos: con naturalidad, nos encontramos como si fuese ayer cuando dejamos inacabada la última conversación, las anécdotas de los hijos, la próxima excursión con José Luis como guía, la taza de café siempre dispuesta y Leoncio..... riendo, explicando anécdotas familiares, de la Masada Azcón, del Pistolo, del tio “conejo” y, el pasado verano, mirando con esos inmensos ojos que no podían hablar y que ayer os dijeron adiós. ...... Un abrazo muy fuerte para todos.

Víctor R. -

Lo siento, Antón.

Un abrazo.

Cide -

ánimo Antón.

Sin duda tu suegro merecía un artículo tan bello como este.

Magda -

¿Sabes Anton? estoy segura de que un señor así, tan bello, humano y bueno, ha dejado esa mirada, además de tantos valores, como una luz que a través de ti nos alcanza a todos...

Un beso y un abrazo muy grande.

MAY -

Desde los prados celestes,seguro que Leoncio sonríe feliz al ver la herencia de amor y ternura que deja aquí. Tus palabras, Antón, son un regalo que seguro agradece, como lo hacemos todos. Un corazón capaz de amar así, y expresarlo, es de un hombre bueno que merece todo nuestro cariño.Y quien fue capaz de generarlo debe estar cerca de la eterna felicidad.Dichoso él, que supo hacerlo y dichosos los que lo recibísteis. Un abrazo fuerte para tí, para Carmen y tus hijos.

Anónimo -

:'( Un abrazo y mi cariño.

Javier Burbano -

Un abrazo muy fuerte para todos

Antonio Pérez Morte -

Os mando mi afecto y mi palabra, allí donde no llega mi mirada.

Besos a Isabel y Carmen, Aloma, Daniel, Jorge, Diego, Sara y todos los demás.

¡Un abrazo fuerte Antoncico!

Ángeles -

Un abrazo muy fuerte.

Rafa y Carmen -

Un beso para Carmen, Daniel, Aloma y todos los demás. Un abrazo muy fuerte. Rafa y Carmen.

carmelo -

Lo siento mucho de veras Antón, me has emocionado .
Un abrazo:Carmelo

angel -

Un beso fuerte para todos, para carmen de manera especial.
Angel y Maite

A. C. -

Leoncio Gascón acaba de despedirse de todos con dulzura, abriendo los ojos desmesuradamente hacia los ojos de Isabel. Y no es una licencia literaria. Así ha ocurrido: los abrió desmesuradamente buscando decir con esa intensa mirada, de lumbre y de añoranza, lo que ya no podía decir con palabras. Jamás podré olvidar esa mirada. Jamás nadie de los que estaban al pie de su cama podrán olvidar ese instante: su cuañada Paca, su yerno José Luis (Leoncio aún tiene otro dos yernos más: José Antonio de Orihuela y France de San Victor de Morestel), Mari Ángeles (su hija más pequeña: su debilidad durante muchos años), Fernando, hijo de Jesús y Mari, su hija Carmen, e Isabel, desolada, abriendo el cauce a una despedida segura y dulce. Estoy seguro de que nadie podrá olvidar ese instante. Un beso para los que visitáis el blog.

A. C. -

Gracias a todos.

ana a. -

Hermosísimo retrato, Antón.

Anónimo -

Sublime la descripción y transmisión de sentimientos ajenos e imposibles de hacer propios. Envidia sana dicen que no hay pero eso es lo que siento al no haber sentido todo lo que describe éste texto.

Antonio Pérez Morte -

Seguro que los ojos de Leoncio llegan donde no pueden las palabras...

Adoptado -

Viva Leoncio!