EL CÓMPLICE, AL AMIGO, EL SUEGRO, EL EBANISTA: LEONCIO GASCÓN
Si hiciese un inventario básico de aragoneses que han sido, que son determinantes en mi vida, la lista sería bastante larga. Y uno de los imprescindibles, de ésos que tiene que figurar entre los primeros y los mejores, es Leoncio Gascón: mi suegro, un segundo padre, un amigo, un cómplice, un fabuloso contador de historias, el pícaro observador de las trastadas de mis hijos. Fue masovero, listero de mina, escritor de romances, redactor de epistolarios de amor para su novia Isabel, fue un sabio de aldea que lo mismo hablaba del contubernio de Munich, que de la Campana de Huesca y de Ramiro II el Monje, que del padre de Fernando Lázaro Carreter, quien le anunciaba día tras días en los aledaños de la avenida Goya que su hijo iba bien en Salamanca o en Madrid o en sus viajes a lo largo y ancho de las Universidades del mundo. Leoncio fue durante muchos años un espléndido cajero de Spar, aficionado a la galantería inofensiva, a la comida (por cierto, hacía un riquísimo gazpacho: yo jamás comí gazpacho antes de llegar a Aragón), y es padre de cuatro hijos y es abuelo de diez nietos.
Nos conocimos hacia 1979 en Ejulve (Teruel). Quizá nos hubiésemos visto antes cuando yo rondaba a su hija mayor y rondaba sus ventanas en la Avenida Goya. Entonces, como ahora, yo tenía un raro atrevimiento: cantaba a Lluis Llach, Amancio Prada, Maria del Mar Bonet, Serrat, Luis Emilio Batallán, Sisa, Emilio Cao o Silvio Rodríguez, con una exagerada desafinación (superior, me han dicho siempre, a la suya cuando cantaba “Muñequita linda”, su canción de cuna favorita); a cambio tenía que oír canciones de Joaquín Carbonell, que fueron las primeras que me hicieron entrever Teruel y Ejulve como un espacio mítico. Llegué a Ejulve casi irreconocible, eso sí con mis camisas blancas, casi planchadas, que tanto le gustaban a él. Ni mi novia me conocía: me había cortado el pelo, la barba y parecía tener algo menos de 19 años con aquel cuerpo imposible y famélico que apenas pesaba 52 kilos. Trabajé en una pequeña obra familiar de los Gascón Brumós haciendo y dando masa, y al final cuando llegó la hora de cenar y de las pequeñas confidencias con aquel intruso gallego que acababa de tomarse demasiadas confianzas, Leoncio me preguntó: “¿Imagino que serás cristiano?”.
Jamás me volvió a decir nada semejante. Jamás se volvió a preocuparse por esas cosas. Tenía, tiene un sentido pragmático del existir: asume a las personas de una pieza, las integra con esa forma tan espontánea que tiene de ser, primaria y auténtica, y le importa más la vida tal como llega que nada. Y le llegaba, sin haberlo deseado, un yerno que además colaboró en hacerlo abuelo por sorpresa. Recuerdo que en aquellos años yo era un desamparado absoluto que no sabía hacer nada: escribía un poco en gallego y aprendía mecanografía en su preciosa máquina de escribir, había trabajado en derribos y pegando carteles, sobrevivía de esto y de aquello, había obtenido un contrato de seis meses de camarero de bingo, y además me había metido en el barullo de una paternidad precipitada. Mi novia, su hija mayor, estaba en cuarto de Medicina y cuando podía trabajar de cajera en un supermercado.
Cuando conseguimos nuestro primer piso en Toledo 20, el primero que acudió a trabajar allí fue Leoncio. Subía los cuatro pisos con su evidente cojera y se ponía a dirigir la obra de carpintería. Él era el maestro ebanista, el que dibujaba planos, el que usaba los taladros y la sierra, el que resolvía un problema en un santiamén, tal como había hecho en su casa con el precioso armario empotrado de su dormitorio. Su hijo Paco y yo éramos sus ayudantes. Habíamos recogido toda la madera en las basuras, Paco y yo, Carmen, Isa, María Ángeles y yo, o a lo mejor yo solo. Y hacía maravillas: llegamos a tener dos tres estanterías grandes que soportaron un traslado a Estudios 11-13. Aquellos meses previos al 5 de noviembre de 1980 en que nos casamos por lo civil, en un día hermoso de cierzo, son inolvidables: terminaba el trabajo en Spar y allá estaba Leoncio, con un entusiasmo juvenil, con una alegría desbordada, con sus chistes constantes, a veces le gustaban los verdes y de trazo un poco grueso para un tipo tan remilgado como yo. Allá oíamos su hijo Paco y yo historias que no solía decir: hablaba de su niñez en Ejulve, de su madre, que era un personaje de William Faulkner, su vida era un torbellino de novela; hablaba de su hermano Vidal, de secretos ajenos de alcoba, de cacerías y de paisajes, de su hermana Almerindica, la rubia, de su escuálido padre que narraba su servicio militar en África como la aventura más formidable de su existencia, incluía en la narración el aroma salobre de alguna morilla de piel suave. Hablaba de sus inicios en Zaragoza, cuando era un mozo de pensión y recitaba un romance donde explicaba quién vivía en Ejulve, quién y dónde y cómo era, que se extravió entre el moho de los días. Leoncio estaba tan feliz que olvidó la precipitada boda de su primogénita, el complicado porvenir que se le avecinaba con aquel yerno tan bisoño y sin donde caerse muerto. Estaba tan feliz que parecía que el novio era él.
Y en realidad, el novio siempre ha sido él. El novio de mi suegra Isabel, que lo ha protegido, que lo ha querido, que lo ha mimado hasta el último poro de la sangre, que se ha esforzado en que uno y uno fueran siempre uno y dos a la vez, indivisibles, anudados, pura pasión de complementarios, unidad de luz. Ha sido Isabel quien lo ha remansado cuando se ha encolerizado, quien le ha perdonado que se le fuera la mano de la gula y dejase a un hijo sin un trozo de jamón o sin postre, o que bebiese un poco más de vino rancio de la cuenta. Fue Isabel quien supo disimular que se fuese a comer una enterita, o que tolerase una gamberrada súbita de uno de sus diez nietos. El que más lo disfrutó siempre fue el joven escritor Daniel Gascón: viajaba por los diccionarios y enciclopedias como si viajar por el mundo pudiese hacer desde el salón buscando palabras e imaginando. Isabel es la humanidad apacible, el dulce abandono, la confianza en el otro, el amor con todos sus atributos, y Leoncio es el torrente, el arrebato, el genio súbito, el talento arrollador, el entusiasmo casi irreflexivo, es la vida tumultuosa –lujuriosa, placentera, enardecida, transida de cariño y de humor casi en despilfarro- tal como llega.
Ese hombre, a quien tanto le debo, ese hombre que ha sido mi padre aragonés sin presumir jamás de ello y sin darse cuenta probablemente porque nunca ha exigido cuentas de nada, ese hombre acaba de cumplir 78 años. Nació en 1928 como mi madre, Carmen de Castro. Y ya nunca podrá leer esta nota, esta declaración de cariño y de gratitud, que jamás hubiera necesitado oír o leer. El jueves, el día de su cumpleaños, fui a verle un momento, no más de diez minutos o quince. Le llevé un disco de música clásica, un doble disco con muchas piezas de Beethoven, de Haydn, Bach, Albinoni, Vivaldi, Mozart. Lo habrá oído ya, pero se ha quedado sin palabras para contar de nuevo sus emociones, para decir en alta voz que ha sido feliz en este mundo y que nos manda un beso a todos, caballeros, amigos de este planeta único. Y a su Isabel, conjuro permanente contra el vendaval, contra las pequeñas tiranías de la carne, del cuerpo o de la enfermedad.
25 comentarios
Sergio del Molino -
PACUAL -
santiago -
Conocí poco a tu suegro pero me pareció un hombre extraordinario.
Un abrazo para Carmen y para toda la familia.
A.C. -
Os agradezco a todos el cariño y la condolencia. Es muy bello saberse algo querido en días así. Leoncio ha sido un hombre feliz y ha contagiado, con espontaneidad, su alegría y su felicidad.
Un abrazo a todos. Y a todos los que me habéis llamado o visitado estos días.
Ángela -
Un abrazo Antón, para toda la familia
ana a. -
Luis Augusto -
Que lástima que tengamos que perder a estas gentes sublimes..
Juan Manuel -
Víctor R. -
Un abrazo.
Cide -
Sin duda tu suegro merecía un artículo tan bello como este.
Magda -
Un beso y un abrazo muy grande.
MAY -
Anónimo -
Javier Burbano -
Antonio Pérez Morte -
Besos a Isabel y Carmen, Aloma, Daniel, Jorge, Diego, Sara y todos los demás.
¡Un abrazo fuerte Antoncico!
Ángeles -
Rafa y Carmen -
carmelo -
Un abrazo:Carmelo
angel -
Angel y Maite
A. C. -
A. C. -
ana a. -
Anónimo -
Antonio Pérez Morte -
Adoptado -